CAPÍTULO 6: El baile de final del verano
Los aplausos fueron ensordecedores. Sol aplaudía con muchas ganas, incluso se atrevió a vitorear. Estaba verdaderamente feliz, por lo que la vergüenza la tenía en los pies. Daniel sonreía e irradiaba tanta alegría que era contagioso. Después de su discurso, más personas subieron a hablar. Intentó quedarse con sus nombres y cargos, pero le era imposible. Finalmente, llegó el turno de su amigo Shawn como responsable del museo. Escuchó con ilusión el discurso de Shawn hablando del museo. Alvin y Sol le aplaudieron y vitorearon con alegría. Era su amigo y se sentían orgullosos de él. Aunque él bajo algo avergonzado, mientras reían. El director también habló muy bien y ella se sintió afortunada de formar parte de su equipo docente. Distraída, observó al gentío aplaudir su discurso. Ella quería recordar sus rostros. El último hablante subió al escenario. Su voz le fue familiar enseguida, se giró para observarle. Estaba bastante cerca del escenario y sus miradas se cruzaron. Se estremeció.
―Buenas noches, estimada comunidad. La mayoría ya me conocéis, para algunos aún soy una cara más que ven por el pueblo. Me llamo Martín García y trabajo codo con codo con Daniel, en el Ayuntamiento de Crisal. Soy quien, más o menos, dirige todo el tema presupuestario ―Martín se río, y la gente le saludó con alegría. Él le dijo que trabajaba en la ciudad, ¿por qué le mentiría? Quizá para que no se sintiera coaccionada, las dudas le asaltaron y la pusieron nerviosa―. Además de dedicarme a labores aburridas de contabilidad, también me dedico a enseñar religión a los más pequeños. La catequesis es un paso importante para los jóvenes de nuestra comunidad. Un paso más para convertirse en fieles de nuestra Iglesia. Si deseáis que los pequeños se incorporen este año, recordad notificármelo ―musitó, algunos padres sonreían encantados. Debía ser un buen profesor, alguien querido y conocido por todos. Aunque fuera un misterio para Sol―. Además, este año he decidido, al tener nuevos miembros en nuestra comunidad, realizar una nueva actividad. Personas que quizás no conozcan nuestra fe o sean de fe distinta, quiero que os sintáis cómodos. He decidido crear un espacio para intercambiar ideas y charlar. Un lugar de reflexión, contacto, comunicación, intercambio y conexión. Espero que os animéis a participar.
Todos guardaron silencio y Martín se despidió entre aplausos. Era indudable que sus clases debían ser interesantes, y eso del espacio de reflexión le parecía algo novedoso. Sin embargo, Martín era alguien que infundía respeto a los demás. La gente murmuraba sobre su idea y reflexionaba. La verdad es que estaba pensando en apuntarse. Hacía años que no iba a la Iglesia, pero la verdad era que seguía sintiendo inquietudes, y... debía empezar a desprenderse de la sombra de su madre. La religión era para ella algo importante, creía en Dios y sentía que con él cerca nunca estaba sola. Le había ayudado siempre. Ahora, teniendo esa relación tan rara con Alvin empezaba a sentirse un poco pérdida en la comunidad. Quizá, fuera un buen momento para encontrar un grupo así. Donde hablar y entenderse. Compartía mesa con Coco, Marina, Kyle, Patricio y Loli acompañada de sus peques. Estaba siendo una cena agradable y le gustaba charlar con ellos. Shawn vino a hablar con Alvin hacia la hora de los postres. Daniel señaló que despejarían las mesas de la cena para dar paso al baile. Esa era una de las fiestas más importantes de la localidad: el baile de final del verano. Daniel parecía feliz por poderlo mostrar a los nuevos miembros. Los postres se servirían en las mesas laterales, con productos de la panadería local. Sol recordó el pastelito de nata y se le hizo la boca agua. Riéndose con Marina, fueron de las primeras en acercarse a la barra lateral, ya se relamían de placer.
―Si son como los que me dio el profe de religión, te vas a chupar los dedos. La nata era deliciosa y...―Sol se quedó perpleja cuando escuchó una risa tras ellas.
―Creía que iba a ser nuestro pequeño secreto ―dijo Martín, sonriéndole―. Me alegra verte esta noche, Sol.
―Lo mismo te digo, Martín ―dijo devolviéndole la sonrisa―. Hace días que no te veo por la escuela...
―He estado un poco ocupado.
― ¿Con las labores de contabilidad de esa empresa de la ciudad? ―dijo Sol arqueando las cejas. Marina parecía removerse incómoda, señalando hacia su grupo, le dijo:
―Creo que Loli me llama ―y se escabulló tras la gente, Sol la observó sonriente. Cobarde.
