CAPÍTULO 1: La calma de la tormenta
Sol giró en la enorme cama y los rayos de sol le dieron de pleno en los ojos. Hizo una mueca, y se giró, para enterrar la cara en el hombro de Martín. Él gruñó satisfecho, lo que a ella le hizo sonreír. La pasada noche habían acabado entre caricias y suspiros en su cama, la cama que supuso, compartía con Teresa. Un estremecimiento la recorrió entera y tuvo que recordarse que no la habían compartido nunca. Ellos no se amaban. Aun así, esa era su cama, y ellos unos intrusos. De repente, la sensación de comodidad se fue evaporando y Sol se sentó. Martín seguía dormido, así que decidió levantarse y preparar el desayuno. Caminó de puntillas hasta la cocina, con una larga camiseta de Martín como único abrigo. La sensación extraña volvió a golpearle y salió de la cocina incómoda. Volvió a preguntarse que se suponía qué estaba haciendo.
Recorrió el salón con la mirada y observó las fotografías. En una se veía a Martín pequeño, sentado en el regazo de una joven bonita, aunque triste. Supuso que era su madre. Ambos sonreían a la cámara. La siguiente parecía una foto familiar, ninguno sonreía. La mujer y Martín miraban serios a la cámara, un señor más mayor, con algunas canas y una mirada extraña, devolvía la visión al objetivo. A sus manos sostenía a la única joven que sonreía. Su madre. En ese momento pudo ver las semejanzas entre ellas. El pelo oscuro, los ojos vibrantes, la sonrisa que parecía iluminarlas por dentro. Un estremecimiento le recorrió, había visto esa fotografía el día de la primera comida compartida. Ella había sentido que algo le era familiar. Miedo e incomodidad se mezclaron en su estómago y apartó la foto asqueada. Había otras de Martín de joven, jugando con un Daniel más joven en el río. Su padre con ellos dos en la feria. Ahora lo veía claro. Teresa, Amanda y ellos dos en el patio. El sol salía por el horizonte. Ese extraño mosaico de recuerdos, le puso la carne de gallina. Se sintió una intrusa en una vida ajena. Una vida feliz, repleta de buenos momentos y agradables recuerdos. Le asoló una idea extraña, pero cierta. Ella no conocía a Martín. Él era un hombre cuando ella aún iba en pañales. Y aun así, miró la última foto, en ella estaban Daniel y Martín sonriendo. Era de las pasadas navidades. Él parecía sonreír, pero era una sonrisa triste, y eso le hizo recordar. Martín tenía una vida, claro. Eso ella ya lo sabía. Cómo en un sueño, notó brazos que le rodeaban.
―Cotilleando, señorita ―dijo quedamente en su oído, erizándole la piel.
― Me gusta mirar tus fotografías ―dijo en un susurro. Algo debió notar en su voz, porque la hizo girar hasta quedar ambos cara a cara.
―¿Qué ocurre?
―Nada...es únicamente que...―suspiró tristemente―. Me he dado cuenta de que soy muy joven, y pueda resultarte aburrida.
―Te equivocas, nunca había conocido a nadie que me interesara tanto como tú. ―Martín la besó en la coronilla, y ella se arrebujó en su abrazo. Sonrió satisfecha. Su corazón aleteaba nervioso, pero ligero, por primera vez en mucho tiempo. No sabía a donde iba, pero estaba casi segura de que era el camino correcto.
Patricio se removió incómodo y asqueado, apartó las sábanas. La visión de su padre en la calle con Daniel, le había puesto nervioso. ¿Era una simple reunión de viejos amigos? ¿O había algo más? La primera vez que vio Crisal, supo que ese era el lugar de sus sueños. Desde pequeño había soñado e imaginado el pueblo de su padre, de sus tíos, de sus abuelos. Creyó que encontraría aquí la familia que nunca había podido disfrutar. Sin embargo, pronto se dio cuenta, de que nadie quedaba ya del clan Claude. Únicamente, él regresaba al nido. Todos volaron, como su padre. Solamente su abuela había quedado en ese paraje precioso. Recordó la conversación que tuvo los primeros días de mudarse a esa pequeña casa al borde del bosque. Su vecina le sonreía sin dientes.
