CAPÍTULO IV
Gina
Qué horror
Qué horror
Qué terrible horror
Aquello era lo único que procesaba la cabeza de Gina tras la marcha de Edward de la biblioteca. ¡¿La habría visto mirándole?!. Ahg. Gina suplicaba que ahora Edward no pensara nada raro de ella...
"General tonto." se dijo Gina mientras apretaba los puños en una mezcla de rabia y vergüenza. "tonto, tonto, tonto. ¿A qué habrá venido él a la biblioteca? Si dudo mucho que sepa leer algo además de mapas y estrategias..."
Pero en ese momento Gina sintió cómo la nota que Edward dejó para ella se arrugaba en su mano. Claro, era eso. Había acudido a la biblioteca solo para darle esa irritante notita.
Y eso la molestó aún más. Aunque ni Gina misma sabía por qué.
¿Qué le importaba a ella que sólo hubiera ido a la biblioteca para transmitirle un mensaje? Ni que la princesa esperase que él hubiera ido a verla allí...
Solo estaba cumpliendo con su deber. Para algo era General, además de para hacer madrugar a Gina... Pero la princesa no tenía los problemas de Edward. Ella por su parte lo único a lo que debía atender era a una cita con Christian.
Su prometido.
Así que, decidida, Gina se levantó de nuevo de su sillón y en ese preciso instante vio a una sirvienta rondando por ahí, por lo que la llamó con la poca sutileza que había en ella en aquel momento.
—Tú —dijo la princesa lo suficientemente alto como para que la chica se girase hacia ella. —lleva mis libros a mis aposentos. En ese sillón hay uno y el resto están en aquella mesilla. Y hazlo rápido.
Tras aquello Gina, muy dignamente, comenzó a caminar muy decidida hacia su cuarto. Pero la voz de la chica interrumpió sus pasos.
—Pero... —comenzó la sirvienta con un deje de duda. —mi señora, no sé dónde está su cámara. No sabía siquiera que esto era una biblioteca hasta que he entrado...
Gina por fin se detuvo y examinó a la sirvienta, que rápidamente hizo una incómoda reverencia. La chica, de ojos melosos y cabello castaño, parecía ser algo más joven que la princesa, y a decir verdad, tenía un aspecto bastante desorientado.
—¿Acaso es usted nueva? No creo reconocerla... —preguntó Gina.
Aunque ella misma reconocía que no solía fijarse en la apariencia del servicio, aquella chica era bonita, seguro que de haberse cruzado con ella por algún pasillo le habría llamado la atención.
—Sí, me trasladé a trabajar en el palacio hace poco tiempo. —confirmó la sirvienta al mismo tiempo que se erguía y extendía una mano hacía Gina —Me llamo Bea... De Beatriz.
La princesa observó vacilante la mano que le tendía aquella chica. ¿Pretendía acaso que la tocase?
Incómoda, la princesa le dio la mano tratando de mantener el menor contacto posible con la sirvienta. Si ciertamente era nueva en el castillo, aún le quedaba bastante por aprender sobre Gina... Pero aquella chica parecía avispada, por lo que al ver la mueca comprometida que exhibió la princesa, rápidamente retiró su mano del apretón, y volvió a hacer una reverencia.
—No es usted de dar la mano, por lo que veo... Mis disculpas.
Acto seguido, Bea agarró los libros que Gina había mencionado anteriormente y sonriendo, preguntó:
—¿Sería tan amable de indicarme el camino hacia sus aposentos, mi princesa?
Estaba claro que era una chica dispuesta. Eso estaba bien.
—Claro. —respondió Gina sorprendida favorablemente por la actitud de la sirvienta. Y acto seguido se encaminaron juntas hacia la habitación de la princesa.
Una vez allí, Gina se contentó observando la expresión de deleite que se veía plasmada en el rostro de Bea, que observaba su habitación como si fuese el lugar más majestuoso de la Tierra. La princesa no tuvo prisa en decirle dónde podía colocar los libros, quiso permitir a Bea disfrutar un rato más.
—Este lugar es fantástico... Y gigantesco. —comentó ensimismada mientras, entre frases, no podía reprimir un variado repertorio de onomatopeyas de fascinación. La sirvienta continuó curioseando, hasta que vio sobre un maniquí que había preparado un vestido rosado pálido con bordados florales, aquel que se pondría para su cita con Christian esa noche.
—¿Aquel vestido es suyo? —preguntó Bea señalándole.
—Claro. —respondió Gina pacientemente. —¿de quién sería si no? Lo llevaré esta noche.
—Cierto... disculpe. —Bea agachó la cabeza avergonzada, pero luego volvió a mirar a Gina con decisión. —Mi princesa, lamento el atrevimiento pero ¿creo que podría sugerir otro color para el vestido...?
Bea terminó su pregunta hablando bajito, insegura. ¿Qué consecuencias tendría opinar sobre la ropa de la princesa? Pronto lo averiguaría...
