CAPÍTULO 3: El Guardián

Y con su corazón roto, comenzó el precioso primer día de curso. Ese lunes, Sol, dedicó más tiempo a arreglarse, algo que le iba tremendamente bien para calmar sus nervios. Aun así, llegó media hora antes a la escuela. Su aula resplandecía con el sol de primera hora de la mañana. Y, aunque no se sintiera plenamente feliz, sonrió con alegría. Tenía el cuerpo lleno de ilusión y nervios. A las nueve, en punto, comenzaron a entrar sus alumnos, y su mente rebosaba energía. Todos eran fantásticos, estaban llenos de alegría e ilusión. El día se le pasó en una nube de presentaciones, de hablar de sus vacaciones, con la alegría de la conversación infantil. Los niños le encantaban, igual que su profesión, y eso le hacía sentir bien. Capacitada y segura de si misma. Aunque fuera un desastre personal, era una buena profesional. Llevaba tiempo esperando una oportunidad así y no la iba a desperdiciar. Llegó a casa agotada, aunque Alvin no tardó en venir para comentar su primer día como profesora.

 ―¿Cómo ha ido el primer día de clase? ¿Cómo lo has hecho, maestra?

―Ha sido genial...―y pasó a relatarle todo lo que le había pasado en el día y como se había sentido. Alvin la escuchaba atento y sonreía. Parecía feliz ese día. Acabaron cenando en el patio y contándose cosas que hacía  días no se contaban. Algo que a ella le recordó al principio de su amistad, y le encantó. Todo debería ser así de sencillo. Pasar página de esa absurda atracción y confusión sentimental.

―Me han dicho que te dejaste ver por la Iglesia...―musitó―... y que fuiste a comer a casa de Martín, con Daniel y su esposa ―oír el nombre de Martín había hecho aletear su corazón, se instó a tranquilizarse. Él no sabía nada de lo ocurrido entre ellos, y no era algo que fuera a contarle.

―Sí, me invitó la esposa de Martín, Teresa. También iban Daniel y su esposa Amanda. Coincidimos todos en la Iglesia. Patricio no quiso acompañarnos. Fue una comida agradable ―susurró demasiado deprisa y nerviosa, rezando para que no se percatará de su rubor―. Antes iba más frecuentemente a la Iglesia, pero hacía años que no pisaba una. La verdad es que la de Crisal es preciosa. Te encantaría. Me gustó ir y volveré este próximo domingo.

 ―Yo no soy muy religioso ―dijo Alvin rascándose el cuello―. Mis padres eran ateos, y nunca me relacioné mucho con la religión. Tampoco he tenido la fe suficiente cuando he sido adulto.

―No todo el mundo debe creer en lo mismo ―respondió ella tranquila, mirándole mientras bebía de su vaso―, es decir, si todas las personas hiciéramos y pensáramos lo mismo, el mundo sería terriblemente aburrido. Yo no te juzgo Alvin, espero que tampoco lo hagas tú conmigo.

―Sol... en verdad, eso no me importa. Me parece muy interesante tu opinión y anhelaría estar horas hablándolo contigo. Pero, tengo que serte sincero...―dijo incómodo, removiéndse en su asiento―... respecto a mi relación con Martín ―Sol guardó silencio y él prosiguió―. Es cierto que nos conocimos en el museo cuando recién entré a trabajar. Suele ir frecuentemente. Dice que le gusta y le da tranquilidad. Al principio, únicamente, intercambiábamos información del museo. Me parecía un hombre extraño, pero agradable. Un día me pregunto... bueno... me pregunto por ti y nuestra amistad.

―¿Por mí? Bueno, es normal. Supongo que nos habíamos conocido en el colegio, y todo el mundo sabe que somos buenos amigos...

―Sí, pero... Sol, me preguntaba cosas personales de ti. Cosas que me habías contado en confidencia y me sentía mal por contárselas ―Alvin miró al cielo y añadió, ante su sorpresa e incomidad―. Pero tampoco podía mentirle. Parecía que su interés era tan... genuino. Pero me empezó a preocupar que ese hombre no estuviera... bueno... estuviera loco. Y se hubiera obsesionado contigo. Me parece un tío raro. Y sus preguntas...

―Alvin, la curiosidad no es mala, contar secretos que no te pertenecen, sí. No te preocupes, sé que tampoco lo has hecho con maldad. Al fin y al cabo, hace poco que nos conocemos y Martín tampoco es una mala persona. Es un hombre casado, con una vida feliz ―respondió quitándole  importancia, cada palabra atravesó su corazón―. Ayer mismo estuve en su preciosa casa, con su amada esposa. Tiene una vida normal, feliz y cotidiana. Seguramente, únicamente, sentía curiosidad por mí, nada más. Al fin y al cabo, somos personas desconocidas, en un pueblo, donde todo el mundo lo sabe todo sobre los otros.

 ―Sol...―Alvin la observó a través de la mesa, en ese dulce atardecer―...a veces creo que eres muy ingenua. Y, otras, creo que eres muy inteligente. Si no fuera por ti, este lugar no me gustaría. Esta lleno de... mal rollo.

―Patricio sigue obsesionado con ver conspiraciones y misterios. Ahora tú también. Pero, Crisal es un lugar de ensueño, tranquilidad y buen rollo. Daniel me parece un hombre fantástico y lleno de bondad. ¿Por qué haría nada malo? ―señaló ella sorprendida―. A veces, cuando nos ocurren cosas buenas, tendemos a creer que algo malo se esconde. Pero estoy segura de que no será así.

