CAPÍTULO 6: El inicio de la caída
Sol dedicó la mañana del sábado a limpiar profundamente su hogar. Desde, que se había mudado, no había limpiado más que superficialmente. Había mantenido la casa decente, ordenada y correcta; pero limpiarla fue como purificarse también ella. Cuando se sentó en el sofá decidió darse el capricho de abrirse una cerveza. Respiró profundamente, calmando su mente. Intentó no pensar demasiado en los sucesos de la última semana. Había sido una larga semana, pero aún sentía la herida demasiado abierta. La voz de su madre era demasiado cercana y ella, únicamente, deseaba olvidarla. Ese fin de semana, su padre no bajaba a verla como los anteriores. Tenía una comida con sus compañeros de trabajo y otros compromisos. Esa noche había quedado con Marina, Patricio, Shawn y Alvin para ir al cine y a cenar. Quizá, más tarde tomarán algunas copas en la ciudad. Iba a levantarse tarde. Ciertamente, quería pasar el domingo entero en la cama vagueando. Por un instante, antes de ponerse a hacer la comida, se permitió reflexionar en qué debía estar haciendo Martín esa mañana de sábado. Quizás estuviera cocinándole algo rico a Teresa, o sentando al sol de otoño leyendo. Su corazón se estrujó de pena y se negó seguir llorándole. Amar a alguien que no se podía tener era algo horrible. Calmó sus pensamientos y se fue a la cocina. Debía olvidarle, eso era lo correcto. Oliver ronroneaba para pedirle algo de comer, acabó cediendo a sus caprichos y le dio un poco de jamón. A lo que Sally no tardó en sumarse. Puso los ojos en blanco.
―Eres un glotón ―le dijo ella sonriendo―, estás siempre comiendo. Has ganado un par de kilos desde que vivimos juntos. Y tú, señorita, vas por el mismo camino. La veterinaria me va a reñir ―Oliver maulló en respuesta; si era de conformidad o no, lo ignoraba. Le acarició la cabecita y cerró los ojos. Sally se frotó contra sus piernas y los pasitos de Anubis no tardaron en llegar. La verdad es que eran su vida, no podría vivir sin ellos. Le daba tranquilidad y felicidad su compañía, algo que escaseaba en su vida humana. Cocinó pasta, para ella, y cómo siempre para otros cuatro comensales que no iban a venir. Se sentó a comerlo viendo la televisión, no le importaba comer descalza en el sofá. Daban las noticias, y la mayoría eran irrelevantes. Lo único que llamó su atención fue la noticia sobre el padre de Patricio. Claude salía ese día en libertad provisional. Patricio se lo había comentado, y también su deseo de no verle. Por eso en parte salían. Así él se distraería de esos pensamientos. Los amigos estaban para eso.
Después de comer, sus pequeños y ella, se tumbaron en la cama calentándose con el sol de finales de otoño que entraba por la ventana. Se dio el capricho de subir a Anubis a la cama, algo que no le dejaba hacer a menudo. No tardaron en quedarse dormidos. Cuando se despertó, se puso una serie hasta hacer tiempo para quedar con sus compañeros. Era entretenida , aunque el argumento no le enganchó mucho. Cuando llegó la hora se duchó, recogió el pelo y se maquilló un poquito. Se vistió con unos tejanos negros, y una camisa de encaje blanco que aún no había estrenado. Había refrescado bastante, así que cogió una gruesa chaqueta del armario. Le gustaba porque era roja y se la había regalado su padre. Era una persona friolera, y sabía que más tarde, tendría frío. Además, el otoño era ya una realidad. Lejos quedaba el verano.
