CAPÍTULO 5: La condición humana

Su madre se sentó en el mullido sofá y ambas se observaron evaluativas. Al cabo de un rato, Martina sonrió de medio lado. Cogió a su gata, que se acurrucó en su regazo. Valiente traidora, pensó Sol.

―Te pareces a mí, Soledad.

―No me llames Soledad. Soy Sol ―le dijo con acritud.

―Entonces, ¿por qué no te has cambiado el nombre? En tu DNI sigue poniendo Soledad ―comentó su madre.

―Me lo dejé... supongo que para recordar. Para recordar que tuve una madre que me dio un nombre ―dijo ella, sentándose enfrente. Ella le mantuvo la mirada.

―Te he dado más que un nombre, únicamente, que hasta ahora, no has querido comprenderlo ―musitó Martina, relamiéndose. Sol se dio cuenta de que su. madre se parecía mucho a un gato. Esquiva, independiente, misteriosa―. ¿Tu tío no tendrá llave de aquí, verdad?

―No, Daniel tenía una llave maestra, pero hace tiempo cambié la cerradura.

―Me refería a Martín ―dijo, su madre, sonriendo con suficiencia. Divertida por la conflictiva situación―. Mi hermano, el guardián. 

―Él no es mi tío, no compartimos sangre. Es solamente un tío político, nada más ―respondió nerviosa, justificándose.

―No voy a juzgarte, Soledad. Yo no soy el guardián ―dijo ella, su mirada era de acero―. Eso no es lo que yo hago, y lo sabes. Si la historia fuera distinta, si Martín no fuera el guardián, toda la comunidad se os echaría encima. Pero... como es el guardián, todos miran para otro lado.

―Hablas de tu pasado ―susurró Sol.

―Hablo de lo que es el mundo, Soledad ―dijo ella levantando el mentón, su mirada quemaba―. Tenía solo cuatro años la primera vez que mi padre me pegó. Ni siquiera puedo recordar el motivo. Me corregía por todo. Llegaba borracho a casa, asqueado de sí mismo y golpeaba a su mujer. Luego venía a por mí. ¿Sabes lo que es vivir así?

―No...―musitó, aterrorizada por la imagen que le pintaba su madre. 

―Viví toda mi infancia aterrorizada. Hasta que, con doce o trece años, tomé la decisión de acabar con esto. Odiaba a la mujer patética de mi padre que no me defendía, odiaba a mi hermano que vivía siempre en las nubes, y odiaba a mi padre. Le odiaba y amaba por igual, Soledad. Él era el guardián, la comunidad era suya. Eso creía yo. Que todos le admiraban. Él me amaba, pero le recordaba su culpa. El hombre que vigilaba la moralidad de los demás, tenía una hija vástaga y un hijo que dudaba fuera suyo ―su madre sonrío irónica―. Los seres humanos no somos más que despojos. Seres infelices que viven siempre anclados a su pasado. Si mi padre hubiera sabido perdonarse, hubiera tenido una familia feliz.

―Tú tampoco has sabido perdonar ―Martina la miró satisfecha.

―Así es. No soy más que otro despojo... herencia familiar ―su tono era ácido.

―¿Qué quieres, en verdad, dime? Tu padre lleva años muerto, no puedes vengarte de él, ni... ―empezó Sol.

―Él no me importa, nunca me importó en verdad. Le amaba, le odiaba, sí. Pero luego, llegó a serme indiferente. Con doce años, comprendí que mi padre, era solamente un mero payaso en lo que era esta comunidad. Una comunidad podrida. Dirigida por unos pocos privilegiados, que podían proponerse aplastarte, y conseguirlo. Mi padre era un mero títere y deseaba hacerle caer. Deseaba que le quitarán el puesto de guardián, deseaba... en fin, deseaba que fuera solo un aburrido profesor de religión ―musitó, pérdida en sus pensamientos―. Hice cosas, bueno, de las que no estoy orgullosa. Al principio, fue fácil convencer a unos pocos que me siguieran, era fácil manipularles. La gente me temía por ser Martina, la hija del guardián. Me respetaban y me lo contaban todo. Me acostumbré a seguir a mi padre y... él nunca se dio cuenta, o eso creía.

Caminaba por el bosque tranquila. Llevaba meses siguiendo a su padre. A sus reuniones con el alcalde, a sus escapadas, a emborracharse, a las reuniones de la comunidad. Al principio tenía miedo y dudaba. Pero, meses de seguirle a escondidas, le habían llevado a conocerse Crisal cómo la palma de su mano. Ya no dudaba, sabía dónde esconderse, dónde escuchar. En esos años, lo único que anhelaba era ser la próxima guardiana. Odiaba a su padre, y a su mediocre gestión. Le fascinaba la comunidad y sus secretos. Anhelaba ser la reina, de ese pueblo perdido y encantado, llamado Crisal. Por eso, había empezado su campaña con la gente de su edad. La futura comunidad. Nunca había habido ninguna guardiana, ella sería la primera. En sus fantasías de pequeña, incluso se veía con una ficticia corona. Su padre nunca la pilló, siempre entraba antes que él y se escabullía a su habitación. Siempre llevaba un diario dónde anotaba todo lo que descubría, y lo guardaba en un escondite secreto en el peldaño de la escalera. Lo siguió haciendo hasta que se marché de Crisal para siempre. Si los años han pasado como deben, los diarios de esos años deben de seguir allí.

