CAPÍTULO 3: Misterios
Dos días después de la reunión, Coco le había invitado a merendar a su casa. Curiosamente, quedaba justo al final de la calle donde vivía Sol. Suponía que no iba a ser la única a la que había invitado, podría llamarlo una intuición, pero no le importaba. Era bueno hacer amigos en un pueblo tan pequeño. Oliver jugueteaba a sus pies con Anubis. Acababa de comer y estaba luchando por no quedarse dormida en el sofá. En fin, aún le quedaban dos semanas para comenzar el curso escolar y quería aprovechar ese tiempo para descansar. Los consejos de su padre resonaban aún en su cabeza: debía integrarse, darse una oportunidad de hacer amigos. Suspiró. Los ojos se le cerraban de sueño. Cuando volvió a abrirlos quedaban veinte minutos para irse. Como de rápido pasaba a veces el tiempo, simplemente como un parpadeo. Daba miedo. Se duchó y cambió de ropa. No había tiempo para maquillarse. Aunque tampoco era mucho de esas cosas, de vez en cuando le gustaba. Recogió su cabello húmedo en una trenza y se dirigió a casa de Coco. Total era solo una merienda. Vivía cuatro o cinco casas más abajo de Sol. Ya la esperaba en su portal, Sol la saludó con la mano mientras se aproximaba.
―¿Qué tal estás, Sol? ―dijo, mientras le daba dos besos―. Decidí esperar fuera. Estaba un poco nerviosa.
―No deberías estarlo, seguro que lo pasamos genial ―dijo ella tomando asiento a su lado en el porche― ¿Esperamos a alguien más?
―Invité a Marina, Patricio, Shawn y Alvin, también ―musitó sonriente―. Espero que no te importe.
―¡Qué va! ―parte de ella ya se lo esperaba, sonrió―. Marina me cae bien.
―Sí, a mí también. Y, hablé con Patricio en la reunión, me cayó genial ―indicó―. A Alvin y Shawn me los encontré con él, comprando juntos en la tienda que hay un poco más abajo, la de los abuelos. Iban a cenar juntos, parece que se han hecho buenos amigos.
―Mira, Marina también viene por esa calle ―junto a Marina iba una señora de mediana edad. Era inconfundiblemente su madre. Se parecían muchísimo, y no únicamente en el físico.
―Hola, chicas ―dijo Marina nada más entrar. Intercambiaron sendos besos y presentaciones―. Espero que no os importe que se añada mi madre a nuestra improvisada merienda. No tardará en irse, papá la tiene que venir a buscar enseguida.
―No, claro que no. Ningún problema ―respondió Coco sonriente, aunque intercambio una extraña mirada con Sol, que ella no acabó de entender. Los chicos se aproximaban por el final de la calle. En cuanto se encontraron, intercambiaron besos y saludos de nuevo. Coco les invitó a entrar a su hogar. Mientras lo hacía les comentaba que tuvo que pedir un crédito para amueblar la casa, puesto que no tenía nada así parecido a un piso, sino solo algunas cosas de sus viajes. Sin embargo, de su anterior vida, no tenía muebles ni nada que no pudiera caber en una maleta. Por dentro su casa estaba distribuida exactamente como la de Sol, únicamente con alguna sutil diferencia. Pero a, grosso modo, parecía idéntica. Coco había repintado las paredes y barnizado los suelos. Todos los muebles eran de un gusto exquisito. La verdad es que la casa, en general, tenía un aspecto sofisticado y parisino. Se notaba el gusto que tenía por la moda y la decoración. Su personalidad estaba impresa en cada lugar de su hogar. Coco había dispuesto una mesa con varias tazas para servir café o té. Un pastel de apariencia exquisita y algunos dulces para acompañar. Coco se apresuró a buscar otra silla para la madre de Marina. Una vez todos instalados, Coco sirvió las bebidas. Sol optó por un té. Todos reían y charlaban animadamente. Estaba sentada al lado de la madre de Marina y Alvin. Sonrió un poco cortada. La verdad es que ella no era muy dada a las conversaciones distendidas y ese hombre la intimidaba mucho. La madre de Marina preguntó a Alvin, ahorrándole a ella, ser la primera en empezar la conversación:
―Así que trabajarás en el museo ―musitó sonriente―. ¿Qué estudios se necesita para trabajar en un sitio así?