Alvin la esperaba a la salida, le saludó con dos besos. Desde su acercamiento tras la noche del baile, su relación se había enfriado de nuevo. Ninguno de los dos había sacado el tema . Habían vuelto a la relación de amistad y eso le gustaba. Aunque, era algo más fría y raramente quedaban ya a solas. Tácitamente, él parecía haber entendido algo más que a ella se le escapaba. Pero, estaba bien así. Enseguida se pusieron a hablar de la película que iban a ver, y de lo que les gustaban los actores protagonistas. Recogieron primero a Marina, y luego a Patricio y Shawn que estaban juntos esperando. Alvin condujo hacia la ciudad entre bromas y canciones de hace unos cuantos años que cantaron a grito pelado. El trayecto se les pasó en un suspiro. Cuando llegaron al cine, ya estaba lleno de gente. La mayoría eran gente de su edad, dispuestos a pasar una gran tarde de fin de semana. Compraron las entradas, palomitas, refrescos y entraron en la sala. Marina se sentó a su lado, y empezaron a charlar y cotillear como siempre.
―Tía, ¿sabes de qué me he enterado? ―le confesó entre susurros.
―No. Dime ―dijo Sol comiéndose una palomita.
―Se ve que Coco se le insinuó a Shawn ―susurró y entre risas, le contó―. Quedaron el otro día para cenar y dar una vuelta, y acabaron en su casa. Shawn le ha contado a Patri, que me ha contado a mí, que Coco le dijo que si quería algo más ella estaba dispuesta... y que no era la primera vez. ¡Qué fuerte! Él la rechazó, y por eso parece que hoy se ha rajado.
―No me digas ―dijo Sol abriendo los ojos como platos― Esta Coco es una caja de sorpresas.
―Yo creía que le gustaba Alvin, por como hablaba de él. Pero... bueno... quién sabe por lo que pasa por su cabeza loca.
―Madre mía...―dijo riéndose― No me lo creo...
―Me alegro de que no se haya fijado en Patricio, la verdad ―dijo Marina sonrojándose y mirándole de reojo. Patricio reía con algo que le contaba Alvin― ¿Y a ti? ¿Te gusta alguno de los chicos?
―Yo...―incómoda, pero con ganas de sincerarse con alguien respondió―... me gustaba alguien. Un hombre un poco mayor que yo, pero eso se acabó. Teníamos visiones un tanto diferentes.
―Claro. Es lo que tiene la diferencia de edad ―dijo Marina, pareciendo saber de quién le hablaba, algo que le puso nerviosa―, que a veces tenéis objetivos y vidas distintas. En fin...
Pensó en Martín y suspiró. Sin duda, no se lo imaginaba yendo a cenar con ellos o al cine, compartiendo sus bromas y comentarios. No, él no encajaba en ese mundo. Martín seguramente estuviera en su casa, leyendo un buen libro con una copa de vino blanco. Su corazón se estrujó con melancolía. En verdad, también le gustaría estar con él. Daba igual cómo. La película comenzó y pronto desconectó de sus confusos pensamientos. La historia La atrapó y encantó. La verdad es que se lo pasaron muy bien. Rieron muchísimo y cuando salieron todos estuvieron de acuerdo en que había sido un gran acierto. La película era divertidísima. Patricio se acercó a charlar con Marina, mientras se dirigían a cenar. Sol les observaba con tranquilidad, hacían buena pareja. Estaba claro que Patricio parecía verla solo como una amiga, pero aun así, le parecía entrever algo más. Quizá sintiera cosas por ella. El amor era complejo, y casi siempre algo distinto para cada uno. El amor no era algo que se viera con los ojos, era algo que se sentía con el corazón y por eso, los demás no podían saber. Se sentaron a comer en un local de hamburguesas. Había mucha gente, se notaba que era sábado.
―¿Echáis de menos vivir en una ciudad? ―preguntó Alvin.
―A veces si, a veces no ―respondió Shawn―. Noches de fin de semana, como estas, me gustaría volver a estar en la ciudad. Siempre hay gente, lugares para salir, planes qué hacer. Pero luego, entre semana, en la calma de mi casa, en el bosque; no lo echo de menos. Entonces... supongo que me compensa. Aquí puedo venir cuando quiera.
