CAPÍTULO 4: Los peones

Daniel se quedó hasta tarde hablando con Patricio. Le contó la verdad; la verdad de su familia. La historia de Claudia Claude y su padre Ángel. Y también, le contó la suya propia. Patricio estaba seguro de que lo hacía para desahogarse. Desde que se habían marchado de la casa, Daniel parecía perseguido por el pasado. Un pasado del que ya no podía correr. Patricio se dio cuenta de que Daniel parecía más mayor de lo que era, envejecido en la mirada por culpa de sus recuerdos. Algo que también siempre había pensado de su padre. Quizá fuera por su pasado, o quizá tuviera que ver con Crisal. Cuando Daniel se marchó, dejándole solo, Patricio se permitió observar el bosque que rodeaba su hogar. Ese mismo bosque había sido cobijo de su abuela cuando era niña, había presenciado la muerte de su abuelo, la huida de su tío, la persecución entre su abuela y su tío, la marcha de su padre. Ese bosque se había mantenido silencioso, tranquilo, apacible, incluso amable, a pesar de tan malas situaciones. Pero claro, el bosque no tenía nada que ver ellos. El bosque era perdurable, cierto y real; ellos, únicamente, existían un instante preciso, y luego nada. El bosque era y ellos no. Él permanecía, ellos perecían. 

Patricio desechó tan lúgubre pensamiento y se sentó en el sofá, arrebujándose en las mantas. El frío le había calado hasta el alma, y ya no iba a desvanecerse tan rápido. Pensó de nuevo en su familia y en la oferta de Daniel. Si quería, sería bienvenido como miembro activo en la comunidad. La misma comunidad que había acabado con su familia. Por un extraño instante, había pensado en aceptar porque, por fin, iba a tener ese lugar que ansiaba. Esa familia que necesitaba. Pero, ahora en la oscuridad de su hogar, lo pensó mejor. La comunidad y el guardián, ellos, habían acabado con su familia. Quizá hubiera sido Claudia quién dio el pistoletazo de salida. Pero, todos habían caído en desgracia, por lo que la comunidad juzgaba o no correcto. ¿Quería ser ahora él su continuador? Es decir, ¿podía convertirse la víctima en verdugo por placer? ¿Por regocijo? ¿Venganza? ¿Anhelo? No, él no deseaba formar parte de algo así. Él no era nadie para juzgar, para influir. Él no era nadie para limitar la libertad de los demás. Sin embargo, sentía que su tiempo estaba contado. Únicamente tenía dos opciones. Podía formar parte de la comunidad y mirar de hacer las cosas bien, incluso de intentar disolverla. Algo que le parecía imposible. O, por otro lado, podía marcharse como hizo su padre. Olvidarse de Crisal, ese lugar maldito de su pasado. Su mente aún seguía pensando. cuando su cuerpo decidió dormirse. La luz del sol calentaba su rostro cuando oyó el timbre. Patricio miró la hora, solamente para descubrir que había dormido hasta las tres de la tarde. Se levantó apresurado para abrir y descubrir a una pequeña Marina en la puerta. Ella llevaba un cesto en las manos, parecía como esos que salían en las series, cuando iban a hacer un pícnic. Patricio se animó al instante, algo que siempre le sucedía cuando la veía.

―Hola, Patricio. Me imaginé que estarías en casa, solo y... quizás estarías cansado y no te apetecería cocinar. He traído... comida ―dijo bajando el rostro, avergonzada, y añadió―: Me he enterado esta mañana de lo ocurrido, lo siento mucho.