―¡Mamá! ―protestó Marina desde el otro lado de la mesa.
―¿Qué pasa? Soy una persona curiosa...
―Eres una cotilla ―respondió Marina sonriendo. Realmente divertida.
―No te preocupes ―dijo Alvin en su español con acento, la verdad es que resultaba un tanto atractiva su forma de hablar―. Estudié historia, y luego realicé parte de la carrera de bellas artes. También hice el doctorado en historia antigua.
―Guau, es impresionante ―dijo Coco, pestañeando excesivamente. Sin duda le gustaba, era muy guapo, por supuesto―. Yo nunca hubiera tenido paciencia para estudiar tanto. Eres un tipo extraordinario...
―Bueno, mi trabajo se basa en eso. Estudiar continuamente ―respondió Alvin, la mayoría le prestaba atención, parecía estar acostumbrado a ello y a que le gustaba―. Pero, bueno, lo mismo ocurre en profesiones como la docencia, ¿verdad Sol?
―Si, claro ―dijo ella sonrojándose, nerviosa porque se dirigiera directamente a ella―. Los profesores siempre tenemos que ir actualizándonos.
―Es un rollo ―respondió Patricio sacándole una sonrisa―. A veces es un poco cansado estudiar tanto. Pero, luego estás con los chicos y vale la pena. Piensas... Jolín... El trabajo que yo haga ahora, lo que yo les enseñe, va a marcar para ellos. Yo siempre he querido ser el profesor del que todos hablan de mayor y les influenció para bien. Aunque no sé... sí...
―Eso es muy bonito ―respondió sonriéndole, Patricio le guiñó el ojo y le sonrió. Sol siempre había sentido lo mismo. Era bonito conectar con gente qué pensaba igual.
― ¿Cómo crees que serán nuestra escuela? ¿Las aulas, los alumnos? Tengo curiosidad hacia todo...
―Supongo que será igual de bonito que el resto de este sitio. ―respondió la madre de Marina por ella― Es un lugar fantástico para vivir. Yo se lo decía ayer a mi hija, que aunque fuera solo por los paisajes, no dudaba en venirme a vivir aquí con ella.
―Mamá...―protestó Marina en voz débil.
―¿Y a ti Marina? Comentaste que te costó sacarte la carrera... ¿Cómo llevas eso de irte actualizando? ―le preguntó Shawn, para distraerla de la situación, por si se le estaba haciendo incómoda.
―Mal ―respondió Marina sonriente, contenta porque alguien le hubiera preguntado directamente―. Me cuesta horrores, lo mío no ha sido siempre estudiar y...
―Desde pequeña ha sido una despistada. En el colegio no apostaban ni un duro por ella. Siempre me decían, tu Marina no llegará a nada. Pues mírenla, doctora y la mejor de su promoción.
―Mamá, no soy doctora, soy enfermera.
―Eso qué más da. Trabajas en el médico ―respondió su madre dando aires con la mano, la verdad es que inspiraba ternura lo mucho que quería y adoraba a su hija―. Si no hubiera sido por su abuela... era curioso ver cómo la ayudaba. Se sentaba cada tarde a repasar con Marina las lecciones. Incluso ya en la universidad. Y eso que ella no había ni podido estudiar lo básico. Es una lástima que ahora ya...―los ojos de la mujer se emocionaron.
―Mamá ―dijo Marina, cortándola incómoda―. ¿No habías quedado que papá te recogiera sobre esta hora?
―Es verdad, lo siento. Ya me marcho ―la madre se levantó y le dio un beso en la mejilla―. Pásalo bien con tus amiguitos ―cuando por fin traspaso la puerta, Coco no pudo evitar decirle.
―¿Siempre te trata como a una niña pequeña?
― ¿Y qué quieres que le haga? Es mi madre... Y aunque a veces me saca de mis casillas y me gustaría gritarle... ¡Que soy una mujer! ―musitó Marina enfadada, para acto seguido sonreír―. Luego recuerdo que no lo hace con maldad, ni por molestarme. Que siempre seré su niña. Y me querrá por encima de todo ―Marina hizo un mohín de alegría cuando lo pensó. La voz de su madre atravesó su cerebro y la dejó paralizada «Ella es una buena hija, no como tú». Sol sentía su desaprobación en cada una de las palabras, atemorizando su corazón, paralizando su mente.