―Sí que la conocí, joven. Claudia Claude era una mujer muy dulce. Vivía en las grandes torres de la montaña, bajaba todos los domingos a misa ―musitó, pérdida en una mirada soñadora―. Perdió a su marido, no recuerdo su nombre. Pero, Claudia era una mujer fuerte. Cuidó bien de sus tres hijos, les adoraba. Fue una pena lo que le hicieron esos malnacidos...
―Disculpe, creía que... tenían buena relación ―dijo Patricio incómodo.
―Bueno, todos se marcharon, ¿sabe? Claudia nunca dijo por qué. Todos se marcharon en menos de dos semanas y la dejaron en esa gran torre. Claudia no es que quisiera que vivieran con ella para siempre, pero había espacio para vivir todos sin molestarse. ¿Me entiendes? Nunca... nunca hubo visitas. Únicamente, quedó ella, en esa grandiosa torre, que fue quedándose abandonada. Todos dicen que murió de vieja, pero yo pienso que murió de pena, ¿sabe?
― ¿Por qué cree que se marcharon? Ha dicho que se marcharon todos en menos de dos semanas... ¿No les resultó extraño? ¿No le preguntaron a Claudia? ―preguntó Patricio extrañado.
―Bueno... aquí pasa mucho, cariño. Cuando uno no encaja, desaparece en menos de un suspiro. Así como en otros pueblos asumes que pueden robarte, aquí hemos asumido que, a veces... la gente desaparece misteriosamente. Sobre todo si el guardián lo quiere...―ella negó con la cabeza―. Si alguien te escucha hablar mal de él, si no haces lo que quieren los de la comunidad, si un día no vistes acorde a su moral, bueno... esas cosas pasan. Nunca puedes controlarlo todo. Supongo que sus hijos se marcharon por eso, y ella por vergüenza, no lo dijo. Vivió con sus secretos. La encontraron dos semanas después de morir. Sola en ese caserón.
Esa conversación le dio pesadillas durante las primeras semanas. Se imaginaba a su abuela vagando por esos extraños caserones de la montaña, como un espíritu maldito. Todos sabían que se apellidaba Claude, y sin duda, debían estar satisfechos de que su pronóstico de criminalidad de su padre se hubiera hecho real. Sabía que debían vigilarle, pero ignoraba cómo. Crisal era su hogar, e iba a demostrar a ese guardián, que era merecedor de su lugar en esa comunidad. Dos lágrimas recorrieron sus mejillas, ardientes y furiosas. Su abuela vivió sola, y él vivió solo. Crisal era su único punto de encuentro, aunque ella ya no estuviera. Había decidido, que quería visitar la torre Claude, y entender algo más de su pasado. Se levantó y miró por la ventana. La persiana bajada de la vecina le devolvió la mirada. Aquella amable señora, desapareció el día después, de contarle esa historia. Un escalofrío recorrió su espalda. Crisal era tan hermoso, como peligroso.
Eunice sonrió mientras sacaba el bizcocho del horno. Había quedado estupendo, aunque no tuviera con quien compartirlo. Hizo unas fotografías para colgarlas en sus redes sociales. Al menos, podría compartirlo virtualmente. Los «me gusta» no tardaron en llegar. Desayunó tranquila, mientras el sol caía en su jardín e iluminaba sus plantas bien cuidadas. Ese era un domingo apacible, sin ruido en el bosque, únicamente los pájaros. En la ciudad nunca hubiera podido apreciarlo. Pero, también, era un domingo vacío. En la ciudad se hubiera arreglado y hubiera ido a comer con alguna amiga, a pasear o al cine. Aquí, estaba sola. Sola con sus pensamientos y sus recuerdos.
