2 •Dividida entre la vida y la muerte•

―Ven conmigo ―susurró la muerte en mi oído―. Dejarás de sufrir.

―Si en la vida no existiera el dolor perderías las ganas de avanzar ―murmuró la vida en mi oído–. No decaigas, lucha.

―Para que luchar si vas a morir igual ―intervino Morte―. Es más sencillo darse por vencido y dormir en paz.

―No lo escuches. Esa es la forma fácil de atravesar el mundo –expresó Vita desbordando energía en su entusiasmada voz―. Estas aquí por una razón, por un propósito ¡Descúbrelo!

―Tú no pediste nacer ―recalcó Morte molesto al sentir que me perdía―. ¡Ven a donde perteneces!

Ese día, algo dentro de mí se rompió como si se tratara de una bolsa de cristal, comenzó agrietándose, hasta que la pequeña ruptura aumentó su tamaño y llegó un momento donde la capacidad de sostener todos los pedazos rotos le fue imposible y estalló en mil pedazos, el cual los diminutos trozos de cristal se adhirieron a mi cuerpo, alojándose en medio de los tejidos y músculos de mi fuerte organismo para imposibilitarme moverme.

El desfibrilador me ha atraído a la vida en muchas oportunidades, alejándome del camino de la muerte para continuar con mi agonizante vida.

Comienzo a enamorarme de la muerte, esa paz que te entrega no la encontraré en ningún otro lugar, el último suspiro de aliento que se escapa de mis pulmones es el mayor placer del que puedo disfrutar. Al menos todo el dolor desaparece, ya no tengo que escuchar a los demás, sus falsas posibilidades de vida que no merezco.

Tomada de la mano de Morte soy guiada por un sendero devastado y sin vida, todo el peso de mi enfermedad desaparece, me siento más liviana y puedo caminar sin dificultad, aun así, existen personas, especialistas de la salud que destruyen mi deseo y me jalan de nuevo a un mundo enfermo.

Esta vez, es Vita el que sostiene mi mano y me guía por un camino desnivelado pero desbordando vitalidad, si bien la visión es hermosa al ojo humano, no lo puedo cruzar, mis pasos de tortuga me impiden avanzar con mayor rapidez, el peso del dolor encorva mi espalda creando una caminata dolorosa al sentir como mil agujas se clavan en mi piel.

Adoro a la muerte y desprecio la vida.

En el hospital conocí a una chica que sufrió el desgastamiento de sus huesos, su modo de ver la vida era completamente lo opuesto a la mía. Ella añoraba la vida, disfrutaba cada instante como si fuera el último, su sonrisa era tan grande que al sólo verla sonreír me inducia a imitarla.

A pesar de que lidiaba con esa enfermedad desde los cuatro años, a sus catorce le fue imposible volver a caminar, para movilizarse debía utilizar una silla de ruedas y pasaba su vida postrada en una cama, al empeorar su condición su estancia en el hospital se volvió permanente y su reluciente sonrisa estaba acompañada de preocupación.

Lo que más desagradaba a Alda era preocupar a sus padres, quería ser la única que sufriera, le dañaba ver a sus progenitores sufriendo, así que decidió sonreír, recibirlos siempre con una sonrisa aunque el dolor fuera insoportable, pero ¿Por cuánto tiempo podría continuar engañándolos? Algún día va a colapsar, ya no podrá sonreír como antes, porque el dolor será más fuerte que la esperanza de sobrevivir, sobre todo cuando el tranquilizante dejará de hacer efecto y no habrá forma de minimizar el dolor.

Ese día llegó, sus agonizantes gritos de desesperación despertaron a todos los pacientes del hospital, los médicos no tenían forma de hacerla callar, incluso aunque le suministraran el doble de la cantidad requerida sus gritos no cesaban. Era como si le estuvieran arrancando una extremidad sin anestesia.

Después de un par de horas, el hospital volvió a dotar de ese silencio fúnebre del que abundaba en los pasillos donde la muerte se paseaba de una habitación a otra buscando a su próximo acompañante.

Para cuando me decidí a ir a visitar a Alda, su estado crítico había mejorado notablemente pero algo en ella cambio, su reluciente sonrisa había desaparecido de su cansado rostro.

―El dolor no me deja dormir por las noches ―aclaró con la voz apagada observando sus huesudas manos que temblaban―. Es como si mis huesos tuvieran vida propia, se mueven debajo de mi piel, se retuercen oprimiendo la poca musculatura que tengo, me torturan día y noche.

Sentada al borde de la cama la observé en silencio escuchando sus dolorosas palabras.

―Quiero morir Caeli. Odio el dolor, aborrezco la vida ―espetó llevándose las manos a su rostro para ocultar su llanto.

Tal vez debí decirle algo, confortarla, animarla a seguir adelante pero ¿Para qué engañarla? si yo sentía lo mismo. La última vez que la fui a visitar a su habitación se había ahorcado con las sabanas. La delgada tela cubría su cuello con un nudo a su costado, el otro extremo estaba atado a la cama y el cuerpo sin vida de Alba tirado en el suelo, su funesto rostro expresaba una sonrisa de felicidad.

Al fin había pasado a mejor vida.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top