―Sol, ¿cómo puedes ser tan positiva? ―preguntó Alvin, la curiosidad relucía en sus ojos―. Tu vida, por lo que me cuentas, ha sido dura. Y, sin embargo, siempre miras el lado bueno de las cosas. No te dejas amedrantar y eres fuerte. Yo...no soy como tú. Y eso me aterroriza. Eres...única. Y...te adoro. 

―Me sobrevaloras. Solamente he intentado sobrevivir ―dijo ella, y miró de nuevo a las estrellas que empezaban a despuntar en el cielo violeta. Pensó que desde el hogar de Martín debían de verse preciosas. Y no pudo evitar decir más para ella que para Alvin―. Siempre he sobrevivido.

Les observó desde el patio de Alvin, invisible a sus ojos. La conversación le llegaba a medias. Esperaba a Alvin. Daniel y Martín habían decidido que dejase su misión de descubrir sobre Martina. Su contrato con ellos quedaba cerrado y el asunto olvidado. Podía permanecer en el pueblo si lo deseaba, pero nadie debía conocer de su problema con la bebida. Si se curaba o no, a él le era indiferente. Su conversación sonaba amortiguada y no distinguía bien de lo que hablaban. Ella parecía tranquila y serena, la imagino sonriendo. Supuso que debía haber tenido un buen día. Empezaba el curso. Su corazón se estrujó. Pensar en ello le hizo sonreír, imaginándola ilusionada en su aula. Pasó el rato fantaseando con estar sentado a su mesa, charlando tranquilamente como ellos hacían. Cuando ambos se despidieron, Martín se dirigió hacia la puerta principal de la casa de Alvin. Él abrió la puerta y en silencio entraron ambos.

 ―¿Qué quieres, guardián?

―Queremos que dejes tu trabajo con nosotros. Ya no precisamos que encuentres más información sobre Martina ―musitó a media voz―. Nuestro contrato queda revocado, pero puedes seguir disfrutando tanto de tu hogar, como de tu nuevo trabajo. No deseamos que desaparezcas, pero nadie debe conocer tu problema con la bebida. Si fuera así...

Alvin asintió despacio, entendiendo. Le ofreció el nuevo contrato, él lo leyó detenidamente. Ordinario y simple, sin trucos. Esa mañana los había llamado el padre de Sol, había recibido una pista. Quizá Sol no supiera nada de su madre, pero pudieran encontrarla igualmente. Si se libraba de Martina, quizá se libraría de las cadenas que le aprisionaban. Nadie dañaba a la comunidad y salía indemne. Nadie. El chico le miró desde su posición en el sofá y le devolvió el contrato firmado.

 ―¿Qué les ha hecho cambiar de opinión?

―Nada. Han surgido nuevas opciones. Además, sabemos que Sol no conoce nada de su madre y no queremos dañarla más ―dijo, el chico le sostenía la mirada, analizándole. Incómodo, Martín la apartó fingiendo revisar los documentos.

―¿Se alejará entonces de ella? ―dijo, mirándole como si supiera cuáles eran sus sentimientos.

―No es de su incumbencia ―dijo, su voz entrecortada, contenía la rabia y molestia que le provocaba ese hombre― ¿Cuál es su interés? Creía que ella no le era...agradable.

 ―Guardián Martín, a mí no me puede engañar tan fácilmente como al resto. Sobretodo, porque yo soy como usted. No me enamoró fácilmente. Vi cómo la miraba el día del baile, cómo la observa cuando se cruzan por la calle, cómo le habla y cómo ayer al traerla a casa le dejó conducir su coche ―dijo el chaval levantándose y acercándose a él― Me importa, porque la aprecio, y es mi amiga. Y voy a decirle la verdad sobre usted. Creo que a usted le gusta...le gustaría follársela y se está dejando dominar por su deseo. La dañará. Como todos los hombres reprimidos y amargados que se creen que...

Le pegó un puñetazo. No pudo evitarlo y el chico cayó derrumbado al suelo. Sangraba por la nariz. No se sintió mal. Ese capullo era una sabandija sin escrúpulos. Había hecho lo posible  por ascender en su trabajo, pisando a quien hiciera falta. Porque era un niño consentido. Él quería que todo el mundo se centrará en él, y para conseguirlo había dañado a quien quisiera. Incluso a sus hermanas, a las que él consideraba débiles y patéticas. Había convertido la vida de sus hermanas en un infierno, y luego, las había culpado a ellas por su manera de ser. Hubiera hecho lo mismo con sus amigos, con todo aquel que se interpusiera en su objetivo. Le recordaba a Martina y le daba asco. Pero incluso, a su propio padre, un ser amargado, eso era. Ahogado en alcohol. Alvin le miró desde el suelo, sonriente.

 ―Es mi amiga, y haré lo que haga falta para que te odie y se aleje de ti. Y vuelva a centrarse en mi, como debe ser ―dijo, y le sonrío con suficiencia.Se levantó y le golpeó en la mandíbula, haciendo que Martín se mordiera la lengua y sangrará. Hubo más golpes, pero ya no hubo más conversación. Alvin no era un luchador experto, y por desgracia, como guardián, él estaba acostumbrado a pelear. Que él estuviera borracho, tambien lo facilitó. Acabó tirándole como un fardo y saliendo por la puerta. Ese hombre era escoria, pero Martín no iba a acercarse más a él. Si se quedaba en el pueblo era por deseo de Daniel, pero conseguiría que se marchará. Él era un borracho como su padre, y siempre acababan fallando. Hacía tiempo que no odiaba a nadie que no fuera Martina, y le agradó la sensación. La sensación de saber qué era capaz de sentir cosas, cosas qué hacía años que no sentía. Su cuerpo despertaba, vibraba, volvía a la vida.

