83
Cuando abrí los ojos ante mí aparecieron Max y Kath, los dos estaban plantados al lado de mi camilla, observando con nerviosismo en todas direcciones.
Kath llevaba un gorro de lana gris tormenta sobre su cabeza, una cazadora de cuero, una camisa de algodón roja y jeans. Era ropa de a fuera. El cabello rojo cobrizo le enmarcaba la cara, cayéndose a los lados y sus ojos verdes escrutaban las correas de metal con alarma. Max se colocó a su lado, cargaba una pinza de proporciones enormes, partió una a una las correas mientras Kath sostenía un rifle entre sus manos temblorosas y con pánico apuntaba a la puerta, apostada en final de la camilla.
Todo se movía lento y a la vez tan rápido que no lograba divisarlo y se deslizaba de una forma borrosa ante mis ojos. Cuando estuve liberado, Max sacó de su bolsillo una jeringa, la destapó con sus labios y me observó:
—Vamos a liberarte, Hydra.
Inyectó la aguja en mi pecho y descargó el líquido.
Sentí una oleada de calor en mi cuerpo, mi corazón comenzó a palpitar más rápido, mi vista se agudizó, inhalé fuertemente aire y mis músculos se pusieron rígidos ante la descarga de adrenalina. Una vez Milla había dicho que con la adrenalina te sientes invencible como que te falta cuerpo para albergar tanto poder, no se equivocaba, porque en aquel momento no solo despejó mi mente de los analgésicos sino que hizo brincar de la cama con una sensación de agitación.
Me costó trabajo mantenerme en pie, mi pierna estaba vendada y sangrando. Me había hecho lastimaduras en los brazos y en varias partes del cuerpo. En la rodilla tenía una herida de bala, pero la urgencia que sentía mi cuerpo por estar alerta era mucho más insistente que el dolor.
Max se descargó la mochila que traía en su espalda y me la arrojó al pecho, también abandonó en mis brazos el bisento y mi escopeta-espada. Eran mis cosas, las que me habían arrebatado, la mochila estaba abierta, noté que dentro se encontraba mi antigua ropa de algodón, una tableta electrónica, mapas y la armadura que había hecho en mi antigua casa; pero también estaba mi cuaderno de dibujos, él que había tenido como Dan.
—Vístete —me apuró Max abriendo enormemente los ojos, él se había puesto una de mis mudas de ropa, llevaba vaqueros desgatados, unas zapatillas deportivas y una sudadera negra—. Llamarás menos la atención si te quitas la bata.
Observé aturdido que estaba desnudo con una bata de plata cubriéndome. Asentí, agarré unos pantalones y comencé a ponérmelos, habían empacado tres capas de plata, para que nuestras ropas del exterior no llamaran la atención.
—¿Qué está pasando? —pregunté.
—Que vamos a liberarte. Escucha, Hydra —explicó Max acercándose a la puerta, observando el corredor y regresando hacia mí de un brinco—. Te engañamos.
Era Hydra, en el fondo sentía un gran alivio, pero ya no quedaba mucho de mí para rescatar. Ya no sabía quién era yo, no podía diferenciar sueño de realidad, estaba perdido en un limbo entre dos vidas, de las cuales, ya no tenía poder sobre ninguna.
—Eso ya lo sé —murmuré—, pero ¿por qué? No entiendo nada Max... creo que estoy roto —Tragué saliva y vi mis pies, incapaz de sostenerle la mirada—. Por qué me hicieron esto.
—Te lo contaremos después —me contestó Kath con urgencia—. Apresúrate, tenemos quince minutos para salir de la ciudad sino menos. Plantamos un modo de escape.
Ya estaba cambiado, arrastraba un poco la pierna herida, pero podía mantenerles el paso.
Me había puesto una camisa de franela azul, unos jeans y unas botas de montaña. Kath me ató al cuello una capa de plata, pesada y robusta. Me cargué la mochila a los hombros, aferré la escopeta y salimos de la habitación. El corredor del hospital estaba despejado. En la puerta había un soldado que parecía dormido, despatarrado en el suelo. Max posó un dedo en sus labios y miró en ambas direcciones, no había nadie, nos hizo un gesto con la mano y nos fuimos por la escalera de emergencia.
Descendimos los escalones con rapidez hasta desembocar en un estacionamiento subterráneo donde había más soldados inconscientes.
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—Teníamos planeado esto para liberar a tus amigos —me explicó Max, rompiendo los cristales de un auto con el codo forrado de la capa metálica para no cortarse—. Tuvimos suerte de que no te pudieran mucha vigilancia encima.
