CAPÍTULO VII
Edward
Edward no podía dormir.
En lo que llevaba de noche, no había logrado pegar ojo. Entre el hallazgo del cadáver, lo extraño que actuó el rey, la conversación que escuchó en secreto de las sirvientas, lo preciosa que se veía Gina...
Demasiadas emociones para un mismo día, sí.
Trató de cansarse a sí mismo repasando mil veces la leyenda sobre el antiguo odio de los posibles enemigos, probando teorías, cada cual más alocada, sobre la motivación o incluso la identidad del asesino, buscando sospechosos hasta debajo de las piedras... hasta que sintió que enloquecía.
Entonces y sólo entonces, consideró oportuno tratar de descansar para así evitar perder la cabeza definitivamente y en la oscuridad de la noche, sigilosamente se metió entre sus sábanas suplicando a su mente que le dejara descansar por fin. Y pareció que iba a conseguirlo, pero justo cuando sus ojos cerrados parecían llamar al sueño, una cabellera rubia se dibujó en el rincón más oscuro de su mente, seguida más tarde de unos ojos azules como el cielo que avecina tormenta, y unos labios que se curvaron para dar un suave beso a otra figura que apareció a su lado, con los ojos cerrados.
Pero en el mismo momento en que esos ojos se abrieron, mostrando un brillante verde esmeralda, en el mismo momento en que Edward dio con el nombre de la portadora de aquellos iris... la escena se manchó de sangre, pues Christian sostenía una daga clavada en el pecho de la chica.
Una daga clavada en el corazón de Gina.
...
Edward despertó de golpe, sudoroso, mientras su cuerpo aún temblaba inconscientemente por aquello que había presenciado... Pero, había sido solo un sueño ¿verdad?
El general descubrió que sólo había dormido un poco más antes de despertar de nuevo, a una hora ya más aceptable, por lo que salió sin prisas de la cama, y se alistó para el entrenamiento tan especial que tenía aquella mañana: el primer entrenamiento de Gina.
Él admitía que estaba nervioso. Pero solo un poco.
Ejem, ejem...
El primer entrenamiento de la princesa... Aquello era algo importante. Solo por eso era que estaba inquieto. Por lo que con tal de matar el tiempo, dio unas pocas vueltas por su habitación, organizando pequeños detalles, y observando otros cuantos. Pero la impaciencia le pudo y no tardó mucho en ir en busca de Gina. Llegó en un suspiro a la puerta de la princesa, y mientras retenía el aire, llamó. Pero no tuvo respuesta inmediata. Volvió a golpear con los nudillos insistentemente y por fin una de las sirvientas, Bea, abrió la puerta.
—¿Te parece normal llamar tan desesperadamente a la puerta de tu princesa?
Edward, atónito, la miró unos segundos. La chica tenía ojeras, disimuladas por los polvos con los que se hubiera maquillado, y parecía molesta.
—Se dice General, y no estaba desesperado. —se defendió él.
—Si usted lo dice, general... —se burló ella remarcando cada sílaba de esta última palabra.
—¿A qué viene tanto mal humor? ¿Una noche complicada...? —aventuró Edward.
—Y tanto. Emy ha vuelto a dejarme sola a cargo de la princesa, y ella no ha parado de parlotear durmiendo... Es un poco inquietante. Y más si atiendes lo que dice. ¿Qué pasó anoche que le marcó tanto?
Edward dudó, pero prefirió no confiarle a la sirvienta un secreto como era la muerte de alguien, por lo que trató de excusarse diciendo que la cita de Gina cita no fue del todo bien... y que tenía que madrugar para entrenar aquella mañana. Bea captó la indirecta y corrió a despertar a Gina. El general escuchó cierto alboroto, y sonrió al oír frases sueltas de Gina. Escuchó una puerta dentro de su alcoba abrirse, y por la voz supo que esa tal Emy acababa de entrar en escena...
¿Por qué dejó sola a Bea por la noche?