«Creo que a usted le gusta... y le gustaría follársela». Sus palabras resonaron en su mente, mientras cruzaba calle abajo hacia su coche. Entonces la vio, Sol estaba subiendo por la misma calle y era imposible que no se cruzaran. Por un momento, se quedó paralizado y sin saber por qué echó a correr hacia el bosque, sin miedo a que otros le vieran. Se metió entre los matorrales. Ella no le había visto, pero se fijó en su coche. Sonriendo acarició el capó y las líneas del coche. Miraba hacia los lados, pero al no verle enfiló hasta el final de la calle y desapareció, supuso que rumbo a casa. Fue entonces que se permitió respirar. Su corazón latía desbocado cuando se sentó en el coche. Condujo hacia su casa y se quedó en el garaje. Teresa ya debía dormir. «Creo que a usted le gusta... y le gustaría follársela», suspiró y apoyó la cabeza en el respaldo. Si él supieras la verdad, pensaría peor todavía. Se quedó en el coche. Se dio cuenta de que le sangraba la nariz. Supuso que de algún golpe. Las gotas habían salpicado la  camisa. No era la primera, y no sería la última. Pensó en Sol acariciando las líneas de su coche, y se imaginó cómo serían sus manos acariciándole a él. Sonrió. Tembló de deseo y su erección creció. «Vi como la mirabas». La recordó en su cama dándose placer. Cerrando los ojos, se dejó llevar imaginando como sería que ella le acariciara y le hiciera olvidar las palabras no dichas, los días sin ella y su dolor. Si supiera, lo que era eso, Alvin no le juzgaría.

Esa mañana no vio a Alvin salir. Le puso un mensaje y le dijo que estaba enfermo. Le mandó mensajes de ánimo y le deseó que se recuperase pronto. Si le necesitaba, que se lo dijera sin dudar. Se dirigió andando hacia el colegio. Se había levantado de buen humor, sin pesadillas después de tanto tiempo. Llegó temprano, se preparó un café y se sentó en su aula. Tontamente, sonrió alegre. Repasó el programa del día y soñó despierta. Enseguida llegaron los niños y el día se pasó, de nuevo, volando. Cuando llegó a casa, se duchó y llamó a Alvin, que le dijo que estaba muy enfermo. Parecía encontrarse mejor, aunque no quería que le visitará por si era contagioso. Jugaron un rato cada cuál en su casa y ella se acostó temprano. Y así, en esa nube de algodón, pasó la primera semana de curso.

El sábado quedó con Marina y Coco y se fueron de tiendas. Loli llamó a Marina para quedar y las invitó a cenar. Pasaron una noche de chicas agradable, cotilleando, jugando con los peques de Loli. Luego, vieron una película romántica a rabiar y todas lloraron con el final como bobas. Volvió a casa contenta, sintiéndose segura, feliz, arropada. Alvin le escribió para decirle que se encontraba mejor. El lunes recuperado, le dijo. Eso le sacó una enorme sonrisa. El domingo vino su padre y juntos fueron a la Iglesia. Comieron con Daniel y su esposa en uno de los restaurantes del centro. Lo pasaron francamente bien, y ambos parecieron conectar desde el primer instante. Su padre parecía feliz y ella se alegró, cuando esa tarde, se quedó a ver películas y jugar a cartas en el patio. Supuse que la felicidad podía ser eso, y le asustó un poco.

Esa semana la empezó con más ilusión, e intentó que sus ánimos no se decayeran. Pero empezaba a notarse baja. Cómo si su corazón empezará a darse cuenta de las heridas. De lo mucho que había deseado ver a Martín o charlar con él. Alvin la llevó a la escuela ese día, y juntos tomaron un café antes de entrar. Esa tarde empezaban las clases de religión de Martín, por tanto, era muy probable que se cruzarán. Ese hecho la mantuvo esperanzada e ilusionada todo el día, pero también triste. Cuando se encontraron por el pasillo, ambos se saludaron cordialmente. Pero su esperanza murió al notar su frialdad. De verdad, no deseaba volver a saber nada más de ella. Triste regresó a casa. Y se dio cuenta de que había mantenido la esperanza de que al verse, todo cambiará de nuevo. Intenté dominar sus emociones y razonar que él no deseaba nada con ella. Y era algo normal. No podía dejar que eso la hundiera. Él era un hombre casado y feliz. Lloró esa tarde por sus ilusiones rotas, pero se prometió no volver a llorar. Después de todo no había ocurrido nada entre ellos. Un solo beso no era nada. Una esperanza no era nada.