Recordó una bonita y extraña tarde de domingo lluviosa. Sus hijos ya eran adolescentes, y su marido leía en el sofá. Ambos peleaban porque querían ir a la misma fiesta, pero no querían que fuera el otro. Eunice sonrió ante la calma y lógica con que lo negociaban. Eso lo habían heredado de ella. Esa fue la primera vez que se dio cuenta de que sus hijos estaban creciendo, convirtiéndose en adultos. Ella quiso intervenir, pero Dulce, su cuidadora, los ayudó a resolverlo de una forma, que ella no creía posible. Si, sin duda, ellos estaban creciendo, pero ella ya no los conocía. Y eso la deprimió entonces, y la deprimía ahora.
Pensó en todo lo que se había perdido, y una lágrima se escapó a través de la mejilla. Aquel día, ella habría querido levantarse y aconsejarles. Pero no lo hizo. No lo hizo, porque no sabía cómo hacerlo. Sin embargo, Dulce lo resolvió. Sin pestañear ni dudar. Esa mujer los conocía, los quería, los había criado. Cuando la encontró acostándose con su marido, no se sorprendió. Fríamente, la despidió. Esa mujer había querido ocupar su puesto. Ella, inocente, supuso que con su desaparición el problema se arreglaría. Ella sería, de nuevo, esposa y madre. No ocurrió así, su marido siguió engañándola con otras y sus hijos nunca la vieron como madre. La odiaron por separarles de quien querían. Creen que con hacer desaparecer lo que les hace ver la verdad, el dolor se solucionará. Pero, únicamente, es otra forma de autoengaño. Cómo le pasaba a esa comunidad. Se engañaba al decirse que no estaba podrida como el resto.
Kyle había pasado una noche fantástica con Luke. Habían ido a cenar a la ciudad a un romántico restaurante. Su corazón había aleteado cuando se habían dado la mano de vuelta al coche. Luke había conducido y él había cantado a grito pelado. Luego, al llegar a casa habían hecho el amor apasionadamente. Kyle sentía que su corazón, pesaba menos, cuando estaba con él. Sentía que Luke y él, conectaban de una forma, que no le había pasado antes. Con sus otras parejas, siempre sentía que había algo malo, extraño e insuficiente. Pero, con Luke encajaba. Era así. Luke era un hombre interesante, sabía de muchas cosas y dudaba de todo. Se reía con facilidad y no se cuestionaba lo que le gustaba. Kyle se estaba enamorando, así de simple. Lo único que le asustaba, es que Luke, quizá no. Nada le indicaba que no le quisiera. Luke le miraba con cariño, hablaba del futuro en la comunidad, disfrutaban del sexo, y se entendían. Pero, a Kyle le perseguían los demonios de su anterior relación. Eric le había hecho dudar de sí mismo, y de su manera de ser, algo que no debería ser así. Pero, era. Sin embargo, ya no importaba. Eric era el pasado, Luke el futuro. Unos golpes en la puerta le hicieron abandonar la cama. Quizá ya fuera hora de levantarse. Se puso una camiseta cualquiera y abrió. Eric estaba en el umbral.
―¿Qué coño haces aquí? ―miró alrededor pensando en su se trataba de una cruel broma del destino.
―Vaya... yo también me alegro de verte... ― dijo Eric con la voz ronca.
―Perdona...es solo que... ―maldita sea, se dijo. Había sido un mal educado―. Pasa, anda.
―S i te pillo en un mal momento, puedo venir otro día...yo... ―Eric parecía incómodo y cansado.
―Tranquilo ―ambos entraron y Kyle se sirvió un café. Eric no quiso nada. Estrujaba sus manos continuamente. Hablaron un rato de cómo le iban las cosas a Kyle, del nuevo piso de Eric, de las amistades que tenían en común, de sus familias. Kyle se empezó a sentir cómodo y rió de nuevo, Eric y él habían sido amigos también. Antes de ser pareja , antes de estropearlo. Charlaron con franqueza, pero la visita empezaba a hacérsele extraña―¿Por qué has venido, en verdad? ―le preguntó Kyle.
