III


—¿Estás segura de que es lo correcto?

Theodora apuntó a Gabriel con la linterna que sacó de su sótano, encandilando al chico con su luz.

—Lo estoy —respondió viendo su arrugada expresión—. Sabes que no estás obligado a venir, ¿verdad?

—Quiero hacerlo —La determinación del muchacho provocó una sonrisa en Theodora Mart—. Quiero ver lo que tú viste.

Y ella apreciaba el entusiasmo de su compañero de Matemáticas. Pero por sobre todas las cosas, que no la juzgara de lo antes y después de ver las luces en la lejanía del colegio. Podía estarse amarrando a lo que sus ojos detallaron y compararlo con algo más, sin embargo la coincidencia con las palabras de ella fueron un punto que seguro jugaron a favor de su tolerancia.

Después de dejar la sala de Astronomía, bajaron por el mismo sitio desde donde subieron. Theodora y Gabriel sabían que por las noches, algunos auxiliares vigilaban el colegio paseando por los oscuros pasillos; el ser descubiertos se tomaría como una expulsión sin reclamo, sobre todo porque forzaron su entrada. Gabriel lo entendía perfectamente, pues una vez lo pillaron saltando una de las paredes hacia el interior; aquella vez solo recibió una advertencia, la próxima sería expulsión.

Theodora se aventajó del tiempo y la distancia en la que su casa quedaba. La meditación no cobró existencia cuando el impulso por aventurarse en el bosque la sedujo. Abstraída por lo que mucho tiempo buscó, partió directo en busca de la linterna que su padre adoptivo guardaba en caso de algún apagón. Gabriel la siguió detrás, uniéndose a la incertidumbre de lo que se encontraba más allá.

Podían ser la mezcla perfecta; Theodora lo guiaría por el bosque hacia el sufragio curioso de un descubrimiento que traería consigo una marca más para la ciudad llena de misterios. El cambio que desató el antes y el después de The Noose, y el porqué se hizo tan murmurada entre los visitantes de otras ciudades. Gabriel, por su parte, tenía sus hojas y lápiz, el poder de plasmar lo que sus ojos relatarían.

¿Podía ser aquello el cambio que traería consigo una perspectiva nueva para sus reputaciones? Tal vez... Quizá dejarían de ser la chica creyente en lo imposible y el chico comparado por un demonio.

Ese fue uno de los principales motivos que moldeaban los pensamientos de Theodora y Gabriel.

Theodora Mart sentía los oídos tapados en los latidos de su desenfrenado corazón. La conjetura de la existencia apropiada a decir que la existencia de algo más tendría por fin un desenlace para ella. Después de tanto tiempo esperando que la luz apareciera, nada la detendría ahora. La esperanza danzaba en su pecho a un ritmo que se aceleraba con el frenesí adictivo de sus recuerdos aglomerados en la cabeza. Los pasos firmes resonaban entre la tierra y la hierba seca, similar a cuando era una niña. La adrenalina corría por sus venas extasiándola incluso al detenerse en el frontis del bosque, admirando su grandeza. Supo que ella era tan pequeña comparada con todo lo que faltaba descubrir.

—El bosque de Rehon —musitó Gabriel a su lado.

—No —dijo ella—, este bosque dejó de pertenecerle hace mucho. Ahora es el bosque de ellos y nuestro.

Volvieron a reposar sus ojos en la luz que se encendía y apagaba. Estaban de pie frente a lo ilógico, porque ninguna luz anterior se comparaba con la grandeza de ésta. La luz continuaba, sumergiéndolos en la duda, luego en la espera y, tras unos minutos en silencio, una teoría...

—Es un patrón —comentó Theodora, sin poder digerir lo que acababa de ocurrírsele— ¡Se están comunicando con nosotros!

El ceño fruncido de Gabriel formó otra arruga oyendo la teoría de su compañera. Se volvió, escéptico, hacia el bosque. La luz se entendía por un tiempo prolongado, se apagaba luego, volvía a la luz con un corto periodo de tiempo. En efecto: Theodora tenía la razón.

—¿Qué querrán decir?

—No lo sé.

El silencio sepultó el grado de entusiasmo que Theodora Mart portaba. Si era cierta su hipótesis, entonces ocupaban el código Morse, que ella no lo conocía. Había oído de él muchas veces, sobre su uso, pero jamás se cruzó por su cabeza que llegaría el momento de usarlo. Así que decidió probar suerte con su linterna.

Temblando, colocó la linterna entre sus manos y jugó con ella, encendiéndola y apagándola, en el intervalo de segundos en que la luz desde el bosque se extinguía. Se aventuró coordinando el mismo patrón, aunque no del todo correcto. Usaba la linterna para ver entre los árboles qué aguardaba en las fauces.

De pronto, sorpresivamente, la luz intensa se tornó amable y cálida; como una bienvenida a investigar qué se ocultaba en el centro del bosque.

La cuota de lo ilógico rozó el pensamiento del chico, quien se llenó de asombro al ver cómo Theodora pretendía avanzar hacia el interior del bosque, apresada por la luz que parecía decir su nombre.

Se apresuró en detenerla del brazo.

—Yo iré contigo.

—Puede ser peligroso —advirtió Theodora con palabras temblorosas.

Y lo fue. Entrar en ese bosque resultó ser la peor idea que Theodora Mart y Gabriel pudieron haber hecho.

Theodora Mart se aferró a la linterna haciendo uso de ella para no caer con el intrincado camino que se presentaba ante ella. El furor de complementarse en el bosque llamaba a la idea de especular cómo sería su nuevo encuentro, ya a años de haber visto aquella luz. Tener que enfrentar a la figura borrosa de la primera vez, alimentaba cada paso que daba. Sin embargo, continuaba llenándose de nervios.