Tras tres años siguiendo diariamente a su padre, sabía lo suficiente de la vida como para no necesitar ir a la escuela. Con catorce años se había convertido en la reina de las sombras de Crisal. Todo lo que sucedía, que nunca parecía suceder en verdad, ella lo sabía. La gente hablaba en susurros cuando la veían. La futura guardiana, eso ya lo sabía. En cuanto cumpliera dieciocho sustituiría a su padre y la comunidad tomaría otro rumbo. Un rumbo que se olvidaría de rencillas, de falsas apariencias y sería real. Se juzgaría de verdad a los demás, sin medias tintas. Por aquella época fue cuando pasó lo de Claudia Claude, y cuando creyó que su padre podría dejar de ser el guardián. Él había condenado a un hombre que había hecho lo mismo que él. ¿Cómo él podía ser digno y el otro no? ¿Era él quien debía decidirlo? ¡Claro que no! Eso era tan injusto. Si hubieran visto las miradas de aquellas tres pobres almas. En ese momento creyó que era una injusticia. Ellos habían perdido a su padre, mientras que el suyo vivía. Ella sabía la verdad, ellos la desconocían. No quiso ser cruel, ni malvada. Únicamente les dijo la verdad. Lo que pasó a continuación, fue horrible, y nunca pudo imaginarlo. Ella creía que todo el mundo era como ella. Fuerte y capaz, que enfrentarían la mentira. Que irían a la policía, que descubrirían a la comunidad y todo cambiaría. Fueron unos cobardes. Ellos fallaron con su estúpida venganza y su padre siguió como guardián. Todo siguió como si nunca hubiera pasado nada. Veía a Claudia sentarse en su preciosa torre y la saludaba, siempre le comentaba que en cuanto volviera su hijo, le diría de casarse con ella. Que era la mejor mujer del pueblo. Claudia nunca llegó a entender que Patricio no iba a volver. Fue por esa época, cuando Martina empezó a entender la verdadera condición humana.

Ella crecía y empezaba a ser una mujer fuerte y bonita. Los demás la veían, pero lo que era más importante, ella también se veía. Su padre también la veía. Podía adivinar cómo sería de adulta y le gustaba observarse. Hasta entonces, nunca le había importado ser bella o no. Era una niña, y no le importaba cómo era. Pero, entonces, empezó a entender lo que su padre tanto temía. Tenía casi dieciséis años y su mirada relucía. Empezó a darse cuenta de que su padre la observaba, la perseguía con la mirada y que ya nunca era tan fácil escapar a su control. Puso toques de queda, normas estrictas y no le dejaba juntarse con los demás chicos. Le decía que ella era especial, y debía tener cuidado. Ella no era como mi hermano. Eso le enfurecía, y empezó a reparar en los privilegios que su atontado hermano siempre tenía. Él podía ir y venir cómo quisiera, nadie le atosigaba a aprender nada, ni a hacer nada. Martín tenía libertad, y sobre todo, a Martín no le importaba la comunidad. Únicamente le importaba su amigo Daniel, su madre y él mismo. Sí, suponía que esa fue la época en la que más odió a su hermano. Era alguien débil y patético, incapaz de proteger a nadie. Nunca pudo verle como alguien que le apoyará. Tenían vidas paralelas y separadas. Ella no confiaba en nadie, eso lo había aprendido de su espionaje de la comunidad. Mujeres que traicionaban a sus maridos, padres que delataban a sus hijos, hermanos que se culpaban entre sí. Si la gente sabía de ti, era más fácil que pudieran dañarte. Por tanto, vivía como un personaje. Fingía ser, pero supuso que no siempre le salía bien. Pronto, empezó a sospechar que su padre sabía más de ella de lo que creía. Empezó a pensar que si su padre se podía seguir, era por qué quizás él la dejaba. Si su padre la dejaba descubrir era porque quería que supiera. Se dio cuenta de que, quizá, su padre la estaba preparando. Eso cambió su visión de lo que vivía, y empezó a recelar de la idea de ser la siguiente guardiana. Deseaba serlo por decision propi. Decidió enfrentarle y preguntar, le temía, pero su padre siempre era sincero.

―Si tienes que preguntarlo, entonces no lo he hecho bien ―dijo sonriendo de medio lado, mirandola a través de la mesa― . La pregunta correcta Martina, ¿es porque nunca pediste, y te limitaste a hacerlo a mis espaldas?

