CAPÍTULO V

Edward

El General no podía dejar de fantasear con el rostro de Gina antes de bajarse del carruaje. Esa expresión tan hostil, ese descaro al rechazar nuevamente su mano...

Pero antes de aquello, ella misma había tratado de conversar con él.

¿Quería o no la princesa relacionarse con alguien como Edward? Ya ni él mismo estaba seguro de si había actuado bien, pero aún seguía tratando de convencerse a sí mismo de que tenía que alejarse de Gina.

—Es egoísta y presuntuosa. Una niña mimada

Pero también se ve tan bonita cuando está tranquila...

—Pero eso no cambia nada. Además, está prometida. Y no puede hacer nada para agradarme. Ella es simplemente trabajo.

¿...Trabajo?

—Trabajo. Sólo eso.

Tras aquella corta conversación con su subconsciente, el General sacudió la cabeza, como tratando de deshacerse de aquellos pensamientos. Volvería al castillo a seguir investigando, y luego regresaría a por Gina sin mediar palabra con ella. Un plan sin fisuras.

O quizás sí había una. O incluso dos.

Al pasar por la habitación de la princesa, mientras iba en dirección al despacho donde había iniciado su búsqueda, escuchó unas voces femeninas que se colaban bajo la puerta. Alguien estaba discutiendo.

Edward se planteó el entrar de golpe para poner orden allí dentro, pero de pronto, escuchó una noticia que le impactó.

—¿Por qué has vestido así a la princesa, pordiosera? ¿Acaso no sabes que a su prometido no le gusta que vista así? ¡¿Y tú pretendes trabajar para la princesa sin saber información tan importante?!

—Sé muchas cosas Emy. —respondió la otra voz, pausada. —quizás sea nueva dentro de Palacio, pero fuera de estos muros los rumores vuelan ¿sabías? Por ejemplo, se dice por ahí que le tienes envidia a tu princesa, y yo creo que debe ser cierto para vestirla como a una niña pequeña... Se dice también que estás cansada de vivir a su sombra, de servirla... ¿Qué no harías para por fin ser tú quien reciba la luz, verdad? Por ejemplo... un escándalo. O no. No serías capaz de llegar a tanto... ¿Cierto, Emy, que tú nunca estarías envuelta en nada relacionado con el prometido de tu princesa?

—No hables de lo que no sabes... —siseó Emy bajando el tono.

—Oh, créeme. Sé perfectamente de lo que hablo.

—¿Acaso crees que vas a poder extorsionarme, nueva? Tú aquí no eres nadie... Más te vale mantener la boca cerrada o me encargaré de que vuelvas al agujero de donde has salido.

Bea, en lugar de dejarse intimidar, esbozó una sonrisa nada acorde a sus dulces rasgos, y en voz firme, declaró: —Si ya logré escapar de "ese agujero" una vez, no dudes de que seré capaz de volver a hacerlo. Más te vale dejar a Gina tranquila.

Y dicho aquello, Bea comenzó tranquilamente a organizar el dormitorio, mientras Emy salía de allí hecha una furia. Pero al abrir violentamente la puerta, la sirvienta se encontró con el General, el cual la miró con espanto. ¿Que ella qué? ¡¿Que el prometido de Gina qué?!

Tengo que ir con ella.

Dejando a la sirvienta asustada, pues no sabía cuánto había escuchado el General, Edward salió disparado, para llegar junto a la princesa lo antes posible.

—No debí de haber sido tan cortante con ella. Ninguno de mis problemas son su culpa... Suficiente tiene ella con ese desgraciado de su prometido...

Prometo que yo te protegeré, princesa.

Edward no sabía lo que sentía. ¿miedo? ¿rabia? O quizás una mezcla de todo, en la que priorizaba la culpa.

"No debí de haber sido tan cortante."

"¿Estará bien?"

"¿Querrá verme?"

"¿Por qué demonios fui tan brusco?"

Envuelto en sus pensamientos, movilizó rápidamente al cochero y partieron en busca de Gina. Pero mientras viajaban, Edward vio a una solitaria cabellera rubia. ¿Había vuelto ese bastardo a dejar sola a Gina? Le pasaron velozmente, pero Edward tuvo tiempo de percatarse de su expresión vacía, sumido en quién sabe qué terribles pensamientos. Pero Christian también logró ver al carro. Y más concretamente, a Edward, a quién sostuvo la mirada en un silencioso desafío. Pero él le ignoró y no respiró tranquilo hasta que le dejaron atrás y pudo ver a lo lejos una figura pelirroja que yacía en el prado.

Gina.

Con el corazón en un puño, desmontó velozmente, pero cuando estuvo a escasos metros de ella dudó si debía seguir.

"¿Estará muy molesta conmigo?"

"¿Hago bien en venir ahora?"

Pero la imagen de la princesa allí, sola, sumado a lo que había escuchado le dieron ánimos para acercarse un poco más.

—Vuelve a estar sola. Debería avisarme, princesa. —fue lo primero que se le ocurrió decir. Pero con cierta decepción y nada de sorpresa, un silencio por parte de Gina fue lo que respondió a Edward

—Parece que no está muy habladora... —suspiró Edward resignado. Sabía que ella no querría hablarle... no después de cómo se había comportado. ¿Le pediría Gina que se fuera? quizás quería estar sola. Pero como la princesa no contestó a aquello tampoco, a Edward solo le quedaba como opción el dejarse sentir, y hablar acorde a ello.