―¿Estás bien? ―preguntó Alvin en un susurro, supuso que se había percatado de su tensión.
―Sí, no pasa nada ―dijo con la voz cortada―. Estaba absorta en mis...
―¿De qué habláis? ―preguntó Coco, dirigiendo la mirada hacia Alvin.
―De que el té está excelente. Nos preguntábamos dónde lo compras ―respondió ella, alabando sus reflejos. Alvin sonrió de medio lado, divertido por su rápida respuesta.
―Es un té que me trajeron mis padres cuando estuvieron en Japón. Es un té magnífico. Si te gusta puedo darte más... ―Coco pasó a relatar algunos de los viajes de sus padres, mientras el resto la escuchaba distraída. Aunque a ella no le pasó por alto que la mayor parte de su conversación se dirigía solo hacia Alvin. Estaba segura de que la excusa de la merienda, había sido para encontrarse con él, Sol sonrió entretenida. Le era fácil calar a la gente. Sobretodo, suponía que era más fácil, cuando te habías pasado gran parte de tu vida observándola desde una esquina. Alvin parecía querer decirle algo más, pero no interrumpió sus pensamientos, ni la distendida charla de Coco. Aún ahora, cuando la voz de su madre penetraba sus pensamientos, se quedaba clavada. No podía imaginar porque su cerebro era capaz de recordar con tanta claridad esos detalles. Se negó a seguir pensando en ello. Mientras, el resto también escuchaban distraídos a Coco, Shawn habló también de algunos de sus viajes. Marina y Patricio se quejaron de no haber viajado mucho. Coco de nuevo, habló únicamente hacia Alvin.
― ¿Y tú? ¿Has viajado por algún sitio en especial?
―Bueno...―dijo pensándolo―. He estado en Roma, París y bueno otras ciudades de Europa. Pero fuera de Europa no he ido nunca. La verdad es que la mayoría de esos viajes han sido por trabajo o con algún amigo, y no he estado demasiado tiempo. Me gustaría viajar más.
―Yo he viajado mucho, pero no me importaría volver a hacerlo. El mundo es demasiado pequeño para mí...
―Oye, cambiando de tema un poco. ―dijo Patricio sentándose más erguido―Soy al único al que... O sea..., ¿no os parece raro que tanta gente se haya ido de un pueblo tan fantástico como éste? ―preguntó Patricio, el clima de la mesa cambió radicalmente.
―La verdad es que a mí también me parece raro ―dijo Marina―. Mi madre dice que la gente no sabe valorar lo que tiene. Supongo que es verdad.
―Hombre, eso es cierto ―respondió Coco―. La gente es estúpida muchas veces. Mucha gente con tal de vivir en el centro de la ciudad, y poder ir a todos sitios, les vale. No valoran el tener un hogar, un buen trabajo y... nada de lo que ofrece Crisal. Lo que es una suerte para nosotros.
―Pero no sé... es raro...―siguió diciendo Patricio―. Yo, si mi vida fuera distinta, nunca me hubiera interesado por algo así, tampoco. Pero fue como si... el mensaje me llegará en el momento en que más lo necesitaba. Y, por lo que vi en la reunión, la mayoría tenemos esa misma sensación. Como si el destino...
―Casi a todos nosotros nos pasó lo mismo ―respondió Sol intrigada, inquieta por lo que le contaba― Todos más o menos dijimos lo mismo en la reunión, tienes razón. Es como si nos hubieran escogido...
―Es extraño, sí ―respondió Shawn―. Pero la realidad es que... muchos pueblos están así. Y muchas personas están como nosotros, por desgracia. El mundo está así, mal. No es tan raro. Además, yo tenía una vida resuelta. Solo vine para cambiar de aires y arriesgarme, igual que Alvin, así que...