―Tranquila. Anda, pasa ―dijo Patricio, dejándola entrar en su desordenado hogar. Por un instante, se sintió avergonzado, pero con Marina siempre acababa sintiéndose cómodo―. Si no te importa, voy un momento al servicio. Acabo de despertarme ―se metió en su cuarto de baño e intentó serenarse. Marina siempre le hacía aletear el corazón de manera incomprensible. No sabía si era por lo pequeña que era; o por cómo parecía siempre tener vergüenza. Algo en ella le hacía sentir cómodo, pero también algo excitado. Como si él fuera capaz de ver más allá. Quizá también influía que ella le miraba como si fuera un sol resplandeciente. Se sintió extraño al observarse sonrojado al espejo. ¿Qué le ocurría? Acababa de perder a su padre, debería estar afligido. Pero, sin embargo, solamente se sentía indiferente. Hacía mucho tiempo que había perdido a su padre, y ahora se daba cuenta. No le dolía, solo era como un proceso más. Como si ahora se hiciera pública la herida que llevaba tiempo arrastrando. Cuando salió, Marina había puesto la mesa para dos y la boca se le hizo agua al ver tanta comida junta, y con tan buena pinta― ¿Cómo te ha dado tiempo a cocinar todo esto?

―Mi madre me ha ayudado. Quería que... estuvieras bien comido ―dijo ella, sentándose y encogiéndose de hombros―. Las penas con comida, son menos penas. Estaba preocupada por ti.

―Estoy bien, Marina. Fue... bueno, fue un shock. No esperaba algo así ―dijo comiendo un gran trozo de empanada, suspiró de placer. Estaba realmente hambriento―. Pero...no sé, estoy como anestesiado. Es como si ya hubiera vivido este proceso solo, y ahora estuviera haciéndolo de cara a los demás.

―Lo siento ―dijo ella agachando la mirada y enterneciéndole el corazón.

―No lo sientas, no tiene nada que ver contigo ―indicó él―. Lo único que pude pensar en ese momento, es que por suerte, no estabas allí. Nunca hubiera querido que vieras algo así o...

―Soy enfermera, ¿sabes? ―dijo ella levantando la mirada con suficiencia. Patricio la observó atento, arqueando una ceja divertido. Con ese jersey blanco mullido estaba preciosa. Su pelo rubio, con las puntas teñidas de rosa, la hacía parecer más joven. Quiso besarla y se estremeció incómodo. Eran amigos, nada más.

―Lo sé. Pero no sé explicarlo...no es lo mismo ―musito nervioso.

―No me ves fuerte, ni capaz de soportar algo así ―completó ella molesta. Algo que le divirtió.

―No es eso ―repitió, y ella hizo un mohín. Ambos comieron en silencio. A Patricio, siempre le sorprendía, la comodidad que sentía con ella. Marina le aportaba paz, y le gustaba. Cuando estaban juntos, se sentía casi completo. Y estaba casi seguro de que a Marina, él le gustaba, de la misma forma. Pero, cuando ella se iba, se olvidaba por completo. No sabía por qué, pero era como si supiera que Marina siempre iba a estar, aunque su mundo cambiara. No era capaz de decirle nunca lo que sentía, anhelaba o quería. Pero ambos, parecían
ya saberlo aún sin dar el paso. Se acabaron sentando en el sofá y le llamaron para decirle que, al día siguiente, enterrarían a su padre al lado de Claudia Claude. Asintió como en trance. Al final, estarían juntos. Marina le observaba y decidió serle sincero. Contarle lo que Daniel le había desvelado. Así ocuparon casi toda la tarde. Le contó la historia de la familia Claude y la comunidad. Ella asentía y hacía aportes cuando tocaba. Eso era lo mejor de Marina; que siempre te escuchaba, te observaba y sabía qué decir. A pesar de todo, no se escandalizaba, ni hacía preguntas incómodas. La observó recogerse el cabello en una coleta con un nudo en la garganta. Se sintió vacío por dentro y esperó su respuesta. Su incomodidad con la comunidad, sus preguntas acerca de cómo podía existir algo así. Pero esa conversación no llegó, lo cierto es que Marina no parecía sorprendida de nada de ello. Casi como si lo hubiera sabido todo el tiempo, y esperará a que él lo descubriera.

―No pareces sorprendida ―dijo, observándola con atención―, por el tema del guardián, la comunidad y todo eso...

―Yo...―ella pareció removerse incómoda y se volvió a él. De golpe, fue consciente de cuánto había llegado a conocerla en tan poco tiempo. Ella parecía nerviosa y estar ocultándole algo, pero supo que se lo desvelaría. Su rostro denotaba determinación―... siempre supe de la existencia de la comunidad.