―Porque... creía que tú no querrías.

―Te equivocas. Lo hacías a escondidas, porque para ti, era gratificante. Si te hubiera dicho, ven y serás la guardiana. Acompáñame. La idea no hubiera sido atractiva para ti.

―¿A qué te refieres? ―preguntó Martina con curiosidad.

―A que somos así. Nos gusta lo prohibido. Por eso yo existo. Para que los demás sientan gratificación, de hacer cosas, que no desearían de otra forma hacer.

―Pero... si tú estás es para que no se hagan ―musitó confundida, cada vez más perdida―. Es decir, tú evitas que la gente se porte mal.

―No, yo evito que la gente se porte mal «en público». Quizás aún seas pequeña para entender... Pero...

―Creo que entiendo ―dijo sonriendo, comprendiendo lo que decía su padre―. Hacer algo malo y que todo el mundo lo sepa, llevará a un castigo directo. Pero, hacer algo malo, burlar y que no te pillen, es lo que de verdad te da satisfacción. 

―Es algo así ―él negó con la cabeza―. Pero, la verdad Martina es que no deseo que seas la próxima guardiana. Sabía de tus intenciones, pero son inviables.

―¿Por qué? ―musitó frustrada y enfadada, levantándose como una chiquilla con un berrinche―. Sería la mejor guardiana, mejor incluso que tú.

―Ese es el problema. El guardián no puede ser, no es. El guardián no es nada, solamente es la máscara de la comunidad. El títere que hace lo que ellos desean hacer. El guardián no gobierna la comunidad, en realidad es únicamente el verdugo. Lo que crees que puedes ser, no será. Eso no te va a funcionar ―esa conversación con su padre la dejo más confundida que convencida. Se marchó en silencio y su padre observó el espeso bosque. Fue la primera vez, que pensó que su padre estaba envejeciendo, y esa idea le asustó. Su padre era lo único seguro en el mundo, y ahora... podía desvanecerse. Tembló y se maldijo por su debilidad. Todos somos sombras, algún día, cuando la luz dejé de darnos, desapareceremos. Su padre no quería que ella fuera la guardiana. Eso la enfurecía. Ella era mejor que nadie para ello. Podría convencer a la comunidad, podría satisfacerles. Él decía que el guardián era solo el verdugo, pero ella le haría ver que no. Que podía manipular a la comunidad a su antojo. Ahí, es cuando empezó a equivocarse. Cuando quiso ganarse su favor. Su padre no la llevó nunca a las reuniones, ni hizo nada, únicamente se limitó a dejarle seguirlo como hasta entonces. Ella les oía conversar, sabía quiénes eran los objetivos, sabía los errores. Ella maquinaba. Ese chico ha pegado a nuestros hijos, el guardián le hacía desaparecer. Ese hombre robó comida, se llevaba un buen susto. Empezó a mover los hilos por su cuenta, y a congratularse con la comunidad. Siempre a la sombra, aunque tenían sus sospechas. Sabía que yo podía hacer lo que quisiera, era intocable. Y las continuas peleas con mi padre se retomaron. Él no veía con buenos ojos lo que estaba haciendo y le reprochaba. Recuerdo las palizas y golpes, pero llegó un punto que ya no dolían. Era su castigo por jugar a ser Dios. Era su penitencia, porque cuando fuera la guardiana, eso se acabaría. La comunidad estaría en la palma de su mano. Creía que el fin justificaba los medios.

Ya tenía los diecisiete años bien entrados, cuando se convirtió en mujer. Esa noche se quedó en casa aterrorizada, sin saber qué le ocurriría después. Todos le decían que las mujeres eran débiles, temía no ser lo suficientemente fuerte como para seguir. Luego, se dio cuenta de que nada en ella había cambiado. Convertirse en mujer, únicamente, fue la reafirmación de que ella era mejor. Mejor que lo que dejaba atrás. Sus ilusiones infantiles se marchaban para siempre. Era más fuerte y capaz que cualquier hombre, porque sangraba y seguía en pie. Su sangre limpiaría Crisal y la purificaría. Su padre se marchó enfadado y no regresó hasta dos días después. Recuerdo que la sentó a la mesa con mirada ardiente.

―Ahora eres mujer. Sabes lo que eso implica...―ella únicamente asintió, él la miró―. Debes tener cuidado con los hombres, tú creces, pero ellos también. No quiero tener esta conversación contigo... pero... ahora corres peligro. Los hombres pueden aprovecharse de ti y hacerte cosas que... en fin, ya sabes... hablo de sexo. Debes dejar atrás los juegos infantiles. Empezará a no resultarte tan fácil manipularles y te exigirán cosas que no debes...

―No tienes idea de lo que hablas ―dijo Martina autosuficiente―. Yo no hago nada, los demás lo hacen por mí.