―No creo que tengamos que comernos la olla tanto...―dijo Coco―. Al fin y al cabo, este trabajo es un regalo del cielo, o del destino, o como quieras llamarlo. A mí no me importa su parte oscura, con tal de tener esta nueva oportunidad de vivir en un lugar bonito, tener un hogar, y conocer a gente interesante ―respondió mirando hacia Alvin coqueteando―. Me encantan las aventuras.
―Ya... Supongo... Daniel parece muy buen tipo ―dijo Patricio reflexivo―. Es un buen hombre y la verdad es que ha arriesgado mucho. Yo soy muy feliz de que me haya dado esta tremenda oportunidad.
―Patricio... Dijiste esto por algo en especial. ¿Te ha ocurrido algo raro? ―preguntó Alvin, algo nervioso y atento.
―No. Bueno...―dijo sonriendo incómodo―. Mi vecina...no sé. Pasó algo extraño el otro día, creo que no lo entendí bien. A mi lado vivía una señora mayor, al menos, los primeros días se pasaba el día sentada en el porche. Me dijo que estaba esperando a su marido, que hacía días que no volvía a casa. Me pareció algo extraño y me preocupé, así que le pregunté de nuevo. Ella me contó que era lo mismo que le había pasado a la vecina ―musitó inquieto, algo que le puso los pelos de punta a todod―. Me puse nervioso, así que fui a preguntar a los demás vecinos. Cuando pregunté en la tienda me dijeron que a mi lado no vivía nadie. Y, efectivamente, al día siguiente ya no estaba. La casa parecía llevar cerrada años.
―Venga, va...―dijo Shawn nervioso, aunque su mirada era reservada―. Nos estás tomando el pelo, ¿verdad? ¿Experiencias paranormales? ¿Fantasmas?
―¿Por qué bromearía sobre algo así? ―respondió Patricio.
―Porque quizás estés loco... No te conocemos ―dijo Coco riéndose, aunque pareció que a él le había molestado―. No digas tonterías.
―Yo te creo ―dijo Marina―. En las casas de mi alrededor no hay vecinos, solo Loli. Vivimos bastante más apartadas, pero los primeros días me pareció ver luz en algunas casas. Daniel nos dijo que seguramente serían ellos, ya que en nuestro barrio instalarán estas semanas a otros residentes. Pero... no sé... me pareció raro. Por las horas no creo que estuvieran haciendo reforma.
―Dejaos de misterios...―dijo Coco, mirándole señaló―. ¿A ti también te ha ocurrido algo raro? ¿Algo paranormal? ―comentó burlándose.
―No, bueno...―dijo ella pensando―. Todo normal. En todas las casas hay vecinos nuevos. Pero... es verdad que...― reflexionando sobre Oliver añadió―, me extraña que, bueno, el primer día que entré a vivir en la casa, había un gato. Tenía una plaquita con la dirección de mi hogar y su nombre, supongo que lo dejarían en la casa. Aunque me pareció extraño que alguien se marchará sin su mascota.
―Vaya chiflados sois ―dijo Coco poniendo las manos sobre la mesa―. Estáis fatal... Frikis de lo paranormal...
―Madre mía...―dijo Shawn incómodo, miró el reloj y señaló―. Tengo que irme.
―Sí, yo también debería marcharme ―respondió molesto Patricio.Todos se levantaron de la mesa y se fueron despidiendo de Coco. Estaba claro que los comentarios que ella había dejado caer, les molestaban. Salieron al exterior y levantó la vista al cielo. Ese día estaba muy nublado, parecía a punto de caer una gran tormenta. Quedaba poco para que se pusiera el sol. Patricio le miró―. La verdad es que me apetecía largarme ―dijo metiéndose las manos en el bolsillo―... me estaba empezando a sentir incómodo. No me han gustado mucho los comentarios de Coco. Aunque me alegra haber venido, me habéis caído todos muy bien, creo que seremos buenos compañeros. En fin... Nos vemos otro día.
Patricio se marchó calle abajo y le observaron irse. La verdad es que no había pensado en nada extraño, hasta que él lo había comentado. Se encogió de hombros y se dispuso a irse hacia su casa.
―¿Te importa que me quedé a dormir contigo?
― ¿Quieres quedarte en mi casa? ―respondió ella sorprendida― Pero si no tengo dos camas, tendrás que dormir en el sofá. ¿Estás segura?