Nos metimos al interior dando un brinco porque la camioneta gravitaba a varios centímetros del suelo. Kath se subió detrás y yo en el asiento de copiloto. Ella se asomó adelante y comentó:
—Deby les dijo a tus amigos que se quedaran en el mar escondidos cuando a ti te atraparon descubriendo el plan de matar a los licántropos por ese vagabundo. En realidad, ella no tenía nada bien preparado, creía que las cosas se calmarían y luego podría sacarlos, pero se demoraba mucho y tus amigos se morían de hambre. Pensaba que tú te creerías que eras Dan, sólo planeaba en salvarte. Pero hubo algo que Deb no planeó bien.
—¿Qué? —pregunté.
Max estaba concentrándose en el cableado del auto para hacerlo arrancar. Se volteó con una sonrisa feroz al momento que el motor se encendía emitiendo un cálido ronroneo.
—Nosotros.
El auto se elevó unos centímetros más y emitió un sonido a turbinas que se extinguió con rapidez. Max puso las manos en el volante, aceleró a toda velocidad y salió del estacionamiento a una avenida. Las calles estaban en pleno apogeo, pero no se encontraban repletas, faltaba gente, algo extraño pasaba. Max se inclinó sobre el volante y observó el cielo. Los focos estaban encendidos simulando un día soleado.
Kath dio un grito de frustración y él golpeó los cojines.
—¡No lo notaron! ¡No encendieron la alarma!
—¿Qué no notaron? —pregunté sin entender nada.
Kath se asomó aún más.
—No importa, no saben que lo tenemos —Señaló una calle y se aferró inquieta de mi asiento—. Da vueltas por la manzana hasta que enciendan la alarma y pongan el cielo rojo —recomendó.
Max asintió, giró hacia una calle y manejó sin rumbo.
—Planeábamos hacer lo que Deb no pudo —explicó ella girándose hacia mí—. Queríamos liberar a tus amigos y decirte la verdad. Es más, luego de la fiesta íbamos a contarte que te engañábamos, pero creímos que... —Emitió un sollozo, pero reprimió todos los sentimientos—. Creí que te habías matado, de verdad. Creí que había perdido a otro Dan Carnegie, aunque fuera uno falso. Así que cuando supimos de tu muerte fuimos al mar, tú nos habías enseñado a nadar, lo hicimos en tu honor, arrepentidos de no haber actuado antes. Mientras flotábamos hablamos como si fuera un cantico que éramos amigos y queríamos ayudar a los licántropos, que veníamos por Hydra. Lo repetimos una y otra vez, por horas. Hasta que ellos escucharon, tenías razón tienen un oído muy agudo. Nos contactamos con Mirlo, Cato y Yunque nos llevaron a su cueva...
—¡Que era la cueva de mi abuelo! —comentó Max con los ojos llenos de orgullo—. No mentía, él era explorador y también tiene un auto con ruedas en su garaje.
—Sí, era la cueva de tu abuelo —Kath lo consoló acariciándole los cabellos castaños que se le enroscaba en su nuca y él relajó su rostro contraído cuando sintió sus dedos—. Por cierto, Hydra, Mirlo es fantástica, pero estaba un poco cabreada. Les dijimos nuestro plan para escapar, hablamos con normalidad y en ese momento tú abriste las puertas. Tuvimos que improvisar. Les dimos los tanques de oxígeno, los trajes y los llevamos hasta la puerta de la ciudad, luego se transformaron en el pasillo —Su rostro empalideció—. Se quemaron un poco, pero no hubieran llegado sin los tanques. Hicieron añicos a todo el que no los dejó salir. Creyeron que tú estabas afuera, nosotros también lo creímos, eso dijiste en los megáfonos.
—No hice tiempo ¿Qué pasó con Víctor?
—No sabemos, lo siento, creo que se escapó —aclaró Max, me sentí desanimado ante su respuesta, sólo podía anhelar que se haya marchado con Mirlo—. Desde ese momento nosotros no regresamos a la ciudad.
—¿Cuánto tiempo fue?
—Tres días.
Me desplomé sobre el asiento y pregunté no con desconfianza sino más bien con curiosidad. Era extraño tener aliados en la condenada Ciudad de Plata.
—¿Por qué me ayudan? —susurré.
—Porque eres nuestro amigo, Hyd —explicó Kath, asomando su cabeza hacia la parte delantera del vehículo— y porque lo hablamos en la cueva...