―¿Cómo? ―dijo él en un susurro incrédulo.

―Por favor, no te enfades...―dijo cerrando los ojos y apretando las manos―...no te enfades. Yo, únicamente...―Marina respiró tratando de calmarse―. Cuando llegué aquí, tras la primera reunión, vino Daniel a verme a casa. Le acompañaba un hombre de su misma edad, y pronto le conocí cómo el guardián. Estuvimos hablando largas horas de la vida en Crisal, del mundo y de mis sueños. Daniel es un gran hombre y el guardián también. Juntos compartimos nuestros sueños para el futuro. Me comentaron que parecía una buena chica y que sabían que lo haría bien. Formaría parte de la comunidad, ellos me acogerían si les ayudaba. Estaba claro que yo era capaz de hacerlo bien.

―¿Qué es lo que harías bien? ―dijo Patricio sorprendido, extrañado por lo que le contaba. Pero dispuesto a escucharla.

―Por favor, no me juzgues. Ellos únicamente querían que os conociera. Que viera si... Loli era como el granuja de su marido, si Sol tenía relación con su madre, si tú sabías algo de los otros Claude, cosas así. Eran cosas inocentes. Y pronto, dejaron de preguntarme. Yo era vuestra amiga y no quería traicionaros. No era útil para su propósito... pero, aun así, empecé a formar parte y a tomar decisiones con el resto. 

―¿Le contabas nuestros secretos? ¿Le hablabas a Daniel de nosotros?  ―el estómago se le retorció de nervios y asco.

 ―No, yo no contaba nada... bueno, sí que les contaba. Pero era por vuestro bien. Había gente que os había dañado, Patricio. Loli está destrozada por su marido. El guardián hará pagar a ese sinvergüenza y la ayudará en la crianza de sus hijos. ¿Sabes que él no le pasa pensión por sus hijos? Es una vergüenza. La comunidad ayudará a Loli. La comunidad buscaba a esa gente para... castigarla. Es lo que debería ser. Vivir en un lugar en paz, sabiendo que aquel que daña a alguien de la comunidad, es castigado. ¿No lo entiendes? Vivir protegido, amado y en un lugar de paz.

―La vida no es así, Marina. Ni tú ni nadie tiene derecho a castigar o a estar por encima de la ley. El marido de Loli pudo dañarla, claro. Pero... tampoco debía quedarse obligado a su lado por miedo. Y si no le paga la pensión, pues que le denuncie. Estás confundiendo vivir en paz, con vivir subyugado. Tú no eres así.

―Patricio... ―suplicó ella, como intentándole hacer entender.

―No ―dijo él, levantándose enérgicamente―. Te han lavado el cerebro. El guardián te ha engañado. Todo esto no es más que una patraña. Mi padre era un chico, un joven de dieciocho años, cuando la comunidad decidió matar a su padre, y le hubieran matado a él.

―Tu padre era un violador, Patricio. Un estafador, un criminal. Una mala persona ―dijo Marina vehemente―. Nada malo que te ocurra en tu pasado, puede justificar que te conviertas en alguien así. Violó a una chica, Patricio, y huyó. Ella nunca pudo recomponer su vida. Estafó y robó para ser más rico ―ella lo miró fijamente, ninguna duda en su mirada―. Lo siento si te duele, pero la comunidad castiga a la gente así. Castigaron a tu abuelo por qué era un mal esposo, un mal padre y una mala persona. Y creo que hicieron lo correcto. Y habrían hecho también lo correcto al castigar a tu padre, y él lo sabía. Por eso no se enfrentó al guardián. 

―¿Quién eres tú para decidirlo? Marina... ¿No lo ves? No está en tus manos. Mi padre hizo cosas horribles, y pagó por ello. Fue a la cárcel, la justicia ya le condenó. Pero... ¿y la comunidad? ¿Es la violencia legítima cuando a la persona que se la infliges es mala?

