Capítulo 5: Tiempo de actuar

Fuimos hasta la tienda de fuegos artificiales que quedaba a pocas calles y compramos suficientes municiones de petardos como para destruir el lugar donde Malcof producía la bebida con la que conseguía manipular la voluntad de los insectos y también para derrumbar el acceso a la red de túneles que llevaban al laboratorio donde estaba el virus. Con el dinero que nos quedó compramos cerillas para encender los petardos, claro. ¡Si Pepito no lo hubiera mencionado yo lo habría olvidado!
Una vez que la magia de Hada nos volvió a convertir en muñecos a Annie y a mí, Grillo nos llevó hasta la «fábrica» dónde se producía la bebida, que era en realidad una habitación anexa al sótano donde se llevó a cabo la conferencia algunas horas antes. ¡El sitio estaba vacío! Ya no había ningún insecto allí. Esto nos extrañó, pues se suponía que el ejército debía beber el líquido antes de ir al laboratorio al amanecer; tampoco había rastro de la bebida en cuestión. Los recipientes estaban tan vacíos como el lugar en sí.
Todavía no era siquiera medianoche.
Confundidos, supusimos que ya no era necesario que destruyéramos nada allí. Teníamos que hacer un ajuste en nuestros planes y movernos con prisa.
—¡Rápido, vayamos al acceso a los túneles que está al final del corredor! Me temo que es posible que hayan adelantado su ataque —exclamó Pepito, preocupado.
Coloqué al grillo entre mis manos y corrí hacia el lugar que me indicaba él, Annie nos seguía de cerca sin decir nada.
Detrás de la «fábrica» se abría paso un corredor extenso y zigzagueante. Y luego de doblar en una de las varias esquinas, vimos a lo lejos la multitud de insectos.
—Espera, detente un momento, bájame al suelo, Pin. He de averiguar el cambio de planes —rogó Pepito al observar una larga fila que no avanzaba.
Acepté su sugerencia y le permití descender.
Con prisa, él se puso al lado de la fila de insectos y yo hice un gran esfuerzo para poder escuchar su conversación a pesar de la distancia. Escondidos detrás de la curva en el corredor, no podían vernos.
—¿Por qué se ha adelantado la fecha prevista? —preguntó Grillo a uno de sus compañeros.
—¿No te has enterado aún? Se descubrió a un traidor entre nosotros, uno que iba acompañado de dos muñecos de madera, así que nos hicieron adelantar la hora prevista. —explicó la cucaracha.
No puedo leer mentes, pero creo adivinar lo que pasó por la cabeza de mi amigo Pepito. De seguro se consideraba afortunado de que no todos los insectos lo conocieran en persona y de que su interlocutor no estuviera enterado de que él era el «traidor».
Me pregunté si Malcof habría sospechado de él desde un comienzo, si tal vez nunca confió en Pepe o alguien nos espió.
Sin decir nada más, mi amigo se alejó discretamente de la fila y regresó a nosotros, agitado.
—¡Rápido!, hemos de llegar antes que ellos al lugar, antes de que sea demasiado tarde —rogó Pepito casi sin aliento—. Hay otro camino hacia el acceso, es más extenso pero ustedes corren más rápido que los insectos. ¡Vamos, Pin!
Nos movimos tan rápido como pudimos, pero no llevábamos mucha ventaja respecto a Malcof y a los demás insectos. Ellos llegarían antes que nosotros, o tal vez al mismo tiempo.
Luego de casi quince minutos alcanzamos el destino, ¡lo logramos! Estábamos frente al acceso antes que nuestros enemigos. Sin embargo, allí teníamos otro problema: incluso con sesenta centímetros de altura, el tamaño de Annie y el mío era demasiado grande como para poder  penetrar,  el túnel estaba hecho a medida de los insectos. Y Pepito no podía hacer todo el trabajo solo.
Cuando la desesperación me invadió, una vez más apareció Hada como si escuchara nuestros ruegos. Al comprender la situación, me habló con una sonrisa triste en su rostro.
—Parece que tenéis un gran inconveniente, ¿no es así? —preguntó ella.
—¡Hada! No tenemos mucho tiempo y Grillo no puede hacer el trabajo solo —respondí, preocupado—. ¡Ayúdanos!
—Lo haré, pero lo que puedo ofrecerte esta vez significará un sacrificio que tiene sus riesgos —sentenció Hada en tono solemne.
—Estoy dispuesto a lo que sea, tenemos que actuar ya mismo o será demasiado tarde, ¡Malcof y su ejército llegarán en cualquier instante! —respondí a su petición sin pensarlo dos veces.
—Te voy a convertir en un grillo como Pepito. Entre los dos quizá podáis introducir uno de los petardos explosivos en la entrada al túnel para derrumbarlo.
—Gracias, pero antes he de hacerte una última petición, Hada —rogué. Luego, susurré mi demanda en su oído para que nadie más la oyera.
Hada aceptó. Agitó su varita mágica y en unos segundos yo era un grillo como mi amigo Pepito.
Apresurados, entre los dos empujamos con todas nuestras fuerzas el petardo hasta que estuvo por completo dentro del túnel de acceso. Una vez listo, encendí la mecha.
—¡Corre! —grité a Pepito.
Él salió primero del túnel. Yo lo seguí, pero en los insectos con Malcof al frente se aproximaban con prisa.
El líder de los insectos interceptó a Pepito en el corredor, justo fuera del acceso, y lo golpeó hasta dejarlo fuera de combate. Enfadado, alzó la vista y notó el explosivo. Creo que comprendió nuestros planes porque se introdujo en el túnel para intentar apagar la mecha.
Allí dentro, se encontró conmigo. Lo sorprendí porque, aunque yo podía verlo a contraluz, él a mí no. Malcof no sabía que había otro insecto dentro del acceso.
Traté de impedirle el paso para que no consiguiera su objetivo. Lo que ocurría entre nosotros era una lucha de vida o muerte y yo estaba no dispuesto a permitirle destruir a los humanos.
Entre el forcejeo, el tiempo se agotó y las chispas llameantes llegaron al final del cordel del petardo.
A nuestro alrededor, se produjo una gran explosión que derrumbó el acceso a los túneles. Las rocas y la tierra comenzaron a caer sobre nosotros.
Annie gritó desde el exterior, sostenía a Grillo entre sus manos. Detrás de ambos, el ejército clamaba por su líder.
Comencé a toser, había salvado a la humanidad. La oscuridad me envolvió pronto, Malcof dejó de luchar.
«Al menos pude hacerle un último pedido a Hada», pensé antes de colapsar bajo los escombros.

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Mañana el epílogo, y el listado del resto de autores de la antología...

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