Capítulo 24: Alistair

No sabía como gritarle que se apartara.

Quería arrastrarla fuera de allí.

Simplemente saber que estaba tan cerca de dos espadas me revolvía el estómago.

―¡Keith que se supone que haces!― grité intentando por todos los medios que se diera cuenta de lo cerca que Elizabeth estaba

―¡Tu tomas mis decisiones y yo tomo las mías!

Si la pasaba algo iba a matarles. A los dos. Les iba a hacer añicos.

En el momento en el que la vi acercarse aún más en un intento desesperado de parar la pelea supe que tenía que intervenir, pero a penas me dio tiempo a dar un paso al frente , en un lapsus de tiempo que no fui capaz de procesar, el inepto de Wellington intentó herir a Keith en un torpe movimiento que esquivó sin problemas pero que a ella no la dio tiempo a prever y la espada la rasgó el costado. 

La sangre comenzó a brotar inundando su vestido y mi mundo paró. Su mirada asustada me buscó y se comenzó a desplomar ante mis ojos.

En ese preciso momento algo también colapsó dentro de mí. Cada pensamiento y sentimiento que llevaba reprimiendo todo el día brotó en forma del grito más desgarrador que jamás había salido de mi boca.

Corrí hacia ella, intentando alcanzarla antes de que cayera al suelo.

―Alistair yo...yo no sé― Keith miraba la escena aterrado mientras yo la levantaba en mis brazos incapaz de prestar atención a algo que no fuese ella.― voy a llamar a un galeno

Permanecía entre mis brazos completamente inerte, su piel abandonó su natural color rosado, el rubor de sus mejillas desapareció, sus labios perdieron su tono rosáceo....observé horrorizado notando como la vida se escapaba de su cuerpo y en consecuencia la razón abandonaba el mío

―No, no, no, no― Wellington tiró la espada al suelo mientras hizo ademán de acercarse y yo de una patada le tiré al suelo

―¡Ni se te ocurra acercarte a ella!

No podía pensar con claridad. La pegué más a mi cuerpo entre mis brazos y me apresuré a entrar en el castillo

―¡Un médico!― grité fuera de mi 

La comitiva inglesa alertada por los gritos se apresuró a mi y al ver a Elizabeth entre mis brazos enloqueció

―¡Que la habéis hecho salvaje!― su padrino quiso examinarla y le aparté de un empujón

―¡Nadie va a tocarla salvo un médico!

Comprobé con desesperación que aunque débilmente, seguía respirando. 

El corazón parecía que se me iba a salir del pecho.

No podía perderla.

―¡Alistair!― la voz de Sienna corrió en mi auxilio― ¡Dios mío que ha ocurrido! ¡Elizabeth!

―Ella...lord Wellington...― me esforcé por articular una frase coherente que no brotó de mi boca― la ha herido...necesitamos un médico

Sienna vio el terror en mis ojos e intentó tranquilizarme― Voy a ir a buscar a Kester, todo va a salir bien, súbela a tu alcoba

―¡Mi ahijada no va a subir a tu alcoba!

―¡Apártate si no quieres que te decapite!― grité comenzando a subir las escaleras.

Observé con angustia el rastro de sangre que iba dejando a su paso e intenté frenar el sangrado con mi mano. 

Había visto muchas heridas de guerra, me había criado en medio de ellas, jamás me dio miedo la sangre derramada, pero por primera vez la idea de que esa herida era suya me hacía querer morir.

Abrí de una patada el fuerte portón de mi cámara y la recosté en la cama. Me arranqué la manga de la camisola e intenté hacer un torniquete pero la tela rápidamente  se empapó. Su rostro pálido se contrajo con debilidad ante mi toque del dolor.

―Por favor...por favor aguanta

―Alistair― Kester entró en la habitación seguido de Sienna y Keith― necesito que te apartes para examinarla

―No me voy a mover de aquí

―No te estoy pidiendo que te marches, solo te pido que te coloques para que pueda ver la herida

A regaña dientes, me moví al otro lado de la cama y tomé su mano.

Bajo mi atenta mirada levantado el vestido dejando el camisón hasta la altura de la herida― El corset la ha salvado la vida, hubiera sido una herida más profunda de no ser por él.― Rozó la herida y Elisabeth volvió a revolverse ligeramente―Hay que coser o se desangrará― se giró en dirección a Sienna― haz que hagan una infusión con mandrágora, necesito paños limpio, una palangana y jarras con agua

―Sed sincero ¿Corre peligro su vida?― pregunté sin despegar la vista de ella

Tardó unos segundos en responder, como si tuviese que elegir cuidadosamente como expresarme la noticia.

