CAPÍTULO 5: La traición

Los tres estaban contemplando el teléfono como si fuera una bomba. Martina había llamado a su hija tras casi diez años de silencio. Era algo inesperado e insólito. Las dudas reconcomían a Martín. ¿Cómo podía saber ella su número? Bueno, quizá lo había tenido de antes, ¿no? ¿Cómo sabía que estaba allí? ¿Cómo sabía lo ocurrido entre ellos? Únicamente había una explicación posible: ella seguía investigándoles. Seguía teniendo contactos en el pueblo. Alguien muy cercano a ellos se lo había contado, porque sabía lo de su relación. Ella seguía siendo tan peligrosa como siempre. De golpe, volvió a tener quince años. Su estómago se retorció de ansiedad. Sin poder aguantar más, dijo:

―Sabe lo nuestro ―ambos le miraban en silencio, Daniel esperaba que Martín fuera quien hablara, él debía tomar las riendas. Al fin y al cabo, era el gurdián―. Sabe que Sol está aquí, que nos conoce y también lo que ha pasado entre... nosotros.

―Martín... ¿Qué existe exactamente entre mi hija y tú? ―miró por primera vez a David, tras tantos años. Él era el hermano de su mejor amigo, había sido como un hermano mayor para él. Pero, ahora era también el padre de Sol. Se encogió en su asiento, incapaz de responder―. Te he hecho una pregunta...

―David...―empezó Daniel, pero él se levantó indignado.

―Le he preguntado a él ―musitó molesto, y mirándole añadió―; y me vas a responder. Mi hija nunca ha tenido secretos conmigo, y ahora tiene uno. Y tiene algo que ver contigo y nuestro pasado común... ¿Esto tiene que ver con vuestra maldita secta? ¿Tiene algo que ver con Martina o...algo que la pueda dañar?

―Nuestra comunidad no es una secta, aunque te lo parezca ―dijo Daniel molesto por su comentario y su tono despectivo―. Simplemente hemos seguido algunas antiguas tradiciones que...

―Repito, Daniel, que esto no tiene que ver contigo. ¿Qué ocurre entre Sol y tú, Martín?

―Tu hija y yo...bueno...yo...―las palabras no acudían a su mente, sentía como si su sangre se hubiera coagulado. Seguía confuso por la aparición de Martina, y no era capaz de procesarlo todo, pero debía serle sincero. En su situación, actuaria cómo él. Le debía una respuesta―. Yo me he enamorado de ella. Y, ella correspondió mis sentimientos.

David guardó silencio y volvió a sentarse lentamente. Su mente parecía querer evitar conjurar ese tipo de imágenes. Daniel le miraba con atención. Teresa llegó unos minutos después. Daniel le contó lo que había ocurrido. Fue a comprobar cómo estaba Sol. Les indicó que seguía dormida y se sentó a su lado. David no la saludó, ni reparó en su presencia. Seguía profundamente pensativo, callado y con furia en la mirada. Martín se miró las manos.

―¿Qué se supone que debemos hacer? ―preguntó Daniel, evitando la mirada de David e intentando romper esa tensión con algo práctico― ¿Le devolvemos la llamada?

―Llamó desde un número oculto ―dijo Martín en un susurro, aún mirando sus manos, una de carne, la otra no― , pero...si sabe todas estas informaciones debemos presuponer que se encuentra cerca. Alguien tiene contacto con ella y...

―¿Supones que alguno de la comunidad le pasa información? ―dijo Teresa, incómoda y preocupada― ¿Por qué lo harían? La mayoría odiaban a Martina y al anterior guardián. La mayor parte de nuestros conocidos quieren a Sol, ¿porque querrían dañarla? Además, ninguno de ellos podría suponer vuestra relación...

―No es dañarla, Teresa. Es utilizarla como cebo. Quizá, Martina actué como madre por una vez, y regresé por su hija ―respondió Daniel, especulando― Al menos, es lo lógico.

―Entonces...debemos proteger a Sol ―dijo Martín nervioso y preocupado―. No deseo que sufra daño o preocupación alguna por nuestra culpa.

―Es tu sobrina ―dijo David en un torturado susurro―. Te has enamorado de tu sobrina.

―David...sabes tan bien como yo, que Martín y Martina no compartían gota de sangre. Ellos no son hermanos, y por tanto, Sol no es su sobrina sanguínea, no son familia―musitó Daniel por él, Teresa asintió, pero Martín estaba mudo. Seguía sin ser capaz de enfrentarse a lo ocurrido―. Eran dos desconocidos entre ellos.