―No siempre vas a poder manipular a los demás a tu antojo.

―Te equivocas, ahora será incluso más fácil ―dijo sonriendo. No supo cómo su padre lo supo, pero lo supo. Su padre supo leer en su expresión lo mismo que ella pensaba. Que ahora, siendo mujer, los hombres me verían como deseable. Sería fácil manipularles con mi belleza, mi cuerpo. Mi padre me cruzó la cara de un único golpe y me derribó en el suelo. 

―¿Qué te crees? ¿Una puta cómo tu madre? ―musitó gritando―. Estás muy equivocada... esto debe acabar. Te saqué de allí para que vivieras en paz. Lamenté la muerte de tu madre, no lo hice queriendo. Te salvé y te he cuidado como a mi hija. Pero no vas a hacer esto...no me lo vas a hacer a mí. Te he cuidado, te he mantenido a salvo. Yo... 

Su padre la golpeó con dureza. Pensó que quería borrarle la belleza y el orgullo a golpes. Ella no podía defenderse. Su padre se apartó de ella, y la arrastró a su habitación llevándole del pelo. Ella nunca entraba, era su lugar y no deseaba molestarle. Él nunca le había dejado entrar. Vio su cama deshecha, la ropa tirada de cualquier manera, una foto de ella en la mesita de noche. Ese día le hizo entrar y tumbarse en la cama. La forzó y se apartó violentamente entre espasmos de placer. Asqueada y sangrante, Martina le devolvió la mirada llena de odio.

―Me importa una mierda lo que quieras hacerme, Martina. Mátame si quieres. He sido tuyo desde la primera vez que te vi. Tu madre te abandonó por la droga. Yo me había acostado con ella algunas veces, y te adopté como mi hija sin saberlo seguro. Te he dado lugar en mi hogar y en mi comunidad, te he permitido que hagas cosas horribles porque eres mi debilidad ―ella le miraba con odio, mientras gruesas lágrimas limpiaban sus mejillas, él se dejó caer al suelo ante ella. El guardián, rendido, ante su propio demonio―. Por eso hemos llegado hasta aquí, Martina, porque me llevas volviendo loco. Te he amado como a mi hija, y  te deseo ahora que eres mujer. Te he sido fiel desde entonces. Soy un hombre y, por tanto, débil y manipulable como crees. La comunidad no te quiere como guardiana, si sigues tendré que acabar contigo. 

―Eso no lo sabes, imbécil ―dijo apartándose con odio. En ese instante vio la imagen reflejada en su ilusión. Ella como guardiana orgullosa, su padre derrotado, pero orgulloso. Mirándola con amor. Una ilusión infantil, una ilusión que él estaba rompiendo en un solo instante.

―Martina, la imbécil eres tú ―se río su padre―. ¿Sabes lo que hace la comunidad contigo? Te utilizan cómo a un títere, como ya te avisé. Utilizan tus ilusiones de hacerte guardiana, para que hagas las cosas que ellos no desean hacer. ¿Te has parado a pensar en lo que implica matar a alguien, Martina?

―Yo...―empezó Martina.

―No, Martina. Yo he limpiado tus fechorías, he cargado con tu culpa. Hasta que no he podido ocultarlo más. La comunidad no te quiere como guardiana, eres un problema para ellos. Y buscarán la forma de deshacerse de ti. De momento, te he podido proteger, pero...

―Tú no lo permitirás....

―Yo soy el guardián, Martina. Aunque te quiero, no tengo voluntad. 

―Así fue cómo supe que corría peligro en Crisal ―comentó su madre, pérdida en sus recuerdos―. Supe que no podía escapar, no tenía lugar al que ir. Pero tampoco podía escapar de mi pasado, de lo que había hecho, en quién me había convertido. Estaba atrapada y la sensación era asfixiante. Esa tarde me quedé totalmente paralizada en la habitación dónde mi padre me había violado. Paralizada al darme cuenta de la persona en la que me había convertido, en la persona que era él.

―Martina, ¿cómo pudiste....? ―empezó Sol.

―¿El qué? ¿Matar? ¿Engañar? ¿Manipular? ―ella se río―. Eso es lo que siempre había aprendido. Desde que tuve doce años, sólo había conocido esto. Y disfrutaba haciéndolo. Me daba la sensación de estar jugando a ser mayor, de estar haciendo lo que hacía el hombre que admiraba. Me sentía poderosa, había algo que me daba placer. Pero todo lo que sube, inevitablemente baja. Y había bajado hasta lo más profundo, ahí sentada, en ese sucio colchón. Descubriendo que no era nadie. Que no tenía madre, ni padre. Ni comunidad. Encarcelada con un hombre que me había criado como hija, pero que ahora deseaba como mujer. Violada. Sin confiar en nadie, en la profunda soledad. Estuve unas semanas como catatónica, sin procesar lo que mi padre me había confesado. Y amé la soledad, como si fuera el aire puro tras tanto tiempo viciado. Quise quedarme allí sentada para siempre. 