―La herida no es profunda, el desmayo habrá sido por la impresión, pero...esta débil por toda la sangre perdida y si desgraciadamente el corte le causa una infección...habrá poco que yo pueda hacer 

Me aferré con más fuerza a su mano, como si el que necesitara su ayuda fuera yo.

―Por favor ― susurré― por favor Dios no te la lleves

Kester alistó sus instrumentos que parecían de tortura en la cama y esperó a que Sienna regresara

―Laird puedes que lo mejor sea que esperéis fuera, tal vez no sea apropiado que vea...― señaló su vientre desnudo y yo negué

―Como si tengo que cerrarle yo la herida y prescindir de vos, pero no voy a abandonar la alcoba

Rocé su pelo empapado en sudor sin dejar de sujetar su mano y miré la puerta impaciente por que apareciese Sienna. 

Iona entró en la estancia y al ver a Elizabeth dio un respingo― ¿Q-qué ha pasado, he escuchado ruidos y...?

A su lado Evan interrumpió claramente agobiado por la carrera desde fuera y en cuanto vio el vientre desnudo de Elizabeth y la sangre que brotaba de él, sus ojos se nublaron

―Dios mío yo...― reparó en mi presencia y en como mis manos se cernían sobre su mano y su pelo y no ocultó su sorpresa pero no dijo nada

Sienna apareció por fin seguida de un par de damas y todo lo necesario

―Todo el que no sea el laird y estas tres mujeres, debéis abandonar la alcoba― exigió Kester comenzando a limpiar la herida

―Soy su prometido― Evan dio un paso al frente― yo debo ser el que la acompañe

Ignoré su demanda. Rocé su mejilla más fría de lo habitual y deseé con todas mis fuerzas que abriese los ojos y poder ver ese violeta una vez más.

―Suficiente has hecho ya―le espetó Sienna señalándole la puerta 

―No lo entiendo que hace él aquí...― se resistió

Levanté la mirada y fue la única vez que en mis ojos se podía leer la súplica.

―Por favor.... deja que me quede con ella― el duque parecía tan consternado por haber escuchado de mi boca una plegaria que asintió con aspecto confuso y abandonó la estancia.

Yo. Alistair MacLaren, acababa de rogar al duque de Wellington.

Bernlack e Iona cerraron las puertas de alcoba por fuera no sin antes santiguarse.

―Tiene que beber la infusión― Kester me acercó la taza― es muy probable que tenga delirios por la noche y la de algo de fiebre, no os asustéis si ocurre.

La incorporé un poco con delicadeza para evitar que se ahogase cuando la pusiera el líquido en la boca ―Tienes que beber un poco― susurré y aunque no hubo respuesta verbal por su parte tragó. Cuando la taza estaba vacía la volví a recostar sin soltarle la mano.

―Alistair...― susurró con debilidad sin abrir los ojos y mi corazón dio un vuelco

―Estoy aquí, no me voy a ir a ningún lado, estoy a tu lado―su rostro pareció relajarse y sucumbió al efecto analgésico de la mandrágora

Kester se santiguó y comenzó a limpiar la herida bajo mi atenta mirada. Revise cada toque y roce, cada vez que clavaba la aguja en su cuerpo me inundaban unas ganas de vomitar inmensas y comprobaba que su cara no diese muestras de dolor.

Durante unos minutos dejaba de tener veintinueve años y volvía a tener siete, observando como sin éxito, los galenos intentaban salvarle la vida a mi madre, después de la hemorragia causada por el parto. Recordaba a mi padre, aferrado a su mano durante las horas de la intervención, aferrado incluso horas después de ser declarada su muerte.

"―Hemos hecho todo lo posible laird pero...― susurró uno de los galenos mientras mi padre asentía mirando el cuerpo de mi madre sin dejar de soltar su mano. 

―Dejadnos a solas por favor― les pidió

El llanto de fondo de un bebé. Desesperado. Buscando a su madre.

El ruido de los galenos recogiendo sus utensilios

El charco enorme charco de sangre que manchaba toda la cama

La vida de mi madre apagándose 

―Alistair― susurró acariciando mi pelo― cuida de tu padre. Te va a necesitar.

Sus ojos ámbares casi sin vida se posaron en mi padre― Guardad fuerzas― murmuró con un hilo de voz padretus hijos te necesitanyo te necesito

―Bien sabes igual que yo, que me estoy muriendo Lean...― esbozó una pequeña sonrisa― pero volvería a morir así mil veces si es el precio a pagar por haber vivido junto a ti

―No me dejes por favor― ahora sí, se desmoronó― por favor te lo suplico Maela

―Quiero ver a mi hija, una vez, por favor

Padre, se levantó y sacó a Sienna de la cuna dónde los galenos la habían dejado y la acercó a la cama. Madre sonrió con tristeza y me miró― Se parece mucho a ti. Mi niño precioso. Siempre voy a cuidarte, no estés triste― me rozó la mejilla limpiando mis lágrimas, señalando el cielo― Desde ahí. Cuando me eches de menos solo tienes que mirar el cielo― tomó su último aliento y una pequeña lágrima resbaló por su mejilla― Adiós

Padre solo tuvo el tiempo suficiente para dejar a Sienna en el lugar de antes, antes de caer al suelo con un grito de dolor. No solo murió madre, también una parte de padre que se aferró a su cuerpo inerte y jamás volvió a ser el mismo."