―Porque voy a casarme...―Eric ocultó la mirada y no siguió adelante.
―¿Y quién es el afortunado? ―dijo Kyle, entre incómodo y molesto. Aunque, intentando parecer tranquilo.
―Se llama Mónica, es abogada como yo. Mis padres creen que tendremos unos niños preciosos. Mis tíos lo han arreglado todo. Van a comprarnos una bonita casa en el mejor barrio de Londres y nos marcharemos a finales de año ―musitó sin mirar a la cara a Kyle―. Cuando te fuiste me asusté. Lo nuestro había sido real, pero y si no encontraba a nadie como tú. Y yo... lo nuestro... en fin, aunque hoy en día nos acepten, mis padres creen que...
―Eric, no debes justificarte conmigo. No es a mí a quien estás engañando. Mónica es una joven con un gran futuro, y casarse con alguien que no va a amarla, no me parece justo.
―¿Y qué quieres que haga? No soy tan valiente cómo tú...―dijo con incomodidad y tristeza. Agobiado, pensó Kyle. Así se sentía.
―Ni te lo pido. Únicamente pienso que debes ser sincero.. ―la puerta de su casa se abrió y Luke entró con la comida. Cortando su conversación. Una extraña mezcla de sorpresa y enfado cruzó su cara. Saludó con cortesía y dejó las bolsas. No hacía falta presentarse. Luke sabía quien era él y se marchó sin darle tiempo a reaccionar. Sin reflexionar en que estaba en pijama, Kyle salió a buscarle. Nada más importaba...
Coco condujo hacia la ciudad. Había recibido una extraña llamada, y se sentía dispuesta a seguirla. Llevaba semanas sintiéndose extraña en Crisal. No era su hogar, y esa sensación la sofocaba. No había hecho amigos, ni había conocido a ningún hombre que quisiera intimar con ella. Se sentía presa, agobiada y asustada. Coco siempre era la protagonista. Allá dónde iba, siempre le decían a sus padres, lo bella e inteligente que era. Coco había conocido a mucha gente, y había enamorado a muchos chicos. Se imaginaba ya de adulta, llegando a un lugar como aquel, y teniéndoles a todos rendidos a sus pies. Sin embargo, estaba sola. Tan sola cómo había estado durante toda su infancia y juventud.Alvin había puestos sus ojos en Sol, y no los había vuelto hacia ella, en ningún segundo. Shawn se había fijado en Loli, hasta Patricio había dicho que le gustaba Marina. Ninguno estaba interesado en ella, ni siquiera como amiga. La noche anterior habían salido todos, y no les había importado que ella faltará. Ni la habrían echado de menos. Ella lo sabía. Se sentía desgraciada y muy enfadada, sobretodo con esas dos chicas. Podrían haber sido su amiga. No pedía más.
Aparcó sin dificultad y se dirigió hacia el café dónde la habían citado. Vio a la pastelera, creía que se llamaba Teresa, estaba segura de que era la esposa de Martín. Hablaba con una mujer alta, de cabello espeso, oscuro y ojos muy brillantes. Era muy hermosa, pero daba un poco de miedo. Así es como le gustaría ser a ella. Intimidar, parecer interesante e inalcanzable. Cómo un personaje mítico. Se acercó hasta ellas.
―Buenos días ―dijo y la mujer levantó la mirada de su café.
―Buenos días, Coco. Me alegra conocerte. Mi nombre es Martina ―su mundo cambió ese día, y nunca volvería a girar bajo la misma órbita. Eso es lo que hacía Martina con la gente.
Loli cambió el pañal de su pequeña de nuevo. Le puso su vestido favorito; no el de la niña, sino el suyo. Era demasiado pequeña para gustarle algo. La peinó con suavidad. Y la acurrucó contra su pecho. El olor de su hija siempre le relajaba el corazón y le sosegaba la mente. El timbre sonó y ella miró a sus hijos, suplicándoles que se portarán bien. Fue a abrir la puerta, su madre entró sonriente.