―Es una niña, por Dios ―musitó enfadado David―, y estás casado. Todo esto que me estás contando...

―Yo...―Martín intentó poner algo de coherencia a sus sentimientos. Había dedicado tanto tiempo pensando cómo se defendería ante la comunidad, que no había pensado en nada más. Había pensado en el consejo, porque les temía. Y, no había servido para nada. No había pensado en el padre de Sol, en la persona más importante de su vida. Quizá, porque pensaba que ella estaría a su lado, y sería más fácil contar la verdad. Una verdad que se retorcía en sus entrañas, deseando salir. Al menos, aunque ella no estuviera delante, tenía que soltarla―. Cuando la vi, ya no pude ver nada más. Sol iluminó mi vida, y me la ha cambiado por completo. Mi hermana convirtió mi vida en una nada, y la de Teresa en lo mismo, pero Sol...Sol volvió a darle un sentido ―carraspeando miró al padre de Sol, al hombre que la había cuidado, protegido y había ayudado a ser como era. Olvidando que era David. Le debía serle sincero, le debía hacerlo bien por ella―. Éramos críos cuando nos conocimos con Daniel. Yo te consideraba un hombre admirable, David. El hermano que hubiera querido tener. Y no deseo dañarte ahora que somos hombres. Lamento no haber hecho las cosas bien con Sol. No haberle sido sincero, pero te juro por Dios, que para mí no existe otra mujer. La amo con todo mi corazón.

―¿Y Teresa? ―dijo él, mirándola por primera vez, algo en su mirada traslucía algo más. Recuerdos de otras épocas volaron hacía él. Teresa y David paseando a la luz de la luna― ¿Cómo puedes decir algo así delante de ella? ¿No la amas? ¿No la has amado nunca?

―Nosotros...bueno, nos casamos obligados por Martina ―señaló Martín―. Éramos jóvenes y nos engañó. Parte de ese loco plan para distraer a mi padre. Para huir. Tú lo sabes. Teresa y yo hemos sido amigos durante muchos años, y siempre nos hemos contado la verdad. Ella sabe todo lo que siento y pienso. Nunca le diré nada que no sea verdad.

―Teresa...―dijo él mirándola. Por un momento recordó que ellos fueron amigos. La debía conocer bien puesto que era la mejor amiga de Martina. Pero le daba la sensación de que había algo más ahí, aunque no era el momento de preguntar. Teresa le devolvió la mirada intensamente.

―Como ves...tu mujer no sólo arruinó tu vida ―respondió con frialdad.

― ¿Por qué no os divorciasteis? ―señaló, pero enseguida cayó en la cuenta, y se echó a reír―. Claro...eres el guardián de la moralidad cristiana. No podías cometer ese error, ni tú perder ese prestigio...

―Si crees eso, entonces no me conoces...―dijo ella molesta.

―No es prestigio, ¿verdad? ―dijo David, dándose cuenta de lo que los unía a todos―. Es venganza. Os une a todos el deseo de venganza contra Martina. Todos estos años lleváis esperando esto. No voy a dejar que arrastréis a mi hija a vuestro pozo de locura. Ella tenía una vida lejos de su pasado, una vida feliz. Yo le enseñé a olvidar. Tengo más motivos que vosotros para odiarla, pero antepuse la felicidad de mi hija. Y aprendí que tener lejos a Martina es lo mejor.

―Tu hija no es feliz ―dijo Teresa enfadada―. Vive atemorizada por la sombra de su madre. Aquí está convirtiéndose en una mujer fuerte. Además, ella ama a Martín. Es tarde para volver atrás.

―Ella no le amará ahora que sabe la verdad ―dijo él enfadado, aunque sus ojos brillaban de tristeza―. Toda la vida se ha sentido asustada por su madre. Asustada por el mundo que ella le pintaba: cruel, frío y manipulador. Si hay algo que no tolera es el engaño. Ella no lo perdonará. Sol merece más que una vida de odio y rencor. Ella merece ser feliz. Y aunque no seas un mal hombre y la ames, no permitiré que esto acabé así para ella. Sé que ella es lo suficientemente lista y fuerte para darse cuenta. Voy a buscar el coche y a llevarla a casa.