—Lo siento. No debí actuar tan molesto con usted. —Edward suspiró, pensando en cómo seguir, mientras se tendía en el césped cerca de la princesa. —Tenía... tenía demasiadas cosas en la cabeza, pero admito que no dirigirle la palabra no soluciona ninguna. Espero que su cita haya ido bien. Iba usted preciosa. Como una estrella.

Edward sospechaba que su encuentro con Christian no había salido como lo esperado por Gina, y una egoísta parte de él se alegraba de eso. Pero la otra no, esa otra parte hubiera dado lo que fuera por que todo hubiera sido perfecto.

Hubiera dado lo que fuera con tal de que Gina fuese feliz.

Pero la princesa seguía sin contestar. ¿Tan enfadada estaba con Edward, que ahora le pagaba con la misma moneda? El general comenzó a creer que quizás debía marcharse, sería lo mejor. Pero por fin, Gina se dispuso a hablarle.

—¿Qué tendrán que ver las estrellas con la ropa? —susurró Gina.

—Nada. —contestó Edward como si fuera la cosa más obvia del mundo. —Tienen que ver con usted, princesa. Porque brillas.

Pensó lo mismo en la biblioteca, se decía aquellas palabra cada vez que miraba a la princesa a los ojos... Gina no parecía una estrella. Lo era. Y por mucho que Edward tratara de resistirse, ahora él orbitaba a su alrededor.

O no. ¡No! ¿Pero qué cosas estaba diciendo? ¡¿En qué estaba Edward pensando...?!

¿No ibas a dejar hablar a tu corazón...?

¡No! El corazón de Edward no hablaba así, en absoluto. Además, ¿qué clase de libertad acababa de tomarse al dirigirse de aquella forma? Rápidamente fue a corregir su error: —Brilla. Usted brilla, no brillas. Mis disculpas. No estaba atendiendo a mis palabras y...

—Está bien. Puedes tratarme de tú. —dijo Gina sin dar la cara a Edward. —Me llamo Gina.

—Edward. —este se puso de pie y tendió una mano a Gina para ayudarla a incorporarse, y esta vez ella sí la aceptó. Tras un instante en el que solo se miraron a los ojos, la princesa se levantó, pero al hacer fuerza, no pudo reprimir un quejido. Algo que a Edward no le pasó desapercibido. Sin preguntar, examinó de carca la muñeca de Gina, pudiendo ver perfectamente la amoratada zona, y algo parecido a la rabia se reflejó en su rostro.

—¿Cómo te has hecho esto? —preguntó deslizando su dedo por la herida. Aunque él ya lo sospechaba, y eso solo hacía más que aumentar su desprecio hacia Christian. ¿Cómo se había atrevido aquel desgraciado a ponerle un solo dedo encima...? Edward sentía que la ira hervía en sus venas. Él mismo se encargaría de aquel bastardo.

Prometo que yo te protegeré, princesa.

—No lo sé. Tampoco es tan importante. —respondió Gina en un deje de voz, nerviosa.

¿Por qué le defendía? ¿Por qué Gina no acusaba a su prometido? En su lugar, Gina retiró su brazo y se dirigió al carruaje, seguido de un confuso Edward.

—No creas que por tener la muñeca así vas a librarte de tus clases de defensa mañana, princesa. —trató de bromear Edward. —Nos vemos a las nueve en el campo de entrenamiento, mañana aprenderás cómo...

Edward enmudeció en cuanto el carro dio una sacudida que lo lanzó al asiento de enfrente, donde Gina se encontraba sentada. Reaccionó rápido y logró situar sus brazos a ambos lados de la cabeza de la princesa, evitando así aplastarla, pero el general pudo sentir cómo sus sentidos se nublaban por un momento. La tenía tan cerca... Pudo ver sus verdes iris al detalle, justo antes de que Gina cerrase los párpados aleteando sus largas pestañas, mientras instintivamente se preparaba para el impacto. Su boca rosada, ligeramente fruncida, algunos mechones de cabello que habían quedado atrapados bajo las manos de Edward... Gina estaba demasiado cerca.

Por ello, en cuanto el ambiente se calmo momentos más tarde, Edward bajó del carruaje más rápido de lo que habría querido.

Aire, necesito respirar...

Edward trató de devolver a su corazón un ritmo más normal, mientras se acercaba al frente a averiguar qué había alterado a los caballos de aquella forma.

Aunque no podía quejarse del resultado que había tenido aquello...

Pero cuando comenzaba a sentir que su cuerpo volvía a la normalidad, no pudo sino palidecer ante lo que vio. Con razón se asustaron los animales.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Gina poco más tarde al bajar ella también del carro. —¿Qué ha podido asustar a los caballos de esa manera?

—Un muerto.

...

Que Christian ¿QUÉ?

Lucha por Gina Edward, LUCHAA. Y ya luego ves qué haces con el cadáver nuevo. ¿Qué bruto el asesino no? Un conde, luego este desconocido... Menos mal que seguro que Edward tiene un plan. Si no lo tiene pueess... están un poco jodidillos. Pero no tanto como lo está Gina con Christian, ¿alguien se apunta a ir a por él a la antigua, con lanzas, rastrilllos y antorchas como sale en las pelis?

Mientras organizáis el plan yo me despido de este nuevo sábado de subida, recordad seguirme en @elpezliterario y @carala_nie, mis instas. Ahí publico adelaantoooss...

Un abrazo, Carla <3

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