Capítulo 2

Pronto iba a amanecer, la fría oscuridad de la noche estaba a escasos segundos de desaparecer. Lucarius contemplaba el horizonte desde una de las atalayas del palacio, absortó en sus pensamientos. Al igual que el sol, pronto se alzaría en los cielos, iniciando un cambio completo en su mundo.

Se embarcaría en un viaje que le tomaría meses realizar, el reino de Viegerne se encontraba al otro extremo de su continente, el cual era conocido como Termina. El designio de su padre era claro: buscar toda información acerca de las criaturas griseas con forma humanoide.

Como en todo Termina, los demás reinos mantenían una postura conflictiva con Bijerne, lo que significaba que debía actuar de incógnita. Además, para mostrar su valía como guerrero y futuro gobernante, se le concedió el honor de aventurarse por su propia cuenta. Era la oportunidad perfecta para pulir su espíritu y desarrollar su propia visión del mundo. El rey Eldarión sabía que Lucarius debía vivir esta experiencia por su cuenta. Como guerrero de elite del reino, el príncipe estaba obligado a cumplir con su tarea.

Nadie en el reino toleraría su fracaso, sobre todo su padre.

—Príncipe Lucarius, lamento interrumpir su silencio —intervino Jin con una reverencia—. Aquí le traigo sus pertenecías y a su camalido, Fun —agregó desviando la mirada hacía el enorme reptil a su lado.

Un camalido era una noble criatura utilizada para viajar. Un lagarto de más de dos metros de largo, con un extenso cuello y feroces fauces. No podía cargar con grandes cantidades de peso, su función estaba enfocada en desplazarse con agilidad por cualquier terreno, sus fuertes garras y flexible cuerpo lo dotaban de versatilidad a la hora de moverse, junto a una increíble velocidad. También se desempeñaba en combates, las amarronadas escamas que lo cubrían resultaban en una confiable armadura, semejante a los metales más duros, logrando que fuese difícil de lastimar. O al menos, sin utilizar magia.

Los camalidos debían ser criados desde pequeños, de lo contrario era imposible domesticarlos. Sin embargo, una vez hecho, se aferrarían de por vida al compañero humano que escogieron, mostrando una lealtad incuestionable. Razón por la que era una criatura tan codiciada y de extrema fascinación en Bijerne.

—Gracias, Jin —dijo Lucarius, aceptando sus pertenencias y acariciando a Fun—. ¿Alguna recomendación, viejo amigo? —preguntó con curiosidad, buscando los consejos de una de las pocas personas en el reino que estimaba—. Como colega, no como espía y guerrero al servicio de mi padre —agregó con sutileza, buscando sus ojos.

El hombre con el cabello rociado de algunas canas blancas esbozo una sonrisa, perdiendo su semblante serio y reverente. Su rostro liberó expresiones sutiles y amigables, reflejando un notable compañerismo.

—¿Qué debería de ofrecerle a un hombre sediento? ¿O a una persona que el estomago le ruje de hambre? —Jin guardó silencio por unos instantes, dejando que el príncipe reflexionara—. Beba y coma hasta saciarse, mi príncipe —contestó con una cálida mueca de orgullo—. Viva y experimente el mundo, como tanto lo ha deseado.

Una vez más, Lucarius sintió aquel palpitar tan extraño en su pecho. Una ardiente emoción despertaba en él, algo que lo desconcertaba. No podía ocultar su entusiasmo y su cuerpo reflejaba una incontenible sonrisa.

—Sin embargo, no desvié su camino de la senda del rey Elderión —agregó Jin bajando la mirada, apagando la calidez del momento—. Nuestro deber está con él y nuestras espadas castigaran a quien sea que nos encomiende, sin excepción.

La advertencia para el príncipe era clara, si fallaba en cumplir con el seguimiento básico de su viaje, enviarían por él de inmediato. Y, en el peor de los casos, tendría desde un inicio a espías siguiéndolo, incluso podría ser Jin quien fuese por su cabeza.

—Espero entonces que nuestro encuentro sea tardío, viejo amigo —respondió con serenidad Lucarius.

Antes de despedirse, Lucarius le entrego su espada a Jin. El arma del príncipe estaba recubierta de un extraño mineral llamado "Mabsorbi", el cual dotaba de negro los objetos que recubría. Los únicos que usaban este mineral en sus armas y armaduras eran los Bijerianos, ya que les brindaba una cualidad muy particular: absorbían y cortaban con facilidad la magia.

Todas las demás personas del continente de Termina eran usuarios mágicos, lo que los incapacitaba de portar elementos recubiertos por Mabsorbi. La energía espiritual de su cuerpo sería absorbida si entraban en contacto con el mineral, debilitándolos y dejándolos inútiles.