―Disculpa que te mintiera, no quería que te sintieras presionada a decirme algo que...―musitó incómodo. Ella le observó y se fijó en que estaba muy atractivo en ese traje oscuro. Con la camisa gris y la corbata. Le quedaba increíble. Era muy atractivo―... no sentías.
―Disculpas aceptadas ―dijo ella sonriendo. Sin duda había acertado en lo que pensaba. Cogió uno de los pastelitos de nata y se lo comió de buen grado, sonrió con placer. Martín rió de nuevo, con una chispa divertida en la mirada― ¿Te resulta gracioso?
―Me resulta curioso. Adiviné su postre favorito sin pretenderlo, ¿verdad?
―Soy una loca de la nata. Me encanta todo lo que llevé nata, aunque por fuera tenga mala pinta ―señaló Sol―. Sin embargo, estos pastelitos están increíbles. No sé quién es la artífice, pero...
―La tiene delante ―dijo una señora de mediana edad acercándose. Se colocó al lado de Martín y él sonrío, aunque parecía incómodo. Era una mujer alta, de tez blanca y lacio cabello rubio. No era hermosa, pero tenía algo dulce en sus facciones que llamaba la atención―. Me llamo Teresa, tengo la panadería del pueblo. No sé si ha podido pasarse. Mis sobrinas me echan una mano, de vez en cuando.
― ¡Vaya, es usted una gran repostera! ―dijo Sol admirada―. Debo acercarme un día a la panadería sin dudarlo. Pero... voy a acabar echando unos cuantos kilos de más como siga devorando está delicia ―Teresa rió, tenía una preciosa risa musical.
―Nos alegrará sin duda verla ―dijo, luego dirigiéndose a Martín, añadió―: Vamos querido, Daniel quería comentarte algo del grupo de reflexión, ese que quieres crear. Nos vemos, jovencita.
―Hasta luego ―Sol observó como Martín se marchaba con ella. Esa debía ser su esposa. Era una mujer elegante y refinada, pero aunque no sabía especificar muy bien por qué, no se les veía cómodos. No encajaban. Coco se juntó con ella, y golosas, acabaron con gran parte de los pastelitos. Estaban exquisitos. Supuso que, quien las viera, pensaría que eran unas muertas de hambre. Totalmente cierto. La música que ponían era una música un tanto clásica, la típica orquesta de pueblo. No era algo muy bailable para los jóvenes. La mayoría de chicos estaban en la barra, y los niños jugueteaban en las calles. A pesar de todo, era una sensación cálida y agradable. La sensación de vivir en una burbuja apacible de felicidad. Cuando acabaron todo lo dulce, las chicas se acercaron a Shawn, Alvin y Patricio. Se pusieron a charlar un buen rato. Compartieron impresiones de esos primeros días y de los primeros momentos en la comunidad. Ella divisó a Daniel a través del gentío, estaba hablando con Martín. Ambos tenían una copa en la mano, y parecían relajados. Martín era un hombre demasiado atractivo, en todos sus gestos se veía un atisbo seductor. Algo en él le parecía fascinante, pero era territorio prohibido. Estaba casado, era un hombre respetado. Y mucho mayor que ella. Por muchas fantasías que su mente quisiera tener, lo suyo sería imposible. Además, quizás el interés que quería entrever en él, no era más que curiosidad por alguien nuevo.
―No sabía que os conocierais ―dijo Alvin, acercándose a ella―. Martín y tú ―supuso que Marina se lo habría comentado tras su huida fingida.
―Bueno, es normal trabaja en la misma escuela que yo ―respondió, y mirándole curiosa, Sol añadió―: Lo que me parece curioso es que le conozcas tú.
―Vino a traernos algunos archivos al museo. Es un tipo interesante ―dijo mirándole a través de la pista. Algo en la mirada de Alvin le daba la sensación de que había algo más entre ellos. Volvió a observar a Martín, que en ese momento reía de algo que le había dicho Daniel. Tenía una sonrisa bonita―. Entonces, ¿os conocisteis en el colegio?
―Sí, vino a ver al director. Algunos días nos hemos encontrado por los pasillos. Es un hombre muy amable.
―Eso parece ―dijo Alvin. Algo en su tono le resultaba extraño, falso, impostado. Sol le miró preocupada.
― ¿Te ocurre algo con él? No parece caerte muy bien...
―No, no es nada, Sol ―musitó sonriendo para calmarla, bebió de su copa― ¿Te apetece bailar?
―No, yo no bailo ―dijo Sol incómoda― Y menos estos temas...―él se río con ella y siguieron disfrutando de las copas y la compañía. En ese silencio agradable que siempre los unía. Esa confianza que era su amistad.