—El rincón de solteros —corrió Max deteniéndose ante un semáforo, a su izquierda tenía la valla que separaba al río de la carretera.
Kath puso los ojos en blanco y le apretó un hombro con cariño.
—Ese día que te fuiste con Deb, nosotros hablamos de lo que hubiera querido el verdadero Dan, él jamás había deseado lastimar a nadie. Creemos que en parte se fue con su familia por eso, preferían morir y ver el exterior como verdaderos humanos y no como asesinos que planean exterminar toda una raza. Ellos nunca estuvieron de acuerdo con la idea de pelear ni con los parches. Dan era un soñador —Sus ojos se pusieron llorosos y su voz se quebró—, le temía a la vejez, le gustaba la paz y extrañamente amaba las tormentas, aunque nunca hubiera visto una. Él jamás se hubiera quedado de brazos cruzados si sabía que una ciudad entera te estaba torturando y que tu familia moría en unas rocas sobre el mar. Pero para entonces no eras tan nuestro amigo como para actuar.
—El presidente nos dijo que debíamos fingir engañarte, aunque fuera doloroso llamarte con el nombre de mi mejor amigo y aunque fuera mucho más doloroso para Kathie y Andrew Carnegie, lo hicimos porque era el sacrifico que debíamos a la humanidad.
—Como uno de los últimos humanos vivos teníamos que anteponer nuestros sentimientos al deber común —añadió Kath, entristecida, desplomándose en los asientos traseros y mirando por la ventana—, lo hice por los humanos, pero no dejaba de preguntarme si era lo que el verdadero Dan hubiera querido. Además, estabas tú... hablabas de tu familia y estabas tan convencido de no querer olvidarlos que me conmovió. Entendí que no te hacía ningún bien, ni defendía el nombre de los humanos, es más, lo ensuciaba. Te volviste mi amigo, Hydra y quiero serte leal, así como tú lo eres con tu familia.
—Es decir, pasaron unos días más, te hiciste querer y pensamos en pedirte matrimonio —se burló Max.
Ella rio, pero parecían tan nerviosos que no había nada divertido en ellos.
—Nos dimos cuenta de que tú en realidad eras como un licántropo más y que no eras del todo malo. Le dijimos a Deb que pensara en dejarte partir, pero ella se negó. No la perdonaremos por eso. Así que planeamos una manera de sacarte a ti y a tu familia en secreto.
—¿Por qué toda la ciudad fingió que era otra persona? —pregunté—. Ya les había dado muestras de sangre, ya no era importante.
—Porque descubriste lo que haríamos y pretendías irte —señaló Max, tocó bocina a otro vehículo, pasamos debajo de un rayo de sol sintético y Kath me colocó la capucha hasta el mentón— al principio te mentimos porque vimos que viniste con compañía y que amabas a los licántropos, no te gustaría la idea de matarlos con los parches, los Descerebrados. Así que te ocultamos nuestros verdaderos planes. Luego descubriste que fabricábamos armas para matarlos, en realidad le llamamos así pero no son más que parches, por eso la noche en que fuiste a la zona de fábricas no encontraste a nadie ocultando nada. Porque al día siguiente lo que ibas a encontrar eran maquinas haciendo parches no armas... es decir, nunca tuvieron forma de verdadero armamento bélico. En fin —Agitó una mano y luego la regresó al volante—, cuando descubriste que fabricábamos armas te engañamos porque era lo correcto, porque no queríamos matarte. Lo propuso Deby.
—¿Ella fue la que ideó todo?
—Sí —contestó Max y observó a Kath cuyo rostro alterado y cargado de adrenalina se apaciguó bajo una meuca amarga.
Ella bajó los ojos y se desplomó contra el asiento.
—Dijo que no te mataran, lo propuso ante el pueblo —explicó ella sosteniendo el collar que le había regalado su primo Dan, el que simbolizaba ser carbón—. En la ciudad de plata, hay presidente y gobierno, pero las decisiones que incluyen la moral ciudadana la deciden los ciudadanos en conjunto. Es un voto comunitario. Es decir, si tenemos que salir a sacrificar a nuestros hijos eso debemos decidirlo nosotros, no un grupo de gobernantes, porque incluye nuestra moral y nuestra relación con Dios. Votamos propuestas que pueden postular cualquiera. La mayoría de los padres prefirió matar a su hijo a que verlo morir en una guerra, descuartizado por un lobo.
Víctor.