A su lado, Gabriel lucía más temeroso que ella, más aún sin haber tenido ninguna clase de encuentro con lo paranormal. Él solo era un chico con mala fama, nunca vio algo fuera de lo común. El encuentro con un ser del más allá sería el primero... Y también el último.

—Espera.

Theodora alzó una mano para que su compañero se detuviera. Él no lo había notado antes por estar sumido en sus pavorosos pensamientos; pero un sonido, como el castañeo de dientes mezclado con chasquidos emitidos con la garganta, se prolongaban por toda la espesura del bosque. Ya no había luz más que la de linterna.

—¿Eso es...

—Creo que son ellos. —Ese «ellos» no le pareció agradable a Gabriel. ¿Cuántos eran? Mientras más, peor se sintió. Aún así, buscó el medio para sacar su croquera y lápiz.

Haciendo uso de la linterna, Theodora buscó entre los arboles alguna aparición, alguna figura, alguna señal de vida además de los sonidos extraños. Trató de comunicarse con ellos con el patrón que apenas había memorizado.

Los sonidos emitidos, ajenos a ellos y todo lo que alguna vez habían escuchado, comenzaron a sentirse más y más cercanos. Theodora daba vueltas y vueltas en busca de sus orígenes, quería verlo con sus ojos, no perderse detalle alguno. Entonces, en vista que no podría comunicarse con la linterna, se aventuró en hablarle como lo haría un ser humano, usando su lado racional, claro.

Se aclaró la garganta y calmó sus violentos movimientos coludidos con el miedo.

—S-soy Theodora Mart —habló—, ese es mi nombre. Soy de The Noose. Hace mucho tiempo, alrededor de cinco años, vi su luz... La misma luz que hoy me atrajo ante ustedes. No vengo a hacerles daño, y espero que ustedes tampoco quieran hacernos lo mismo. Venimos... en paz.

Los sonidos cesaron. Theodora giró en su lugar buscando el indicio de vida que por tanto tiempo buscó. Pero, sea quienes sean los que se presentaron en la sombría habitación del bosque, no querían mostrarse aún.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Gabriel, quieto como una estatua.

—No lo sé —respondió Thedora en forma de susurro—. Si salimos ahora, puede ser peli...

Se silenció. El destello de la linterna logró dar con un árbol que ocultaba desde el otro lado una figura con la misma textura del tronco. Una forma de camuflaje que lo hacía pasar desapercibido, pero que con un movimiento logró delatarse. Los dedos alargados y delgados quedaron sellados en las pupilas de la chica.

—He visto el brazo de uno —continuó diciendo, apenas moviendo sus labios. Suavizó sus movimientos con la linterna, agudizando el avistamiento de otros más—. Y otro.

—No me gusta esto —confesó Gabriel—, nos están rodeando.

Y así era. Cada vez la presencia de algo más sumía la poca estabilidad que Theodora y Gabriel tenían antes de incorporarse al bosque. Los sonidos ya no formulaban inquietud, no obstante, las pisadas y crujir de hojas inquietaba a los dos jóvenes aventureros, cegados por la curiosidad.

—Vámonos —apremió Theodora dando un paso hacia atrás.

Su acción trajo como consecuencia el levantamiento de los chasquidos y la cegadora luz que de niña vio. Le pareció más potente, menos acogedora. Quemaba su piel y ojos con una lentitud angustiante. Contraría su cordura a un punto nulo, donde los pensamientos consistían en cubrirse. Y de pronto el exceso de luz y sonidos ajenos se volvieron tan cercanos que la desesperación se apoderó de todo. Absolutamente todo.

A continuación, Theodora solo escuchó un grito originario de su compañero Gabriel. Uno que adormeció su cabeza y tapó sus oídos con un pitido que pesaba. Cayó al suelo sin ver nada, comprendiendo que el ser humano puede adaptarse a la oscuridad, pero jamás a la luz. Que su devastador encuentro era lo que realmente la había cegado sin prever lo que se encontraría.

En el suelo, hecha un ovillo, ocultando su rostro del mundo, Theodora Mart se encontró con la soledad misma. El frío del bosque, la falta de luz. La linterna apuntando a la nada. La fría tierra del bosque tocando su mejilla. El desamparo de su obsesión. Un dibujo hecho en una croquera.

Nada más.

Se levantó del suelo, agarró la linterna y buscó el paradero de su compañero. Se meció entre los árboles y la incertidumbre de su desaparición. Llamó a su nombre hasta que no tuvo pulmones.

No supo explicar cómo se dieron las cosas; como la luz ya no estaba, ni el ruido, ni los gritos de Gabriel. Estaba sola en medio del bosque una vez más, con el dibujo de Gabriel sin terminar.

Aquellos seres se llevaron a la única persona que creyó en sus palabras y ayudó.

Theodora Mart salió del bosque corriendo lo más fuerte que su descompuesto cuerpo pudo brindar. Abstraída por el encuentro, corrió hacia la comisaría más cercana para explicar lo que acababa de sucederle, la desaparición de Gabriel, los chasquidos y la luz.

—¿Qué demonios dices, niña? —pregunto uno de los policías.

—¡Debe creerme! —exclamaba con histerismo Theodora, repitiendo una vez más el suceso que llevó a ser tratada como una loca sin reparo—. Se llevaron a mi compañero, dejaron esto.

Pero ni siquiera el dibujo que Gabriel dejó pudo convencer a los policías, o sus padres adoptivos; todos los que veían el dibujo creían que se trataban de garabatos que solo un adolescente con creatividad podría hacer. Además, para infortunio de Theodora, la oscuridad no favorecía del todo a su compañero dibujante, pues el dibujo no lograba mostrar con veracidad su infame encuentro con los seres ajenos a este planeta.

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