Las semanas volvieron a pasar con celeridad. De lunes a viernes, Alvin la llevaba al colegio y desayunaban antes de entrar. Luego ambos trabajaban, y algunas tardes quedaban como antes. La mayoría jugaban a videojuegos o veían alguna serie. Se habían enganchado a «Juego de tronos» y no veían ni un capítulo sin el otro. Los jueves iban a comprar. Él no hizo ademán de acercarse románticamente, cosa que Sol agradeció. Sus sentimientos hacia él se habían hundido tan rápido como aparecieron, únicamente, quedaba su frágil y extraña amistad. Los sábados le gustaba quedar con Marina. Algunos visitaban a Loli. Otras veces se les unía Coco e iban de compras a la ciudad o a comer a restaurantes caros. Algo que Coco disfrutaba enormemente para su diversión. Otros hacían cenas con el resto de sus amigos: Alvin, Shawn y Patricio. Y algunas noches se les unían Kyle y Luke, que parecía que empezaban una bonita relación. Pasaban agradables veladas, habían hecho un grupo divertido. Los domingos le visitaba su padre. Algunos iban a la Iglesia y luego comían en algún restaurante. A veces, con Daniel y Amanda. Otros domingos se iban de excursión y disfrutaban del paisaje de Crisal. Sentía que ese tiempo, con la gente que quería, le estaba curando su corazón roto. Además, de olvidar lo que alguna vez pudo haber sido con Martín. Pero no le olvidaba. Se veían en la escuela cuando él entraba para dar clases, y en la Iglesia algunos domingos. Todas esas veces le daba la sensación de que la observaba esperando algo, pero nunca hacía ademán de acercarse. Ella tampoco.

El tiempo pasaba como una especie de niebla. El ambiente se volvía más frío. Llegó otoño, y con él, las hojas empezaron a caer. Empezó a apetecer quedarse en casa y taparse con alguna manta. Aunque el clima siga siendo cálido, lenguas de frío amenazaban. Además, el clima de ciudad era muy diferente al de Crisal. El otoño a ella le gustaba y le hacía sentir feliz. Era su estación favorita del año. Ese día estaba lloviendo bastante y los niños no habían salido al patio, estaban jugando en clase. Unos tímidos golpes en la puerta la sorprendieron. Daniel le sonreía desde el umbral.

 ―Me pasaba para hablar con el director y me decidí a ser un cotilla ―musitó riéndose― ¿Cómo va todo? 

Los niños se le acercaron a charlar. Muchos le conocían, porque era el alcalde. Era alguien famoso, decían. Daniel se puso muy feliz y les contó muchas anécdotas. Cuando empezó la clase, Daniel se despidió con cariño, pero antes de irse le recordó.

―En dos semanas es la fiesta del otoño ―señaló―. Aquí en Crisal se ha celebrado siempre como una festividad tradicional, huyendo del comercial «Halloween». Básicamente es muy parecida al baile de final de verano, sólo que se ponen puestecitos durante el día y se hace una gran cena en el salón principal del Ayuntamiento. Todo el mundo asistirá, espero verte. 

Y así, con esa sencilla frase, se dio el pistoletazo de salida. Empezaron los preparativos para la fiesta de otoño. Los niños hacían algunas decoraciones para el puesto que tenía el colegio. Ese día el director las vendía para recaudar fondos para la excursión de fin de curso. Todos los maestros se irían turnando. A ella le tocó el turno de mediodía con Patricio. Lo pasarían bien. Después iría a casa y se arreglaría para la cena. Quedó con Marina dos días antes para decidir que se pondrían.

 ―Sol, tienes que ponerte el vestido granate. Te queda precioso. No te lo pienses más ―dijo ella cogiéndolo de su pila de descartes.

―No sé... Tiene la espalda descubierta y no tengo ningún sujetador con el que pueda llevarlo. ―respondió

―Pues vayamos a comprar uno y a merendar. ¿Que te parece? ―dijo Marina levantándose.

―¿Y tú? Aún no has decidido nada que ponerte.

― ¿Y qué más da? Si elija lo que elija, mi madre me dirá que no es apropiado y me lo cambiará. Siempre con la excusa de tu cuerpo no es para eso ―musitó enfadada y en Toni burlón―. Mi madre tiene que actualizarse, las gordas podemos ponernos ropa que marque nuestras curvas. 

 ― ¡Di que si! Ponte lo que te dé la gana ―señaló Sol divertida― Yo siempre me he sentido una chica con curvas.

―Bueno...yo más que curvas, tengo forma de rotonda. Pero bueno...soy feliz, ¿no es eso lo más importante? ―dijo riéndose― Me pondré el dorado. ¿Qué opinas?

Dicho eso, salieron a por un par de zapatos para Marina, un sujetador para ella y dos buenos bollos. Marina, poco a poco, se iba desprendiendo de la sobreprotección de su madre. Y eso le agradaba. Bajo esa niña se escondía una mujer fuerte y valiente, en quien Sol confiaba ciegamente. Bueno, confiaba lo suficiente como para contarle ciertas cosas. Otras se las guardaba, como siempre. Cómo sus fantasías con Martín, y sus tristes deseos.

Los días pasaron rápido y llegó el esperado día. Patricio y Sol disfrutaron mucho de su rato en el puesto. Al mediodía no había mucha gente, pero les vinieron a visitar algunos alumnos con sus padres. La mayoría de las cosas vendidas las compraban los mismos padres, pero a los pequeños les hacía ilusión. Patricio era un chico muy divertido cuando se le quitaban las preocupaciones de la cabeza. Acabaron pasando un rato muy agradable y el tiempo se les pasó volando. Decidieron aún así ir a comer juntos en otro puesto de esa improvisada feria. Y también dar una vuelta por allí. Luego fue a casa y llamó a Marina para arreglarse juntas. Así la tarde se les pasó entre cotilleos, risas y maquillaje.