En cambio, los Bijerianos eran los únicos seres sin magia. Pero lejos de ser una maldición, les otorgaba otras cualidades: portaban una fuerza natural sobrehumana. Además, sus ojos podían ver con claridad la energía espiritual de los demás, permitiendo lo que ellos llamaban "distinguir las conexiones de la magia". Era una habilidad perfecta para deshacer y repeler casi cualquier ataque mágico. Ellos eran considerados los guerreros anti-mágicos del continente.

Lucarius emprendería su viaje con una espada de acero normal, moviéndose por las fronteras de los diferentes reinos, evitando llamar mucho la atención. Incluso se había cortado su larga y ondula cabellera, dejándose al ras. Su piel morena y rasgos faciales serían más que suficientes para alertar a cualquier conocedor de la región de Bijerne. Compartía varias similitudes con su padre, desde el color de ojos y pelos, hasta algunas expresiones de su rostro. Razón por la que se ocultaba de su reflejo, era un recordatorio constante de su atadura por sangre.

—Que la sabiduría del rey Elderión acompañe su andar, mi príncipe —comentó Jin al ver como Lucarius montaba a Fu.

—Y que su espíritu nos de fuerza, Jin —completo la frase con la que se despedían en su reino.

Sin más que decir, y con la última reverencia de parte de Jin, Lucarius con un leve gritó le dio la orden de marchar a Fun. El reptil se lanzó por los aires con un potente saltó, aprovechando la altura en la que se encontraba, extendió sus extremidades para sacar una delgada membrana que se ocultaba entre ellas, permitiendo así planear por encima de la ciudad.

El sol se alzaba en el horizonte, recompensando al príncipe con su calidez y energía. Un sutil aroma al roció matutino lo despedía de su hogar, junto a la brisa que acariciaba su cuerpo, brindándole una fresca sensación de alivio y cambio. Su mirada se perdía en la lejanía, ansioso de llegar a aquel mundo nuevo del que tanto había estudiado durante toda su vida. En su mente revoleteaban las diferentes imágenes de criaturas y plantas mágicas, bosques que dotaban de colores extravagante las tierras y enormes aves que embellecían los cielos con sus danzas y silbidos.

Por el rabillo de sus ojos logró vislumbrar por ultima vez su ciudad, aquellas casas de piedra y barro, hechas especialmente de esa forma para evitar ser consumidas por las llamas en caso de entrar en guerra. Una arquitectura básica para dar lo mínimo de privacidad y evitar que los ciudadanos se acostumbraran a los lujos. Además, al ser fáciles de construir, no perdían tiempo en ello.

En ese instante, mientras el príncipe surcaba los cielos con su fiel compañero Fun, se dio cuenta de su verdadero sentir: la verdadera razón de su entusiasmo era alejarse de aquí y del mandato de su padre.

Una vez más, aquella sonrisa incontrolable se impuso en su rostro. Podía ver un futuro casi tan radiante como el sol que lo esperaba en el horizonte. Sin poder controlar su emoción, empezó a acariciar a Fun de manera nerviosa. Las ásperas y frías escamas del reptil siempre habían sido un buen calmante para él, solo que esta vez no era para buscar consuelo o valor, era un acto de reflejo ante unas emociones tan intensas como desconocidas.

Sin embargo, no debía cantar victoria todavía. Su viaje recién comenzaba. Antes de salir de Bijerne le esperaban unas largas semanas.


                 .............................................................................................


El mundo a sus pies se había vuelto un yermo. La vida de todo el lugar había sido consumida con éxito. Lo único que se veía a kilómetros eran las tierras agrietadas y el polvo ondulando por el viento. La estrella encargada de brindar la luz estaba a punto de apagarse, palpitando con debilidad y esmero, en un mísero intento de no ser consumida por la oscuridad.

Los cielos se teñían de color escarlata, otorgando un solemne momento, perfecto para rendir adoración a sus dioses. Su frente agradecía el tacto con aquel tosco y desabrido suelo, al igual que desnudaba su espíritu en intimas peticiones de guía y sabiduría. Él yacía de rodillas, anhelando que su clamor fuese escuchado.

Zanfanael se había apartado del resto de su ejercito para tener un momento de intimidad con su dios. Él era el gobernante de los Agracianos, una raza conocida por su distintiva piel grisácea.

—Padre de la existencia y amado Señor mío, te pido por todas las almas de este afortunado mundo —rogó con fervor Zanfanael, sintiendo una profunda compasión por todos los antiguos habitantes del lugar donde se encontraba—. Amado y grande Eyjhud, tu siervo ha cumplido su designio una vez más. Y, una vez más, solicito escuchar tu voz para dictaminar mi siguiente objetivo.