―¿Habéis pensado en apuntaros al grupo que dice ese tal Martín? ―preguntó Patricio.
― ¿Estás de coña? ―dijo Coco, bebiendo de su cóctel― Yo no he ido a misa ni una sola vez en mi vida.
―Pero creo que eso es lo que él quiere ... que gente distinta se mezcle para hablar de...
― ¿Dios? ―dijo Coco riéndose con burla, Patricio la miró molesto― No es mi rollo.
―Yo también creo que paso ―respondió Shawn―. No es lo mío.
―No sé... Quizás...―empezó Alvin.
― ¿Me estás diciendo que te vas a apuntar a ser monje? ¿Vas a ir también a la Iglesia cada día? ―preguntó Shawn, mirándole de reojo.
―Yo voy a apuntarme ―dijo Sol nerviosa, pero convencida―. La verdad es que me parece interesante.
―Yo... no sé, Sol...―dijo Alvin― ¿En serio?
―¿También piensas como ellos? ―le preguntó molesta. Patricio parecía abatido. Estaba claro que él también quería ir y había inspeccionado el terreno. Pero, tras los comentarios del grupo, se notaba que estaba confundido. Sol lo tenía claro, le parecía una gran idea. No iba a dejarse manipular por los prejuicios de otros.
―No ―dijo Alvin solo a ella, los otros dos se reían con malicia―. No pienso que sea nada malo. Pero ese hombre...
―Pero... ¿me puedes decir que te ocurre con él?
―No es nada, de verdad ―asqueada, Sol se marchó de nuevo hacia la mesa de postres. Quizá, comerse otro pastelito no fuera la solución, pero le iba a calmar las ganas de abofetearles. Últimamente, Alvin había estado raro, pero esa noche lo estaba más todavía. Si es que eso era posible. Conversaciones a medias, miradas furtivas, extraños silencios. Estaba claro que su amistad estaba rota, e intentaban restaurarla porque se sentían extraños en ese lugar. Perdidos en esa nueva comunidad, dónde todo el mundo parecía conocerse y apreciarse. Perdidos y solos, intentando dar marcha atrás para seguir como antes. Algo que ya era imposible. En otras circunstancias, se hubieran dejado de hablar. Observó a la gente bailar, felices y relajados. Sin embargo, a ella no le apetecía mucho más seguir la fiesta. Algunas familias ya se retiraban, quizá fuera hora de marcharse.
―Creo que tus amigos se preguntan por qué prefieres a los pastelitos que a ellos...―dijo Martín sacándole una sonrisa. Animando su sombrío ánimo.
―Probablemente, porqué los pastelitos son dulces, y no te cuestionan tus decisiones.
― ¿Tus amigos te cuestionan? ¿Por qué?
―Porque me gustaría asistir al grupo que dijo antes ―Martín la observó sorprendido, pero únicamente asintió.
―Ya me imaginaba que no tendría mucho éxito la idea, pero me alegra que tú la aprecies ―ambos asintieron en silencio y observaron a la gente bailar. La mayoría eran parejas mayores o de mediana edad. Algunos se movían bastante bien. Observó a Daniel con su esposa, eran de los que lo hacían medianamente bien. Martín y Daniel parecían ser buenos amigos. Imaginaba que ambos habían vivido siempre en ese pequeño pueblo, se habían casado y habían sido felices. ¿Qué sabrían de la vida lejos de ese pequeño sueño? Observó a Martín, miraba a las parejas bailar y movía los pies al compás. A pesar de que debía tener una vida perfecta, no parecía feliz. Era extraño, pero ese hombre le resultaba como un libro abierto. Cercano, pero a la vez un misterio. Capaz de descifrarle, como si él ya supiera que lo haría.
―¿Te resulto interesante? ―dijo, sin desviar la mirada de la pista.
―Yo... me preguntaba por qué no bailaba con su mujer ―dijo incómoda porque la hubiera descubierto, Martín se giró para que sus ojos se encontrasen.
―Mi mujer se marchó casi al principio. No le agradan mucho las fiestas, prefiere descansar en el silencio del bosque ―dijo Martín encogiéndose de hombros―. Yo también debería retirarme pronto, tampoco soy mucho fiestas.
―Sí, yo... la verdad es que vine con alguien, pero, no me apetece esperar hasta que a él le vaya bien marcharse. También me voy.
―Yo puedo acompañarte ―dijo sin vacilar― No he venido con coche, pero así no tendrás que ir sola. Aunque Crisal es un lugar seguro, la noche es...