―Pero...no te quedaste de brazos cruzados ―dijo Sol, arqueando las cejas.

―Por supuesto que no. En este mundo: o aplastas o te aplastan. Mi padre y yo habíamos sido útiles para la comunidad, pero las nuevas corrientes nos veían como algo molesto. Se cuestionaban la continuidad de mi padre. Muchas empezaban a decantarse por opciones menos sangrientas, pero igualmente cuestionables éticamente.

―¿A qué te refieres? Vosotros matasteis a gente...

―¿Y no es lo mismo? ¿No es lo mismo, Soledad, que te obliguen a dejar tu hogar, tus cosas, tu dinero, tu trabajo? Que desaparezcas y te arrebaten todo lo que tienes. ¿Quién serás en ese mundo? Un simple vagabundo que morirá como un perro en la calle. Quizás lo veas como algo más moral y limpio...

―Ninguna de las dos opciones es buena... por eso la comunidad debe desaparecer. Lo que ocurre aquí, es horrible. Y aunque quiera a Martín y Daniel... esto debe acabar.

Su madre únicamente sonrió de medio lado. La observó. Sin duda, empezaba a creer que ella no había tenido otra opción. En un mar rodeado de pirañas, o te conviertes en una , o duras menos de un segundo.

Cómo comentas, no duró mucho su tiempo de duelo. Lloraba por la ilusión infantil que había mantenido durante cinco años de su vida. La ilusión de ser la guardiana. Todo se derrumbó y se dio cuenta de que, aun así, había caído en suelo sólido. La caída no había sido infinita ni vacía. Había sido rápida, brusca y contundente. Y cuando pierdes todo lo que te ha mantenido tras tantos años, te quedas sin nada, y es peligroso. Alguien que no tiene nada, es temerario. No tenía nada que ganar, nada que perder. Pasó los siguientes dos años fingiendo sumisión a su padre, aceptación de su no posicionamiento en la comunidad y su apacible vida. Empezó a salir con chicas de su edad, a fingir amistad. Alguna vez paseaba con algún chico de la mano. Cuando su padre se enteraba, volvía la paliza y la obligaba a ir a su cuarto. Aun así, su relación se había moderado. Fingía para él y fingía para la comunidad. Ellos eran peligrosos, sobre todo si descubrían lo que pretendía hacer. A ella ya no le alimentaba la comida, ni descansaba tras el sueño apacible; solo vivía por el odio.
Sus diarios seguían guardados en el escalón y se mantenía discreta en un segundo plano. Su vida sería acabar de estudiar y marcharse a la universidad. Crisal ya no la quería allí, la comunidad deseaba olvidarla. Piensa que ellos eran hombres y mujeres adultos que habían utilizado, durante años, una mente de niña para conseguir sus objetivos. Ahora en el pueblo únicamente se hablaba de la reforma, de una comunidad más limpia y menos violenta. Eso era lo que todos querían, aunque era lo que aparentaban querer. Su padre únicamente asentía, sabía que sus días como guardián estaban contados. Él era el recuerdo de un pasado que querían olvidar. No le iban a dar la oportunidad de reformarse. En Crisal esas cosas desaparecen entre brumas. Su padre nunca le desvelaba sus miedos o inquietudes, pero se había vuelto más violento y cruel. Parecía cansado, con ganas de marcharse pronto. La comunidad ya no era de su interés y también, empezó a despreciarlos. Muchas veces le oía despotricar de los amigos que siempre había tenido. Su padre lo estaba perdiendo todo, se derrumbaba, y se notó en el interés enfermizo que empezó a tener con ella. Ella era lo único de su pasado que deseaba mantener. 

Por ese entonces, Martina había desechado sus sueños de ser la guardiana e intentaba olvidar. Cuando te obligas tanto tiempo a fingir, tu mente acaba convirtiéndose en lo que finges. No hay nada más peligroso que el autoengaño. Pero, ella creía que empezaba a ser algo así como normal. Que quizá pudiera marcharse y olvidar. El odio se desvanecía en las brumas de esa apacible tranquilidad. Quedaba mucho con Teresa, que estaba enamorada de su hermano. Aunque, también estaba pillada del hermano mayor de Daniel, un tal David. Creía que Teresa se enamoraba hasta del viento que soplaba entre sus piernas. Y no sabía hablar de otra cosa que de eso. A ella no le gustaba nadie en especial, hasta que conoció a su padre. Había ido a buscar a  su hermano a casa de Daniel, únicamente para encontrarse que ya se había marchado. Daniel y Martín estaban discutiendo por culpa de su hermano, cuando él llegó. Llevaba ropa de trabajo e hizo que su cuerpo cosquilleara bajo la luna. Insistió en acompañarle a casa, aunque ella sabía de sobra que no tenía miedo a la oscuridad, ni le pasaría nada malo. Conocía demasiado bien Crisal, pero fue la primera vez que alguien actuó con cariño hacia ella.