―No me importa. Después de lo que ha dicho Patricio, se me ha puesto el cuerpo...no sé. Es que no quiero bajar hasta casa sola...
―No te preocupes ―dijo Alvin―. Nosotros hemos venido en el coche de Shawn. ¿Quieres que te acompañemos a casa? ―Marina asintió nerviosa.
―Tío, que mi coche es un biplaza, no podemos entrar todos ―Alvin se rió y levantó las manos.
―No te preocupes, las señoritas primero ―dijo Alvin, guiñándole un ojo a Marina, que se sonrojó hasta la raíz del pelo―. No tengo miedo y sé cuidarme solo, rey.
―De acuerdo, mi amor ―Shawn le lanzó dos besitos y se marchó con Marina hacia su coche charlando animadamente. Alvin y ella se miraron incómodos y nerviosos.
―Oye...
―Bueno...―dijeron los dos a la vez.
―Disculpa, dime ―dijo él y ella le sonrió.
―No, perdona ―le dije―. Has hablado tu primero ―él sonrió.
―La verdad es que no tengo ninguna prisa en irme a casa...
―¿También te quieres quedar a dormir? ―preguntó y se arrepintió en el acto, él levantó las cejas y se echó a reír incómoda―. Vale, tengo que mejorar mi forma de hacer bromas.
Anduvo hacia su casa y él caminó a su lado. La verdad es que le ponía nerviosa estar cerca de un hombre tan atractivo e intentar tener una conversación con él. La voz de su madre le volvía a incordiar: «Tú no estás a su altura». Llegó a su porche y se sentó en él. Los nervios se le habían metido en el estómago y las palabras se le embrollaban en el cerebro. Una sensación familiar, pero incómoda. Alvin se sentó a su lado. A pesar de todo, le hacía sentir cómoda, como un buen amigo.
― ¿Tú crees en esas historias de rollos raros?
―No lo sé. No soy muy supersticiosa. Pero por costumbre siempre voy con mucho cuidado ―suspiró agobiada―. En fin, que me gusta mirarme todo con lupa y... estar atenta... con todo. O sea, confío en la gente...bueno no en toda, en casi toda. Me gustan más...Que mal se me da esto...
―¿El qué? ―dijo Alvin sonriendo―. ¿También vas a tirarme los trastos como Coco? Sin disimulo...
―No, yo no... ―dijo ella incómoda―. No me interesas. O sea, eres un chico guapo, no quiero decir que seas feo. Eres muy atractivo y... ¿lo ves? Se me da mal hablar con gente...
― ¿Es por tu madre?
― ¿Por mi madre? ¿Cómo has llegado a esa conclusión?
―Bueno, dijiste que era una influencia negativa para ti. Supuse que tu madre era de esas madres controladoras, a las que les gusta minar la autoestima de sus hijas.
―No vas desencaminado ―dijo Sol apoyando los codos en las rodillas―. Pero, ojalá fuera solo eso.
―No tienes por qué contarme nada ―ambos se quedaron en silencio, contemplando cómo se hacía de noche. Unos maullidos en el interior la sacaron de su ensoñación. Entró en la casa, y él la siguió sin reparo.
―Bienvenido a casa Sol ―le dijo sonriendo―. No es tan bonita como la de Coco, pero son mis cosas. Están desordenadas y llenas de pelo de mis mascotas...pero me encantan.
―La de Coco es una casa de revista. Yo no soy muy... de diseño. Tengo una perrita también, así que el pelo viene de serie ―dijo riéndose. Oliver se enredó entre sus piernas, mientras ella le ponía el pienso. Él añadió―: La verdad es que de aquí a dos días voy a mudarme para aquí abajo. Me dieron uno de los caserones grandes de la entrada, pero estaba amueblado y esas cosas. Y yo no soy de... bueno, prefiero algo así. Las casas de revistas increíbles y decoradas no me hacen sentir a gusto... Además, tenía mis muebles y ahí no quedaban bien.
―Ahora te enredas tú ―le dijo sonriéndole.
―Si, eso parece. Será contagioso ―dijo nervioso. Ambos se miraron divertidos. Le mostró su casa. En dos o tres ocasiones se enredó con las palabras y él pacientemente la esperó. Alvin le parecía un chico amable y muy tranquilo. Tenía una forma de ser apacible, que encajaba con facilidad. Le ofreció quedarse a cenar y él señaló―: ¿No crees que sería abusar de tu hospitalidad?