Al ver que la chica se callaba y la miraba expectante, Gina gesticuló con la mano, invitándola a continuar.
—Si es esta noche cuando piensa llevarlo, le recomendaría un color más oscuro. Y ese rosa no tengo claro que vaya bien con su color de cabello... —luego Bea se lo pensó mejor y agachando de nuevo la cabeza, añadió: —Aunque seguro que todo lo que lleve puesto le hará ver magnífica, mi princesa.
Bea observó impaciente a Gina, pero su mirada era indescifrable. ¿Quizás había hecho mal en dar aquella opinión? Acababa de llegar a Palacio y ya iba a tener que marcharse...
—¿Y qué sugieres que vista, pues?
Esa pregunta paralizó a Bea. ¿La princesa le estaba pidiendo consejo? En ese caso Bea iba a hacer que no se arrepintiera de haber contado con ella.
...
Momentos más tarde, Gina se miraba a sí misma en el espejo, mientras Bea, concentrada, se esforzaba por ajustar bien aquel sencillo vestido de satén azul oscuro, que se amoldaba al cuerpo de la princesa, dejando al descubierto sus brazos ya que no tenía mangas. Bea lo acompañó con una capa del mismo color, que tenía un broche dorado en el centro, y tras ello decoró a la princesa con una gran cantidad de joyas doradas con intrincados motivos, los cuales hacían de soporte para zafiros y tanzanitas, a juego con el color del vestido.
Mientras Bea trataba de recogerle el pelo, Gina pensó que se veía espectacular. Inconscientemente se comparó a sí misma con un cielo estrellado, al ser su ropa tan oscura pero tener detalles dorados y brillantes como estrellas.
Christian iba a quedarse anonadado.
Aquella cita sería perfecta.
Pero irrumpiendo en sus pensamientos, entró en la alcoba Emy, la otra sirvienta. Al ver a Gina con aquel vestido, y a Bea tratando de peinarla, Emy ató cabos, y no llegó a una conclusión que le pareciera agradable.
—Mi señora, ¿acaso va a ir con ese vestido a su cita de esta noche?
Bea detuvo su trabajo, nerviosa. Pero Gina respondió calmada.
—Sí. Esta señorita me ha hecho una muy buena sugerencia y he decidido aceptar su criterio. De hecho, me gusta cómo luzco.
—Pero... mi señora, ya sabe lo mucho que a su prometido le gusta que vista ese color...
Ante ese comentario, Gina recordó un tanto incómoda como Christian la comparaba con un pastelito cada vez que vestía así. Pero ella quería sentirse bonita, no un pastel.
—Deje de reprochar. Me gusta la elección que Beatriz ha escogido.
—¿Beatriz? No me suena. ¿Acaso es nueva? Me está diciendo que llega a Palacio una sirvienta nueva, ¿y ya pretende saber más que yo, quien lleva sirviéndola desde hace años...? Además, ni siquiera sabe si ya tiene un puesto asignado. No pretenderás que una cualquiera trabaje para vos...
Y así, mientras Emy parloteaba indignada, Gina comprendió de momento lo molesto que debió haber sido para su padre tener que lidiar con sus reproches a lo largo de tantos años... Pero Emy tenía razón en una cosa ¿tendría ya un puesto asignado en el castillo Bea? Sin vacilaciones, le preguntó directamente.
—No, mi señora. Al llegar aquí me mandaron a la sala de trono para tener audiencia con su Majestad, pero no vieron necesaria una escolta para mí y acabé perdida. Hay demasiadas puertas en este castillo...
—No es necesario que te excuses. He decidido que serás mi sirvienta y compañía de ahora en adelante.
A Bea se le iluminaron los ojos a causa de la ilusión, pero Emy saltó, rabiosa.
—¿Y qué se supone que haré yo ahora? ¿Trabajar en las cocinas? ¿Es cierto que va a cambiarme por una sirvienta que simplemente he escogido un vestido bonito? Yo he hecho muchas más cosas por usted. Además, vengo de buena cuna. A saber de dónde ha salido ella.
Gina miró a Bea y su expresión triste y avergonzada, y luego a Emy. La segunda tenía el pelo rizado, castaño y ojos oscuros. Gina nunca le había dado demasiada importancia a observar el aspecto de su sirvienta, tampoco era tan importante. Pero sí que había algo en ella que Bea no tenía: experiencia. Pero la nueva sirvienta era un soplo de aire fresco, de pelo liso hasta los hombros y ojos brillantes de ilusión. Y Gina era la princesa. No tenía por qué elegir a una de las dos, simplemente, mantendría a ambas con ella. Sólo sería cuestión de tiempo que congeniaran...
Justo en aquel momento, un suave golpeteo en su puerta sacó a Gina de sus cavilaciones.