―Yo pienso igual ―dijo Marina, apoyando los codos en la mesa―. Cuando estoy en la ciudad, pienso que la extraño. Pero luego, cuando llegó a casa, creo que no querría irme a ningún sitio mejor.
― ¿Y tú Sol? ―preguntó Shawn con curiosidad.
―Me gusta venir a la ciudad, pero solamente un rato. Prefiero vivir en el pueblo, me gusta la vida tranquila de nuestra comunidad. La ciudad me resulta agobiante. Nunca me ha gustado.
―Es otra forma de verlo ―dijo Alvin recostándose en su asiento―. Yo, la verdad, es que echo de menos vivir en la ciudad. Me gusta la comunidad de un pueblo, y su tranquilidad, pero... en fin...―dijo abarcando con las manos toda la vista―... esto me encanta.
―Entonces... ya lo has decidido. ¿Te irás cuando se acaben los seis meses? ―preguntó Patricio.
―Aún no lo sé ―dijo Alvin mirándole significativamente―. Hay cosas que aún debo decidir.
―Vaya... Qué pena. Con el grupo tan guay que somos ―dijo Marina―. La verdad es que me caéis muy bien chicos, y me daría mucha pena que alguno se marchará o no fuera elegido.
―Si es para ser más feliz o estar mejor, yo creo que os apoyaría. Al fin y al cabo, de que vale ser amigos, si no nos comprendemos y apoyamos en nuestras decisiones ―dijo Patricio― Lo importante es estar bien, sea dónde sea. Y si te vas al Caribe mejor, te visitaríamos en verano.
―Sin duda ―dijo Shawn, bebiendo un largo trago de su cerveza―. Hablando de viajar, ¿habéis oído lo de China?
―No. ¿Qué ha ocurrido? ―dijo Sol comiéndose un nacho del centro de la mesa.
―Se ve que un hombre comió carne de murciélago o algo así, en uno de esos mercados de comida rara. Se ve que ha pillado una enfermedad rarísima, que aún no saben bien qué es. Se cree que es peligrosa porque es muy contagiosa, pero aún no dicen mucho.
―Si, yo también lo leí ―dijo Alvin, y Sol se regañó mentalmente por poner tan poca atención a lo que pasaba en el mundo― Eso es algo peligrosísimo. Nunca te arriesgues a comer algo que no sabes de dónde procede.
―Lo leí el otro día en una revista de medicina, hablaban sobre la tipología de la enfermedad y esas cosas. Estoy segura de que los médicos sabrán como controlarlo. Para eso estamos. Nosotras tenemos pronto una formación sobre ello.
―Sí. Esperemos ―dijo Shawn. Comieron entre risas y comentarios de otros temas. Hablaron también del pueblo, de sus compañeros de trabajo y de sus vidas. Marina les habló de su abuela y de cómo cada día parecía que empeoraba y mejoraba a la vez. Pero, que a veces le resultaban divertidas sus ocurrencias. Shawn les habló de sus hermanas, y de cómo ellas siempre habían vivido sus vidas improvisando; él nunca se había sentido capaz. Querían visitarle en menos de un mes y ya estaba nervioso. Patricio se removió incómodo.
―Hoy sale mi padre de la cárcel ―dijo en un suspiro, bebiéndose el último trago de su cerveza―, y no quiero saber de él. No quiero verle, ni me importa cómo esté. ¿Eso me hace mal hijo?
― ¿Y eso te importa? ―dijo Shawn con incredulidad― ¿Ha sido él un buen padre?
―No ―respondió serio― Mi padre nunca lo fue para mí. Era un hombre desconocido, con el que convivía algunas veces. Nunca pasaba mucho tiempo por casa. Y cuando lo hacía, tampoco estaba por mí ―dijo incómodo y con mirada triste―. En fin, durante toda mi vida fue un desconocido. Alguien que venía a casa unos cuantos días al mes, y que salía con mi madre a cenar a sitios caros y cosas así. Alguien que me traía un regalo, cosas que nunca me gustaban o no entendía. Siempre me obligaba a posar para las fotografías de Navidades que enviaba al resto de familia. Familia que no conocí y nunca conoceré.