David se marchó dando un portazo. Supuso que debía pensar en muchas cosas, oyó la motocicleta arrancar y perderse en la noche. Daniel se observó las manos entrecruzadas. Su pose demostraba el cansancio arrastrado tras esos días. Teresa le miró. Era el guardián, debía decir algo, ayudarles, investigar. Dar el siguiente paso. Pero no sabía qué decir. Su mente aún se encontraba embotada en las emociones de esa mañana, de ese día. Un día tan largo que parecía interminable. Respiró profundamente, intentando calmarse. Ordenar sus pensamientos.

―Debemos saber cómo ha obtenido la información. Ese es el primer paso ―musitó―. Una vez sepamos quién le ha filtrado la información y cómo, será más fácil encontrarla y traerla de vuelta. ¿No creeís? Martina quiere volver. Es ansía de venganza la que nos une a todos, incluso a ella. Pero no debe volver, o...―dejó la frase inconclusa, todos sabían el desenlace.

―¿Cómo piensas saberlo? ―señaló Daniel, Martín sonrió cansado y asqueado. Ser el guardián era lo único que sabía hacer.

―No lo tengo claro aún. Quizá debamos dar a todos los miembros de la comunidad una información falsa, ellos habrán presupuesto mi relación con ella y se habrán inventado más. Ya sabemos cómo funciona esto ―dijo Martín―. Daremos a cada uno una información diferente, pero todas muy concretas e importantes. Debemos pensar en algo grande. Cuando ella mueva ficha, lo hará dependiendo de esa información. Y entonces, sabremos quién nos ha traicionado. ¿Creeís que es buena idea?

―Estoy de acuerdo ―dijo Teresa como ausente, Daniel asintió. Ambos se miraron y luego, miraron a Martín― ¿Y qué hacemos con Sol? Debemos contárselo todo a riesgo de...

―No deseo hablar de eso, aún ―como si el demonio le llevará, se levantó, y se dirigió a la habitación donde Sol dormía. Decidido a romperse de nuevo el corazón, si es lo que ella deseaba. Su estómago seguía hecho un nudo, y su mente seguía un tanto dispersa. Aún sentía que estaba en las nubes de esa mañana, regresando a su hogar. Aún la recordaba delante de él, expuesta, anhelante. Un momento donde solamente se pertenecían el uno al otro. La observó dormir en su cama. Una cama que no había usado nunca, Teresa dormía allí. Su rostro parecía relajado, pero sabía que seguía nerviosa por el movimiento de sus pupilas. Por un instante, se permitió imaginar que esa tarde no había ocurrido. Simplemente, había venido a verle y se había quedado dormida de cansancio. Por un instante, se imaginó una vida más sencilla, más feliz. Cerró los ojos y se apoyó en la pared. Todo ese mundo le parecía lejano e irreal. La felicidad no era para él. Cuando abrió los ojos, ella le observaba en silencio. No dijo nada por temor a romper esa calma. Con la voz rota, dijo su nombre. No sabía qué hacer. Por primera vez en su vida, se sentía indefenso, e incapaz de dar con la respuesta correcta.

―...como has podido ―dijo enfadada―. Me has...lo que hemos hecho ha sido...

―Sol...no es verdad. Yo no soy tu tío. Martina y yo no compartimos sangre. Convivimos como hermanos, pero no lo éramos. Teníamos padres distintos. Algunas personas lo saben...pero, no todo el mundo y yo...

―¿Cómo puedes ser tan mentiroso? ―dijo, la rabia subió a sus ojos y su odio le quemó por dentro. Nunca se había sentido tan mal consigo mismo, tan destrozado por las mentiras del pasado.

―No te estoy mintiendo, Sol ―respondió muy serio―. Es la verdad, por eso me eché a reír. Lo siento, siento no habértelo dicho antes. Creía que sólo te haría daño...

―Me engañaste, como todos ―señaló. David había tenido razón. La mirada de Sol quemaba―. Mi padre me engañó, Daniel me engañó, tú me has engañado. Todo por una estúpida historia del pasado que no podéis superar...―no dijo nada, dejó que ella se desahogará―. Mi madre es alguien horrible, pero...nunca me ha mentido. El resto...

―Martina no miente, pero manipula la verdad a su antojo, como un arma ―dijo, conteniendo sus emociones―. Yo quería ser sincero contigo, Sol. Quería contártelo, pero a la vez, sentía que te podía perder. Yo sólo quería que todo fuera bien. Quería resolver este asunto y...entonces, luego contártelo todo. Evitarte dolor y... me he equivocado.

―¿Qué asunto debes resolver? ¿Por qué estoy aquí en verdad, Martín? ―quería acercarse a ella, pero su mirada le retenía― Dímelo ―le suplicó.

