Capítulo 00
La quietud en la Primera Guardia se quebró abruptamente con el inesperado llanto de un bebé que resonó entre los árboles cubiertos de nieve. Los cinco lobos restantes, aunque sorprendidos, mantuvieron su compostura, sus orejas alerta y sus ojos escudriñando el entorno en busca de la fuente de aquel sonido desgarrador.
El alfa dominante, en un instante de determinación, se lanzó a la carrera en la dirección del llanto. Su forma lobezna le otorgó agudeza visual, y sus ojos rojizos destellaron con un brillo intensificado mientras se adentraba en la oscura arboleda. Cada músculo de su cuerpo se coordinaba con precisión en una carrera veloz, dejando huellas profundas en la nieve recién caída.
Los betas y alfas que conformaban la Primera Guardia se movieron al unísono, siguiendo el ágil paso del alfa dominante. Los betas, con ojos almendrados, y los alfas, con miradas firmes, se esforzaron por mantener el ritmo, sus formas lobunas permitiéndoles deslizarse por el terreno con una agilidad impresionante. Aunque la nieve dificultaba la carrera, el instinto y la urgencia los impulsaban hacia la fuente desconocida del llanto.
El bosque se convirtió en un escenario de contrastes: la blancura de la nieve, la oscuridad de los troncos de los árboles y la intensidad de los ojos rojos del alfa dominante que guiaban la expedición. Cada rincón estaba impregnado de misterio mientras la manada avanzaba hacia el origen del llanto, con la incertidumbre flotando en el aire como una sombra.
La Primera Guardia, aún envuelta en la urgencia de la búsqueda, se detuvo de repente al llegar al comandante del escuadrón, quien estaba de pie, sosteniendo algo delicadamente entre sus brazos. Un susurro de asombro y preocupación se extendió entre los lobos mientras observaban la escena.
—Jefe Thorin... —murmuró un alfa común al acercarse—. ¿Eso es?
Thorin asintió solemnemente, desvelando el misterioso objeto que sostenía con cuidado: un niño albino, envuelto en telas rescatadas de la nieve circundante. Los ojos de la Primera Guardia se ampliaron con sorpresa y compasión al ver al pequeño ser en brazos de su líder.
—Sí, es un niño albino —confirmó Thorin con un tono grave—. Es imposible que haya llegado hasta aquí solo. Tiene un par de horas de nacido.
La noticia conmovió a los lobos, quienes compartían miradas preocupadas y desconcertadas. Ante esta situación inesperada, Thorin se dirigió a los dos alfas ordinarios.
—Leif, Alaric, ustedes vayan a recorrer todos los límites y encuentren a los responsables de esta atrocidad —ordenó Thorin, su mirada denotando determinación.
Los alfas asintieron y se dispusieron a seguir las órdenes del comandante. Mientras tanto, otro miembro de la Primera Guardia, un beta llamado Hugo, se aproximó con cautela.
—Creo que puedo preparar leche caliente, comandante, pero no creo que sea suficiente para un recién nacido —comentó Hugo, un beta castaño con pecas salpicando su piel.
Thorin sostuvo la mirada de Hugo con gratitud y preocupación.
—No importa. Es hasta que volvamos al centro. Seguramente las nodrizas tendrán lo necesario —explicó Thorin, delineando un plan para el cuidado temporal del niño.
Leif y Alaric se pusieron en marcha, deslizándose entre los árboles y la nieve en busca de pistas que los llevaran hasta los culpables de tan despiadado acto. Mientras tanto, Hugo, con manos diestras y cuidadosas, sacó las provisiones de su mochila. El beta castaño y pecoso se movía con diligencia, preparando lo necesario para alimentar y reconfortar al pequeño recién nacido.
Théo, otro beta de la Primera Guardia, permanecía en guardia, atento a cualquier indicio de peligro. Aunque en su corazón albergaba dudas sobre la posibilidad de que los enemigos se aventuraran en el bosque Mondlicht Hain, recordaba la fuerza que la constelación les otorgaba en ese lugar sagrado.
Mientras tanto, Thorin, mantenía al niño en sus brazos, acunándolo con ternura. Aunque ya no lloraba, la fría temperatura del bosque había dejado al pequeño prácticamente helado. A pesar de que el niño era albino y, por ende, más resistente a los rigores del invierno, la vulnerabilidad inherente de un recién nacido requería cuidados inmediatos.
—No te preocupes, pequeño —murmuraba Thorin con suavidad, sintiendo el delicado pulso del bebé entre sus manos—. Vamos a calentarte.
El comandante sabía que el abandono de un ser tan vulnerable era inaceptable y cruel. Su mirada reflejaba una mezcla de compasión y determinación. A medida que sostenía al niño, se preguntaba quién podría haber cometido semejante acto. La furia del líder estaba latente, y la promesa de una severa represalia pesaba en sus pensamientos.
La escena estaba iluminada por la luna de la constelación de Orión, que derramaba su luz plateada sobre el bosque Mondlicht Hain. Thorin, sosteniendo al niño albino en sus brazos, sintió la necesidad de conectarse con el pequeño ser. Suavemente, tocó el cabello del niño, y en ese instante, algo mágico ocurrió. El resplandor del cabello del niño se sincronizó con la luz lunar, como si estuviera respondiendo a la presencia de la constelación. Fue un momento efímero, pero significativo, como si el pequeño estuviera comunicando algo a través de la conexión con la constelación.
Thorin suspiró, sorprendido por la extraña armonía entre el niño y la luz celestial. En ese preciso instante, los ojos del bebé se abrieron, revelando un color sorprendente: eran plateados. La rareza de ese matiz no pasó desapercibida para Thorin.
—Mira, Hugo, es un omega dominante —anunció Thorin, acercándose al beta que observaba la fogata en medio del bosque.
Hugo, con ojos amplios y sorprendidos, dirigió su atención al pequeño omega en los brazos de Thorin.
—Por la Luna, es cierto. ¿Quién habrá sido capaz de abandonar a un dominante? Son una variación muy rara... —comentó Hugo, dejando entrever su asombro ante la singularidad de la situación.
—Tal vez por esto. —Thorin mostró el cabello del niño y este resplandeció—. No es blanco, es plateado.
—¿Eso qué significa?
—No lo sé.
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