―Nunca te había visto por el pueblo ―dijo sonriente. Todo era optimismo y eso la estremecía. No había conocido a nadie como él y se sentía deslumbrada.

―Pues vivo aquí de siempre. En la casita del bosque... mi padre es... Luis, el profesor de religión.

―Vaya, de verdad. Creo que una cara tan bonita, si la hubiera visto me habría acordado. Debes ser muy jovencita. ―David la conquistó con tres frases y su corazón aleteó. Le insistió que la dejara en la linde del bosque, acabó aceptando inseguro de que se adentrara en el bosque. Esa noche, fue la primera vez que soñó con un hombre. Fue la primera mañana que se levantó sintiéndose tranquila. Asustada de que su padre supiera de sus sensaciones, se ocultaba de nuevo. Tuvo algunas citas con David y pronto supo que estaba enamorada de él. Sentía que su vida ya no pesaba y empezaba a sentir ilusión por el futuro. Él trabajaba en la fábrica de la ciudad, ella podría trabajar en el pueblo. Siempre había deseado una floristería. Una bonita casa, un bonito futuro, él adoraba Crisal y no deseaba marcharse. Quizá pudiéramos ser felices allí.

Pero todo eso, de nuevo, eran ilusiones vacías e infantiles. Su padre dejaría pronto de ser el guardián y ellos se esfumarían en la bruma. El único que quizá se salvará, fuera Martín. Todos parecían adorarle en la comunidad. Se quedaría en su hogar, se casaría y tendría una vida más en la comunidad. Pero ella ya no tenía esa oportunidad. Cada vez que oía pasos, aceleraba. Cuando oía el picaporte girar, se escondía en el armario. Temía por su vida. Sabía que la comunidad los quería hacer desaparecer. Empezó a ser acuciante acabar con la comunidad, pero era incapaz de ver cómo podría hacerlo. Quería desenmascarar ante el mundo lo que ocurría en su hogar. ¿Pero cómo podría hacerlo? ¿Cómo hacerlo sin culpabilizarse también a ella? ¿Si él sabía la verdad, la abandonaría? Vivía entre la ilusión y el miedo de nuevo, caminando entre secretos frágiles y cortantes como el cristal. Su corazón latía recordándole a cada instante que la comunidad debía desaparecer, el guardián debía de ser innecesario, ellos debían salir a la luz. Pero... nada era cómo debía ser. Y su cuerpo, en su enamoramiento febril, olvidaba todos esos problemas cuando yacía con David. Se entregaban uno a otro con pasión. Ella deseaba olvidar todo lo que le asustaba, él parecía feliz. Aunque sabía que era cruel con él y que sus secretos los separaban. Lo único que podía hacer era tratarle de manera fría, sintiendo que debía hacer que se desenamorará.

Estuvo meses viviendo en esa línea de miedo y ansiedad, hasta que una noche su padre vino derrotado, entre lágrimas le confesó que la comunidad se iba a deshacer de él. Le habían dado la oportunidad de pensárselo y organizarse si quería, pero tenían que irse de noche con una mano detrás y la otra delante. Todos, incluído Martín y mamá. Ella no sintió miedo, ni vacío. Supo que era el final, y estaba rabiosa. Quiso correr por el bosque, ocultarse y matarles a todos. Nada de eso iba a funcionar, era únicamente una rabieta de niña. Una rabieta por su incapacidad de actuar. Se llenó de odio, un odio que le quemó y rebosó por dentro. Toda su vida había vivido así, por culpa de ellos, y ahora, ellos ya no les necesitaban. Creían que la comunidad estaba a salvo y que las cosas estaban tranquilas. Que ellos eran capaces de controlar. Tanto su padre como ella lo sabían, no les dejarían marchar por el bosque a los tres. Solamente para matarlos a pedradas, escondidos en la oscuridad. No podían dejarles escapar, nadie salía de Crisal. Ahora, ellos, eran el mal. En la noche oscura rió. Se echó a reír, junto a su padre. Ellos se creían en paz, lo único que necesitaban era una enemiga. Regresó a su habitación y se acostó. Debía salvar a su hermano y a su padre, aunque el coste fuera muy alto. Marcharse de Crisal, aunque sobreviviera, sería horrible para Martín. Además, ella no quería morir. Tenía un objetivo, aunque debiera sacrificar su amor y sus sueños. Ella destruiría la comunidad, eso es lo que le había enseñado su padre. 