Me sentía como mi padre y es que vendería mi alma al mismísimo diablo si con ello, ella vive. Jamás pensé que se podía sentir tanto. Como la persona que más me había desafiado, la más insolente e impertinente de Inglaterra, había conseguido devolverme a la vida.

Quería volver a ver sus mágicos ojos violetas, la preciosa sonrisa que su boca esbozaba cada vez que Keith suelta una chanza, como sus carrillos se ruborizaban con solo mi contacto, su ceño fruncido cada vez que me saltaba sus protocolos. Su risa, la más hermosa que mis oídos habían escuchado cuando montaba a caballo, su porte regio que hacía que a veces la temiese y que todo aquel que se cruzaba con ella la respetase, su suave voz que cada vez que solo con escucharla se me erizara la piel.

Desde la primera vez que la vi, con sus aires de superioridad, enfrentándose a mi y a mis hombres, como si nada, no había podido sacármela de la cabeza. Cada momento a su lado, se quedaba grabado en mi memoria como una cicatriz que por mucho que lo intentara sabía que siempre se quedaría ahí. Después de nuestro primer encuentro, imaginármela viviendo en las garras de los Wellington se me hacía completamente insoportable y sentía el más profundo de los orgullos cuando a lo largo de las semanas, la vi encontrarse, experimentar, vivir por primera vez. 

Había estado a punto de renunciar a ella, de entregársela en bandeja de plata a una vida que sabía que odiaría. Por primera vez en mi vida había sido un cobarde. Pero mi egoísmo me nublaba el juicio, la quería para mí. Quería haberle gritado que quería desposarme con ella, que no hay nada que desease más que hacerla la señora de Balquhidder, entregarle mis dominios, mi familia, mis sirvientes. Entregarme yo. Completamente. A sus pies.

Por que ninguna espada que me hayan clavado equiparaba el dolor de imaginarla en los brazos de otro. Encerrada en Berwick en una vida monótona, viendo como su luz se apagaba día a día, teniendo sus hijos y no los míos, sabiendo que otro disfrutaría de sus sonrisas, sus bromas, sus caricias y sus labios.

Unos labios que llevaba tanto tiempo probar que cuando por fin lo hice, el cielo tembló y yo sentí que estaba degustando un pedazo del paraíso. Solo con imaginar que otro pudiera besarlos como yo por primera vez, me daban ganas de vomitar.

Y es que me aterraba saber lo peligroso que era ser consciente de que hay nada en este mundo que no estuviese dispuesto a sacrificar por ella.

―Hasta aquí, puedo hacer yo― Kester acabó de limpiar lo cosido y se separó de la cama― el resto...es trabajo de Dios

Asentí ― Yo me quedaré de guardia por la noche

Kester no lo consideró apropiado. Lo vi la expresión de desaprobación en su rostro pero no me importó

―Alistair no me importa quedarme yo...― se ofreció Sienna pero yo negué

―No, no voy a desperdiciar ni un minuto más de mi vida sin ella

Sienna asintió e hizo salir a todos los presentes.

―Aplica paños mojados en la frente para frenar la fiebre y si nota algo en la herida, avisadme― dijo Kester antes de marchar― mañana regresaré para comprobar su estado

Cuando estuvimos completamente solos por fin, pude llorar. La última vez que lo había hecho fue cuando madre murió. Ni si quiera la marcha de Iona, aunque destrozarme, jamás me sacó una lágrima. 

―Por favor, madre― miré al cielo a través de la ventana― no te la lleves, si es su deseo la dejaré marchar como he querido hacer antes, no dejaré que mi egoísmo me ciegue, pero déjala vivir.

Recé todas las oraciones que me sabía, mientras el tiempo avanzaba lento. Cada minuto se sentían como horas, las horas, como años, pero no dejé que el sueño me venciera, pues tenía miedo de cerrar los ojos un segundo y que al despertarme su corazón hubiese dejado de latir. 

Comprobaba cada pocos minutos que nada en la herida pareciese infectado, aplicaba paños como Kester había indicado cada hora para evitar una calentura y revisaba el ritmo de su respiración para asegurarme de que seguía con vida. Cada hora parecía una victoria.