"Debe de ser Christian" —pensó Gina. Y reprimió una sonrisa ante la idea de que su prometido no hubiera podido esperar para verla en el prado, y que hubiera ido a recogerla a su cuarto. Emy velozmente, se adelantó a Bea y abrió la puerta, pero la sonrisa de Gina se desvaneció al descubrir que era Edward quien llamaba. Y la cara de este se volvió tan inexpresiva al ver a la princesa que dio miedo.
¿Será que no le gusta cómo me veo?
La princesa logró costosamente ocultar su decepción al no ver una respuesta más positiva por parte del General. Pero acalló esos pensamientos. ¿Qué le importaba a ella si ese generalucho carente de estilo no parecía apreciar su vestido? Nada. Cero. No le importaba nada.
O puede que un poquito...
No, no le importaba nada en absoluto. Recuperada la compostura, Gina se acercó a Edward para saber el por qué de su visita.
—¿Qué hace usted aquí? ¿No ves que solo está importunándome?
—Princesa, le recuerdo que mi trabajo es velar por usted, y si no me informa de sus salidas previstas hace de mi tarea una empresa muy difícil. Por suerte su Majestad me puso al tanto, y me ordenó que la escoltara. —y ante la mirada aburrida de Gina, Edward añadió con tono cansado: —No vaya a creer que mi pasatiempo preferido es el de vigilar a una señorita estando con su prometido... Y ahora vámonos para acabar ya con esto. —y sin más, Edward volvió a salir por la puerta por la que acababa de entrar, sin preocuparse siquiera en si Gina le estuviera siguiendo.
Alguien está de mal humor...
Era la segunda vez en el día que Gina veía a Edward, y no había rastro del bromista de aquella mañana en la biblioteca. ¿Le habría pasado algo? Aunque, pensándolo mejor, a Gina eso le daba igual. Tampoco es que le interesara la vida de su guardaespaldas...
En un denso silencio Edward, seguido a una distancia prudencial por Gina, se alejó de la habitación, dejando a Emy y Bea en mutua compañía.
Pronto, La princesa se montó en el carruaje, y no se sorprendió al ver que su guardaespaldas hacía lo mismo. Gina se fijó en que Edward trataba de no mirarla, y comenzó a preguntarse si es que habría hecho algo malo. ¿Quizás lo sucedido en la biblioteca le molestó? Gina giró la cabeza para mirar el paisaje a través de la ventana, avergonzada por lo que Edward pudiera ahora pensar de ella.
De vez en cuando, ambos saltaban sobre sus asientos debido al pedregoso camino, pero no interactuaban de ninguna forma. Cada uno estaba perdido en sus propias divagaciones.
Gina quería decir algo, hacer algo. Se retorcía un mechón de cabello, se alisaba la falda, jugueteaba con sus joyas... pero con nada lograba desprenderse de la tensión palpable en el carro.
—Entonces... —comenzó Gina sin saber bien qué decir. —¿Mañana comenzaré a aprender a defenderme?
—Si no está demasiado ocupada con su prometido...
Aquello descolocó a Gina. ¿Qué se supone que había hecho ella para que Edward actuase tan cortante? Si esa actitud era por lo sucedido en la biblioteca, Gina pensaba que era excesivo. La única que tenía motivos para enfadarse era ella.
Además aún no me ha dicho que voy preciosa.
"Eso no tiene nada que ver aquí" —se dijo Gina ante ese pensamiento.
Un poco sí
"No." —Aunque luego Gina lo pensó mejor, y decidió zanjar aquella conversación con sigo misma. —"Calla ya. Sí que tengo que estar deseosa de conversar para recurrir a hablar sola..."
Gina suspiró pesadamente en aquel momento, y eso logró que Edward levantase la vista hacia ella. No por mucho tiempo, pero al menos la miró. Entonces él carraspeó y anunció: —Ya hemos llegado.
Permanecieron unos segundos en silencio en los que Gina aprovechó para fijarse en cómo Edward tamborileaba los dedos sobre su rodilla, ¿nervioso, quizás?. Pero luego el General tomó la iniciativa y salió del carruaje, tendiéndole una mano a Gina para ayudarle a bajar. Pero ella la volvió a rechazar. "Estoy molesta con él, estoy molesta con él..." —se decía la princesa. —"no pienso aceptar su ayuda."
Lo único en lo que pensaba ahora era en dejar maravillado a su prometido.
Su querido Christian.
...
Os presento a Beatriz, uno de los pocos personajes que quedaban por presentar. Menos mal que la pobre se perdió, porque de no haberla encontrado Gina deambulando por ahí a saber qué trabajo le habrían dado... Pero a Emy no le ha hecho demasiada gracia el tener a otra sirvienta pululando cerca suya. Pero bueno, ya se harás amiguis (espero)
Y qué le pasará a Edward, para pagarlo así con Gina? No le ha dicho que está preciosa... *red flag*
Menos mal que Chris sí lo hará. Verdad?
Hasta aquí llega este sábado de subida, lo siento mucho pero tendré que mantener hasta la próxima semana la intriga...
Un abrazo, Carla <3
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