―Debería serlo ―dijo enfadada, aunque su mirada era de duda.

―No eres como pensé ―dijo Patricio mirándola. Su corazón parecía querer salirse del pecho y volar dos horas atrás. Volver a verla y pensar en sus sentimientos, nada más―. El mundo no es algo que podamos controlar a nuestro antojo, Marina. Recapacita.

―Toda mi vida, he vivido subyugada a los abusones ―dijo ella levantándose para mirarle―. Asustada porque se metían conmigo en el colegio, asustada por no cumplir las expectativas, asustada por perder a mi abuela. La vida ha sido una abusona conmigo hasta que llegué a Crisal. Aquí perdí el miedo y pude ser... puedo ser... feliz. No hay abusones. Todo el mundo se respeta, se entiende, se ayudan. Y hacen que está vida tan mierda, no lo sea tanto. Hacen que los dolores de la vida, sean menos. ¿Es eso malo?

―Es una felicidad ilusoria, ¿no lo ves? Mientras tú me vigilas a mí, otros te vigilan a ti. Es un lugar de apariencias falsas y mentiras. Dónde siempre estás en peligro. Por favor... Marina...

―Patricio... piénsalo tú, la comunidad es tu hogar. Tus amigos están aquí, ellos también quieren formar parte. Alvin quiere ser el guardián, Sol será una más. Podrías enmendarte y ser...

―¿Enmendarme? ¿De qué hablas, Marina? ―la miró sorprendido y su corazón se partió― ¿Crees que soy como todos los otros Claude? ¿No me crees digno?

―Yo... bueno, lo que estás diciendo, va en contra de lo que... creo ―musitó confusa y preocupada.

―Entonces, deberías marcharte de mi casa ―dijo Patricio con voz firme―. Debo pensar en la oferta de Daniel o decidir si marcharme.

―No puedes irte ―dijo ella, acercándose a él. Vio lágrimas en sus ojos y sintió cómo él mismo se estremecía y quería correr a abrazarla―. No puedes irte porque... sé que cambiarás de opinión. Que verás las cosas claras cuando pasé el dolor. No puedes irte, porque te quiero, Patricio. Eres un hombre maravilloso y estoy convencida de que...

―¿De qué debo cambiar y encajar? ¿De qué debo aceptar este mundo? El mundo que me ofreces es imposible, Marina. En tu mundo, yo te diré que te amo y ambos pasaremos a formar parte de la comunidad. Nos casaremos y tendremos hijos. Viviremos en la torre que es mi hogar y tus padres vendrán el domingo ―ella lo miró con una chispa de esperanza, temerario le tocó el brazo con cariño, ella se estremeció y la mente se él se embaló― ¿Y si por querer acostarme contigo, te miento y te manipulo? ¿Y si no te amo, acabamos viviendo siempre amargados y te soy infiel? ¿Y si no soporto a tu madre y le contesto mal? Dime, Marina. ¿Qué ocurrirá en tu mundo? Si te daño, ¿la comunidad me perseguirá como a mi abuelo y me matará a pedradas?

―Eres injusto, eso no es verdad. Hay cosas y cosas... y... las cosas ya no son así. Tienes miedo de ello, pero aquí eres uno más. La gente no te ve como un Claude. Te quieren y te aceptan. Serías respetado.

―Vete, Marina, de verdad. Tengo mucho en lo que pensar ―ella se marchó dando un portazo, enfadada. La vio escabullirse por la calle, resguardándose en su chaqueta del frío. De golpe, la vio pequeña, frágil. Quiso correr y decirle que volviera a casa. Que volviera a sus brazos y le dijera que era mentira. Pero...se quedó clavado. Marina le estremecía el corazón, le gustaba, la quería. Sin embargo, era cómo había sido Claudia años atrás, una fiel seguidora de la comunidad. Ella era lo que Crisal escondía tras la perfección de sus hogares. Podía amarla todo lo que quisiera, pero era peligroso. No únicamente te atabas a Marina, te atabas a toda la comunidad. Ella, con su inocencia, su sensibilidad y su volatilidad, era alguien peligroso. Cómo Claudia. Patricio se sentó en el suelo y se echó a llorar. Fue consciente de la traición de Marina. Mientras, él se había enamorado de ella, ella había estado hablando de sus cosas con los demás. Había estado juzgándole, evaluando si era digno. Aunque había salido victorioso, y estaba fuera de peligro, se sentía desdichado. Aunque le quisieran y quisieran que formará parte de ello, ahora era algo retorcido. Toda la vida había perseguido la quimera de encontrar su hogar, y ahora que estaba en él, únicamente quería escapar. Vio las llaves de la gran torre al lado de su chaqueta y pensó que volvía a estar atado; cómo no quería estarlo su padre.