¿Tendría... asuntos pendientes?
La sonrisa desapareció de labios de Edward mientras comenzaba a sumirse en cavilaciones acerca de los sospechosos de su investigación, del sueño que había tenido, y de la posible implicación de Emy en todo aquello. Pero unos pasos veloces que se acercaban a la puerta, acompañados por el sonido de una característica vocecilla devolvieron a Edward a la realidad, e hicieron latir muy deprisa a su corazón. Y por fin apareció Gina, su princesa.
O sea, la princesa de todo el reino, no suya suya por nada en particular...
—Ya sé quién es ese hombre.
—El rey no conocía a aquel hombre.
Fue el saludo que tuvieron cada uno con el otro.
Pero entonces, se miraron el uno al otro, perplejos, y ambos dejaron de sonreír poco a poco.
—¿...qué...? —preguntó Gina, aturdida. —pero... pero sí le conoce. ¿De qué estás hablando?
Edward miró a su alrededor con preocupación, y luego distinguió a Emy detrás de Gina, mientras disimuladamente prestaba atención a la conversación entre ellos dos. Entonces el general, agarró a Gina de la mano y la guió por el pasillo. Estaba tan centrado en alejar a la princesa de Emy, que hasta que Gina no frenó en seco y le soltó la mano algo molesta no se dio cuenta de lo que acababa de hacer.
Le has. Dado. La mano.
"Ya está, me desmayo." —creyó Edward dramáticamente, pero la inquisidora mirada de la princesa le hizo dejar de fantasear y explicarse.
—¿Se puede saber a dónde me estás llevando? —preguntó ella enfurruñada.
—Lejos de oídos indiscretos... ¿cuánto confías en tus sirvientas? ¿y en tu padre? ¿y en...?
—¿Y ahora a qué viene este interrogatorio? —espetó Gina algo molesta.
—Vale, veamos... —Edward se tomó un momento para suspirar y reorganizar sus ideas, y prosiguió —¿Cómo conoces a ese hombre, Gina?
Entonces ella le comenzó a hablar sobre un sueño, en el que veía a ese hombre.
Ella soñando cosas productivas y tú con su prometido...
La narración de Gina avanzaba, pero algo cambió de golpe en la actitud de la princesa. Ella enmudeció, y pausó su relato, para mirar a Edward absorta. Sus ojos, sus labios... aquel recorrido comenzó a ilusionar al general, cuyo corazón, nervioso, comenzó a latir rápido.
Entonces Gina volvió a cubrirse con una máscara y a adoptar la misma actitud de antes, continuando con su relato en un tono casi dubitativo, el cual indicó a Edward que la mente de Gina se había vuelto a cerrar para él. Y percatarse de eso le dolió un poco. Pero muy poquito.
Tú tampoco le has contado nada de tu investigación... ¿Qué esperas?
Pero Edward no quería que Gina saliese herida, de ninguna forma. Y si le contaba que uno de sus sospechosos era su padre... Él prefería centrarse en el nuevo misterio que acababa de surgir. ¿El rey sí conocía al fallecido? ¿Acaso tenía motivos para ocultar eso? La trama se iba complicando...
—¿Por qué dices tú que no se conocen? —la voz de Gina sacó a Edward de su ensimismamiento.
Y él procedió a contar lo que le dijo el Rey en cuanto vio el cadáver, cada vez más confuso por la situación.
—¿Un mercader? —preguntó Gina al terminar su historia. —¿Seguro que escuchaste bien? Ese hombre es un marqués, cercano a mi padre, por cierto.
Edward valoró la información que le acababa de dar la princesa, pensativo. Y por fin decidió lo que haría a continuación.
—¿Por qué traes vestido? Vas a aprender a defenderte. —comentó Edward mientras se alejaba por el pasillo.
—¿Y qué se supone que voy a vestir, si no me dejas tener mi vestido? —preguntó Gina, curiosa, mientras le seguía.