—Deby propuso la farsa de perdonarte la vida. Dio fundamentos muy buenos que la mitad del pueblo no pudo negar. Todos estuvieron de acuerdo en hacerte creer que eras Dan Carnegie. Las cicatrices te las quitaron... desarrollamos una manera de curar las viejas heridas, teníamos ese medicamento hace cincuenta años y lo usamos en ti porque... porque no sabías que podíamos hacerlo. Ya nadie usa ese procedimiento médico porque causa mucho dolor, demasiado, la gente prefiere las cicatrices. En parte por eso debíamos darte los medicamentos y sedantes, además de que te volvían más manejable y te ofuscaban. Era más fácil confundir a alguien drogado.
Recordaba bien el dolor cuando había despertado.
—Todo lo demás fue montado en la semana que estuviste inconsciente. Quitaron la evidencia de Víctor, agarraron registros de él y los eliminaron, inventaron fotos, montajes, la emisión que escuchaste en la radio también fue programada y las grabaciones tuyas las eliminaron. Todo fue una mentira. Deby quería que vivieras. Al principio su plan tuvo sentido, no solo involucraba a toda la ciudad, la mayor participación la tendrían las personas cercanas a Dan.
Max cerró los puños encima del volante. Los habían obligado a fingir que era su primo y su amigo muerto, no me imaginaba lo difícil que habrá sido eso para ellos, era una tortura que no podía siquiera concebir.
—¿Ustedes quisieron al comienzo?
Max y Kathie menaron la cabeza.
—Fue por la humanidad, en la Ciudad de Plata cada cosa que ocurre, cada esfuerzo, cada ladrillo, clavo o poste está puesto para la humanidad, cada uno vive y muere por la raza. No hay manera de negarse —justificó Max—, pero luego... nos cansamos, dejamos de tener esas ideas tan tontas.
Traté de entender cómo alguien podía sacrificar padres e hijos, pero esforzarse tanto por dejar vivo a un desconocido. Esa gente estaba demente. Los humanos tenían una noción de vida y valor muy extraña.
—¿Qué fundamentos dio Deby al pueblo?
Me resultaba extraño que toda una ciudad me quisiera con vida.
—¿Viste a la monja que cuida el orfanato y que la doctora Martin, la que mataste, tenía un collar de cruz que le robaste?
—No se lo robé, se lo quitó Piano...
Kath negó con la cabeza.
—Eso no importa. Cuando los humanos se encerraron aquí se aferraron mucho al cristianismo, una religión que antes estaba extendida por todo el mundo. Meter la religión, por la fuerza al principio, era la única manera de que todo el mundo no se descontrolara y no sintiera que el Estado de la Ciudad de Plata lo oprimía. Es decir —Se inclinó hacia mí, alejando su espalda del asiento y me observó—, el que te obliga a hacer toque de queda es Dios y no el presidente, el que dice que debes seguir cierto rol como ser obediente, servicial y no asesinar es Dios no el estado, el que determina que necesitas condenas en un ser muy lejos no el humano en el estrado ¿Entiendes? El que dice que debes resistir toda una vida encerrado para perpetuar la especie es Dios no el gobierno ¿Captas?
—Creo que sí.
No lo entendía. Casi no habían mencionado a ese Dios suyo, también me lo habían ocultado un poco.
—Fue una manera de plantar orden y luego se volvió una costumbre muy arraigada que fue imposible extirpar. Ayudó al principio, trajo cosas bastantes buenas como unidad...
—¿Ves? —Max señaló por la ventanilla, había una estatua de Jesucristo con los brazos abiertos a modo de abrazo, se hallaba del otro lado del río, pero era tan grande que se la veía desde donde estábamos.
La observé anonadado.
—¿Sabes lo que es raro del cristianismo? —continuó hablando él—. Que todos adoran a Jesús, un hombre sumamente amable que murió a causa de su buena fe en la humanidad y que nadie defendió a la hora de estar clavado en la cruz. Cuando llegaste aquí... eras como un mesías que vino a salvarnos y darnos la cura. Incluso muchos curas o monjas dijeron que tú eras un dios. Salvaste a la humanidad. Pero luego te enteraste de lo que pretendíamos y quisiste delatarnos y no darnos muestras de tu cuerpo. Iban a matarte, pero no lo hicieron ¿Sabes por qué? Porque pensaron que sería irónico, casi absurdo, que los dos hombres que cambiaron para bien a la humanidad y confiaron en ella fueran asesinados por la misma humanidad.