―Claro... o sea no, pero como tú quieras ―él se rió.
―Oye, claro que me apetece cenar contigo. Si quieres, podemos ir a cenar al centro. He visto que hay un par de restaurantes que tienen buena pinta, y así no me aprovecharía de ti...
―Sí, claro. Me parece buena idea ―Sol cogió algo de abrigo y bajaron andando al centro. La verdad, es que era un lujo que todo quedase tan cerca. Alvin le contó cosas sobre sus hermanas y su familia, ella se relajó al no tener que llevar el timón de la conversación. No había bajado al centro del pueblo desde que llegó, así que le sorprendió cuando vio el centro tan bonito de la ciudad. Había pequeñas tiendas de libros, ropa y un par de restaurantes. Alvin eligió uno al azar, en el que el cartel exterior rezaba que ofrecían comida casera. Se sentaron en la terraza interior y no tardaron en servirles. Alvin le habló de su infancia, sus padres y sus travesuras. Le contó que él era el mayor de cuatro hermanos. Sus hermanas siempre fueron rebeldes y nunca encajaron con el carácter serio de sus padres. Sus padres nunca supieron hacerlo bien con ellas, y tuvieron una infancia de discusiones continuas. Siendo jóvenes se marcharon y sus padres nunca supieron de ellas. Él estuvo muchos años enfadado con la distancia y relación que habían tomado con sus padres, y no se lo perdonó a sus hermanas. Pero, siendo ya más mayor, se dio cuenta de que quizás sus hermanas también tuvieran su parte de razón. Intentó acercarse a ellas, algo que no salió bien. Cuando murió su padre, el año anterior, le dio la sensación de que estaba completamente solo en el mundo.
―Estoy llevando toda la conversación, Sol ―dijo, cortando parte de su chuletón―. Te he contado mi infancia en Noruega, la relación con mis hermanas, mi amor hacia mi padre y todo. Y tú, en cambio, no me has contado nada de ti.
―Yo... No se me da demasiado bien esto de hablar...―dijo nerviosa― No sé...
―Empieza por contarme cómo es que se te da tan mal esto de darte a conocer. Confiar, diría yo.
―Pues... Bueno... Yo no me he relacionado mucho con la gente. En fin, mis padres eran bastante...―el nudo que siempre amenazaba con asfixiarle la oprimía, pero intentó no hacerle caso―... sobreprotectores. En fin mi padre no, pero mi madre era... Nunca hice amigos en el cole, ni luego en el instituto. Me daba vergüenza hablar... Porque yo... Bueno...
―No pasa nada, si te incomoda no tienes que decirme nada ―Sol pinchó otro macarrón y masticó pensativa. Él la observaba con curiosidad. Intentó pensar en las palabras, visualizarlas, olvidarse de que él la escuchaba.
―No importa, no me da vergüenza contártelo. Yo tenía problemas para encontrar las palabras. Es una afección muy común, un error en la conexión sináptica del cerebro, creo. O algo de estrés. No sé, nunca lo entendí bien. Era como que mi mente tardaba en procesar lo que pensaba y expresarlo. Aún hoy me cuesta a veces. Sobre todo cuando conozco a gente nueva ―musitó sonriendo―. Excepto cuando estoy con los niños, por eso elegí está profesión. Ahora bien, cuando se trata de... hacer amigos... pues me lío. Pero de pequeña, mi timidez y mi...relación particular con mi madre...pues lo agravaban. Fui al logopeda y aprendí a gestionarlo, claro.
― ¿Se metían contigo en el colegio? Mi hermano Liam sufrió bullying y sé lo que es eso...
―No, bueno se metían conmigo, pero no era tan duro como acoso. Se reían, pero nunca me importó demasiado. Yo... estaba acostumbrada a...―el nudo la absorbió e intentó comer para disimular.