―Entonces... ¿por qué te preocupas de ser un buen hijo? ―preguntó Marina.
―¿La verdad? No lo sé. Me acostumbré a que todos me dijeran que debía ser un buen hijo. Entonces, me convencía de que eso debía hacer. Para que mi padre me quisiera y aceptara, debía ser un buen hijo para él ―suspiró y añadió―. Aunque tampoco sabía que significaba para él que yo fuera su hijo. No le conozco, ni él a mí. Nuestra relación empeoró aún más con la muerte de mi madre. Ella falleció de un derrame cerebral, y me quedé completamente solo. Él era para mí alguien extraño, y yo para él una carga adolescente. Yo vivía solo, bajo el cuidado de distintos canguros y tutores; él nunca volvió. Con los años me convencí de que se había olvidado de mi existencia. Me sentía terriblemente abandonado, y quise buscar mis raíces. Encontré que mi abuela vivía en Crisal. Pero, me enteré más tarde, de que ella había fallecido años antes. Nunca pude conocerla.
―¿Tu padre no se quedó a vivir contigo? ―preguntó Sol. No es que le sorprendiera que un progenitor se desentendiera, pero era duro pensarlo― ¿Por qué te abandonó?
―Nunca lo supe ―dijo Patricio riéndose―. Supongo que sus negocios eran más importantes. Mientras sus negocios fueron bien, ganó dinero y esas cosas, se olvidó de que tenía un hijo. Con dieciocho me independicé y empecé a estudiar. No fue hasta dos años después, cuando estaba de mierda hasta el cuello que me llamó. Me dijo que sentía haber sido tan mal padre, y que esperaba que le perdonara. Yo le dije que sí, aunque aún no sabía nada. Cuando todo explotó, supe que nunca sería capaz de perdonarle.
―Nunca entendí bien qué hizo tu padre ―dijo Alvin.
―Yo tampoco. No sé mucho de esas cosas. Creo que mi padre defraudó cerca de veinte millones de dólares, además de vender varias empresas fantasmas, y hacer dinero con negocios ilegales. Hizo que mucha gente se arruinara y perdiera sus empleos por su avaricia. Creo que hubo varios que se suicidaron ―murmuró―. Le detuvieron por fraude fiscal y ha cumplido un año de prisión. Algo que ni de lejos compensa lo que hizo.
―Nunca se compensa ―Alvin pidió postres, y la conversación derivó a temas más alegres. Patricio volvió a sonreír y a animarse. Por un instante, Sol se permitió pensar en que ella no había sido la única desgraciada con su progenitor. Y que, lo que ella había sufrido, quizá, también lo sufrieran otros. Otros con peor suerte, que no habían tenido un padre tan maravilloso como el suyo. Suspiró e intentó no centrarse en ella por un rato. A veces era demasiado egocéntrica, característica que había heredado de su madre. Acabaron decidiendo a salir a tomar unas copas y reírse un rato más. Olvidarse de lo triste y vivir.
Apuró su copa de vino, mientras leía las últimas palabras del libro. Lo cerró con un suspiro de satisfacción. Era uno de sus favoritos, y siempre lo sería. Lo devolvío a la estantería y miró el móvil. Daniel le había escrito hacía apenas diez minutos, entraba en el restaurante dónde se había citado con Claude. Decidió meterse en la ducha y relajarse, luego seguramente cocinaría algo rico para cenar.