―Estos últimos años han sido difíciles ―musitó, las palabras se atropellaban en su mente e intentó estar tranquilo. Encontrar la verdad razonable que ella podía comprender―. Hemos intentado hacer las cosas bien. El anterior guardián era tu...abuelo. El padre de Martina. Él era una persona abusiva y ejerció malas prácticas. Él era un hombre perverso y cruel, acostumbrado a ejercer su poder. Él...bueno...―dos lágrimas le desbordaron y se sintió desnudo ante ella, pero su mirada no le hizo sentir avergonzado, confiaba en ella como en nadie más―...mató a mi madre de una paliza. Y a mucha más gente. Entonces, perdió el respeto de parte de la comunidad. Mucha gente quería a mi madre. Sin embargo, otra parte le apoyaba, gente sin escrúpulos como él. Él cayó hondo. Se deprimió y acabó suicidándose, poco tiempo después, de que tú madre se fuera. Todos me propusieron como nuevo guardián y acepté. Acababa de perder a mi madre, mi mano, me acababa de casar con alguien que no amaba. Había sido engañado, traicionado y estaba solo. Era joven y estaba perdido. La comunidad estaba fragmentada, y los ánimos se calmaron con mi elección. Hubo gente que se marchó, y...pasamos un buen tiempo en paz.

―Contínua ―dijo ante el silencio de él, su mirada no se desvió en ningún momento.

―No estoy orgulloso de lo que hice a veces. De las decisiones que tuve que tomar. Hubo gente que se marchó y...bueno...casi ninguno se quedó en la comunidad. Empezamos a creer que sin ellos viviríamos en paz. Esa gente no quería volver a la comunidad, no quería exponerse al juicio del guardián. Yo...yo sólo hacía lo que me decían ―se deslizó hasta quedar sentado apoyado en la pared―. Toda la gente de Crisal está ligada con un contrato con muchas letras pequeñas. Cuando alguien hacía algo mal lo echábamos de la comunidad. Limpiábamos de gente que no pensaba como nosotros. Nunca hice nada como lo que había hecho el anterior guardían. No torturaba, ni dañaba a nadie, ni le hacía la vida imposible. Sólo les invitaba a que se marcharán de aquí si no aceptaban las normas de nuestra comunidad. Nos hicimos con un buen abogado, firmamos contratos, y compramos todo el pueblo. Todo es legal, limpio y certero. Nada más. A veces el consejo, hacía otras cosas, pero ya no eran mi responsabilidad. Creía que creábamos una comunidad utópica. Pero...entonces supimos de los partidarios de mi antecesor, la gente se obsesionó con la culpa. La mayoría era gente muy mala, Sol, y hacían daño al mundo. Muchos creían que no hicimos suficiente, que era responsabilidad de Crisal, limpiarles. Creían que echar la maldad de Crisal, seguía siendo un acto malvado en si. Entonces, Daniel empezó con el plan búsqueda.

―¿En qué consistía ese plan?

―Buscamos a los partidarios del anterior guardián. Sólo buscábamos a esos que habían hecho cosas malvadas hacia la sociedad tras su marcha de Crisal. Sentíamos que era nuestra culpa por haberles dejado marchar sin más ―buscó su mirada, pero ella la apartó―. Iniciamos el plan. Nuestra comunidad estaba casi vacía. Necesitábamos encontrar a gente que encajará con nuestra comunidad. Queríamos matar a dos pájaros de un tiro: formar una comunidad sana y enmendar los errores de nuestro pasado. Ellos no se iban a exponer a volver, así que nuestro plan consistía en contactar, por ejemplo, con una persona cercana a la persona que buscábamos. Era sencillo, ofrecíamos esa capacidad de redención. Se marcharon familias enteras, Sol, y esta era su comunidad. Sin la mala semilla, podían regresar. Un contrato, un trabajo, un hogar. Nos asegurábamos de que le llegará la oferta al buzón o al mail. A la vez, también cogíamos a otras personas que investigaria sobre su relación con la persona que buscabamos. Alguien que nos ayudaría. Siempre eran personas que buscaban algo más que una comunidad, gente necesitada de apoyo. Como te dije, ellas debían averiguar si encajarían en la comunidad, pero además, nos ayudarían a saber información sobre ellas. De esa manera, podíamos identificar si el partidiario estaría dispuesto a volver, y también a como encontrar a quien debíamos castigar. Además, recompensamos a la persona que nos ayudará a encontrar al partidario, con un trabajo y una residencia aquí. Y, para el otro, la oportunidad de volver a su comunidad. Una comunidad en la que podía formar parte activa y ser feliz. No hacíamos mal...