Él la examinó. Aquel vestido rosa le quedaba muy muy bien. No tanto como el azul quizás, con ese se veía un tanto más infantil, pero igualmente Edward no podía apartar por mucho tiempo la mirada de ella, de esa falda de tul con preciosas florecitas bordadas, que subían hasta el torso del vestido, y parecían fundirse con el cuello de Gina, el cual la princesa se rascaba cuando estaba nerviosa con sus manos, preciosas y delicadas, cuyos dedos llevaba a veces a sus labios rosados, tan perfectos, mientras...
Creo que ya estás desvariando.
Edward carraspeó para mantener alejados de su mente a aquellos pensamientos
—Algo que te permita tener más libertad de movimiento. — "y que me deje pensar a mí", admitió mentalmente Edward. —Empezando por unos pantalones, por ejemplo.
Al poco tiempo, el General le tendió a la princesa el uniforme con el que los soldados del reino solían entrenar.
—¿No estará usado? ¿verdad? —preguntó Gina sin poder disimular su desagrado, cosa que a Edward le hizo gracia. Recordaba a un recluta novato usando aquellas prendas, pero prefirió no contárselo a Gina ya que la clase debía empezar cuanto antes y discutir con ella sólo serviría para retrasar más las cosas. Pero igualmente se atrasaron, también por culpa de la princesa.
Entró al almacén de armas para cambiarse con más intimidad, y Edward pudo escucharla perfectamente quejándose sobre la tela del traje, y sobre lo mal que le quedaba puesto. Edward no la había visto aún, pero estaba seguro de que a esa chica nada podía quedarle mal. Maldita.
La princesa obligó a Edward a buscar a una de sus sirvientas, para que esta le llevase al almacén "el corsé aquel de cuero que aún no me he puesto pero que creo que quedaría bien", palabras de Gina. Entonces la sirvienta acudió, y se encerró con la princesa en el almacén para lo que prometieron a Edward que sería "un momentito nada más" y terminó siendo un rato de profunda reflexión para Edward sobre formas de hacer correr a la princesa, ya que comenzar a ponerla en una mejor forma física iba a ser el comienzo de su entrenamiento.
Justo cuando se decantó por llenar un cubo de agua fría, las chicas salieron del almacén y Edward vio a Gina la cual, como él había supuesto, estaba preciosa incluso con aquellas ropas.
Maldita.
Gina le miró, casi expectante. ¿Quizás estaba esperando que él dijera algo? ¿Pero cuál era el comentario adecuado? Una difícil decisión...
"Puedes decirle que se ve increíble en cualquier prenda, que su apariencia te hechiza y su risa te enamora... O puedes hacer una broma estúpida."
La segunda opción parece buena.
—Por fin la princesa se digna a salir... Y yo que pensaba que te habías perdido en el almacén. Qué pena. —se decidió a responder Edward, fingiendo aburrimiento, a lo que Gina le miró alarmada.
—¡Tu trabajo es protegerme! ¿Cómo puede ser que digas esas cosas...?
Pero él solo soltó una risita. ¿Sería capaz de decirle a Gina todas las cosas tan mágicas que pensaba sobre ella? ¿Sería la princesa capaz de creerle?, por el momento aquello seguiría siendo una incógnita, pues simplemente se despidieron de Bea y dio comienzo a la primera lección.
...
—Bueno. ¿Por qué empezamos? —preguntó Gina impaciente mientras veía a Edward colocar por el campo redes y demás elementos que la princesa consideraba innecesarios. —Puñetazos, patadas. Quizás usar la espada...
Oh, la inocente ilusión...
—Para poder usar una espada, como mínimo tienes que poder sujetarla... —se burló cariñosamente Edward. —Vamos a empezar por entrenar tu forma física, princesa. Y ahora empieza a correr, todo el tiempo que has tardado en vestirte me ha servido para tener ideas muy divertidas... —terminó este con una angelical sonrisita.
—¿Qué?
