1 •La desgracia de vivir•
¿Qué le dirías a la muerte si fuera capaz de hablar? ¿Si poseyera un cuerpo de carne y hueso como el de cualquier otro ser humano?
¿Qué le dirías a la vida si fuera capaz de hablar? ¿Si poseyera un cuerpo de carne y hueso como el de cualquier otro ser humano?
¿Qué sucedería si ambas caras se encontraran frente a frente y lucharan por obtenerte? Yo soy Caeli Venturi y lucho continuamente entre la vida y la muerte, ya hace un par de años que convivo en armonía con dos esencias sobrenaturales que combaten entre ellos para obtener el premio más preciado de los humanos: el alma.
―¿Quieres morir? ―preguntó la muerte con su funesta voz haciendo rodar la calavera que mantenía en su esquelética mano.
―¿Quieres vivir? ―interrogó la vida intentando tomar mi mano para entregarme fuerzas.
―¿Por qué los humanos odian la muerte? ―balbuceó Morte intentando frenar la mano de Vita que intentaba sostener la mía―. Algún día, todos llegaran a mí. Nadie nace eterno.
―Sin embargo, es muy pronto para ella ―reclamó Vita alejándose del alcance de su adversario―. Tiene diecinueve años. Tiene toda una vida que disfrutar.
Quise decirles que se callaran, que necesitaba silencio pero el tubo que se deslizaba por mi faringe no me permitió hablar, mi movilidad era nula, sentí un hormigueo recorrer por todo mi débil cuerpo.
Las blancas paredes de la habitación me eran familiares, todos los hospitales son iguales, solo cambia la ubicación y la estructura. El olor a desinfectante se mantenía presente en mi nariz, inclusive cuando tenía la posibilidad de salir; los incesantes sonidos de las máquinas que marcaban mi pulso era la melodía que resonaba en la vacía habitación.
―¿Cómo se encuentra? ―preguntó una voz alarmada fuera de la habitación, la reconocí de inmediato, era mi madre, Ermine.
―Está estable pero necesitara todo su apoyo para salir del coma ―respondió la enfermera a cargo de mi cuidado.
"¿Estoy en coma?" me interrogué sin darle mucha importancia "Otra vez."
No era nada anormal que entrara y saliera del coma cada cierto tiempo, con los años, el tratamiento no ha tenido efecto.
A los quince me diagnosticaron una extraña enfermedad el Síndrome de Gullain-Barré, es un trastorno en el que el sistemas inmunológico del cuerpo ataca el sistema nervioso periférico, o sea, en otras palabras cada año que pasa voy perdiendo la movilidad de mi cuerpo, hasta me es difícil respirar y lo peor de todo es que también afecta a la presión sanguínea y mi ritmo cardíaco, lo que causa que este continuamente en el hospital.
Este hecho ha causado diversos contratiempos en el colegio, hasta que opté por no ir más, al faltar a clases producto de mi enfermedad, repetí de año.
En ocasiones pasaba mayores lapsos de tiempo en una solitaria sala de hospital que en mi casa, producto de mi condición mis padres se divorciaron, las continuas discusiones a causa de mis gastos médicos los obligaron a tomar esa terrible decisión, mi padre me abandonó, se marchó el día de mi decimosexto cumpleaños y jamás volví a verlo desde ese entonces.
Mi madre tiene que trabajar dos turnos, de noche y de día para pagar mi tratamiento y hospitalización, sin hablar de los medicamentos. El plan de salud que tenemos no cubre mi extraña enfermedad que afecta a una en un millón, yo fui la infortunada del millón.
Soy la que agoniza día a día con la efímera esperanza de que no despierte de la cama del hospital, que el sueño eterno me consuma en su totalidad y acabe con mi sufrimiento, por otra parte, la vida se aferra a mí, como de un hilo se tratara y con la más débil brisa se cortara pero Vita se mantiene firme y no me dejara marchar hacia el sendero de la muerte con tanta facilidad.
"Tienes que luchar" me dice creyendo que es tan fácil como se escucha pero no es así, he puesto las cartas sobre la mesa, la sangre, sudor y lágrimas que he derramado por estos cinco años no han valido nada. Morte lo sabe perfectamente, es la razón por la que cada minuto que pasa se aproxima cada vez más a mí. La muerte me llevara muy pronto al mundo de los muertos.
―Buenos días, señora Ermine ¿Cómo se encuentra Caeli? ¿Mejor? ―indagó Frida con su falsa voz de melancolía.
―Gracias por venir, Frida, Caeli estaría agradecida ―recalcó mi madre, entregándole un reconfortante abrazo a cambio de la repuesta.
En el colegio tenía dos amigas, Frida y Fátima, eran hermanas, se llevaban un año de diferencia pero un día Frida me platicó y con el pasar del tiempo nos hicimos amigas. Sin embargo, yo era más popular entre los chicos por mi carisma y belleza.
Un tarde donde reinaba el sol a mitad de primavera, fuimos de compras y Fátima nos acompañó, ambas me llevaban de un lugar a otro sujeta cada una de uno de mis brazos con la despreocupación en la vida como cualquier adolecente, hasta que surgió un tema que me alertó del poder de la envidia.
―¿Quieres aprender a volar, Caeli? ―preguntó Frida con una voz monstruosa.
―Aprenderás a volar ―recalco Fátima.
En ese instante me di cuenta que pasábamos por un puente donde transitaba el tren, mi mente no reacciono lo suficientemente rápida y cuando me di imagine lo que iban a hacer ya me habían soltado.
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