―¿Dónde están los pequeños más mimados y buenos del mundo?
―Aquí están ―salió el pequeño gritando del salón― Abu, ¿podremos jugar a carreras?
―Depende de si te portas bien en el coche ―su madre cogió a la niña y le devolvió la mirada―. ¿Estás bien? Pareces un poco pálida...
―Nada. Es solo que... hace tiempo que no tengo una... cita. Estoy un poco nerviosa ―su madre le dio un abrazo consolador, cogió a los pequeños y se marchó. Loli se quedó sola en su casa y se le antojó extraña, llena de tanto silencio. Acabó por rendirse y ponerse a recoger, pero entonces, le pareció que estaba sudando en exceso y se empezó a poner más nerviosa. No quería estropearse el maquillaje, iba a subir al baño cuando el toque del timbre la detuvo. Hizo ademán de subir y bajar, se echó a reír y abrió la puerta. Shawn estaba increíble en su camisa y cazadora. Él le dijo que estaba preciosa. Ambos fueron a comer al restaurante del pueblo. Loli, empezó a estar más tranquila y se notó relajada. Shawn era un hombre atractivo, dulce y tranquilo. Y le hacía brillar esa llama en el pecho que llevaba tanto tiempo apagada. Era la primera vez que salían, pero Loli se sintió atraída desde el primer instante.
Hablaron de lugares que habían visitado, lugares que querían visitar, platos que les gustaban, sus libros favoritos, las películas que más habían disfrutado. Se estaban dando tiempo en conocerse, y en disfrutar con ello. Loli quería encender ese fuego y permitir ilusionarse, pero el mensaje de su madre de que en media hora regresaba con los niños, era también una realidad. Ambos se marcharon y Shawn la dejó en su casa. Había sido una cita preciosa, divertida y única. Pero, ella tuvo la intuición, de que solo iba a ser esa primera cita. Él se había quedado muy serio, tras la llamada de su madre, y se había despedido con frialdad. Loli subió los cuatro peldaños de su casa para abrir la puerta, cuando unos pasos a la carrera la detuvieron. Se giró y ahí estaba él con la chaqueta de ella.
―Te la habías dejado en el coche ―dijo sonriendo―. Oye, ¿te apetece que me quedé un rato?
―Yo... claro que sí. Pero, Shawn sé que dos niños pequeños... dan un poco de miedo cuando estás conociendo a alguien y no quiero que mis hijos... pues...
―Loli, quiero conocerte entera. Cómo mujer y como madre. Haré aquello que tú consideres, pero no me da ningún miedo salir con una mujer que es madre.
―¿Seguro?
―Segurísimo ―dijo él acercándose peligrosamente―. Me parece tremendamente sexy.
ol acabó pidiéndole a Martín marcharse a su casa. Le indicó que no podía dejar más tiempo a sus mascotas. Pero, la realidad es que no sabía por qué, pero no acababa de sentirse cómoda en su hogar. Martín no hizo preguntas y fueron a su casa. Dio de comer a sus pequeños y muchos mimos. Les había echado de menos esa noche. Martín le dijo que iba a cocinar. Los olores que salían de su cocina le hicieron gruñir el estómago. Comieron con voracidad bajo el sol de mediodía en el patio de su hogar. Por suerte, era un excepcional día cálido. Luego durmieron una buena siesta en el sofá. Martín parecía respirar, tras mucho tiempo ahogándose. Sol quería ducharse y ponerse cómoda. Arrebujarse en un buen pijama. Martín miraba la hora. Supuso que debía volver a su hogar, Teresa no sabía nada. Cuando se fuera, iba a ponerse una película para acabar de una buena forma el domingo, y así no pensar. Desconectar y no preocuparse.
―¿Te importa que me duché contigo? ―dijo sonriendo misterioso―. Cogí algo de ropa cómoda por si querías que...me quedará un buen rato.
―Yo... si, claro. Es que nunca...