A las siete y media, estaban listas para ir a la cena con sus acompañantes. Alvin y Shawn, puntuales y arreglados con sus trajes, las recogieron. Los cuatro fueron juntos y se sentaron en la mesa asignada. La comida estaba deliciosa. Toda la decoración del salón de actos tenía motivos otoñales: hojas caídas, calabazas, flores de otoño. Todo en colores naranja, ocre, granate y marrones. Su mesa era alargada, y estaban la mayoría de la gente nueva. Canberra y el director eran los más cercanos a Alvin y a Sol, y se pasaron el rato charlando. Canberra estaba embarazada y era una feliz noticia que comentar y celebrar. Daniel se mezclaba por las distintas mesas y saludaba a todos los invitados.

Después de la maravillosa cena, había un bonito baile. Quitaron las mesas del salón y la gente se afanó por ir a la pista. Alvin le propuso bailar y esa vez aceptó, aunque fuera una música un poco antigua para ellos. Bailaron un par de piezas y volvieron con sus amigos divertidos. Teresa la saludó desde el fondo y ella se acercó a hablar con ellos. En su mesa estaban Daniel, Amanda, y supuso que otros compañeros del Ayuntamiento. Además, de obviamente Martín. Él estaba enfrascado en su copa y no levantó la mirada. Teresa le dio dos besos y Amanda un fuerte abrazo.

 ―¡Estás preciosa! ―dijo Amanda―. Es un vestido muy bonito.

―Gracias ―respondió Sol cortada, ellas iban muy elegantes y refinadas―. Vosotras también estáis preciosas. Este vestido me lo regaló mi padre y aún no había tenido ocasión de estrenarlo.

―Estás muy hermosa ―dijo Daniel―. Tanto que, con el permiso de mi esposa, voy a invitarte a bailar esta noche. 

Daniel la llevó a la pista y bailaron. Sol no era una gran bailarina, pero se rió muchísimo. Muchos les observaban con alegría. A Daniel no parecían importarle las miradas. Estaba radiante de felicidad y su felicidad era contagiosa. Cuando regresaron a su mesa, Amanda le dio un apasionado beso.

 ―Sigues sin dar un buen paso cuando no estoy contigo ―le dijo y él sonrío alegre. Un amor así quería para ella. Martín ya no estaba en la mesa, Teresa pareció intuir su pensamiento y le miró. Había salido a uno de los balcones. Había otra gente fumando, él incluido. Algo que revolucionó su corazón, verle hacer algo no perfecto. Teresa pareció mirarle con cariño. Se acercó un poco más a ella.

 ―Sol, me alegra verte a solas―dijo susurrando―, y me alegra que mi marido te haya encontrado. Sé que te ama, y creo que tú le amas a él ―siguió, dejándola sin palabras. Nadie podía oírles con la música, pero aún así se asustó. Supuso que Martín tenía razón, no había secretos entre ellos―. No estoy enfadada. Nuestro matrimonio no es más que una farsa. Él es mi mejor amigo y le quiero. Pero él es...bueno...es un hombre complicado. Intenta comprenderle. 

Sol la miró estupefacta, y ella acarició su mejilla. Le sonrió y ella le devolvió la sonrisa dubitativa. Todo lo que hacía le parecía maternal, algo que no había hecho nunca su madre por ella. Eso enterneció su corazón. Compungida volvió a seguir su mirada, y ella se alejó. Dubitativa se acercó al balcón. Llevaban casi dos meses sin tener una conversación, pero las palabras de Teresa le habían recordado que sus corazones seguían latiendo. Martín observaba la calle desde el balcón, fumando. Cuando se colocó a su lado, ni siquiera la miró, aunque su cuerpo se tensó.

 ―No sabía que tenías un tatuaje ―dijo, su voz sonaba grave. Pero, parecía triste―. Te queda bien.

―Gracias ―respondió pensando en el mandala de su espalda en forma de luna y sol―. Martín, Teresa acaba de decirme que...

―Que sabe que te amo y que tú me amas a mí. Me dijo que lo haría, a pesar de mi negativa ―él seguía sin mirarla, algo que le incomodaba―. ¿Crees que es buena idea que estemos aquí solos?

―Somos compañeros, somos vecinos. ¿Qué hay de malo?

―La gente se da cuenta de cómo te miro ―señaló nervioso―. No puedo ocultar que estoy enamorado de ti. Te dije que eras tú quien debía olvidarse de mí.

―Martín...

―Me buscas, Sol ―dijo mirándola por primera vez. Sus ojos la derritieron, la deshicieron, le hicieron perderse y encontrarse a la vez―. Cada semana te cruzas conmigo en el pasillo, y te veo. Y mis ojos te buscan y los tuyos a mí. Te miro y sé que sigues amándome, eso me parte el corazón, una y otra vez. Porque nada ha cambiado en dos meses...

 ―Martín...no te entiendo ―dijo ella confusa― ...ambos sabéis que no os amáis, y que si os divorciaráis tendríais otra oportunidad. Las cosas ya no son como antes, la gente divorciada ya no es repudiada por los otros y...

―No es por eso, Sol ―dijo, y notó como su cuerpo se tensaba―. No es solo por eso. Es solo que...

―No es suficiente ―dijo Sol dándose cuenta por primera vez de lo que él pensaba―. Yo no soy suficiente como para perder tu maravillosa vida y...