―Claro, vamos ―ambos se alejaron con tranquilidad del bullicio. Anduvieron un buen trecho en silencio. Crisal era hermosa de noche, las casas oscuras, algunas con alguna luz en la planta baja. Era un lugar tranquilo, apacible, precioso. Estaba, como siempre, abrumada por las emociones que le provocaba un paraje como ese. Centrada en sus pensamientos, no se dio cuenta de cómo Martín la observaba.
― ¿Te gusta Crisal?
―Me parece precioso. No imaginaba que existieran lugares como esté ―musitó en un susurro sobrecogida―. Me alegra haber venido. Mi ciudad era... bueno... muy agobiante. Aquí me siento como en casa. Sé que suena extraño, pero es tan hermoso que me encoge el corazón.
―Lo entiendo ―susurró Martín, mirándola feliz― Yo siempre he vivido aquí, pero aún sigo sintiéndome maravillado por la belleza de este sitio.
― ¿Nunca ha pensado en marcharse? ―preguntó con curiosidad.
―Jamás. Aquí está mi hogar, mis amigos y... mi vida. Me casé muy joven. Ambos teníamos trabajo aquí. Nunca he podido imaginar otra vida.
―Claro. Supongo que debe ser una vida idílica ―respondió ella incómoda.
―Te equivocas. No tuvo nada de idílico ―dijo Martín. Sol pensó en su mano perdida y dudó. Quizá, su vida no fuera tan perfecta como ella imaginaba. Tuviera sus sombras y monstruos―. Verás Sol, me pareces una persona de confianza y me gustaría... poder serte sincero. Adoro Crisal, su comunidad y mi vida aquí. Pero cuando era más joven, soñaba con otra vida. Cometí algunos errores y ahora, bueno sigo intentando enmendarlos.
―Estoy segura de que nunca cometió ninguna locura. Eres muy duro contigo ―le contestó.
―No soy el hombre que imaginas ―dijo mirándola, Martín parecía distinto. Frágil, vulnerable. Estaban acercándose a su calle.
―Es por aquí ―Martín la siguió pensativo. Sol le observaba temiendo romper sus cavilaciones. Cuando llegaron al portal, le miró con curiosidad.
―Ahora te he dejado preocupada ―dijo sonriéndole, el corazón de Sol bombeó con fuerza. Esa sonrisa torcida era increíble―. Me refería a qué has idealizado mi vida y mis decisiones, y eso no es del todo así. Intento ser un buen hombre, cada día mejor. Pero no siempre lo he sido.
―Teresa es muy afortunada de tenerle ―dijo Sol sonriéndole de vuelta. Martín y ella se sonrieron con confianza. Él se acercó a ella y Sol se sintió extrañamente protegida. Martín estaba prohibido. Estaba casado, era mayor que ella. Pero le atraía, le gustaba y le hacía sentir algo que... bueno, ni con Alvin había sido capaz de sentir. Algo que no había sentido nunca. Deseo, por supuesto , pero también ilusión e ingravidez. Eso no estaba bien, pero si no estuviera bien no debería estar pasando, ¿verdad?
―Teresa es una buena mujer ―dijo él en un susurro, ambos se miraban como atrapados. Escudando lo que sentían y no debían sentir―, siempre lo he creído.
Sin dejar de mirarse, demasiado cerca el uno del otro, se sentaron en el banco del porche. Martín la observaba y ella intentaba comprenderle. Estaba extrañamente triste, y eso le compungía. Él dejó de observarla para observar el cielo nocturno. La luna llena brillaba en el cielo y lo iluminaba. Sol siguió su mirada. Respiró profundamente, intentando calmarse.
―Cuando perdí mi mano, sentí que había perdido el control de mi vida. Tenía dieciocho años y sufrí... bueno... un accidente doméstico. Deberían haber sido unas quemaduras sin importancia. Me hubieran operado, injertado piel y no hubiera pasado nada más ―empezó él sin control, por un instante se dio cuenta de que él necesitaba desahogarse con ella, así que calló―. Pero, en ese mismo momento, llegó Teresa. Estaba muy asustada por mi mano, y porque creía que bueno... quizás estaba embarazada ―él la miró y negó con la cabeza―, no de mí, claro. Éramos muy buenos amigos, y estaba muy asustada. Curé mi mano de mala manera y le acompañé al médico. Después de varias pruebas, efectivamente, le certificaron que estaba embarazada.
― Pero, ¿y a usted? ¿No le dolía la mano?