La cara de pavor que reflejaba Gina fue puro deleite para Edward. Sabía que entrenarla iba a ser muy entretenido...
—Que corras. Si no te las verás con un cubo de agua muy fría, y no sé a ti, pero a mí no me gusta demasiado mojarme.
—Pero...
Antes de que pudiera protestar, Edward hizo un amago de sujetar el cubo, y eso provocó en Gina el pánico necesario para correr. No demasiado deprisa, por cierto.
A partir de ahí, él no pudo contener sus carcajadas ante el trote, si es que se podía llamar así a una carrera de esa velocidad, de Gina. Sus mejillas encendidas enternecían el corazón de Edward, quien no podía dejar de mirarla a ella y al hipnótico vaivén de sus cabellos, a cómo deslizaba sus manos por su rostro para deshacerse del sudor que iba apareciendo, e incluso a las amenazantes miradas que esta le dirigía, odiándole con cada poro de su ser por hacerla entrenar.
Cuánto romanticismo...
Y de la nada, algo cambió. La expresión de Gina, tan tensa por el esfuerzo, se relajó de golpe. ¿Estaría pensando algo divertido? Edward comenzó a imaginar qué sería lo que había en la mente de la princesa, aunque esas divagaciones fueron frenadas en seco, a causa de una mirada.
Su mirada.
Gina le sonreía. A él, ¡Edward!. A ningún Christian manipulador, a ninguna sirvienta traicionera... ¡Tan solo a él! No podía con la emoción... Aquellos ojitos verdes curvados al igual que sus labios, en una sonrisa dulce, no tenían rastro de rencor o desagrado.
Lástima que el cubo de agua estuviera ahí para arruinar la escena.
Gina, que iba distraída, no pudo darse cuenta a tiempo de que el cubo se había propuesto hacerla caer, hasta que tropezó con él y cayó al suelo, parando la caída con manos y rodillas.
Edward, alarmado, corrió hacia Gina y se arrodilló para quedar a su altura, mientras examinaba las palmas de sus manos, las cuales estaban raspadas y algo ensangrentadas.
Mierda
Mierda
Mierda...
—¡¿Te duele?! —preguntó él, preocupado. ¡¿Cómo había podido permitir que Gina se hiriera?! Mientras se regañaba a sí mismo, se percató de que la princesa no respondía, solo le miraba embobada acunada entre sus brazos. Pero su expresión lentamente fue tornando a una más sombría, algo triste. ¿Acaso se había hecho algún daño severo?
—Ey... —la llamó —¿todo bien, princesa? —ella, que seguía sin responder, se veía cada vez más preocupada. ¿Qué la estaría atormentando tanto, que le impedía escuchar a Edward? Él, ya un tanto desesperado, acabó levantando la voz al tiempo que la zarandeaba suavemente —¡Gina!
Y eso dio resultado, pues ella despertó de sus cavilaciones al escuchar cómo el general exclamaba su nombre. —Te preguntaba si estás bien. No te habrá afectado la caída a la cabeza ¿verdad?
Pese a haberlo dicho en tono cómico, Edward estaba aterrado de que aquello pudiese ser cierto, pero Gina reaccionó apartándose bruscamente de él, para examinarse ella sola sus heridas. Edward no pudo evitar sentirse extraño ante el cambio de actitud tan radical de la princesa, ante esa lejanía que ahora quería mostrar. ¿Habría hecho algo mal?
Gina quiso entrenar un poco más, pero él se negó.
—Suficiente ejercicio para ti por hoy... Será mejor que descanses. Mañana será peor.
Aquella había sido su forma de darle las buenas noches, y también de dejarla sola, pues parecía que quería estarlo. De nuevo ¿Se sentía Gina incómoda de tener a Edward alrededor?. Se justificó consigo mismo diciendo que él también tenía que seguir con su investigación, que sus momentos con Gina no podían desconcentrarle tanto... Pero lo hacían.
Empezamos bien.
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