―Imagino que tu madre no te lo puso fácil ―negó con la cabeza, intentando no llorar. Se fijó en el resto de comensales. Y pestañeó para absorber las lágrimas, si él se había dado cuenta no lo señaló. Sonrió cuando reconoció a Canberra y su familia. Alvin siguió su mirada y también sonrió. El resto de comensales eran desconocidos. Comieron durante un rato en silencio, cuando Alvin añadió―: ¿Y qué te gusta hacer en tu tiempo libre?
―Pues suelo leer, ver películas, series...―pensativa añadió―... y jugar a videojuegos.
― ¿No fastidies? ―señaló con evidente sorpresa e ilusión― Me encantan los videojuegos, pero nunca he tenido un buen compañero. Björk es mi mejor amigo, pero es un paquete jugando.
―Pues, cuando quieras echamos alguna partida ―dijo más animada― ¿A qué te gusta jugar?
―Bueno... a cualquier cosa ―dijo emocionado él―. Me encantan los de miedo.
―Vaya...―contestó algo nerviosa―. Ese es el género que menos me gusta. Pasar tensión me da un poco...
―Creo que si lo jugaras conmigo te gustaría ―dijo, su tono de voz bajo y su mirada la hizo estremecer. Era un hombre muy atractivo, y nunca había pasado tanto tiempo con uno así. Le hacía estremecer y supuso que sí que le gustaría.
―No sé si eso será verdad ―señaló, a pesar de sus pensamientos―. Además de que no creo que sea una gran idea...
― ¿También te han sugestionado los misterios de Claude?
―Parece el título de una serie ―dijo riéndose. Alvin observó su risa con una especie de anhelo extraño. Unos gritos los sacaron de nuestra conversación.
― ¡Qué ilusión encontrarte aquí, compi! ―dijo Canberra acercándose―. No esperaba verte hoy... ―cuando reparó en su presencia señaló―... jolín, que mala soy para los nombres.
―Sol ―dijo ella con una sonrisa.
―Eso era ―Canberra señaló a un niño pequeño y le dijo―. Ella será tu profesora Milán.
―Genial ―dijo el niño acercándose a Sol, presentándose―. Seré el mejor de la clase, ya verás. Tengo un cociente superior a la media europea. Y habló tres idiomas: inglés, español y francés.
―Oye, no seas tan presuntuoso ―le señaló su padre, que le saludó con alegría―. ¿Preparada para la batalla?
El director y Sol hablaron durante un rato del curso escolar. Milán aprovechaba cada hueco para contarle algunos detalles de su expediente académico. Se notaba que estaba orgulloso de ser un buen estudiante. Canberra y Alvin hablaban del museo. Quedaron en tomarse un café y compartir experiencias. La bulliciosa familia se marchó sonriendo entre su bulliciosa actividad. Alvin le sonreía a través de la mesa.
―Creo que tendremos buenos compañeros ―musitó―. Canberra me cae bien, su manera de ser me recuerda a mi madre.
―A mí me cae bien el director, me parece una gran oportunidad trabajar con él. Espero que yo también le guste y seamos buenos compañeros.
―Te he visto muy relajada con él, para nada igual que conmigo. ¿Estás segura de que te pasa cuando conoces a gente? ¿O solo te pasa conmigo? ―dijo picarón―. No te he visto enredarte ninguna vez...
―Segurísima, te he dicho que en el trabajo no me pasa ―él se rió y negó con la cabeza―. Estás acostumbrado a conquistar a todas las mujeres, ¿verdad?
―¿Crees que soy un rompecorazones presuntuoso?
―Supongo que eres un ligón ―respondió sinceramente―, y nunca he sido amiga de un chico así.
―Pero... ¿has tenido amigos? ―dijo picándole y ella le sacó la lengua.
―Algunos ―respondió haciéndose la interesante, para sacarle una sonrisa. Después de eso hablaron un rato más sobre videojuegos y películas que les gustan. Alvin se ofreció a pagar, a pesar de su negativa. Le comentó que así tenía excusa para que lo volviera a invitar. Luego insistió en acompañarla a casa. Las miradas del resto de comensales cuando salieron del bar le incomodaron. Por una parte, pensó que debía ser normal, puesto que eran desconocidos para ellos. Pero... un escalofrío le recorrió la espalda. Alvin la acompañó hasta su hogar y luego se despidió, intercambiando sus móviles para volver a quedar. La verdad es que le había caído genial. Sol sonreía a la noche estrellada, las nubes de tormenta habían desaparecido en el horizonte y la luna brillaba fuerte. Entró en casa y esa noche durmió tranquila. Ni rastro de su madre, ni sus habituales pesadillas.