―Obviamente, debería haber sido así, pero estaba como entumecido―musitó con tristeza―. Fuimos al médico, mientras analizaban sus pruebas. La piel y los nervios estaban carbonizados hasta el hueso. Digamos que... el paño que había cubierto mi mano, la había dañado aún más. Era un viejo paño que mi padre untaba con un ácido para pulir metales. Con los nervios no me había dado cuenta ―su historia le parecía horrible, muy desgraciada―. Me operaron tras darle los resultados a Teresa. Las heridas eran feas y podían crear infección, no había otra opción. Cuando me levanté había perdido casi mi mano por completo, pero sentía que había perdido mucho más. Me horrorizaba la visión de mi mano incompleta, que debía cubrir con una protesis para que siguiera siendo funcional. Fue uno de los procesos más duros de mi vida.
― ¿Qué ocurrió para que...?
―Teresa estaba allí cuando desperté, supuse que había pasado allí toda la noche. Me suplicó que me casara con ella y evitarle caer en mala reputación. Estaba destrozada, y sentía que todo era culpa suya. Era otra época, y éramos cobardes. Acepté sin pensarlo―señaló triste―, nos casamos a las tres semanas. Poco después perdió al bebé y todo quedó en un susto.
― ¿Por qué en todos estos años no se ha divorciado?
―Teresa es una buena persona. Nos acostumbramos a vivir en... matrimonio. Somos felices a nuestra manera ―dijo Martín. Parecía tener la mente en otra parte, estaba apesadumbrado. Sol quería animarle. Quería entenderle y ayudarle.
―Mi padre se divorció siendo yo una niña pequeña, y creo que fue la decisión más acertada de su vida. Gracias a ello, pudo rehacer su vida y ha tenido otras parejas. Ha podido ser feliz.
―Debió ser duro vivir la separación de tus padres ―dijo Martín, pero parecía como ausente, reflexionando sobre otras cosas― ¿Cómo fue para ti?
―No lo recuerdo muy bien ―dijo, sorprendiéndose a si misma, de serle sincera sin miedo. Sin que el acostumbrado nudo la tragará―. La verdad es que era muy pequeña. Lo que más recuerdo era la obligación de ver a mi madre. Yo no quería...
― ¿No querías verla? ―Martín pareció más centrado en Sol y ella, sorprendiéndose de nuevo, no se sintió incómoda. Ese hombre le había abierto su corazón y ella debía corresponderle.
―Cuando era muy pequeña, mis padres se dieron cuenta de que me costaba hablar. Tenía un pequeño problema de conexión cerebral, iba a otro ritmo. Me costaba encontrar... bueno... las palabras. Ahora, cuando estoy muy nerviosa o agobiada, me pasa. Pero, gracias a la logopeda, la psicóloga y mucha ayuda, es casi un recuerdo del pasado. Mis padres reaccionaron de manera muy diferente: mi padre lo aceptó, pero para mi madre fue la constatación de una realidad. Yo no era digna ―dijo Sol, por primera vez no sentía que la ola le fuera arrastrar, Martín la mantenía sujeta, como un ancla―. Mis padres rompieron por mí. Yo lo sé. Se separaron. Y pasé a vivir solo con mi padre. Mi madre, únicamente, venía a verme de vez en cuando. Yo lo detestaba. Detestaba irme esos fines de semana al hotel. Ella elegía hoteles siempre distintos. Ya cuando llegaba nunca me daba un beso, ni me hacía regalos o cumplidos. Mi madre nunca fue... bueno... una madre conmigo.
―Sol, no tienes porqué...―Martín la observaba con cariño y su corazón se estremeció. Parecía entender, parecía saber, más allá de lo que ella quería mostrar. Entendía su dolor, y le dolía. Eso es lo que sentía. Que ellos conectaban de una forma especial. No importaba nada más.
―Aún hay días que sus palabras y acciones me duelen. Siempre dijo que por mi culpa lo había perdido todo y se había quedado sola. Por eso, me llamo Soledad. Yo era su mayor defecto, su mayor desgracia en el mundo ―dijo Sol, y las lágrimas le desbordaron―. Cuando dejé de verla, fui feliz. Un día desapareció y no volvió, y entonces, pude empezar a vivir.
―Sol, lamento que hayas recordado todo esto. No tenías porqué...
―Confío en ti―dijo ella, y volvió a mirar las estrellas― No sé por qué, pero es así, Martín. Confío en ti. Y a la vez me das miedo ―él la observó expectante, esperando su explicación―. Me da la sensación de que me atrapas y me desconectas de todos, de todo lo que yo soy. Me haces ser algo que no conocía hasta ahora. Segura de mi misma y mis pensamientos. Eso me asusta, pero me atrae.
