74
Cuando llegué a la fiesta, era exactamente igual a la celebración que nos habían hecho. Estaban todos en la playa, siendo alumbrados por antorchas, fogatas y piras, observando una obra de teatro que le enseñaba a Hydra Lerna nuestras costumbres. Él estaba sentado en primera fila, tenía una venda adhesiva en la nariz y un ojo morado, sonreía, reía y observaba atentamente la obra interpretada por niños. En un extremo de la playa habían colocado un suelo de madera para que funcionara como pista de baile y más allá mesas con comida.
—Qué estupidez —rezongaba Max—, tanta gente reunida ahí, pero qué estupidez.
Nos derrumbamos en una duna de arena negra y rocas, observando todo a distancia. No queríamos socializar.
Max había traído unas cervezas que consiguió no sé muy bien dónde. Bebimos con apuro y esperando que finalizara la función para pedir disculpas. De repente cayó el telón del improvisado escenario, todos aplaudieron, comenzó a sonar música y las filas se dispersaron. Mientras cada uno abandonaba su asiento le pedí disculpas al invitado de la ciudad, pero a gritos y distancia porque si ofrecía perdón cara a cara lo más probable era que se la rompiera otra vez. Max y Kath se reían de mí falta de respeto.
Me puse de pie cuando acaparé su atención.
—¡LO SIENTO HYDRA LERNA ES QUE CREÍ QUE ERAS YO! —aullé a todo pulmón y el chico me observó preocupado—. ¡PROMETO QUE NO VOLVERÁ A PASAR! ¡MI ERROR! MY MISTAKE!
Él se volvió alarmado hacia Arno Mayer, el presidente con los dedos embutidos de anillos. Le dio unas breves explicaciones, rodeó sus hombros con el brazo y se lo llevó hacia un lado menos escandaloso.
La monja del orfanato se nos acercó encolerizada, sujetándose los faldones de la bata y escalando con esfuerzo la colina. Nos reprendió con la mirada y con las palabras, pidiendo discreción y cortesía; pero Max y Kath no paraban de reír con aire ebrio y tímido y yo estaba un poco ensimismado en cómo sus labios decrépitos y arrugados formulaban tantas palabras en tan poco tiempo.
Iba a decirle que se fuera, pero cuando reaccioné ya se había ido hacía muchos minutos.
Miré a Hydra Lerna y sentí una furia febril en mi corazón.
No me importaba si él me estaba engañando, robando mi identidad o si era el verdadero Hydra Lerna, lo odiaba de todos modos. Lo aborrecía porque en todos los escenarios posibles, ya sea que fingiera o que fuera real, me arrebataba familia, por él habían muerto los señores Carnegie. Sólo por él. Pudo haberse decidido antes pero no, había dudado lo suficiente como para que la familia de Dan tuviera que quedarse a enviar una segunda carta y la enfermedad los había vencido. Pero no a mí ¿Por qué no a mí? ¿Por qué no a Dan?
—Quiero matarlo —dije.
—Estoy tan drogado.
—¿Están drogados? —preguntó tío Andrew cuando llegó velozmente hacia nosotros, no lo había visto venir.
—Y borrachos —agregó Max.
Su silueta ensombrecida se cernió sobre nosotros para poder vernos en la penumbra, estábamos tan lejos de la fiesta que las luces no llegaban y la oscuridad nos envolvía. Vestía traje. El fuego de las fogatas esfumaba con luz todo su perfil, como si fuera una luna creciente. Tenía los brazos en jarras y sonaba realmente molesto como si no supiera por dónde empezar.
—¿No querías que tomara los calmantes? —pregunté arrastrando las palabras.
—Únicamente dos por día y solo tú.
—Hydra Carnegie es educado y comparte —respondió Max.
—¿Hydra Carnegie? —inquirió el vicepresidente, había incredulidad en su voz.
—Eso es ¿O no? En eso se ha convertido —explicó Kath con la voz serena pero fría, se giró hacía mí, enterró su mano en mi pechera y me arrancó mi cuaderno de dibujos, lo abrió en el suelo, debajo de un rayo de luz, el boceto de un edificio fue expuesto ante los presentes—. ¿Dibujabas antes de despertar?
—No sé quién era antes de...
—¿Lo hacías? —insistió ella.
No sabía a qué venía la pregunta, pero negué con la cabeza.
—Sepárense, los tres, ahora —demandó Andrew con la voz férrea y autoritaria.
—¿Qué pasa señor C? —Max alzó un puño para saludar.