―Cuando dices, "es que nunca"... me vuelves loco ―Martín se levantó y la besó. Besándose, fueron a la ducha. Su cuarto de baño era mucho más pequeño que el suyo. Martín la desnudó con voracidad, y le miró a través del espejo. Hizo lo mismo, deleitándose con la visión de su cuerpo. Fuerte, ancho y perfecto. Era increíble, lo fácil que encajaban. Se metieron en la ducha, besándose frenéticamente, calentando su cuerpo. Entre beso y beso, le hacía reír.
―Una de mis fantasías, siempre había sido hacerlo en una ducha ―reconoció tras sus pestañas mojadas―. Aunque sin dos manos, para sujetarte, es un poco complicado.
―Bueno, yo creo que es complicado a pesar de todo. Me resbaló todo el rato y supongo que parezco un gato remojado.
Eso les hizo reír a ambos y él volvió a besarla. Sin duda, debía haber sido muy duro vivir con el dolor de perder algo así. Pero Martín, le hacía recordar lo que era valioso. Sol le besó y tocó su dureza. Ambos se deleitaban en el placer del otro, y si las sombras se replegaban a su alrededor, su luz sería suficiente para apartarlas.
Alvin bebía y miraba a través de la ventana, Sol y Martín estaban ahí dentro. Juntos. Eso le revolvió el estómago. Llevaba más de quince horas sin comer nada, sentía náuseas del alcohol. No importaba. Nada importaba. Sol había sido la primera mujer en hacerle estremecer, y la había dejado perder por ese maldito viejo. No, mentira. La había perdido por su estupidez. Su maldita estupidez de personaje que había creado. Él, que era superior e inalcanzable para todas las mujeres, se rio de sí mismo. Si Sol le viera ahora, borracho y desgraciado. No lo pensaría. La recordó sentada con Marina, tomando una copa. Y pensó en lo que Shawn le había dicho a Patricio. Los tres ahí con «sus» chicas, disfrutando. Se calló cuando el otro le habló de los críos. Pero, aun así, Alvin miró a Sol. Así debían ser las cosas. «Su chica», eso era. Bebió. Era cuestión de tiempo que las piezas encajarán. Ella debía ser su chica, en cierta medida, la quería. Pero no iba a presionarla, tenía tiempo. Ella debía cometer errores. Martín la dañaría. Tarde o temprano, por supuesto.
Unos golpes en la puerta le despejaron, aunque no lo suficiente. Abrió, y por un terrorífico momento, pensó que sería ella. Pero, únicamente era Coco. Aún recordaba sus insinuaciones y eso le escocía. Coco estaba desesperada por enamorarse, y eso no le atraía. Era insistente y bonita, pero no le gustaba. Ella le miró asqueada.
―¿Tenías que estar borracho? ―dijo insolente.
―¿Qué quieres? ―dijo ella entrecerrando los ojos.
―Quiero que conozcas a alguien. ¿Vienes a cenar? ―musitó, ella se encogió de hombros, curioso por la extraña propuesta―. Dúchate y arréglate, mi amiga no soporta a los borrachos ―y eso hizo. Se arregló y se miró al espejo. Seguía borracho, pero ya no lo parecía tanto. Fue a casa de Coco y el paseo despejó su mente nublada. Las luces de su hogar estaban encendidas. Entró sin llamar a la puerta. Coco estaba sentada a la mesa con una mujer mayor, alta, tenía el pelo espeso y muy oscuro. Cuando se giró, no le extraño ver a una mujer algo mayor que Sol. Se estremeció de rabia al ver a esa mujer ahí.
―¿Qué quieres de mí? ―dijo ronco, sabiéndose engañado.
―Así que es este...―dijo apreciativa―. Es un hombre atractivo, podría funcionar.
―Ninguno de los planes en los que queráis meterme, va a funcionar. No voy a participar, no voy a dañar a Sol.