Habían  pasado el sábado haciendo planes. Daniel y Amanda habían venido a comer a su casa, Martín había cocinado. Nadie habló de Teresa, nadie habló de su madre. Hablaron de la campaña de Alvin. A pesar de las circunstancias, los cinco pasaron una agradable comida. Rieron y compartieron confidencias. Luego fueron al cine de la ciudad, y se olvidaron de la oscuridad que se replegaba en Crisal. Por un momento, quiso creer que, quizá, todo acabará con la elección de Alvin como guardián. Entonces, Crisal volvería a ser un lugar seguro. Martín le guiaría y todo iría bien. Ella se quería mantener esperanzada, y sabía que no caía en el desasosiego por Martín. Cada vez que él le devolvía la mirada, conectaban y sabía que todo iría bien. Por Martin, por su tío Daniel, Amanda y Alvin. Ellos la mantenían segura, y una chispa de ganas de luchar se encendía en su corazón. Crisal era su hogar, ellos eran su familia. Ella debía protegerles, no ellos.

El domingo fueron a la Iglesia. Se dio cuenta asombrada, de que nadie se extrañaba de que Martín se sentará con ella, o le diera la mano, incluso se la  acariciara. Nadie preguntaba. Así eran las cosas en Crisal. Teresa se sentó al final, les observaba a la distancia, pero la gente parecía hacerle un vacío que ella ya no soportaba. Supob que su tiempo en la comunidad había acabado, en silencio se marchó antes de acabar la ceremonia. Alvin estaba ese día en la Iglesia, sentado a su lado. Muchos le saludaban, le apoyaban y él sonreía con ganas. Parecía verdaderamente feliz, y eso le preocupaba. ¿Era solamente fachada, o de verdad, estaba feliz con su decisión? Comieron los cinco en el restaurante. De nuevo, preguntó. Supuso que así habían sido siempre las cosas en Crisal, todo se aceptaba si venía del beneplácito del guardián. Si, en cambio, Teresa hubiera formado parte de la comunidad en activo y Martín solo su marido, probablemente Martín fuera castigado esta misma tarde. Supuse que la hipocresía era la mejor manera de funcionar. 

―Entonces, ¿creéis que deberíamos pensar una estrategia por si se presenta otro candidato o...?

―No, cariño ―dijo Amanda, sonriendo a través de la mesa―. La próxima reunión será el domingo que viene. Esta ha sido aplazada por el entierro de Ángel Claude. En ella se presentará al nuevo guardián. Nunca se presenta nadie. No se hace campaña para el guardián, todo el mundo sabe quien será. El guardián le elige como sucesor.

―Será quien esté apoyado por su antecesor ―musitó Martín, acariciándole con la mirada―. No te preocupes. Siempre ha sido así.

―Pero... quizá se presente otra persona.

―Entonces, se votará. Pero, el peso de los votos no es igual. El anterior guardián y el consejo tienen más peso que el resto de la comunidad.

―De acuerdo ― dijo convencida.

―Irá todo bien ―dijo Daniel, dando buena cuenta de su chuletón―. Estoy seguro de que Alvin será un guardián maravilloso, y nosotros estaremos para apoyarle. ¿Vendrás a la reunión, Sol?

―No sé...―.respondió con apatía.

