La consciente

Solo le dijeron que era la mejor escuela y ella decidió entrar, y a pesar de que a futuro no sabía con seguridad si sus críticas significaban un "me arrepiento de estar acá", siempre pensó que todo podía ser mejor y que no había impedimento para ello, por lo que todo lo que señaló, lo veía innecesario. Pensaba que era tan fácil como preguntarse "¿Por qué?", "¿Para qué?"; pero resulta que el cambio a bien solo se percibe cuando se prueba que existe.

Ella podía pensar todo lo que quisiera, porque de todas formas, su sentimiento ante las injusticias no pedía consentimiento para invadirla, solo lo hacía y le llevaba a actuar. Y sería ridículo compararla con una heroína o pensar que así se autodefine, porque simplemente se trata de que no tolera que algo sea innecesariamente injusto; como por ejemplo, la constante prueba a su paciencia que significó el primer año de la secundaria.

Asistió ilusionada a los días de adaptación, aquellos tres días en los que en uno se hace un poco de educación física, en otro se recorren las partes bonitas de la escuela y por último, se les da un discurso ideológico a los futuros alumnos. Dicho discurso de "nacionalismo escolar" como lo etiquetó ella tiempo después, parecía ser lo único en lo que estaban de acuerdo todos los docentes con respecto a la visión que tenían sobre la institución, ya que como si estuviera predeterminado en cada uno, los docentes reaccionaban de distintas maneras a situaciones, comportamientos o ideas, que consideraran erróneas bajo sus criterios. Era testigo de cómo las autoridades reprimían alumnos sin defender las normas del establecimiento o promover la convivencia y la paz, sino con tal de mantener el prestigio del colegio, alcanzar cierto parecido con lo que solía ser y, en caso de que se tratara de una disputa interpersonal, solo buscaban defender sus principios indiscutiblemente. El problema que ella veía en todo esto, es que si bien no era lo correcto, tampoco era lo mejor, porque muchas veces habían alumnos a los que se les juzgaba y sancionaba por lo que el profesor (por ejemplo) consideraba que era una falta de respeto. Incluso, hasta se aplicaba en base a ideologías de género anticuadas; como por ejemplo, aquella en la que los hombres no pueden usar aritos y las mujeres sí por ser damas, cuando se supone que no está permitido por una cuestión de seguridad y precaución. Y como mencioné anteriormente, no todos los docentes estaban de acuerdo con ese pensamiento respecto a los aritos, pero nadie lo contradecía porque estaban todos de acuerdo con cualquier acción que defendiera el orgullo colectivo de quienes forman parte de la institución, aunque eso incluya herir el de los alumnos que también son parte; y llegando con todo esto a veces, a defender lo indefendible.

Con la culpa sobre los alumnos, con cada decisión docente justificada y avalada por las demás autoridades, y con el hecho de que una segunda opinión siempre era un "acostumbrate a las injusticias"; la voluntad de los alumnos era aplastada, el pensamiento crítico era reprimido, el temor a fallar predominaba y, además, muchas veces el criterio autoritario colectivo dejaba de lado una serie de rasgos que sí debían corregirse urgentemente al empezar la secundaria, para que así no se desarrollen, como podría ser el maltrato verbal; pero en su lugar, llamaban la atención de quien se había teñido el pelo. De todas formas, ella no pensaba que nadie tachara faltas graves, sino, que no se esforzaban en intentar profundizar entre ideas para solucionar todos estos problemas. Y a pesar de que es un hecho que buscar erradicar estos problemas es difícil, ella estaba convencida de que era completamente necesario para el bien de toda la escuela, y sobre todo, para el bien de los alumnos, que son quienes están dentro de ese ambiente capaz de ser perjudicial para la salud mental; y son quienes están en estas instituciones para, con el paso del tiempo, ser el futuro del país.

Nuestra protagonista no toleraba que todos estuvieran obligados a lograr lo contrario a prepararse para vivir en sociedad. Y a pesar de que no tenía ni la más mínima idea de cómo enfrentar la situación de manera altruista, su sentimiento del deber y voluntad estaban presentes.

De momento, paró. Luego de cerrarlo, guardó el libro junto a su birome en el cajón del escritorio, y optó por descansar un par de minutos, mientras se permitía apreciar el bello sentimiento que le producía contemplar en su mente todo lo que significaba su arte para él, a pesar de apenas haber empezado. Después, se paró de su silla, se cambió de ropa, preparó algunos suministros de agua y comida, y salió de su casa llevando su bicicleta consigo hasta la entrada de la misma, para subirse, andar y llegar a donde el destino lo quisiera. Hacía tiempo no usaba su bicicleta, porque hacía tiempo que no se sentía de humor para usarla. Al llegar a un bello parque del cual conocía su existencia, pero apenas había visitado antes, se sentó en una banca apoyando su bicicleta a su lado; y luego de un buen tiempo apreciando las vistas, una mezcla de amargura y culpa combinados entraron discretamente en él al pensar en la escuela nuevamente. Era una lástima estar sentado frente a un lago rodeado de plantas y árboles, con el sol poniéndose, y sentirse de esa manera; pero una idea en su cabeza fue capaz de interrumpir la repentina aura oscura, porque pensando en eso, se planteó: ¿Y si incluyo esto en mi rutina? Se convenció, y decidió que con el fin de mejorar su integridad mental, en caso de que estuviera rebalsado de deberes y lo estuviera emocionalmente también; conduciría hasta ese lugar para hacerse responsable, ya sea de sus tareas, como de sí.

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