―Pero... querido, ¿qué estás diciendo? ―dijo Martina, y supo en ese momento que estaba perdido. Él sonido de su voz, su manera de hablar―. Nadie quiere dañar a Sol, su padre es quien le hizo daño. Una mente infantil es manipulable, él la hizo que me viera como un monstruo. Cuando yo solo quería protegerla, fortalecerla. Protegerla de alguien cómo el guardián. Tú eres un buen hombre para ella, y Coco una buena amiga... Debemos protegerla, Alvin. La comunidad es peligrosa, quieren hacerle daño.
Y, entonces, Martina le contó su verdad. Y Alvin supo que no creería ninguna otra verdad. Porque eso era lo que le convenía. Sol había sido engañada desde pequeña. La comunidad era malvada, dañaba a gente, mataron a la madre de Martina. Ella misma tuvo que huir de Crisal. Debía proteger a Sol a toda costa, tanto de Martina, como de la comunidad.
―Que si, mamá. Que no bebí mucho y he bebido mucha agua. Estoy bien ―dijo por enésima vez―. Es solo que no quería salir hoy, solo quería descansar.
―Vale, cariño ―dijo su madre. Su tono sonaba apagado y cansado―. Hemos ido a ver a tu abuela.
―¿Qué os ha dicho hoy? ¿Qué mañana le toca matemáticas a primera hora? ―rio burlona, aunque por dentro echaba de menos a la abuela de antes. Aquella que le preparaba la merienda al salir del colegio y se sentaba con ella a hacer deberes. Su corazón se estremeció de recuerdos. Recordó una tarde lluviosa, había salido al patio y unos chicos le habían tirado la mochila. Esta quedó mojada de barro todo el día. Su abuela únicamente la puso a lavar y le cambio de ropa. Ambas se sentaron en la cocina, mientras la lluvia repiqueteaba. Ella se echó a llorar y ella la consoló. Le dijo que no era para tanto, entonces Marina le contó que se le había mojado una postal que le había escrito el abuelo y que siempre llevaba. Su abuelo había fallecido hacía dos años y le echaba de menos. Le dijo que se sentía culpable y que ya no iba a recordar al abuelo. Pero ella la miró y le dijo muy seria:
―Mientras, están aquí y aquí ―dijo tocándole el corazón y la cabeza―, no importa perder la postal. Porque lo saben. Sabe como te sientes y te quiere igual ―ahora, su abuela ya no la tenía en la cabeza, pero sabía que la tenía aún en su corazón. Y eso bastaba.
―¿Me has oído, Marina? ―dijo su madre y le dijo que no. Ella repitió― Tu abuela está muy mal, cariño. Ya habla muy poquito, los médicos no hablan mucho de su estado, pero...
Sin que su madre lo supiera se echó a llorar, aunque sospechaba que ella lo sabía. La dejó sola con sus pensamientos. Por primera vez, Marina odiaba su vida. Odiaba todo lo que estaba viviendo, esa injusticia. Sin saber por qué salió a la calle a perderse por el bosque de Crisal.
―Espero que puedas visitarnos en verano, mamá ―dijo Canberra hablando con su madre. En Australia era por la mañana, en Crisal ya anochecía―. Este embarazo parece que va a marchas forzadas. Tengo ya una buena tripita.
―Eso es que está creciendo sano ―dijo su madre, notaba su calma y felicidad, a través de la llamada―, porque tú te sientes así.
―No sé... Somos felices aquí, pero tiene algo... raro. Algo oscuro.
―¿A qué te refieres, hija? ―preguntó su madre con curiosidad.
―Bueno...―dijo ella pensativa―... hay gente que nos mira como extraños. Eso es normal cuando te mudas, pero a veces, creo que tienen secretos oscuros de los que nadie se atreve a hablar. Historias turbias mamá. Estoy investigando en el museo.
―Canberra, ves con cuidado, a veces es mejor dejar el pasado en paz ―por primera vez, sintió que caminaba por una cuerda floja. Dispuesta a averiguar la verdad, pero temerosa del resultado. Quizá fuera así como debía de ser.