—Sería una mala manera de empezar la Revolución Humana, asesinando a quien le dio lugar. Los hijos y ancianos iban a ser un sacrificio, tú ibas a ser una baja, la primera. Y cuando tuvieran que contar la historia de los humanos, no la de los monstruos, la empezarían asesinando al héroe —Kath resopló—. Te eligieron como símbolo. Por eso trataron de mantenerte con vida, por moral, eres como la prueba viviente de que los monstruos son los licántropos y no ellos. Eres su premio consuelo, su palmadita en la espalda. Su misa.
—Todo eso —prosiguió Max alargando las silabas de aquellas palabras—. Fue lo que les dijo Deby en la asamblea donde se reúnen todas las personas del pueblo a decidir qué hacer. Les comentó que si querían mostrar que verdaderamente estaban arrepentidos de todo lo que la humanidad había padecido que te dejaran vivir, que te vieran como si fueras ese tipo —comentó señalando otra vez la estatua—. Después de todo tampoco tenían que crear una muralla o construir una nave espacial, solo era engañar a un chico, cosa fácil.
Sonreí, no había sido tan fácil, era una persona testaruda y ellos no lo sabían.
—Deb añadió que salvarte era una excelente manera de empezar una nueva historia humana sin arrogancia, con humildad, solidaridad y coraje. Es más, si te creías que eras Dan lucharías a nuestro lado. Funcionó, toda la ciudad, al menos una parte, se puso de acuerdo para dejarte vivir. Para esta vez, ayudar a su mesías a que encontrara el camino de la vida. Todos aceptaron sus palabras... bueno la mayoría, se dio la votación y ganaste solo por diez votos de diferencia. Aunque solo estuvieron de acuerdo en tenerte si mataban a los licántropos. Quisieron ahogarlos, les derribaron el barco y todo el mundo creyó que murieron. Toda la ciudad creyó eso.
—Excepto yo.
—Y tres personas más —terció Kath acomodándose el gorro—. Nosotros dos y Deb. Deby se contactó a los minutos con ellos, tus amigos, supo que estaban vivos a través de tu comunicador, el que tenías en la mochila... robó tu radio. Deb les sugirió que se quedaran en el mar y que ella trataría de hallar una manera de sacarlos. Pero no se le ocurrió nada y no se ocupó de que tuvieran oxígeno ni comida ni algo que los mantuviera con vida, creo que prefirió dejarlos morir —Su voz no solo sonaba a reproche también se oía desprecio—. Deb sabía que Dan odiaría una decisión tan cruel y retorcida, pero lo hizo, los abandonó. Luego continuó engañándote, le dijimos que estaba mal desde un comienzo cuando nos contó lo que había hecho, pero no le importó. Dijo que solo quería salvarte y lo había logrado.
—¿Ella es...
—No es confiable —tajeó Kath—. No para nosotros. Sé que te salvó Hydra y con su padre organizó todo el juego que te mantuvo con vida, pero —Meneó la cabeza— la forma en la que vivías no es vida, estabas confundido y aturdido. Estabas solo. Era una cárcel para ti. Ella te dio un País de Nunca Jamás.
Max estaba temblando.
Ambos tenían los ojos enrojecidos de tanto llorar. Tenían ojeras profundas, como si no hubieran dormido en esos tres días. Acababan de traicionar a su raza, a su pueblo, por mí, eran marginados, estaban solos en el mundo. Todo para salvarme...
Me quedé mudo, cargado de información.
Resultaba extraño que esa gente creyera que era su mesías, su salvador, porque había matado a muchos de ellos e incluso así quisieron perdonarme la vida, otra vez. Tal vez de verdad habían perdido la cabeza allá abajo, estaban locos. Se les había atrofiado el cerebro generación tras generación y dementes habían criado a dementes.
Los únicos humanos que quedaban ya no eran humanos.
Los miré. Ellos estaban arriesgando bastante. Kath estaba equivocada, nunca había estado solo en la ciudad, ellos me habían acompañado a cada segundo, la gente de alrededor los trataba de estúpidos y dementes, pero para mí eran los únicos cuerdos en la caverna. Dos almas libres y salvajes, imposibles de someter bajo tierra, eran dioses de aventura y diversión, creaban su propia religión y la vivían rigurosamente. No había reglas que temieran.
A Kath se la veía melancólica, cabizbaja y a la vez totalmente resoluta. No sólo había perdido a su primo, había roto lazos con su mejor amiga para siempre y estaba vestida para dejar la ciudad donde había vivido y darle la espalda a su padre. Miré a Max, también había dejado a su familia detrás, pero sus ojos vidriosos, rojos, su nariz irritada y su postura tensionada me hicieron saber que algo más pasaba.