Teresa se había marchado a pasar el fin de semana con su hermana, algo que también le ayudaría a desconectar. En verdad, sabía que deseaba darle su espacio, para que pudiera pensar y reflexionar. Pero se sentía algo solo. Se desnudó mecánicamente y se metió bajo el agua caliente. Desde la despedida de Sol, su vida había vuelto a estar vacía. Se sentía confuso. Quería llamarla, verla, o simplemente, volver a hablar con ella. No solamente añoraba su amor, añoraba también su amistad. Rememoró de nuevo su relación: la comida en su casa, sus conversaciones algunos domingos, las veces que habían comido con Daniel, su beso y esa gloriosa noche. Su cuerpo reaccionó ante su recuerdo y frustrado intentó apagar su deseo. Nunca nadie le había hecho sentir así. Dejó que el agua calentara su cuerpo y salió para resguardarse en el pijama. Necesitaba descansar, y olvidarse de ella, aunque su corazón sintiera que no podía. Únicamente, había pasado una semana, curaría. Se puso a cocinar y se obligó a centrarse en los pasos. La pasta carbonara olía de maravilla. Cuando se sentó a cenar, no tardó en sonarle el teléfono. Daniel le escribía que ya estaba reunido con Claude. No ponía nada más. Su corazón se aceleró, pero se intentó tranquilizar. Él se encargaría de todo. Iría bien. En nada estaría ese asunto resuelto. Algo menos en la lista.
Acabó cenando en el sofá y mirando una película que daban en la televisión. Era una comedia romántica, bastante mala, pero acabó entreteniéndose. Por un instante, se permitió pensar como sería si Sol estuviera allí; pero frenó antes de que el pensamiento acabara. No debía flaquear, ella había tomado una decisión. Echar de menos algo que no iba a pasar, únicamente le iba a hacer mal. El teléfono sonó y lo descolgó rápidamente:
―¿Qué ocurre? ―su voz sonó ronca, apagada y brusca.
―Maldita sea, tengo un grave problema ―Daniel sonaba entrecortado, como si tapará el auricular― Mi coche no arranca. Tengo convencido a Claude para ir a charlar a mi hogar y visitar Crisal. Recordar buenos y viejos tiempos. Joder... tenía que romperse justamente hoy. Llamar una grúa o un taxi sería implicar a más...
―Enseguida voy. Mándame la ubicación. Quedaos dentro tomando una copa o algo ―colgó y se vistió con ropa cómoda. Salió corriendo al garaje y se subió al coche. Su coche estaba adaptado para ser conducido por alguien como él. Aun así, con su mano protésica podía hacer cualquier cosa. A pesar de todo, no se arriesgaba muchas veces a ir a la ciudad, pero no tenía más remedio. Condujo con prudencia y calculó que tardaría un rato. Rezó para que la carretera estuviera tranquila, Daniel le mandó la ubicación del local de copas y fue hacia allí.
Marina y Sol acababan de regresar del baño, el camarero les trajo sus copas. Estaba siendo una noche fantástica y se lo estaba pasando realmente bien. Los chicos jugaban al billar en el fondo del local. Sol les observaba, nunca había sido demasiado buena en ese tipo de juegos. Pero, le parecían fascinantes. Ella prefería charlar con Marina y observar a los chicos. Patricio reía, mientras picaba a Alvin. Los tres bromeaban y se molestaban entre ellos.
―Oye Sol... El hombre que te gustaba, del que me hablaste antes ―ella asintió mecánicamente―, no seria por casualidad Martín, ¿verdad?
―¿Qué dices? ―la bebida se le atragantó y tosió nerviosamente.
―No lo sé. Vi que algunas veces hablabais y parecíais estar muy unidos. Yo pensé... que...
―Marina, yo...―empezó, pero ella le interrumpió.
―No te preocupes, no diré ni pío. Es cosa tuya, no me meto ―volvieron a mirar a los chicos y oyeron sus risas. Patricio levantó la mirada buscándolas, sus ojos atravesaron el local y se fijó en alguien que quedaba fuera de su vista. Justo detrás de ellas. Algo en él cambió y se le borró la alegría del rostro. Los chicos se acercaron, la partida y las bromas olvidadas.
―¿Qué ocurre? ―preguntó Marina. Patricio cogió su copa y bebió.
―Mi padre está allí sentado, en esa mesa del fondo, con otro hombre. No sé quién es, debe ser alguno de sus socios o amigos.