Sin darle tiempo a más, se giró y entró de nuevo a la fiesta. Teresa le había dicho que intentase comprenderlo, pero no se sentía capaz. ¿A eso se refería? Si era eso, era algo cruel. Las palabras de su madre se agolpaban como siempre en los límites de su cerebro. Intentaba apartarlas, bastante daño le había hecho durante años. No iba a dejar que nadie la hundiera, no les iba a dar ese placer, ni siquiera al fantasma de su madre. Alvin observaba sus reacciones, pero no dijo nada. Bailaron juntos y pasaron el rato unidos. Era consciente de las miradas de Martín, pero las evitó. Cuando se hizo tarde, Alvin y ella se marcharon. Cuando llegaron a su casa le dejó pasar. Alvin sonreía contento y se quitó la chaqueta. Fue consciente de que era un hombre muy guapo, demasiado atractivo. De que al principio había estado colgada por él. Pero, ahora le parecía muy lejano, un cuelgue temporal, algo insignificante. Alvin le hablaba, pero su mente estaba como embotada. Seguía sintiéndose al borde de todo, en ese balcón, con Martín.  Se acercó hacia él, y en un impulso la besó. Notó sus labios calientes sobre los suyos, y su mente imaginó otros labios que, únicamente, le habían besado una vez, otros brazos a su alrededor. Y se estremeció. Unos golpes en la puerta los separaron y ella le miró confundida. Se dirigió y abrió. Martín estaba apoyado en el marco de la puerta y sujetaba su chaqueta. Le miró estupefacta. Tenía que estar observándole muy atentamente, para ver que había olvidado su chaqueta, y venir inmediatamente después.

 ―La olvidaste en el baile, y te la traje nada más verla ―dijo con voz grave, sus ojos expresaban enfado―. Además, quería aprovechar para comentarte una cosa.  

 ―Yo...

―¿Estás ocupada? ―su presencia invadía toda la puerta, y también su corazón. No podía dejar de mirarle. Se olvidó hasta de Alvin, pero su carraspeo la devolvió a la realidad.

―Alvin, ¿nos vemos mañana? ―dijo del tirón, girándose para mirarle nerviosa inventando una excusa―. Martín y yo teníamos que preparar una taller para mañana por la tarde en la Iglesia y se nos olvidó comentar algunas cosas.

―¿A esta hora? Bueno, cómo veas...―dijo él, Alvin recogió sus cosas y se acercó a ella con delicadeza.  Él, que nunca había mostrado afecto hacia ella, la besó delante de las narices de Martín. Este entró como un torbellino en casa, dejándolos atrás. Cerró la puerta con la mirada aún sorprendida. Martín la esperaba en medio del salón, le enfrentó con la mirada. Pero, no pudo y acabó apartando los ojos.

 ―¿Un taller? ―dijo, su voz era más grave que de costumbre y su mirada más intensa. Parecía enfadado.

―Es lo que se me ha ocurrido ―dijo en un susurro―. ¿Qué quieres Martín? 

 ―¿Por qué crees que no eres suficiente? ―incómoda se sentó, por hacer algo, él la observaba de pie―. ¿Crees que te amo pero no te considero lo suficiente para, como dices tú, renunciar a mi maravillosa vida? ―enfadado se acercó a ella―. ¿Mi maravillosa vida? ¿Qué crees que es exactamente mi vida? ―dijo y ella se atrevió a mirarle enfadada. 

 ―Yo...tú eres un hombre hecho. Casado, con un bonito hogar, un buen trabajo. Y yo solo soy...

―La mujer que más he amado y deseado en mi vida. Es verte y mi corazón se estruja por el deseo de abrazarte, besarte...incluso me da envidia que Daniel pueda sacarte a bailar como si nada y debo marcharme ―dijo, dejándola sin respiración― Sol, no entiendes muchas cosas, pero si crees que no renunciaría a todo por ti, entonces no entiendes lo que siento por ti.

―Martín...yo no te entiendo. Dices estas cosas tan bonitas, que nunca nadie me ha dicho, pero luego...

 ―Quiero serte sincero, te lo mereces ―dijo, Sol guardó silencio, a él parecía costarle encontrar las palabras―. Quiero que me entiendas, Sol. Yo...esta comunidad...No sé cómo empezar. No es solo mi matrimonio con Teresa lo que está en juego. Soy el guardián de esta comunidad ―ella le miró extrañada, eso no significaba nada para ella, él le aguantó la mirada―. Es una tradición que se remonta a la época medieval. El guardián era la mano derecha de la gente de fe, que gobernaba este lugar. Hace muchos años que esta comunidad decidió que quería un guardián, de nuevo, que vigilara que sus ciudadanos cumplieran los requisitos y se formaran con la moral de la comunidad. Crisal fue prosperando como proyecto de una pequeña comunidad a una gran ciudad, y luego fue cayendo, como ya sabes. Pero la figura del guardián se mantuvo. A veces no tenía mucha utilidad, pero en otras épocas, fue esencial. El buen funcionamiento de una comunidad propicia felicidad. El guardián juzgaba a aquellos que deseaban entrar en la comunidad, en el pasado, y en la actualidad. Se encargaba de que Crisal fuera un lugar de paz.  Para que así sea, no debe haber personas que dañen a los demás. Cuando viene gente nueva, el guardián...

 ―¿Me estás diciendo que tú ibas a juzgar si encajábamos con la moral de la comunidad, investigando nuestras vidas? ¿Si éramos buenos o...?