Miré por la ventanilla, la gente iba de un lado a otro, pero aun así faltaba algo. Eran como un cielo nocturno, pero sin estrellas. Entonces lo noté. Sólo había personas jóvenes en la ciudad, adultos, no había ni ancianos ni niños. Todos estaban armados y con ropas pesadas, corazas y artículos de protección.
Los miré. Ellos me desviaron los ojos, sabían lo que iba a preguntar.
—¿Ha comenzado?
Max partió en lágrimas.
—Mi abuelo y mi hermano, ellos... —Su voz se quebró, nunca había visto tan desdichado a Max, le tembló la espalda, Kath lo rodeó con un brazo—. Han iniciado la depuración.
Estacionó el vehículo tras un semáforo, cerró los ojos, tenía su cara roja, las mejillas empapadas, trató de cubrirse con las manos para que no lo viéramos.
—Iniciaron la depuración y mi hermano tiene tres y mi abuelo setenta y ocho —respondió rapidamente para tomar una gran bocanada de aire y partir en llanto otra vez.
Kathie lo abrazó, pero volvió a soltarlo cuando el tráfico se reanudó.
—Querían dejarte inconsciente en la ciudad y regresar después por ti cuando le Revolución Humana de las Dos Semanas terminara —explicó Kath—. Entonces te despertarían en el Nuevo Mundo y no podrías hacer más que unírtenos porque no quedaría ningún licántropo.
—Pero no durará dos semanas —dije con testarudez—. ¿Acaso son adivinos o qué?
—Tal vez sí, no hay manera de que se convierta en una guerra extensa si usan los descerebrados —Meneó la cabeza—. De cualquier modo, podrían enviar a una sola persona para que te dé medicinas y dejarte nuevamente bajo coma inducido. Pero es posible que dure solo dos semanas, será fácil, convertir y asesinar. Los licántropos de las naves son blancos fáciles para los misiles. Pero no importa. No quedarás sepultado aquí, entre cadáveres. Te liberamos y te llevaremos a casa, Hyd. Usamos el plan que teníamos pensado ejecutar para liberar a tus amigos, pero lo haremos para sacarte a ti. Solo estamos esperando a que funcione —definió Kath un poco entusiasmada
Al instante las sirenas de la ciudad entonaban una bocina de alarma grabe y repetitiva y el cielo, en lugar de despedir luces blancas y tratar de emular un firmamento al medio día, se teñía de rojo.
—¿Qué hicieron? —pregunté observando las luces de la caverna parpadeando repetitivamente con el código.
La gente de la calle se detuvo. Max hizo lo mismo, frenó el auto aparentando normalidad. La sirena era ensordecedora, la gente de la calle parecía asustada, eran personas jóvenes. Todo se tiñó de gamas escarlata, bordó y borgoña, me sentía nuevamente encerrado en el laboratorio con la doctora Martin falleciendo ante mis ojos.
—Vamos a incendiar la ciudad —dijeron ambos al unísono, observándome con bestialidad.
Este capítulo fue muy largo. Pero antes de seguir con el resto del libro quiero aclarar que no estoy en contra de Dios ni de ninguna religión.
Simplemente lo puse porque creo que las religiones te dan esperanza y ayudan a muchos a mejorar su conducta y valorar más su vida, así que pienso que los últimos humanos la usarían para no deprimirse en la ciudad y para sobrevivir el fin del mundo.
Me pareció realista que la gente que pierde su hogar o su familia se apoye en un Dios que los ame. En la televisión suelen mostrar que en los apocalipsis todos se vuelven sobrevivientes antipáticos, cuya razón de existencia es vivir. Yo creo que ocurriría (en varios casos) un efecto contrario. Como suele decirse, todos, hasta el más escéptico, comienza a rezar cuando el avión está cayendo. Todos buscarían apoyo moral en Dios cuando no les quede nada.
Pero tampoco podía ignorar el hecho de que se volverían locos después de cientos de años, pereciendo generación tras generación y usando a dios para justificar acciones crueles (igual que en la edad media).
Como no quería quitar ninguna de dos las cosas, porque ambas me parecen re humanas, las combiné.
Es así como los humanos terminaron interpretando a Hydra como un Mesías.
Si son buenos, malos o simplemente están heridos hasta la médula lo dejo a su interpretación.
Espero no haber ofendido a nadie, no era mi intención.
Perdón y gracias :D
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