― ¿Quieres que nos marchemos? ―preguntó Shawn.
―No, no lo sé. Es únicamente que... hace tanto tiempo que no le veía. Y no esperaba que quedara con alguien, cómo si nada. Creía que si yo no iba...―cómo si hubieran oído nuestra conversación, los hombres se levantaron. Desde esa distancia era imposible no confundirlos, uno era el señor Claude y el otro era Daniel. Desaparecieron por la puerta. Su corazón golpeó salvajemente. Entonces, sin duda, sí que estaban cazando a todos, pero sus compañeros no lo sabían. No sabían la verdad terrible de su hogar― ¿Qué hace Daniel con él?
―No lo sé, dijiste que tu abuela vivió en Crisal. Quizá fueran amigos y se conocieran ―dijo Alvin― Anda, vámonos ―salieron un poco después que ellos. Se dirigieron en silencio y nerviosos hacia el coche. Rezaba para que todo eso se quedara en una coincidencia fatal en el local. Que nadie averiguara la terrible verdad de la comunidad. No sabía que pensarían sus amigos. Pero, tuvieron mala pata. Daniel y Claude estaban esperando a alguien justo delante de su vehículo. Ella reconoció el coche que estaba aparcando delante del suyo. No le sorprendió verle bajar de él. Patricio les apartó y les metió en un callejón cercano. Su capacidad de reacción la sorprendió. Ella se hubiera quedado clavada en el sitio.
―No nos han visto ―dijo susurrando― ¿De qué va todo eso? Primero Daniel, ahora Martín...
―Patricio...―empezó Sol dispuesta a contar la verdad, pero Shawn se le adelantó.
―Dijiste que tus abuelos vivían en Crisal, tu padre vivió su infancia allí. Quizá se conocían con Daniel y hayan quedado para ponerse al día, como dijo Alvin. No tiene por qué ser nada... raro. No te pongas a alucinar, ni jugar a espías. Somos todos adultos.
Todos se tranquilizaron y cuando vieron que subieron al coche, se fueron ellos a casa. Pero su corazón seguía latiendo, desenfrenado. Martín no le había mentido. Iban tras la caza de todas las personas que habían dañado a Crisal, y Claude era uno de ellos. Se preguntó cuál sería el siguiente paso y en que andarían metidos. Pero, ese ya no debía ser su problema, porque ella había renunciado a seguir sabiendo de Martin. Sin embargo, también le sabía mal por su amigo y compañero de trabajo. Al menos, debía saber la verdad sobre lo que era el guardián y la comunidad. Lo que pensaban hacer. Cuando Alvin la dejó en casa, se quedó deambulando por el salón. Al final, nerviosa, cogió la chaqueta y se dirigió hacia la casa de Martín. Por suerte, él justo estaba aparcando en su garaje. Se acercó con rapidez, él parecía sorprendido.
―¿Dónde se supone que habéis metido a Claude? ―dijo Sol increpándole. Él la miró estupefacto.
―¿Cómo te has enterado? ―dijo nervioso― En fin, quiero decir, ¿de qué se supone que me acusas?
―No te acuso de nada ―dijo ella, cruzándose de brazos―. Vi a Daniel y Claude tomarse una copa en un local y luego subirse en tu coche. Dio la casualidad de que habíamos salido por ahí.
―¿Quiénes? ―dijo Martín acercándose a ella, estaba claro que su pregunta no era solo mera curiosidad. Necesitaba saber quien lo sabía. Estaba valorando los riesgos, pero en su mirada traslucía algo más.
―Alvin, Shawn, Marina, Patricio y yo ―dijo, él abrió los ojos sorprendido y asintió. Ambos se miraron.
―Desconozco cuáles son los planes de Daniel, únicamente, fui a recogerles porque se estropeó su coche.
―Entonces es verdad...―dijo Sol insegura, dándose cuenta de que parte de ella había creído que era mentira―... vais a hacer cosas malas a esa gente. Sois como unos justicieros. Estáis locos y...