―No quiero regresar― su voz me sobresaltó mientras lavaba otro paño para aplicárselo en la frente. Con los ojos cerrados comenzó a revolverse ligeramente en la cama ― por favor no

Supe que habían comenzado los delirios fruto de la fiebre y la mandrágora. Rápidamente regresé a su lado y acaricié su mejilla― Tranquila

―Por favor no quiero regresar― comenzó a llorar con angustia― por favor, no, no, no dejes que me lleven

Mantuvo los ojos cerrados y yo la apliqué un paño en la frente, notando como su piel ardía― Todo está bien, estás en casa

―Yo te amo, te odio, no...te amo― volvió a revolverse en la cama sin dejar de sollozar― yo te amo y tú....― volvió a sollozar― tú me odias, no quieres volverme a ver ¿por qué me echas?―Mi corazón se encendió y rocé su mejilla― no me quieres volver a ver

― Me muero por volverte a ver― susurré en su oído

―No...no dejes que me lleven con ellos― siguió removiéndose― soy una vergüenza para mi familia. Mi hermano...William― volvió a llorar― quiero a mi hermano, quiero que venga mi hermano― mi hermano también me va a odiar. Evelyn....―Acaricié su pelo intentando tranquilizarle― quiero que venga Alistair, quiero que no me odie

―Estoy aquí― volví a susurrar. Acaricié su mano y posé un suave beso en su frente. Su gesto angustiado se relajó, su respiración se acompasó y la pesadilla pasó― siempre que lo necesites voy a estar aquí. 

¿Por que me echas?

Te amo

―Amarte es sin lugar a dudas la gran hazaña de mi vida. Pues jamás pensé que podría sentir lo que me haces sentir y eso asusta al más fiero de los guerreros. 

―Evan....― murmuró en sueños y la mención de su nombre hizo que quisiera darle una patada a la mesa― lo siento tanto...de verdad quise amarte, pero....― suspiró y soltó un pequeño ronquido― No tienes los ojos ámbares y el azul no me gusta igual

Sonreí y acaricié su mejilla―Eso es cierto

―no puedo pasar mi vida buscando en unos ojos azules el ámbar― murmuró entre ronquidos

Mi piel ardió, como si el enfermo fuera yo. Me amaba. O al menos ella medio drogada me amaba. Había soñado con ello día y noche, en que un día, era lo suficientemente valiente de admitirme lo que sentía y realmente podía poner el mundo a sus pies. 

Había dejado que se marchara, pensando que ese era su deseo, que abandonar Escocia aunque fuese a lo que yo consideraba una cárcel en vida era realmente su voluntad y detestaba estar cerca de mí.

―Escúchame bien, condesa, más te vale sobrevivir― murmuré contra su mano, mientras le daba un beso― por que en cuanto estés los suficientemente recuperada, me da igual si Inglaterra manda toda su armada real contra mí, voy a desposarte. Lo juro por Dios.

Su rostro permaneció dormido, pero relajado y así se mantuvo el resto de la noche. Al alba, la puerta se abrió poco a poco e Iona entró con una candelabro y gesto de preocupación

―Alistair tienes que dormir

―No― murmuré sin despegar la vista de ella, apreciando que tenía mejor color― no hasta que se despierte

―Tiene buen aspecto― murmuró 

―No voy a arriesgarme

Iona suspiró y apoyó el candelabro en cómoda

―Es una dama con suerte

―La herida no era muy profunda

―No me refiero a eso― me dedicó una mirada triste― tiene vuestro amor 

Suspiré― Tu también lo tuviste

Negó con la cabeza con melancolía―No lo tuve así― señaló las lágrimas en mis mejillas― y eso está bien...cuando me dijeron que habíais perdido la cabeza por una inglesa, pensé que estaban locos. Alistair MacLaren jamás pierde los papeles por nadie, es tan frío como el hielo de Inverness, pero cuando regresé y vi como la mirabais, como os retabais...― se encogió de hombros― supe que no había nada que pudiese hacer por recuperaros 

―Ione...

―No te lo estoy diciendo para dar pena Alistair, no soy ese tipo de dama. Estoy orgullosa de ti. 

―Ella cambiaría a cualquiera― murmuré rozando su pelo

―Puede ser...vete a dormir aunque sea una hora a tu despacho. Si se despierta te avisaré pero necesitas coger algo de sueño, aunque sea una hora.

―Pero...― los ojos me comenzaban a pesar al llevar más de un día sin dormir

―Te vas a acabar quedando dormido y si ocurre algo no te vas a enterar, necesitas un relevo.

Dude unos segundos mirándola pero la idea de dormirme y que nadie estuviese de guardia me aterraba― Una hora

Ione asintió sacó un libro y se sentó en una silla― Créeme quedarme cuidando a la mujer que te ha robado el corazón, no es la ilusión de mi vida

―Gracias― murmuré antes de salir

―No lo hago por ella, lo hago por ti












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