― Yo no iba a investigar ni espiar vuestras vidas ―musitó, y sonrió con evidente fastidio― Digamos que soy un pelín más listo. E intenté formar alianzas para que otros descubrieran las cosas por mí. Por ejemplo, Shawn debía averiguar si Patricio era como su padre o no. Eunice si Coco es buena para la comunidad o ponzoñosa, hay gente que se dedica continuamente a crear mal ambiente. Y...

―Alvin debía averiguar cosas de mí, para saber si yo estaba trastornada por la personalidad de mi madre ―dijo ella sorprendida y asqueada a partes iguales―. Por eso le preguntabas, y por eso no le caes bien.

 ―Lo lamento ―respondió―. Yo le insté a que te conociera, y se hiciera amigo tuyo. Debía averiguar, Sol. Él aceptó encantado, le caes bien. Pero enseguida supe que...―se levantó enfadada.

―¿Qué supiste?

―Que tú pertenecías tanto aquí como yo. Este es tu lugar. Y lo siento, siento haberte mentido. Creía que me odiarías, si descubrías la verdad. 

―Bien, muy bien. Empecemos por el principio. Eres una especie de guardián de la moral y todo eso...vale...correcto. ¿Pero que tiene que ver...?

―Es un conflicto interno. Debo dar ejemplo, Sol. Yo no puedo pecar, ni errar, ni ser malo, ni...

―Pero eres humano.

― ¿Y eso crees que les importa? La comunidad no entiende de errores. La gente sabe que Teresa y yo llegamos a un acuerdo, pero ahora no puedo abandonarla. Es mi esposa y...no puedo actuar con indecencia ―musitó, y mirándole a los ojos vio el hombre torturado que era―. ¿Lo entiendes? Aunque muchos lo pasarían por alto, otros pensarían que no soy...digno. Y no lo merezco, ni ella tampoco. No puedo serle infiel. Y no puedo divorciarme, porque... aunque a vista de Dios no hemos consumado nuestro matrimonio y sería nulo. La comunidad querría que uno se marchará para que no hubiera futuros problemas. Y yo no deseo que Teresa sea infeliz, lejos de su comunidad. 

 ―Lo entiendo ―mirándole, sintió que había algo más en esa historia―. ¿Por qué sabes que pertenezco a aquí?

―Sol...―su nombre parecía un quejido. No quería hablar más pero algo en sus ojos aleteaba―...no me corresponde a mi decírtelo.

―Eso es como incitar mi curiosidad y no dejarme pensar en nada más. Va a ocupar toda mi mente. 

Él la miró largo rato pensativo y se levantó de su lado. Caminó por el salón y observó sus fotografías. En una de ellas se detuvo largo tiempo, eran su padre y ella en la playa. Ese día habían comido paella y se habían hartado de sol. Tenía dieciséis años. Se giró, y vio en su mirada una decisión.

 ―Sol, ¿confías en mí? ―ella asintió y él se acercó―. No quiero mentirte, ni ocultarte más cosas. Si soy sincero con mis sentimientos, debo serlo con todo. Tu padre vivió en Crisal, durante su infancia ―abrió los ojos sorprendida, pero antes de que hablase, Martín la silenció con un dedo―. Él es hermano de Daniel, y por tanto, fuimos amigos. Nos criamos juntos y tuvimos una infancia muy feliz. Tu padre se enamoró joven de Martina, porque  tu madre, también vivió aquí. Ella se aprovechaba de él, y cuando se quedó embarazada se fugaron juntos. Ha sido toda una casualidad que tú regresaras aquí, de verdad. Si él no ha deseado contártelo, es por...

 ―No puedes hablar en serio ―le dijo ella, fue consciente de que su mano seguía entre las suyas y eso le agradaba. Le daba fuerza―. Mi padre en Crisal, en fin, siempre hablaba de su pueblo pero...justo este. No entiendo porque no me lo dijo ―se quedó pensativa y él señaló:

―Porque también es el pueblo de tu madre y no quería que lo odiaras ―dijo. Dos lágrimas acudieron a los ojos de Sol. Su padre había renunciado a todo por ella, por su felicidad. Se fugó con su madre, hizo lo correcto aún sabiendo que no podría volver, y luego, había seguido protegiendole. Le quería con locura, podía perdonarle que no le hubiera sido sincero del todo. Observó a Martín, parecía alicaído y reclamó su atención. Debía contarle más. 

―Entonces, si entiendo bien. Mis padres se criaron y vivieron aquí, pero cuando mi madre se quedó embarazada tuvieron que huir de aquí, porque no cumplían con la moral establecida por la comunidad ―dijo enfadándose―. ¿Y eso lo dictaste tu guardián?

―Yo no era el guardián entonces, era sólo un crío ―dijo mirándole molesto―. El guardían era el padre de Martina. Él tenía muy claro lo que había que hacer con las parejas que tenían sexo antes del matrimonio. Era otra época, y...él era un hombre muy antiguo. Martina intentó huir y tu padre la encontró. Ella supongo que...bueno no quería tenerte. Él quería casarse y tener una vida aquí con vosotras. Lo intentó, se casaron, pero ella no quiso volver nunca. Su padre lo era todo para ella, y él nunca la querría aunque hubiera hecho las cosas bien. Ella le había decepcionado. Quiso culparle a él, a ti o a la comunidad, pero se equivocó. La única culpa fue suya. 

 ―Sabes...ahora tiene todo más sentido. No entendía que decía la mitad de las veces mi madre, y ahora es como que...puedo entenderla ―dijo, mirándole―. Entonces, sabiendo eso ya no necesitabas saber más de mí, puesto que soy sobrina de Daniel.