―Sol, cálmate. No vamos a hacer nada ilegal. ¿Qué locuras estás pensando?
―Él debería estar ya en la cárcel. Lo habéis secuestrado.
―Pero... ¿qué dices? ― Martin se rió en la puerta de su garaje, con los brazos cruzados y esa ropa cómoda. Iba en chándal negro y le sentaba muy bien―. Él ha incumplido por deseo propio su condena. Ha decidido venir aquí a negociar unos asuntos que desconozco con Daniel. Pero, estoy seguro, que mejorarán la vida de esta comunidad, Sol. Eso es lo que hace Daniel. Persuadir, manipular, engañar... pero nada más. No tenemos una cripta con instrumentos de tortura y arrancamos dientes a la gente. Les convencemos de que nos deben algo.
―¿Y qué haces tú? ¿Ahora eres el chófer? No se supone que eres el guardián, no deberías...
―Me ha relevado de mis funciones durante unos días. Estoy de vacaciones ―dijo Martín, mirándola fijamente―. Teresa también se ha marchado de fin de semana. Por tanto, hoy solo he ido a recoger a un amigo, rompiendo la rutina de mi aburrida noche. Nada más.
Ambos se enfrentaron en silencio. Sin decir, ni una palabra más, abrió la puerta de su hogar y Sol entró. Se estaba calentito, ya que fuera había bajado bastante la temperatura. Fue una sensación muy agradable. Se quitó la chaqueta y la dejó en la encimera de su cocina. Martín se apoyó en la mesa y le devolvió la mirada.
―¿Por qué has venido, Sol? ―su voz sonaba grave, rota.
―No lo sé. Simplemente, tenía que asegurarme que era verdad que estabas buscando a esa gente. Que era verdad que ibais a negociar su desaparición de Crisal, su compensación. Solamente eso. Yo...
―¿Tú? ―dijo él ante su silencio. Todo en él la atraía a sus brazos: su voz, su calma, su manera de mirarla, y su silencio. Le dejaba pensar, le dejaba asimilar, confiar, creer en lo que le decía su corazón. Él se sentía solo sin ella, la miraba con amor y tristeza. Su visita le estaba dañando.
―Debería marcharme ―él asintió despacio, y se giró dándole la espalda. Martín era un hombre muy atractivo, y lo mejor es que no lo apreciaba ni se enorgullecía de ello. Se fijó en los restos de pasta sobre la mesa olvidados y la copa de vino en la mesita al lado del libro. Sonrió con dulzura―. Tenía razón.
― ¿Sobre qué? ―dijo él sin mirarla, recogiendo su cocina cómo si se avergonzara del escaso desorden.
―Te imaginé en casa, cenando algo delicioso, leyendo con una copa de vino ―él se río y se giró, cruzándose de brazos. Era un hombre alto, se notaba que debajo de la ropa estaba fuerte. Le recordó en su cama, bajo sus caricias y se estremeció. Su mirada la quemaba y absorbía.
―Me conoces bien, Sol ―dijo sonriendo― ¿Y qué más imaginaste?
―Nada ―dije sonrojándose. Tanto por sus pensamientos , como por su manera de mirarla.
―¿No imaginaste que me sentía solo? Que miraba el móvil esperando que quizá me dijeras algo...―su voz se volvió apenas un susurro grave, y su corazón se estremeció cuando él se acercó un poco―... que quizá, quisieras estar cómo estás aquí ahora, charlando conmigo. Yo nunca creí que mi vida fuera vacía. No era perfecta, no era una vida feliz; pero tenía sus pequeños placeres. Ahora mi vida está... hueca. Me giró pensando, continuamente, como sería tenerte aquí. Conmigo.
―Sabes que es imposible ―se giró buscando la puerta y se atrevió a abrirla, pero sus pies se negaban a marcharse. No quería irse del lado de Martín, su corazón le anhelaba. Cogió fuerzas pensando que él quería que su madre se acercara a ella. Reabrir viejas heridas. Dio un paso hacia el exterior.