Martín se acercó a ella. Ambos se contemplaban como desconocidos, pero a la vez, como si no conocieran a nadie más. Se habían contado cosas que nunca hubieran contado a nadie. El corazón de Sol latía desbocado. Martín era mayor que ella, aunque de cerca parecía más joven de lo que creía. Por lo que había oído tenía cuarenta y dos años. No sabía si era eso lo que le asustaba de él, o le atraía. Que fuera un hombre experimentado, conocedor de la vida. Sin embargo, no sentía que fuera su edad o su experiencia. Eso era lo que menos le importaba, porque él le parecía tan joven e inseguro cómo ella. Ambos descubriendo ese sentimiento de pertenecer a alguien. Sin embargo, era imposible. Él parecía estar pensando en lo mismo que Sol, en que eso era una imprudencia. Sin mediar palabra le acaricio el rostro y recogió una lágrima. Sol le acarició su mano. Ambos se separaron sin despedirse, porque ambos sentía que seguían el uno al lado del otro. Cerró la puerta, mientras él enfilaba la calle.
Regresaba a casa, pero su mente estaba con Sol. Se imaginó besándola en el porche, traspasando su umbral. Entrando en la casa, besándose sin cesar. Se imaginó tendiéndola en la cama. Paró su pensamiento en seco. No debía perder el control. Esa noche estaba tan preciosa con ese vestido. Su corazón latía, desaforado. Había cometido errores. La había acompañado a casa, se había sentado en el porche con ella. Los podían haber visto, imaginado cosas que no eran. Aunque dudaba de que fuera así, también sabía que nadie diría nada. Él era el guardián. Simplemente se sentía inseguro. Ella ocupaba su mente y su alma. Conocerla no estaba haciendo que perdiera el deseo, o el interés por ella, como le había sucedido siempre. Si no que este se acrecentaba, igual que el odio hacia su hermana, y hacia su situación. Él debía seducirla, mantenerla controlada, vigilada. Acercarse a ella para saber de Martina. Él sabía qué buscar, no cómo el patán de Alvin. Pero tenía la sensación, de que se estaba dejando llevar. Atajó por el bosque. En medio de los árboles se permitió pensar en el día que había perdido su mano, y con ello la vida que siempre había soñado. Algo que intentaba no hacer desde hacía más de veinte años.
Temprano por la mañana había salido a pescar con Daniel. Cuando regresó, Teresa y su hermana estaban sentadas en el salón leyendo. Él se fue a su cuarto y cuando salió, un rato después su hermana ya no estaba. Teresa y él eran compañeros en la escuela, y le parecía una chica amable y buena. No entendía como también podía ser amiga de su hermana. Por eso, cuando estaban juntas él fingía no verla. Daniel decía que le gustaba a Teresa, aunque a él, ella no mucho. Pero era un joven rebosante de hormonas y deseo. Se puso s charlar con ella, y se le insinuó, Martín le tocó un pecho. Su hermana los vio desde la cocina, aterrados por su mirada se separaron. Ella comentó que le diría al guardián, lo que habían hecho. Que era pecado. Él estaba asustado. Aguardó toda la noche a que su padre regresará de la Iglesia, al menos era dónde creía que estaba siempre. Él era el guardián. Era su deber y le castigaría por sus pecados. Su padre bebía y era una persona violenta. Sin la protección de su madre, sabía que estaba perdido. Martina le dijo que se había marchado hacía un par de meses. Se había ido sin decirles nada, ni siquiera a él, que se lo contaba todo. Su madre le había abandonado, pero nadie lo sabía aún. Martina decía que se había marchado para expiar sus pecados y que jamás volvería. Esa fue la única vez que su padre discutió con ella. Él decía que volvería a los pocos días, pero no lo hizo. Martín no quería pensar en eso, ni en lo que de verdad le había sucedido a su madre. Quería recordar las cosas como sucedieron. Su padre no vino tampoco esa noche. Era bien entrada la madrugada cuando bajó a la cocina, se sirvió un té. Nunca había tomado ninguno, porque eran de Martina, pero sentía que lo necesitaba, que le calmaría. Estaba tan nervioso, que notaba los latidos de su corazón el garganta. Se quedó dormido en la cocina.