―Exacto ―dijo. Ambos se miraron―. Y también te conocí, y supe que no quería que te marcharas nunca. Me enamoré de ti, Sol. Daniel y yo no queríamos decirte nada, hasta que tu padre no estuviera preparado. Pero, Daniel se muere de ganas, te adora. Como ves...es todo más complicado de lo que parece.

―Si he aprendido algo de mi padre, es que si hay amor nada es complicado ―Martín la miró y leyó tristeza en sus ojos. Compungida se acercó a abrazarle―. Quizás este no sea el momento, pero algún día dejes de ser el guardián y entonces...

Martín la besó. Su beso fue demoledor. Todas las defensas, los peros, las excusas quedaron atrás. Martín acarició su espalda descubierta y ella se estremeció en sus manos. Él sabía lo que se hacía y sonrío contra sus labios. Era una de esas pocas sonrisas genuinas que le veía y le estrujaban el corazón. Él la besaba, respiraba su aire, y acariciaba su cuerpo. Sol le buscaba y él gruñía cuando lo hacía. Se separaron con dificultad y le miró.

 ―Sol...no quiero hacerte infeliz esperándome...

―Martín, nunca he...amado a...nadie como a ti...―dijo en los espacios entre sus besos―...y ni siquiera sé porqué.

―Eres mi destino y mi salvación, Dios te ha enviado a mí―dijo contra sus labios―. Debo acabar este último trabajo y seré libre, Sol. Pero no puedo...yo te amo. 

Gimió contra su boca y se siguieron besando. Martín era un hombre experimentado y sabía lo que se hacía. Ella, sin embargo, no había hecho nada parecido. Esa experiencia quedaba muy lejos de lo que había vivido con Alvin o con cualquier otro hombre. Martín la observaba y actuaba en respuesta. Era paciente, dulce, bueno.

―No...yo...―dijo y él se separó de ella, la observaba tranquilo, a pesar de todo. Sol estaba completamente revolucionada. 

―No podemos, tienes razón ―dijo, y parecía molesto consigo mismo―. No debo hacerte esto, ni pedirte esto...yo...―se separó de ella intentando aclararse, y calmar su respiración―. Me he vuelto loco hoy ―dijo riendo. A ella le enamoraba su risa―. Te he visto bailando con Alvin, regresando juntos y creía que te perdería...y eso es lo mejor que te puede pasar. Porque... ¿Qué voy a pedirte que me esperes años hasta acabar mi trabajo? Renunciaría a todo por ti...te lo juro. Y eso me da miedo. Nunca había querido nada que no fuera mi comunidad.  Pero...mi corazón está confuso...entre mi deber y mi amor por ti. Y no deseo dañarte por ello. 

 ―Te esperaría ―dijo, mirándole convencida―. Quería decirte que yo nunca he hecho...bueno...ya sabes...―él la miró comprendiendo y se quedó muy quieto. Ella volvió a acercarse.

―No me hagas esto, Sol ―dijo contra su frente―. Por favor, no quiero convertirte en mi amante. No quiero que la gente piense mal de ti. Y no quiero dañarte.

―¿Qué me importa la gente? ―musito ella en respuesta―. Siempre que Dios sepa que hacemos lo correcto y no dañamos a nadie. Yo sé que es lo correcto...porque te amo. 

Martín volvió a besarla. De golpe sus manos se volvieron más dulces, más precavidas. Todo en él incitaba a pensar que estaba preocupado, pero que a la vez, no podía evitarlo. Tenía que tomar la iniciativa. Deseaba que él siguiera, siguiera hasta donde tuviera que llegar. Crisal era su hogar, él era el guardián de su hogar y  le amaba. Él la amaba a ella. Se pertenecían, Dios los había hecho el uno para el otro. Se acercó más a él y se sentó a horcajadas encima. Martín gruñó contra su oreja. La besó y la clavó, cuando notó su dureza. Pensó en arrepentirse, pero con él no podía. Él no la dañaría.

Se desnudaron entre caricias, besos y cuando le tuvo delante, expuesto ante ella, le vio como era. Vio su corazón y se estremeció. Martín la llevó a la cama y la tumbó. Le pidió que se diera placer, y que estuviera calmada. Él guiaba la situación, él sabía lo que se hacía. La observaba, y parecía querer grabarse a fuego ese momento en su memoria. Sol hacía lo que él le pedía y se sentía estremecer. Por sus venas corría fuego y hielo a la vez. Cuando estaba a punto de llegar, completamente abierta para él, se introdujo en ella lentamente. Se dejó llevar, sin evitarlo, alrededor de él, y sonrió feliz. La besó, le dejó calmarse y adaptarse. Luego, se unieron para ser solamente uno. Se estremeció. Era doloroso y placentero a la vez. Martín parecía leer su mente, sentir su corazón, eso era el puro amor. Sol tuvo otro orgasmo, un orgasmo extraño que la dejó completamente sin energía. Martín se dejó llevar, y acabaron abrazados en la cama. Él besó su coronilla.

 ―¿Te he hecho daño? ―Sol negó, él la abrazó― Sol, te amo. Renunciaré a todo por ti, solo pídemelo.

―Tranquilo, debes acabar con este trabajo. Confío en ti ―respondió―. Tenemos tiempo, guardián. Disfrutemos ahora ―suspiró y añadió soñolienta―. Te amo, Martín. 

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