Empezó con el plan y supo que debía mantener la mente fría hasta conseguirlo. Delató la infidelidad de su madre, de manera anónima. Robándole las cartas que compartía con su amante. La comunidad debía proceder, y lo hicieron como hasta entonces. La apedrearon en la fosa. Martina lo grabó con una cámara de baja resolución, pero se podía ver la verdad de lo sucedido. Lo guardó junto a sus diarios. Tenía pruebas. Y fue recopilando más. Grabó conversaciones, hizo fotografías. Todo lo guardaba. La última vez que vio a David, antes de que se desatará la locura, fueron a la ciudad a comer hamburguesas. Al día siguiente, tras dos semanas de retraso, se hizo la prueba de embarazo, salió positiva. Se hizo otra, y también. Ya estaba embarazada de Sol. Quería salir corriendo a decírselo a su padre, y dar un motivo a la comunidad para quedarse. Quizá pudiera... pero, supo que no. No la dejarían quedarse, si a caso reforzaría aún más su odio. Lo peor fue el intento de traición de Teresa. Ella la vio y salió corriendo al bosque, supo que iba a contarlo. Iba a contárselo a su padre para que Martina fuera castigada. Ella le odiaba por su relación con David, del que ella había estado enamorada. Era la burla perfecta para el final de su padre como guardián. Martina la atrapó del pelo y la tiró al suelo. Teresa había sido siempre débil y estúpida, fue fácil manipularla. Engañarla con sus propios deseos. Ella únicamente anhelaba una cosa... a Martín. Martina podía ofrecérselo. Ella le ayudó a urdir el plan. Juntas lo ejecutaron. Ella le dio las drogas de su madre, con la que sería fácil drogar a Martín. Pero, como ves... todos olvidan el mal que hacen y solamente se culpa a quien desean hacerlo.

En ese momento, sentía una claridad en su plan que nunca más había vuelto a sentir. La comunidad seguía odiando como hasta ahora, aunque sus métodos se volvieran más limpios, ellos eran los culpables. Su hermano debía quedarse y casarse con Teresa, eso es lo que le haría feliz. Su padre tenía que seguir siendo el guardián. Era importante que siguiera, puesto que ella quería destruirlo todo. Incluso a él. Tenía las suficientes pruebas, pero no podía destruirlo todo ahora, estaba embarazada. Debía solucionar eso primero. Efectuaría su plan, solo necesitaba tiempo. Ella debía marcharse, debía huir. El dinero que la comunidad había dado a su padre para huir, quizá le permitiría abortar. Tenía que hacerlo. Todo cuadraba. Pero... en ese instante, estuvo claro, debía volver a las andadas para salir de allí. Tras dos años, supo mover de nuevo los hilos. Teresa fingió que su hermano se había propasado con ella, la comunidad debía castigarle. Estaban reticentes, ella lo hizo por ellos. Le drogó y le quemó la mano hasta el hueso. Martín perdió una mano, pero ganó su lugar en la comunidad. Teresa fingió estar embarazada con su prueba, así Martín, culpable y dolorido, aceptó casarse con ella. Cómo predijo, la comunidad empezó a mostrarse molesta y agresiva, contra ella. Pero no era suficiente, así que siguió. No tenía mucho tiempo, pocas semanas. Hizo de nuevo, lo que ellos le habían enseñado a hacer. Pero, David, empezó a sospechar y a ella se le partía el corazón. Debía dejarle atrás para sobrevivir. Hizo lo necesario y más. Hasta que supo que todo iba a seguir igual un tiempo más, que los viejos odios y rencillas revivían. Ganó tiempo. Urdió su huida, con la ayuda de Teresa, entonces... su padre la encontró. Ese día, pensó que estaría en la Iglesia, acompañando a su hermano en su boda. Pero la siguió por el bosque, casi hasta el límite de la carretera donde se cogía el bus. La agarró sorprendentemente fuerte.

―¿Dónde vas? ―le gritó

―Me marchó. La comunidad me persigue y... ahora podréis estar aquí más tiempo. Tú has vuelto a ser el guardián, Martín...

―Eso ya lo sé. ¿Por qué lo has hecho? No tenías por qué hacerlo, no por nosotros. Podríamos habernos marchado... a otro pueblo. Y ya está. Tenía dinero ahorrado, más esto ―dijo señalando la bolsa―. Sé que Teresa no está embarazada, y que ha sido una estratagema de las tuyas. Pero, tu hermano será feliz aquí. Tú y yo...

―Tengo que irme, papá ―dijo y fue la primera vez que lo dijo con cariño―. Porque no soporto esto, ni hacer esto... la comunidad me persigue y...

―Puedo irme contigo, Martina. Únicamente tú me has mantenido todo este tiempo vivo, y ahora...

―Estoy embarazada, por eso teníamos el test positivo ―dijo ella, supo que vio su mirada aterrorizada, y que pensó lo que ella quería que pensará, lo que ella también temía―.  El niño es tuyo. Tengo que marcharme y abortar,  alejarme de ti. Te quiero, Luis, pero... te odio. No deseo que...