Luke se había marchado de casa de Kyle muy enfadado, pero él había acabado siguiéndole en pijama. Se echó a reír sin poderlo evitar, que bobo se le veía en el pijama de Star Wars y cómo se le había estrujado el corazón al verle.
―¿Por qué te marchas? ―le preguntó confuso.
―No quiero interrumpir lo que sea que estéis haciendo...―dijo incómodo, mirándose los zapatos.
―¿Interrumpir? Acabas de salvarme del momento más incómodo de mi vida ―dijo Kyle aliviado―. De nuevo, gracias, mi caballero de brillante armadura.
―Exageras, mi joven padawan ―dijo Luke, y se acercó a él―. ¿Qué hay entre tú y Eric?
―Nada. Es incómodo y horrible. Deseo que se marche y comer contigo.
―¿Y entre tú y yo? ―él le miró y lo supo. Le amaba, como él lo hacía.
―Amor, creo ―dijo y su corazón se estremeció. Regresaron juntos y Eric se acabó marchando incómodo. Comieron en la mesa y charlaron hasta tarde, acabaron jugando a videojuegos. Luke se marchó antes de cenar, pero ya le echaba de menos. Así que eso era amor. Le gustaba.
Shawn caminaba de regreso a casa, el día con Loli había resultado fantástico. Una comida excelente, una tarde de películas maravillosa. Esa sensación de hogar, de calidez, de amor. Si, eso era lo que sentía: ilusión y amor. Loli era sensacional y tremendamente sexy. Su cuerpo reaccionó y rio, mientras entraba el coche, hacia su casa. La vio sentada y se sobresaltó. Su hermana Shauna estaba sentada en los peldaños de entrada. Él aparcó y se acercó a abrazarla.
―¿Qué haces aquí? ―preguntó alarmado.
―Quería visitar al soso de mi hermano mayor ―dijo sonriente―. ¿Qué pasa? ¿No puedo?
―Claro que si, boba ―dijo, pero presentía que algo malo pasaba, Shauna estaba pálida y triste, algo extraño en ella―. ¿Llevas mucho esperándome?
―Un par de horas, pero no quería molestarte.
―¿Qué ocurre, Shauna? ―dijo Shawn mirándola en el recibidor de su casa. De golpe la vio como era, joven, desaliñada e inocente. Pero, también una mujer fuerte y aventurera, aunque esa alegría le había desaparecido.
―No te enfades, conmigo, por favor ―dijo llorando y él la abrazó instintivamente. Nunca hubiera podido enfadarse con ella. Nunca, de verdad―. Estoy embarazada, hermano y yo....no sé quién es el padre, bueno, sí, pero no su nombre. Fue en uno de mis viajes, volví y no me sentía muy bien. El tipo me engaño seguro... yo siempre uso protección, pero...me engaño y ahora...yo quiero tenerlo. Estoy loca...pero es la aventura más alucinante de mi vida.
―Tranquila, todo irá bien ―pero no estaba seguro de eso. Ella estaba bien, pero un embarazo era algo gordo. Aunque, lo peor que podía pasarle por mantener relaciones sin protección no era eso. Le contó que ella había bebido, estaban de fiesta. El tipo la engañó diciéndole que usaba preservativo, algo que le parecía horrible. Le dijo que llevaba y no. Estaba de doce semanas y tenía un miedo horrible a decírselo a sus padres. Acabó durmiendo en el sofá. La vio joven y asustada. Y él se sintió igual, asustado de lo que se estaba convirtiendo el mundo. Si todo fuera como en Crisal...
A pesar de la fantástica tarde que había pasado con Sol, debía marcharse. Teresa ya debía de haber regresado y estaría extrañada. Entró por la cocina, como siempre. La casa estaba tranquila, debía de leer en el salón. No había cenado, lo que le extrañó. Entró al salón y corrió hacia su amiga. Teresa miraba al vacío llorando.
―¿Teresa, qué ocurre? ¿Estás bien? ―indicó preocupado.
―He hecho algo horrible, Martín ―le cortó ella―. Ella está aquí. Martina está aquí.
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