―¿Eso es lo que queríais de mí? Dejasteis el periódico en mi buzón para encontrar a mi madre...

―Sí ―señaló Martín incómodo, pero dispuesto a serle sincero al cien por cien― Ya te lo dije. Ella había dañado a la comunidad, a Teresa, a mí...Debía pagar, y lo sigo pensando. Yo mismo la juzgaré, como su padre juzgó a mi madre ―ante su silencio, añadió―: Pero, no sólo buscamos a tu madre, Sol. Buscamos a más gente. Por ejemplo, a uno de los partidarios de mi padre. Su hijo Patricio es la única forma de acceder a él. Claude violó a la hermana de Daniel, y nunca acabó en la cárcel. Pagó su propia libertad. Él también debe ser juzgado, ¿lo entiendes?

―Tú no eres Dios ―dijo enfadada, dos lágrimas salieron de sus ojos y la miró con tristeza, deseaba tanto abrazarla―. Tú no eres nadie para juzgarle. No sois nadie. Pretendes decirme que harás como tu padre... ¿les matarás?

―Claro que no ―respondió, indignado porque le comparase con él― Yo sólo les... Yo no haré nada en verdad. Pagarán a la comunidad su deuda. Yo no mató a nadie, ni le hago daño. Les quitó parte de su dinero, les obligó a hacer servicios sociales...Yo no estoy por encima de la ley. Yo hago lo mejor para la comunidad.

―Te crees por encima de todo ―dijo enfadada, mirándole con rabia―. Te crees con derecho a juzgarles. ¿Qué te hace a ti mejor?

―Me eligieron para ello ―dijo molesto, levantándose―. Yo he dedicado mi vida a ser un guardián piadoso, bueno y correcto. Gracias a mí la violencia se acabó en esta comunidad, se acabó el vivir con miedo de los abusones. Yo he contribuido a vivir en paz. He sacrificado mis sueños, mis ilusiones y mi vida hasta ahora, para conseguir que Crisal sea un lugar de ensueño.

―¿Y a la gente que estás utilizando para conseguir tus objetivos? ¿Y al pobre Patricio? ¿O a Coco, Marina y el resto?

―Ellos no están sufriendo, Sol ―le aseguró.

―Yo estoy sufriendo ―replicó ella.

―Tú eres distinta ―murmuró en un susurro torturado.

―Tienes razón. Legalmente, soy tu sobrina ―dijo mirándole desafiante―. La hija de una de las enemigas de tu comunidad. La persona que destrozó tu vida y te quitó una mano. Y querías pagarme con la misma moneda...

―Te equivocas ―dijo acercándose a ella, molesto por su tono. Ambos estaban muy cerca y se miraban desafiantes―. No eres mi sobrina. Eres, por mala suerte, la hija de la mujer que arruinó mi vida, me hizo perder una mano y dañó a quiénes quiero. Eres la nieta del hombre que mató a mi madre, y consintió que esta comunidad, se corrompiera en la violencia y la indecencia. Eres la mujer de la que me he enamorado y que ha convertido mi vida vacía, en algo con sentido.

―Estás loco, Martín ―dijo, y ambos se enfrentaron con la mirada―. Quieras o no, ante la ley de los hombres, soy tu sobrina.

―No ante la ley de Dios. Tú misma dijiste que a él le importaba la verdad. Y, a nosotros, sólo debe importarnos eso.

―¿La verdad? ―dijo riéndose, y esa risa amarga le partió el corazón―. Estás loco, esa es la verdad. Todos lo estáis. Mi madre, Daniel, tú. Todos. Este es un lugar de ensueño, pero es irreal.

―Sol, sabes que te quiero y aunque... ―los pasos de su padre les separaron y ella se alejó. David le preguntó si quería ir a casa y ella asintió. Ambos se marcharon, pero Martín se quedó en pie en medio de la habitación. Aún olía a ella y a esperanza.

En cuanto se montó en el coche, volvió a llorar. Su padre conducía hasta su casa en Crisal. Era de las pocas veces que iban en coche desde que era adulta y se sintió como cuando era una niña y él la recogía del hotel tras ver a mamá. Hacían el viaje en silencio, ella lloraba. Él ponía música alegre. Le partía el corazón. Siempre había intentado protegerle. Protegerle de esa verdad. Cuando entraron la miró.