―Sol, podría renunciar a buscar a tu madre. Dejaría mi trabajo de guardián este lunes, si Daniel se obcecara en encontrarla. Martina ya no me importa. No me importa vengarme de ella, no me importa el odio que sentía ―dijo, Sol se giró para mirarle y él la observó atentamente―. Si lo único que me separa de ti es eso, lo haré. Ya no me importa mi deber, ni lo que me prometí hacer tanto tiempo atrás. Quizá nunca sea capaz de encontrarla, ni ella deseé regresar. Si Daniel no tuviera bastante con los que hemos localizado, entonces que siguiera él. La vida es corta, Sol, lo he visto ahora. Y no quiero desperdiciarla así. Encontrarte ha sido un regalo y podría...
― ¿Y qué pasa con todo lo demás? ―dijl en un susurro.
―No hay nada más que nos separe, ¿no? ―él se acercó lentamente―. Seguiría viviendo en Crisal, me divorciaré de mi esposa, puedo dejar mi cargo de guardián. Podríamos... vivir juntos en tu hogar. Una vida tranquila y feliz. Tu maestra, yo en el Ayuntamiento. Vale la pena.
―No valgo eso ―dijo Sol con tristeza.
―Te equivocas. Vales mucho más, Sol. Quiero convencerme de que te olvidaré, pero cuando te veo, lo sé. Nunca seré capaz de no amarte. Estoy enamorado de ti, y nunca me había enamorado. En toda mi vida.
―Y yo de ti, Martín. No deseo que por mí pierdas nada que pueda hacerte feliz o...―sin darle tiempo a acabar, Martín la besó. Fue un beso tranquilo, dulce, pasional. Su beso la clavó en la tierra y la desconectó de todo lo vivido anteriormente. Martín era su ancla en medio de un mar bravío. Era su puerta abierta, al final de un largo corredor de puertas cerradas. Su vela en la oscuridad. Ella era un fuego ardiente, y él era viento apacible. Parecían completamente distintos, pero se complementaban. Sin decir nada más se encerraron en la habitación, y se entregaron el uno al otro para sellar su pacto.
En otro lugar, Martina reposaba su cabeza sentada en aquella maravillosa cama, disfrutando de un buen vino tinto. Observó a esa patética mujer retorcer en sus manos el folleto del hotel. El tiempo había sido agradecido para Teresa, seguía siendo alguien hermoso, pero frágil. Martina río.
―¿A qué temes? ―dijo Martina― ¿A tu esposo? ¿A Daniel?
―¿Tú no?
―No, solamente los débiles sienten miedo. Yo no lo soy, Teresa. Nunca lo he sido―musitó Martina divertida―. Así que quedan... exactamente... cuatro lunas para el aniversario de la muerte de mi madrastra. Para entonces, auguró un gran inicio. Daniel y Martín, no tienen tanto poder como crees.
―Tú no gobernarás, la gente no te seguirá ―dijo Teresa agobiada―. Intentó buscar a gente que te apoye, pero no lo hacen. Te odian y temen por igual, muchos te creen muerta.
―Eres estúpida ―gritó Martina enfureciéndose ―. Debes hacer que deseén a Soledad como sucesora. Yo la guiaré, ella será el sol de esta comunidad tras tanto tiempo de oscuridad. Aplastaré a mi hermano.
―Ella no te seguirá ―dijo Teresa, levantándose enfurecida ―. Ella te odia más que nadie.
―Olvidas que sigo siendo su madre, sigo sabiendo sus puntos débiles ―Martina puso una mirada terrible, algo que hizo temblar a Teresa como una hoja mecida al viento―. Destrozaré cualquier resistencia que ella haya podido generar y Soledad beberá de la palma de mi mano. Ella me espera. Ambas sabemos nuestra misión. Únicamente tienes que ayudarme a entrar...
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