No supo cómo no le despertó el dolor. Debería haber sentido un dolor atroz, pero no lo sintió. Le despertó el olor a quemado y el color sofocante. Ahora estaba seguro de que Martina había escondido somníferos en el té, esperando su oportunidad. Su mano había quedado reducida a una masa negruzca de piel, se le veía el hueso. Suponía que gritó y entonces si sintió el dolor. En ese momento, las náuseas recorrieron su esófago y vomitó en el suelo de la cocina. Martina corrió a por su padre, cuando le vieron, llamaron a la ambulancia. Él se sentía adormecido, incapaz de sentir el dolor, pero sabiendo que era insoportable. Una horrible sensación. Martina le aconsejó envolverse la mano para no verla, y así no sentir esa extraña repulsión. Cogió el primer trapo que vio y se sentó a esperar, mientras se vestían. Cuando llegaron al hospital, tuvieron que operarle la mano, las quemaduras, más el ácido, hacían imposible injertar piel. Perdió tres dedos y los otros dos quedaron únicamente protegidos con una fina capa de piel que no resistiría su uso. La palma no tenía suficiente carne para agarrar objetos. Si deseaba tener una mano funcional, debería llevar prótesis. Después de una semana de dolor e infierno, se repuso. Tenía solo dieciocho años, su hermana veinte. Martina contó a la policía que se había ido a dormir temprano y no le había oído levantarse. Se despertó con sus gritos y había bajado corriendo a la cocina. Creía que se había quedado dormido con la mano en el fuego después de tomarse un té y unos calmantes de su madre. Estaba nervioso por los exámenes. Después, con los nervios y el susto removiendo por los armarios, había dejado cerca de él, el paño que su padre utilizaba para limpiar algunas piezas de metal antiguas. Estaba rota y lloraba desconsoladamente. Martina sabía mentir muy bien. El único que le creyó fue Daniel, y posteriormente su padre. Él estaba firmemente convencido, de que su «accidente» no había sido casual. Justo porque había perdido la misma mano con la que había acariciado a Teresa.
Cuando regresó a las dos semanas a su casa, su padre y su hermana actuaban con normalidad. Mamá no había vuelto, pero ellos ya no lo mencionaban. Nadie en el pueblo, parecía decir nada de ello. Como siempre. Teresa venía con más asiduidad a casa, pero ya no se acercó más a ella. Estaba aterrorizado. Vivía completamente asustado. Quería marcharse para siempre, pero no deseaba dejar Crisal por si su madre regresaba. No quería dejar Crisal por Daniel. Intentaba pasar más tiempo en su casa, más que en la suya propia. Una noche, cuando regresó, su padre y su hermana estaban enzarzados en una tremenda discusión. Papá acabó abofeteando a Martina, algo que le sorprendió. Ella lloraba desconsolada, y le decía que no era suyo. Martín no entendía nada. Cuando ambos se calmaron pudo hacerse una idea de la situación. Su padre había encontrado un predictor, y el resultado era positivo. Estaba embarazada. Pero ella negaba y perjuraba que no era suyo. Su padre se marchó dando un portazo, asegurándole que más le valía no mentirle. Martín le pregunté que de quien era. Era la primera vez que se hablaban en casi un mes.
―Es de Teresa. Está embaraza de ti ―respondió con serenidad Martina. A veces, cuando pasaban esas cosas y la veía tan tranquila, pensaba que no podía ser humana.
―Sabes que eso es imposible. Yo jamás he hecho nada con ella...―respondió asustado y agobiado.
―La gente lo creerá, hermano ―dijo riendo―. Yo haré que lo crean. Te casarás con Teresa y te alejarás del mal camino.
―Pero no es cierto. Yo no amo a Teresa, no he hecho nada con ella. Debe de ser de otro hombre, que él se haga cargo de ella ―dijo él, pero mirando a su hermana lo entendió―. Tú eres quien está embarazada. No Teresa, sino tú.
―Hermano, debes protegerme. Si papá se entera, me matará. Me matará como ha hecho con mamá.
― ¿De qué hablas? ¿Estás loca? ―respondió.
―No lo entiendes. Me matará, Martín. Yo vi cómo mataba a mamá por engañarle. Y ahora, hace como que no sabe nada. Hará lo mismo conmigo. Martín, cásate con Teresa, ella lo ha aceptado. Os casaréis, yo me iré con vosotros y tendré el bebé. Os lo daré en cuanto nazca. Yo no lo quiero. Sé que ella te gusta, os vi y no dije nada. Me escaparé de Crisal y no regresaré jamás. Cuida de mí, hermano, solo te tengo a ti.