―¿Qué vas a hacer? ―preguntó, ella se sentó en el sofá. Acarició a Oliver y observó a su padre. Parecía nervioso, incómodo, pero también intentaba mostrarse fuerte por ella. Como siempre. Pero esa iba a ser la última vez. Sol era adulta ya, y debía ocuparse de ello.

―¿Qué puedo hacer,papá? ―dijo, y los sollozos cortaron su rota voz, él se sentó y la abrazó―. He vuelto al pueblo de tu infancia, y por primera vez, he sentido que pertenecía a un sitio. He sido feliz aquí, más que en ningún lugar del mundo.

―Entonces, quédate. No tienes porqué mezclarte con esa gente...

―Pero esa es mi gente, ¿no? Daniel es mi tío, por tanto Amanda, también. Nunca había tenido familia, a nadie excepto a ti, y eso me hace feliz. Les he cogido mucho cariño ―señaló con tristeza― Me gusta mi trabajo, mi hogar, mi vida aquí. He sido feliz con mis amigos, con Daniel y...

―¿...y Martín?

―Sí. Lo he sido. Papá...―dijo, y volvió a llorar agobiada―...sabes que nunca me he enamorado de nadie. Había chicos que me gustaban, a veces chicas, pero nunca amor. Amor de ese que te hace ver más allá, que te hace estremecer por dentro y...

―Lo entiendo. Pero en la vida no sólo hay un amor... ―le indicó.

―¿Lo dices por mamá? ―él negó, y Sol le miró confusa―. No sólo se trata de amor. Toda esa historia de la comunidad, de la venganza, del pasado...es demasiado para mí. Vine aquí para olvidarme de lo malo...olvidarme de ella y...

―Sol, la pregunta que debes hacerte, es: ¿Qué deseas hacer?

―Mi mente desea marcharse, olvidarse del drama y vivir lejos de la sombra de mamá. Pero el corazón...el corazón desea quedarse aquí. Este es mi hogar y es el primer sitio donde he sido feliz de verdad. Dónde he tenido amigos, y he disfrutado de mi vida.

Su padre se quedó con ella a dormir. Él durmió en el sofá y ella se fue a su cama. Había sido el día más largo y agotador de su existencia. Pensó en Martín, de pie ante ella. Su mirada la traspasó. Estaba enfada con él, por mentirle, por ocultarle la verdad. Estaba enfadada con él por el hombre que decía ser. Él era más que todo eso. Pero, a pesar de ello, le amaba. Su corazón se estrujó aliviado al saber que no corría por sus venas la misma sangre. Pero, aun así, su relación era imposible, mientras siguiera siendo así. Él era el guardián y debía encontrar a su madre, y ella no deseaba encontrarla. No deseaba volver a verla. Pensó de nuevo en él, y deseó que estuviera con ella. Deseaba que todo fuera tan sencillo como la noche anterior, cuando el pasado era pasado, y el presente no era un recordatorio. Cerró los ojos y silenció su corazón. Si él no podía renunciar a su cometido hasta acabar con su madre, entonces debían estar separados. Y ella nunca sería capaz de obligarle a renunciar a su deber. Ahora entendía las emociones de las que él le hablaba.

Bebió de nuevo de la copa. Daniel se había marchado hacía una hora y Teresa se había acostado. Crisal se le antojaba silenciosa, pero opresora. Nunca había deseado marcharse, pero ahora que el pasado volvía, no podía pensar en otra cosa. Miró el hielo deshaciéndose en su vaso. Había sido el hombre más feliz del mundo durante una noche, pero mientras fuera el guardián, no podía ser solamente un hombre. Lo que le había dicho a Sol era verdad, lo había sacrificado todo a cambio de la comunidad de Crisal. Y eso le había hecho feliz, le había bastado, hasta que ella apareció. Y le dio todo un nuevo significado. Había creado el lugar perfecto para vivir, pero le había faltado el quién. No tenía con quién compartirlo. Y ahora que la tenía, no podía. Cerró los ojos, estaba agotado.Los rayos del sol le despertaron y se dio cuenta de que había dormido casi toda la noche en el sillón. Pensó en su padre, dormido, borracho en el sillón, vigilando el oscuro bosque. Se estremeció. Se duchó y arregló. Daniel le esperaba en su despacho. Estaba revisando unos documentos, se sentó mientras se tomaba el café. Ambos se miraron, y pactaron en silencio no hablar de Sol.