―Contar con tu apoyo, será imprescindible para mi éxito ―dijo Alvin y ella, declinaron la oferta de vino, sonrió―. Tú eres nuestra arma secreta, la gente te respeta porque Martina te maltrató durante toda tu infancia. Tu posicionamiento será clave. Todo el mundo desea que entres dentro de la comunidad y el consejo guardián.

―Eres un buen agasajador. De acuerdo, iré. Pero no quiero ponerme túnica...

―¿Quién dice que usemos túnicas? ―dijo Martín, arqueando una ceja― ¿De dónde has sacado una idea tan antigua y rara?

―De una serie ―respomdio nerviosa, ella apartó la mirada.

―Claro, y nos reunimos también en una cueva secreta, ¿no? ―dijo, haciéndole reír―. No somos una secta, ni brujos secretos. Somos una organización que dirige el pueblo en la sombra.

―Pues...no veo mucho la diferencia ―dijo solo por chincharle, él resopló un poco molesto. Comieron entre bromas y comentarios, las miradas de Alvin le hacían sentir segura. Esa era la decisión correcta, él estaba seguro, yo estaba segura. Todo iría bien. Martín y Daniel así lo creían y llevaban velando por la comunidad desde los dieciséis. Sin duda, las cosas irían bien si se mantenían unidos. Sin embargo, sentía que la sombra de la traición la perseguía, y de nuevo volvería. Era un presagio oscuro, pero estaba segura. Una intuición, como la que hizo que no entrará en la habitación. Todo se sucedía como piezas de dómino, pero estaba segura de que alguna tenía trampa y estaba sellada al suelo. Si, eso era en verdad.

Cuando acabó la comida fueron al entierro del señor Claude. Dieron consuelo a Patricio, que parecía algo más serio y desconfiado que de costumbre. Daniel le había comentado que no parecía muy convencido con el tema de la comunidad. Lo lamentaba, de verdad creía que sería posible incluirle, y se sentiría a gusto con el rol en la comunidad. Sabía que Martina quería tenerlo de su lado, aunque no sabía exactamente que significaba eso. Pero no era el momento. Esperaba poderle convencer, su apoyo le ayudaría mucho. La ceremonia fue breve, y Ángel quedó sepultado junto a su madre. Era alguien indiferente para él, ni le había conocido, ni tenía nada con él. Únicamente, estaba allí para apoyar a su amigo. Patricio se marchaba a toda prisa, cuando Alvin le alcanzó.

―¿Te ocurre algo? ¿Estás bien? A penas nos has hablado a mí y Sol...

―Lo siento, guardián, espero no haberte ofendido ―dijo Patricio, girándose hacia él. Tanto su tono, como su mirada, traslucían desprecio―. ¿Os habéis vuelto todos locos? ¿O soy yo el único que lo está? 

―Patricio, las cosas no son como crees. Podemos cambiar las cosas y...

―¿Cómo? ¿Vas a ser como el hombre que mató a mi abuelo? ―dijo mirándole con lágrimas en los ojos―.  ¿Eres capaz de hacerlo? ¿Perdonarme a mí porque soy tu amigo y castigar a otro?

―Claro que no. Yo no voy a castigar a nadie ―dijo Alvin bajando la voz―. Quiero cambiarlo todo, hacer cosas buenas por Crisal. Cuidar de ello y limpiar lo que hace de este pueblo feo. Este es el único lugar donde he sido feliz ―él le miraba, sin estar del todo convencido―. Quiero conseguir tener el hogar de mis sueños. El hogar lejos de mi oscuro pasado, de mis problemas con la bebida, del desamor. Un lugar de paz y bienestar para mí y mis amigos.

―Marina me dice lo mismo. Yo...

―Patricio, todos nosotros te queremos. Si no hemos hecho las cosas bien, perdónanos. Tanto tú como Sol, sois únicamente víctimas. Víctimas de los errores de Crisal, del pasado de vuestros padres. Pero los demás, hemos hecho cosas horribles, y tenemos cosas que deseamos olvidar. Crisal es el hogar que buscamos. Un lugar donde exista el perdón. Ese es el Crisal que construiré desde sus malas raíces. Ven mañana y lo hablamos, tú podrías ayudarme en ello. 