Por la mañana se levantó temprano y volvió a hacer limpieza de casa. Oliver dormía plácidamente al sol. A las once de la mañana pasó el cartero y dejó algunas cartas. Supuso que serían de los anteriores inquilinos. Las recogió y pensó en sí debería dárselas al alcalde, puesto que quizá, fuera el único propietario de esos inmuebles. La mayor parte de las cartas eran recibos y notificaciones del banco. Pero, una le llamó especialmente la atención. Estaba fechada por un bufete de abogados. Inquieta la abrió, sabiendo que estaba haciendo algo malo, y probablemente ilegal. Por lo que se traslucía de la carta, el demandante quería romper alguna especie de contrato. El abogado le reiteraba que eso era imposible, que debía permanecer en la residencia dónde vivía. Su mente se puso a reflexionar sobre porque se marcharían. Es decir, si el abogado no podía rescindir su contrato, y le instaba a seguir en su hogar, ¿cómo acabaron yéndose? Unas voces la sacaron de su ensoñación. Justo al lado de su casa, estaba un camión de mudanzas. Se asomó y Alvin bajó del camión sonriente.
―Ya te dije que íbamos a ser vecinos.
―Ya lo veo, aunque no imaginaba que tan cercanos ―eso le sacó una sonrisa― Ayer, ¿estabas explorando el terreno, verdad? ―él se encogió de hombros divertido― ¿Necesitas que te eche una mano?
―No estaría mal.
Se miró en el espejo de la habitación. Iba vestida con ropa cómoda, y el pelo recogido en un moño desenfadado. Suspiró, tampoco es como si él fuera a fijarse en una mujer como ella. Los mozos ya estaban descargando, Alvin observaba sonriente desde la calle. Cuando llegó a su altura, le pasó un brazo por los hombros.
―Han traído mis muebles de mi piso en Noruega. Creo que quedarán muy bien aquí.
―Seguro que sí.
― ¿De verdad quieres ayudarme? ¿No es un palazo horrible?
― ¿Por qué no? ―dijo sonriéndole― Tampoco tengo nada mejor que hacer.
―Di la verdad. Estás deseando acabar y que juguemos juntos un par de partidas.
―No lo negaré. Machacarte va a ser genial.
Daniel vino a ver cómo iba la nueva mudanza, se saludaron y hablaron cortésmente. Les invitó a ambos a un refresco mientras los operarios descargaban. Aceptaron encantados. Daniel parecía contento con su amistad y se mostraba feliz de que fueran vecinos. Hablaron sobre el colegio y el museo, Daniel parecía irradiar optimismo y felicidad. Aprovechando su visita le comentó lo de las cartas, y él le dijo que sí, que se las diera a él mismo. Entró a casa y las cogió todas, menos la que había abierto que la guardó en un cajón de la cocina. Se las entregó. Oliver le siguió hasta el porche, Daniel le acarició.
―Se marcharon dejándolo todo. Su comunidad, sus amigos, a su familia...―Daniel negó con la cabeza apenado―, incluso a ti, pequeño.
Las dudas que le habían carcomido desaparecieron. Fueran cuales fueran las circunstancias que les llevaron a marcharse, no eran de su incumbencia. Estaba claro que no dependieron del pueblo, ni del alcalde. Daniel les sonrió aún con tristeza en sus ojos y acabaron de charlar.
En otra parte, una figura encapuchada observaba una casa desde la espesura del bosque. En su mente sabía que no únicamente estaba observando, estaba juzgando. Ahora tenía mucho trabajo. Se habián mudado todos a su pueblo, todos habían caído en la red. Ahora tendría que decidir, separar, seleccionar. Debía separar la paja del grano. Encontrar la aguja del pajar. Encontrar la excepción a la norma, el tesoro. Quizás en esta remesa hubiera más de uno válido. Más de uno capaz de entrar en la comunidad. Debía ir con cuidado un paso en falso, y entonces tendría que... bueno... todo estaría en peligro.
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