―Shawn me ha llamado hace una hora ―dijo para cambiar de tema y evitarle la incomodidad. Retomar sus rutinas―. Claude sale mañana en libertad, y ha quedado en verse con su hijo en la ciudad en unos días. Patricio no desea ir, pero es su padre...no sabe qué hacer. Le insiste para que venga aquí y cenen. De momento, él se niega. Patricio está molesto, pero no ha cancelado la cita.

―¿Crees que venga?

―Lo dudo ―Daniel miró con rabia los papeles que tenía ante sí―. Ese cabrón sabe que soy el alcalde. Sabe que le buscamos. Pero le da igual. Cree que su hijo es tonto de remate y nunca averiguará la verdad sobre su pasado.

―¿Qué quieres que haga?

―Shawn cree que sería buena idea aprovechar la oportunidad ―el brillo en la mirada de Daniel le puso los pelos de punta, pero apagó sus miedos, él era su único amigo. Su hermano―. Engañar a Claude haciéndole creer que Patricio irá. Él cree que puede convencer a Patricio de que le diga que sí y no presentarse. Darle un desplante a su padre. Sería buena idea presentarse uno de nosotros y traerle a casa.

―Es arriesgado. Está buscado por la policía...debe regresar a la cárcel.

―Podemos hacer que parezca que ha sido una fuga. Es un criminal ―dijo, y sus dudas se escondieron, tras la confianza ciega, que siempre le había tenido―. Mira, sé que estás al límite Martín. Eres mi mejor amigo, y un guardián excepcional. Pero estás...agotado. Es normal.

―Daniel...puedo...―empezó, pero notó su desánimo.

―Oye...somos amigos, ¿no? ―asintió y él sonrió―. Déjame esto a mí. Shawn me ayudará. Me gusta ese chico. Tú descansa, y encárgate de los bulos para encontrar al traïdor. Yo me encargaré de Claude y le traeré a casa. Con su dinero pagaremos las reformas del colegio y un aumento de sueldo a la policía. Es algo bueno, ¿no crees?

Martín asintió convencido. Daniel había sido siempre una buena persona, como él. Habían intentado que sus actos sirvieran para mejorar la comunidad. A veces él era un poco más cruel, pero no importaba. Daniel también se divertía. En el fondo, seguía siendo un niño pequeño al que le gustaba hacer travesuras. Se repartieron las tareas administrativas del Ayuntamiento y se fue a su despacho. Cazarían a Claude, seguramente Daniel lo tuviera un par de días, antes de celebrar su aportación. Respiró profundamente, aún recordaba a la madre de Claude, Claudia. Había muerto hacía siete años, creía que de tristeza. Nunca superó las faltas de su hijo. Había conocido a su madre, claro. Siempre tenía palabras buenas para ella. Claudia murió sola, en una casa desvencijada y sin conocer a su único nieto. Unos golpes en la puerta le sacaron de sus oscuros pensamientos. Le dijo a quien fuera que entrase, mientras revisaba aún los papeles. Debía ser Amanda con la orden del día o Teresa que le traía la comida. Levantó la mirada y la vio. Sol estaba ahí parada con su comida en la mano. Estaba tan preciosa que su corazón se encogió. Se quedó congelado de sorpresa.

―Buenos días. Yo...―intentó recoger su desordenada mesa, se levantó torpemente. Por un momento, se dio cuenta de que quizás a sus ojos fuera patético. Se sintió inseguro.

―Martín. Sólo venía a hablar un momento contigo. Iba a comer en la plaza con Patricio ―su corazón aleteó ante la mención del chico, y se puso más nervioso, pero ella no sabía nada de sus planes―. Espero no interrumpirte.

―No. No interrumpes nada. Yo...

―Venía a decirte que lamento nuestra discusión de ayer ―él asintió mirándola, incapaz de articular nada coherente―. Y lamento...haberte dicho cosas de las que no me siento orgullosa.

―Sol, fue culpa mía. Yo siento no haberte dicho las cosas cuando debía. Fui un idiota y me arrepiento ―se acercó, y olió su perfume. Era tan pequeña en comparación con él. Fue consciente de que estaban en su despacho, de que había gente pasando al otro lado, pero su cuerpo solo anhelaba tocarla, una leve caricia―. Yo...