Patricio se marchó refunfuñando, pero con la mirada más pensativa. Iba a reflexionar sobre lo que le comentaba. Estaba seguro. Pensó que estaba resultando muy fácil. Demasiado fácil. Manipular a los demás nunca le había resultado tan sencillo. Le salía como respirar. Todas las piezas estaban alineadas y parecía el momento ideal.

Volvieron a su hogar, pensando en cómo las cosas podían solucionarse. Quizás era más fácil engañar, cuando de verdad deseabas cumplir ese objetivo. Pero era un engaño, era imposible, Crisal nunca cambiaba, pensó. La gente clamaba violencia, traición, odio. Todo era apariencia. Se desvió en el último momento dirigiéndose hacia casa de Coco. La había visto de lejos en el funeral, pero quería comentarle lo que habían hablado durante la comida. Quería desahogarse. Entró con la llave que le había dado. La encontró sentada en el sofá, hecha un ovillo leyendo. Dejó el libro y lo miró. Coco era hermosa, tanto que podía doler. Pero su mirada vacía, hueca, te hacía descartar la posibilidad de confiar. Una vida sin hogar te hacía eso, supuse. Eras una casa bella, pero hueca por dentro. Pero bueno, estábamos en proceso de amueblar.

―Veo que la campaña va bien. Ella no sospecha nada o no le importa lo que hagamos ―dijo Coco a modo de saludo.

―¿Dónde está?

―Ni siquiera a mí me lo dice. Se mueve por el pueblo como una sombra. Lo conoce cómo si fuera parte de ella misma. Me da repelús.

―Sigo sin confiar del todo. Esa mujer me da miedo... 

―Lo sé. Todos la temen en este pueblo ―dijo ella sonriendo―. Y eso le encanta. Martina vive del miedo de los demás, se alimenta de sufrimiento. Me recuerda a «Eso» de la novela de Stephen King.

―La describes como a un monstruo, no como a una persona.

―Eso es lo que ella ha creído de sí misma. Y al final acabas haciendo que los demás lo crean. Toda la vida se ha visto como indestructible, incapaz de ser dañada, traicionada o humillada. Martina únicamente vive por una cosa: acabar con Crisal y la comunidad.

―¿No crees que ella ansíe dirigirla? ―Coco se echó a reír.

―Ella ansía su destrucción. Desde pequeña ha odiado Crisal, odiaba a su opresor padre guardián, a su débil comunidad que no le protegía de los golpes de su padre, ni de sus miedos. Martina conoce la debilidad humana, pero es ajena a que ella pueda afectarla ―Coco asintió pensativa―. No, no ansía dirigirla, ni volver a gobernarla como otros temen. Martina quiere una lucha de desgaste. Ir poco a poco minando lo construido. Ella irá uno a por uno, a por los que fueron sus peones y acabará con ellos. Como ha hecho con Ángel. Ese es su objetivo, castigar a quiénes pudieron ayudarla y no lo hicieron. Eso es lo que ella más odia, la debilidad. 

―¿Y Martín o Sol? ¿Crees que les hará daño?

―No. Ella respeta a su hermano, porque sabe que es fuerte como ella. Además, le serán de utilidad. Ella ama profundamente a Sol, y cree haberla preparado para que ella sea de ayuda en su lucha. Le parece que la relación entre ambos no es más que la constatación de la degradación de esta comunidad. Pero no le importa que su hija tenga mascotas. 

―Entonces, ¿qué haremos contra ella? ―Coco sonrió misteriosa.

―Nada, culparemos a los otros de su aparición y de su mala gestión. La gente nos apoyará y ellos se marcharán. Haremos las cosas bien para la comunidad, tendremos contenta a Martina con la marcha de los que son sus enemigos verdaderos. Ella se marchará contenta y saldremos ganando, podemos satisfacerla con destruir lo antiguo. Y, nosotros crear algo nuevo. Son tres cosas y son fundamentales―ella sonrío satisfecha por su plan― La primera, la mala hierba desaparecerá, pero tus manos quedarán limpias, la culpable será Martina. La segunda, Martina se calmará y con el suficiente dinero, desaparecerá otra vez. La comunidad y el consejo, estarán contentos, los que queden claro. La importante es dar una solución satisfactoria para todos, aunque no plenamente.