Y lo hizo, Martina. Fue tan tonto que lo hizo, que la creyó cómo todo el mundo. Se casó con Teresa, pero como siempre los traicionó. Desde el principio se negó a decirle quién era el padre, y se negó a seguir su plan. La hubieran ocultado en su nuevo hogar hasta tener el bebé, lo hubiera cuidado como a su hijo. Pero, Martina se fugó el día de su boda. Sabía que la comunidad, el guardián y todos, estarían pendiente de él. Seguramente su plan fuera abortar y vivir la vida lejos de ellos. Pero Daniel, fue más listo esa vez, predijeron lo que ocurría. El hermano de Daniel confesó ser su amante, la siguió, para hacerle entrar en razón. Él estaba enamorado de ella, no dudaba de Martina. La amaba lo suficiente como para perderlo todo, casarse con ella y convertirse en cabeza de familia. Él aceptó ser el padre de la criatura, aún y no estar al cien por cien seguro. Quisieron enmendarle, darle una buena vida aquí en Crisal. Pero Martina no quiso. Sabía demasiado de Crisal y lo odiaba. Odiaba a la comunidad y a su padre. Ese odio la tenía cegada, loca. No quiso volver y aun así, él quiso quedarse a su lado en la ciudad. Pero, ella logró lo que quería. Se escapó de su control cuando se divorció. Papá murió el día que ella se marchó, aunque aún tardará en hacerlo su cuerpo. Martín creía que él había muerto sin conocerla, de verdad. Pero él la conocía. Deseaba arruinarlos a todos, les odiaba sin más. Fue una mala hija, una mala hermana, una mala amiga, una mala esposa y una mala madre. Solamente deseaba satisfacer su propio odio. Los pensamientos le habían llevado a su hogar, la misma casa en la que se había criado. Aún había luz.
―Creía que regresarías más tarde ―dijo Teresa, sentada leyendo―. Normalmente, te quedas hasta tarde con Daniel o duermes en su casa.
―No me apetecía ―sabía que Teresa se refería a sus escasas noches de pasión con otras mujeres. No lo había hecho a menudo, pero solía hacerlo la noche del baile, Teresa lo aceptaba. Él aceptaba otras cosas, como sus viajes a la ciudad para verse con algún amigo. Se respetaban, aunque tenían necesidades―. Acompañé a Sol a casa.
―No es como la imaginaba. No se parece en nada a Martina ―dijo Teresa. Los años habían pasado para ella. Lo único que los mantenía unidos era el odio hacia la madre de Sol y su amistad―. Parece tener buen corazón.
―Su madre le hizo mucho daño, como a ti y a mi ―respondió, sentándose en el sillón―. Sé que su padre nos contó muchas cosas, pero creo que aún hay más que ella no se atreve a contar.
―¿Por qué no me lo dijiste?
―¿El qué? ―preguntó Martín pillado con la guardia baja.
―Que te estás enamorado de ella ―respondió Teresa sin apartar la vista del libro.
― ¿Qué insinúas? Es mi sobrina. Estás loca... nadie te creerá...esa blasfemia ―dije levantándose del sillón aterrorizado. Teresa únicamente se rió.
―No es tu sobrina realmente. Martina y tú solo sois hermanos en el papel. Ambos tenéis padres distintos. No compartís ni una gota de sangre.
―Ya sabes que....
―Tú lo sabes, aunque no quisieras considerarlo y decirlo. Tu madre te lo confesó ―respondió Teresa con tranquilidad―. Tu padre le fue infiel con una mujer, y nueve meses después le entregó a Martina. Él la crio como su hija. Tu madre enfadada por su fechoría, dejó de tener relaciones con él; incluso pensó en divorciarse, pero antes las cosas no eran como ahora. Luego se enamoró de aquel hombre y te tuvo a ti. Fue feliz, de tenerte como hijo. Ambos os criasteis como hermanos, pero no lo sois. Toda la comunidad lo sabe.
―Ya lo sé. Pero... Sol es joven.
―Y tú la amas ―dijo Teresa con calma―. Lo veo en tus ojos cuando la sigues con la mirada, en como sonríes cuando hablas de ella, en como la miras cuando habla. Nunca lo había visto en ti, pero lo veo. Llevamos veintidós años casados, te conozco.
―Teresa, no deseo hacerte daño. Te lo prometo.
―Lo sé. No he conocido a ningún hombre tan bueno como tú ―musitó sonriente― Encontraremos a Martina y acabaremos con ello de una vez por todas. La comunidad se encargará de ella, y seremos libres. Entonces, quizás podamos separarnos e intentar ser felices.
Teresa se marchó a dormir y él se quedó en el sofá. «Y tú la amas». Era la primera vez que se lo había oído decir a alguien. ¿Sería él capaz de amar? Quizá lo que sentía era amor por primera vez. Era verdad. Quizás era lo único cierto en el mundo. Ella era su sol. «Confío en ti», eso había dicho ella. Su corazón bombeó fuerte. ¿Qué era él para ella? Debería haberle dicho que también confiaba en ella. Pero quizá cuando descubra toda la verdad, ya no pueda ser feliz a su lado porque no confíe. Quizá le odie. «Cuando dejé de verla, fui feliz. Un día desapareció y no volvió, y entonces, pude empezar a vivir» ¿Cómo podría arrebatarle eso, si la amaba? Su cabeza era una maraña de dudas.
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