―Quería decirte que me alegra saber la verdad ―señaló, y vio como respiraba profundamente―. Y que, a pesar de todo, voy a seguir viviendo aquí. Ayer, hubo un momento en que creí que cogería mis maletas y me marcharía para siempre. No deseo remover mi pasado, ni pensar en mi madre. Pero tienes razón, este es mi hogar ―suspiró y sonrió con tristeza―, y soy feliz aquí. Como no lo he sido nunca. Pero...hay algo que...nada más quería decir que...a pesar de ello...nuestra relación debe acabar. Tú eres el guardián y debes encontrar a mi madre. Yo no quiero volver a verla y querría dejar el pasado enterrado ―ella clavó sus ojos en él y una profunda opresión le cortó la respiración―. Te amo, Martín, pero no voy a obligarte a renunciar a algo que consideras como tu misión en la vida. No quiero que, por mí, te arrepientas o puedas perder lo que sea que has construïdo. Estamos en un punto muerto, y como tú dijiste lo nuestro es imposible.

Sin darle tiempo a decir nada más, Sol salió de su despacho corriendo. Se quedó petrificado. Ella se había dado cuenta de lo mismo que se había dado cuenta él. Algo que se quería negar y no aceptar. Había dejado que las cosas se salieran de sitio y ahora sentía la culpa devorándole. Por primera vez, fue consciente de su edad y de su soledad. Su vida sin ella había estado vacía, y ahora iba a irse de nuevo, a ese vacío insustancial. Su cuerpo anhelaba salir tras ella, pero su mente le decía que no era lo correcto. Ella había tomado una decisión sensata y él debía aceptarla.

Salió a la calle. El día en la pastelería estaba siendo tranquilo. Se había marchado a primera hora, sobretodo,para evitar la mirada derrotada de su marido. Se sentía mal por él, pero había hecho lo correcto. Le quería, era su mejor amigo, pero Sol no debía meterse en sus vidas. Ni cambiarlas. Daniel lo entendería. Él entendía lo que era la lealtad hacia la comunidad. David y Sol debían marcharse, Martín debía a volver a ser el guardián. Hubo un tiempo en que creyó que podía funcionar, pero esa relación era peligrosa. Se amaban de una manera única. Ella también quería a Sol, no quería que se marchará. Podrían haber estado juntos, ella era una más. Pero, ella había conseguido que Martín no quisiera ser el guardián, y eso ponía en riesgo a su comunidad. Era algo que no podía tolerar.

Había soportado que Martina le arrebatará al hombre del que había estado enamorada. Del que seguía enamorada. David había envejecido como siempre supo que lo haría. Seguía haciendo que le palpitará el corazón. Ella se lo había quitado para dañarme. Ahora, su hija Sol, iba a arrebatarle a su mejor amigo y su lugar en la comunidad. Iba a poner en riesgo lo que habían construido durante toda su vida, todo lo que habían sacrificado. Esa vez no lo permitiría. Los corazones rotos podían sanar, los abandonados no. Marcó el número, de nuevo. Ella respondió.

―Ahora debes desaparecer. Han encontrado a Claude y estarán distraídos. Márchate y déjanos en paz, Martina. Sólo te doy esta oportunidad. Nuestra comunidad es más fuerte que nunca ―ella se río al otro lado del teléfono. Su risa seguía siendo igual, infantil e histérica. Le puso los pelos de punta.

―Veo que sigues igual, Teresa. Creyendo que me importa tu opinión. La comunidad no me ayudó, cuando yo hubiera sido la mejor guardiana, mucho mejor que mi hermano ―señaló convencida. Hubo un tiempo en que Teresa había creído todo lo que ella decía―. Mi hija me fue arrebatada para que no la convirtiera en alguien como yo. Cruel y fuerte. Pero...tú me has ayudado a encontrarla. Gracias a ti, ya no estoy lejos de su vida, y seré capaz de despertarla. Debo agradecértelo.

―Martina...ellos te están buscando y si te encuentran...

―No me importa, Teresa ―musitó―, lo que me pasé a mí ya da igual. Sólo me importa Soledad. Ella debe obtener lo que es suyo por derecho: Crisal. Y convertirse en la digna sucesora que yo debería haber sido, como su abuelo lo habría querido.

Martina colgó, y por primera vez, tras tantos años, tuvo miedo. Martina había sido siempre alguien impredecible, alocado, temible. Teresa creía que sentía miedo de regresar, creía que podría contenerla con la visión de la comunidad. Se había equivocado como toda su vida. Esa vez era tarde, nadie podría ayudarle. Un escalofrío le recorrió. De nada había servido tradicionales, su vida se estaba desmoronando, perdiera o no a Martín.

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