―Estás loca...no sé si eres un genio o una suicida ―dije riéndose Alvin, pero respiró tranquilo―. No deseo que Sol se quede con él.

―De eso, tendrás que encargarte tú. Enamórala y convéncela de que se quedé contigo ―él miró derrotado a Coco― Vamos, no me mires con esa cara de perro desolado. Eres tú. Joven, guapo y con encanto. El amor se pasa cuando el deseo entra. 

―¿Crees que tirándoles mierda a Daniel, Martín y Martina saldremos a flote nosotros?

―¿No has entendido cómo funciona el mundo? Solo aplastando a los demás, conseguirás tocar la superficie ―siguieron charlando ajenos a la sombra que había cerca de la ventana entreabierta. La sombra permaneció largo rato quieta, observando. Traición, eso era lo único que conocía en su vida. De eso estaba segura, y no estaba asustada. Su mente llevaba años preparándose para esa batalla.

Sol pensó en su madre y en todo lo que ella había vivido. Su madre era alguien cruel, pero nunca había traicionado a nadie. Ese pensamiento la extrañó. Cansada, se separó de la ventana y caminó de regreso a su hogar. Había hecho bien en mentirles y seguir a Alvin, ahora estaba prevenida. Su mente parecía aclararse por momentos, la inseguridad de toda su vida se desplazaba despacio de su pensamiento. Ella respiró el aire gélido y miró al bosque. Cómo si lo sintiera, por primera vez, el despertar. Su pasado reclamando la verdad, la sangre, el odio. Era como si viera Crisal de verdad, y no la asustará. Si alguien podía acabar con todas esas traiciones, enemistades, secretos, dolores; era ella. Ella era el sol para acabar con tanta oscuridad. Su padre la había preparado. Su madre también.
Un deseo se formó en su mente. Un deseo sólido, tangible. Un deseo que la había perseguido tras la mirada de Martín en el restaurante, en la mirada de Patricio en el funeral, en la no aparición de Marina, en la reunión entre Alvin y Coco. Ella no deseaba ser la guardiana, pero si deseaba que su madre acabará con todo aquello. Que cumpliera el objetivo que sentía que debía cumplir. El que durante, toda su vida, había pronunciado. El fin de Crisal. Que Alvin jugará a ser el guardián, si lo quería. Ella únicamente tenía un deseo, y ahora lo sabía. Ella era la única capaz de mover todas las fichas a su antojo. Y tenía un objetivo claro, la comunidad debía desaparecer.

La comunidad era lo único oscuro de Crisal. La gente vivía en la toxicidad de su aire viciado, la temían y necesitaban por igual. Su madre quería liberarles. Aunque la libertad fuera vertiginosa, era mejor que vivir subyugado. Ella también lo anhelaba. Libertad, pensó, mientras respiraba profundamente. La libertad era mala, cuanto más opciones tenías para escoger, más difícil era. Preferíamos vivir esclavizados, protegidos, alimentados. Esa era la realidad. Tenía algo de su parte, nadie lo creía posible. Nadie creería que su deseo más profundo era acabar con Crisal. Nadie la creía capaz. Cómo si todo se aclarará en su mente, entró en su hogar y dejó la puerta abierta. Sabía que ella entraría tras ella. Ambas se miraron.

―Ha pasado tiempo, Soledad. Has crecido.

―Tú sigues igual.

―¿Por qué me has llamado?

―Porque creo que vas a poderme ayudar y tú a mí.

―¿Qué te dice que lo haré? ¿Qué te dice que te necesito, Soledad?

―Nadie ―dijo ella sonriendo y mirándola cara a cara, por primera vez se dio cuenta de que era más alta que su madre. También más fuerte. Más joven― Solo una intuición.

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