Él se alejó corriendo como si ella quemara, nunca pudo olvidar la mirada que le deslizó. Rota. Su padre había muerto, el guardián había muerto, Luis se había roto para siempre. Huía a refugiarse de sus pecados, pero ya era tarde. Sabía que le engañaba, ella había mantenido relaciones con otro hombre y él era mayor. Su padre no podría haberle dejado embarazada, pero existía esa posibilidad. Quiso huir tras él, pedirle que la acompañará. Decirle a alguien lo aterrorizada que estaba. Pero, no pudo. Debía abortar y regresar para cobrarse su venganza.

―Ya sabes lo que sucedió después. Tu padre lo supo y me encontró en la ciudad. Y me persuadió a que lo conseguiríamos. Abandonó a todos por mí, yo le amaba. Claro que deseaba el mundo que me ofrecía ―musitó su madre con lágrimas en los ojos, aunque no parecía darse cuenta―. ¿Cómo podía decirle la verdad? No podía. Así que callé, y me dejé llevar por quizás los sueños de la buena suerte. Volví a ilusionarme, e intenté no amargarle. Me intenté olvidar de Crisal y ser feliz con vosotros. Sin embargo, vivía entre la ilusión y el miedo. Creía que vendrían a buscarme, me pasaba las noches despierta. Me rompía el corazón hacer tan infeliz a tu padre. 

―Pero...―empezó Sol compungida.

―Entonces, naciste y estabas siempre enferma. Yo creía que era todo culpa mía, que era mi maldición por lo que había hecho. Te veía y no sabía como hacer para cuidarte. Yo era también una niña aún. Y, tampoco podía contar la verdad a tu padre. Crecías sanas, lo que me hacía estar segura de que no eras hija de Luis. Pero, yo tampoco era su hija biológica, así que podías tener su sangre. Insistía en hacerte pruebas, pero tu padre siempre negaba mis preocupaciones. Vivía entre la pena, el miedo, el odio. Entonces, supe que si deseaba olvidar, debía alejarme de vosotros. Acabar con mi pasado, e intentar hacerlo bien. Pero, era imposible para mí. 

―Eso no te dio paz. Seguiste odiando, y fuiste... infeliz.

―Lo sé. No, claro que no me dio paz. Tenía una misión que cumplir, porque sin ella mi vida no tendría significado. Deseaba acabar con la comunidad. Ese era mi destino y mi norte, aunque no sabía cómo. Había destruido mi infancia, mi juventud y acabé destruyendo mi vida por esa misión. 

―¿Y ahora lo sabes? ¿Sabes cómo conseguirlo? ―preguntó Sol.

―Tampoco, he pasado años en las lindes de Crisal, vigilando. Únicamente he venido a vengarme de aquellos que sabían la verdad, y no actuaron. Rescatando viejos enemigos de la comunidad, quizás las aguas vuelvan a agitarse y Crisal se vuelva mediática. Quizás con lo mediático se descubra la verdad, aunque eso signifique mi fin. Ya no me importa...

―Sabes mamá... tengo una idea. Has hablado de unos viejos diarios... dónde está todo anotado, ¿verdad? Has hablado de viejos enemigos que regresan, de aguas agitadas ―sonrió―. Creo que todas las piezas están en el tablero. Tengo a una persona que, casualmente, desea desentrañar la verdad. Un joven Patricio que puede ser testimonio clave. Un nuevo guardián traicionero, que únicamente busca seguir con lo mismo que ha habido hasta ahora. Con mover los hilos adecuados, podemos controlar la jugada.

―Entiendo. Quieres que yo siga armando barullo, que el guardián pase a ser Alvin, y la comunidad pasé a ser más violenta sin la oposición de Martín ni Daniel. 

―Y cumplan lo que ellos desean. Al fingir formar parte tendré identificados a todos los miembros. Todos anhelan que yo forme parte, aún desconozco el motivo. Pero, Coco y Alvin, anhelan gobernar esta comunidad para beneficiarse, lo que tarde o temprano supondrá enemistades. De las cuáles podremos sacar beneficio ―su madre le escuchaba sonriente―. Con sus testimonios será fácil culpar a los otros. Y en ello, entrará una figura clave que anhela investigar todo esto y contar la verdad. Con la comunidad expuesta... por sus propios miembros en su lucha de poder. Crisal será libre de ataduras. Creo que únicamente se trata de manipular a los demás, no por tu propio beneficio, sino para exponerlos a sus propios demonios.

―Eres incluso más retorcida que yo, Soledad. Y me sorprende...creía que eras...

―Nadie sabe cómo uno es, hasta que debes enfrentarte a ello. Yo creo en un mundo dónde la comunidad no hubiera existido, y tú hubieras sido mi madre.  Un mundo dónde quizás lo pierda todo, pero no puedo apartar la vista y hacer como si nada.  Tu maldad, me ha hecho buena. 

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