Indiferencia mutua

Tan solo teniendo la intención de influir sobre su entorno, tuvo más de un encuentro verbal con distintos profesores, aunque siempre bajo el respeto y en forma de debate. Era raro que se la escuchara, ya que la mayoría de las veces, la respuesta que recibía hacía énfasis en que ella no tenía por qué contestar a un docente, ya sea ante una opinión, como ante una orden. Y a causa de su persistencia, si es que no se le amenazaba con una sanción, se la ignoraba descaradamente. De todas formas, esto era involuntariamente para agrado de sus compañeros, ya que a pesar de que a casi todos les gustaba porque distraía al profesor, un compañero y una compañera comenzaron a tenerlo en cuenta como una nueva forma de ver.

Nadie la sancionó, pero sí fue citada a psicopedagogía y quien le dio el mensaje de que se le solicitaba allí, no quiso decir por qué pedían su presencia, por lo que tuvo que ir para averiguarlo, averiguar también qué tenían para decirle y con qué fin. Rogaba que de alguna manera le abrieran los ojos, la hicieran pensar, cuestionarse, cambiar de idea, o que la ayudaran a comprender algo que no veía; pero a la vez, veía venir que todo eso era mucho pedir.

Llegado el día y estando frente a la puerta de la oficina escolar, la golpeó suavemente y se le respondió que esperara, lo cual le pareció un poco curioso al entrar y ver que solo estaba la psicopedagoga. Pero no permitió que su mente se distrajera demasiado, prefería mantenerla atenta hasta que se interrumpiera la incertidumbre.

La psicopedagoga le pidió que se identificara, y luego de ubicarla mediante su apellido, curso y división, comenzó a hablar.

-¿Qué necesita?

-Me pidieron que viniera.

-Ah, cierto. Bueno, supongo que sabés de lo que vamos a hablar, ¿no?

Y en ausencia de una respuesta pero no de una mirada fija, la trabajadora continuó.

-¿Te gusta esta escuela?

Sabía que era la misma pregunta que le había hecho a todos los compañeros que pasaron por esa oficina, a pesar de que cada uno tuviera sus propios problemas. Aun así, respondió.

-No lo sé, no la conozco.

La psicopedagoga estaba concentrada en su mensaje, por lo que a pesar de que no tenía mucha relación con la respuesta, terminó dando un discurso sobre por qué debería gustarle la escuela, y por qué en lugar de contradecirles, debía amoldarse a la posición de los profesores. La bella alumna no se molestó en defender su posición, de lo contrario, dejó en su mente las palabras que señalarían que ella usaría su pensamiento crítico para tener una opinión sobre la escuela que formaría con el tiempo, y que si no quería amoldarse a una opinión indiferentemente ajena, no lo haría y defendería sus argumentos (respetando al oponente). Así que, supuestamente sin más para decir, se le dejó ir y salió de esa oficina pensando en algo en lo que invertir mejor su tiempo.

Se sentía extraña al caminar por los pasillos de la escuela luego de salir de la situación anterior. Esa oficina se sumaba a la lista de lugares que le daban pena y que prefería evitar dentro de lo posible. Aunque a pesar de su primer mala experiencia, no fue la última vez que se le obligó a sentarse en esa silla. Llamaban a su madre por teléfono celular y advertían que mandarían agentes sociales a la casa, por lo que responsabilizaba a su hija, quien bajo coacción, terminaba nuevamente frente a la misma mujer, viviendo una situación que consideraba innecesaria e inútil, una y otra vez.

Quería ir a la biblioteca, pero debía ir a quedarse en aquel curso en el que tenían a treinta y un personas hablando alto al mismo tiempo, mientras la profesora charlaba con una preceptora. De todas formas, no podía ir a la biblioteca sin antes pedir permiso a su docente responsable, la cual estaba en el curso; y ahí se dirigía, admirando durante el camino al gris de las paredes de interior, al revoque caído, a algunas ventanas rotas y a los grafittis hechos con útiles. Habiendo llegado, le preguntó a su profesora si podía ir a la biblioteca, pero no dejó de charlar con la preceptora de turno, y ya estando acostumbrada a esta situación, simplemente se fue. A punto de bajar las escaleras, alguien llamó su atención y volteando mientras revoleaba sus ojos, se preparaba para explicar por qué hacía lo que hacía, hasta que su mirada se cruzó con otra cuyos ojos no podía evitar admirar; por lo que calló su boca hasta que se decidió por responder "-Sí." ante la consulta de su compañera, quien preguntaba: "¿Puedo acompañarte?".

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