Zanfanael se quedó en silencio y aguardo con serenidad por su respuesta. Al cabo de unos instantes, fue invadido por una eufórica e incomparable sensación. Los tatuajes de su cuerpo, diseñados con forma de espirales de color esmeralda, se iluminaron con intensidad, trasladando su mente a un periodo de éxtasis. 

—¡Lo veo, Padre Eyjhud! ¡Lo veo con claridad! —gritó a todo pulmón, consumido por sus emociones—. ¡Tú siervo guiara a los... humanos y a su mundo a Tú presencia!

El intenso momento ceso, tan veloz como apareció. Zanfanael se puso de pie esbozando una gigantesca sonrisa, sacando a relucir sus enormes colmillos. Mientras su mirada se alzaba en el cielo escarlata, su mente comenzaba a enmarañar su siguiente plan de conquista. Los Agracianos viajaban de mundo en mundo en búsqueda de la esencia de Eyjhud, aquella que el dios había repartido en los seres vivos para que reinaran sobre sus tierras. Era lo que dotaba a las especies de magia.

Sin perder más tiempo, marchó hacía donde estaban los demás Agracianos esperándolos. Zanfanael disfrutaba del calmado trayecto, aún gozaba de su encuentro con su dios. Susurraba leves alabanzas y canticos religiosos para seguir disfrutando de su compañía. La cálida brisa revoloteaba su blanco y largo cabello, creando así un momento apacible.

—Zanfanael está de regreso —se escucho en el campamento, dándole la bienvenida con un estruendoso Yaiuk, un cuerno mágico utilizado para comunicar sencillos avisos.

Ciento de miles de soldados acudieron al llamado, entrando en posición de espera. Toda la planicie se tiño del morado de las armaduras que portaban, luciendo con orgullo aquel porte tan intimidante que los caracterizaba. En el centro del campamento se alzaban tres gigantescas puertas, decoradas con diferentes pinturas y sellos, cargados de conocimiento y magia antigua. Solo los mejores eruditos podían realizar tan místico ritual. El suelo brillaba con círculos de color rojizos, que danzaban en diferentes espirales, similares a los tatuajes de Zanfanael.

—¡Eyjhud lo ha declarado! —gritó Zanfanael, cesando al instante todo movimiento y ruido en lugar—. El siguiente mundo es perteneciente a una raza conocida como "humanos" —sentenció con un notable entusiasmo.

Con sutileza se puso de cuclillas y comenzó a dibujar en el suelo, deslizando su afilada uña por el duro y seco terreno. Dos pequeñas puertas fueron trazadas de manera simplista, provocando una pequeña mueca satisfacción en su rostro. Los ojos violáceos de él centellaban con intensidad, reflejando un momento admiración en todas sus tropas. El ambiente era absorbido por cada movimiento que realizaba el incuestionable gobernante.

El aire seco que lo rodeaba se cargaba de magia, pequeñas partículas blancas como la nieve revoloteaban de un lado a otro, hasta que fueron guiadas por las manos de Zanfanael, hallando su final en sus dibujos. Sus dedos se cerraron, como si se tratasen de las fauces de un animal salvaje, arañando con fuerza el suelo y desbaratando sus dos ilustraciones.

Al mismo tiempo, dos de las tres puertas que se erguían delante de todos, sufrieron el mismo destino, desmoronándose en pedazos, dejando en su lugar una nube de polvo y un estruendoso eco.

Zanfanael se acercó a la única de las puertas que quedaba y se detuvo para contemplarla. Un pequeño brillo esmeralda palpitaba en su interior, era la muestra de que aún no estaba lista.

—¡Dentro de poco, mis hermanos, los exploradores que mandamos abrirán la puerta para la invasión! —anunció con esmeró, sus gestos llenos de gracia deleitaban a sus seguidores—. Una vez que reúnan la suficiente esencia de Eyjhud, caeremos a salvar a nuestra octava raza. ¡Los guiaremos de nuevo con el creador y gozaremos del mundo que han preparado para nosotros!

Todos rugieron y alzaron la voz festejando su siguiente conquista. Ansiaban viajar a su siguiente objetivo, ya no tenía nada más que hacer en este desolado paramo, habían consumido toda la magia y recursos del desdichado planeta.

—Comiencen a preparar los altares de conexión —ordenó acallando a todos.

El destino de Termina estaba sellado, los Agrácianos eran feroces conquistadores que no descansarían hasta cumplir con los deseos de su gobernante. Cargados de orgullo y un coraje ganado a través de incontables victorias, marcharían sin dudar a la guerra. Además, pocos eran los ejércitos que podían defenderse de sus interminables números y sanguinario instinto.

Aquellos mundos donde ponían los ojos, no les esperaba más que un desesperanzador final.

—Solo esperen "humanos", pronto iremos a salvarlos... —susurró Zanfanael, empezando todos los preparativos para la invasión. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top