—No me llames señor C y apártate de mi hija —respondió apuntándolo con un dedo rígido.
—No quiero —respondió con pereza como si le hubieran obligado que se despertara de una siesta, abrazó torpemente a Kath y se tumbaron ambos en el suelo, ella rio—. La amo —Lo observó a él—. A usted también lo amo, señor C.
—No me digas así —gruñó Andrew Carnegie buscando paciencia, mirando tras su espalda a los del pueblo como si su presencia fuera la única razón por la que se contenía.
—¿Suegrito?
—Así menos.
Atenazó el brazo de Kathie y la alzó del suelo. Trató de separarlos, pero los dos protestaron abrazándose con más fuerza. La situación era rara, nunca me había dado una dosis tan alta, podía haber un incendio alrededor y a mí no se me erizaría ningún pelo. Pensé que la cerveza no había ayudado en nada y solté la lata.
—Tu abuelo te busca, Max —musitó con aversión Andrew Carnegie.
—¿Qué no está muerto? —preguntó con incredulidad.
—No, está en la fiesta y muy decepcionado de que hayas irrumpido en semejante estado. Todos los ciudadanos están tratando de ignorar el lío que ustedes tres están causando. Ya no pueden juntarse y es una orden del presidente, guarden distancia. Los tres. O dejaremos de ser pacientes e involucraremos a las autoridades. Fue un error creer que dos personas inestables podrían enderezar a Dan. Creímos que se comportarían como adultos. Que comprenderían el sacrificio de la humanidad. No sé en qué estábamos pensando.
—¡Papá! —reclamó Kath y me miró a mí—. Él nos necesita.
—Katherine...
Ella se puso de pie y lo enfrentó, su voz por primera vez en mucho tiempo, creo que por primera vez desde siempre, sonó desdeñosa.
—Y adultos o no, somos más humanos que tú —espetó.
—¡Katherine! —replicó él, la agarró de los brazos y Max se tensionó, dio un paso para intervenir, pero lo sostuve del hombro—. Quiero que vayas allí y me demuestres que no has olvidado el sacrificio que hizo la familia Carnegie para esta noche, que no lo has olvidado por unos simples amigos.
Kathie se quedó congelada por unos instantes, luego apartó bruscamente de él, de un empujón, y aunque había oscuridad rodeándonos supe que le dedicó una mirada asesina.
—No lo he olvidado.
Un torbellino de colores, figuras y destellos cálidos me aturdió y me di cuenta de que me estaba acercando a la fiesta, caminando apresuradamente, descendiendo la duna con la velocidad que mis pies me permitían, para alejarme de mi tío. Max y yo seguíamos a Kath que se metió a una pista de baile y fingió que todo estaba bien.
Hydra Lerna era rodeado por un grupo de admiradores que le besaban las manos, se ponían de rodillas y lo reverenciaban o le regalaban coronas y collares de flores.
Max giró su vista de ese escenario a mí, me observó entristecido.
—¿Nos vemos mañana, niño loco? Hoy cumplamos la ley y mañana veremos cómo reunirnos y ser unos bad guys. Ok?
—It's ok —le respondí mareado.
—Kath y yo planeamos algo para ti, ya lo discutimos, por eso tenías que disculparte, para que nadie sospechara. De verdad, de verdad nos vemos mañana. Yes?
Se veía alarmado y parecía angustiado.
—Yes.
Él asintió y se fue a sentar a una silla, más bien se desplomó sobre ella, cercano a una extensa mesa con numerosos platillos. Yo me dirigí al otro extremo de la fiesta, donde no había ningún ciudadano, hasta un campo de columnas, estalactitas, estalagmitas, piedras enormes y peñas que era rodeado por muros macizos y altos de roca. Era como un laberinto.
Encendí la luz azul de mi computadora, el brazalete comenzó a brillar e iluminar todo. Las rocas eran negras y lóbregas, aquellos intrincados pasadizos rocosos eran como un monte en el que yo estaba internándome. Nunca había trazado aquella parte de la ciudad, en especial porque eran muy oscuras y de un acceso difícil. Con basura de plata dispersa por aquí y allá.
Lo habría dibujado si no hubiera estado tan drogado. Suspiré sintiéndome vacío, literalmente porque ya no tenía ni furia, ni sed de venganza o tristeza. Ni siquiera tenía esperanzas. Me habían ganado, me rendía, no sabía cómo probar que era Hydra Lerna.
No tenía sus cicatrices, ni sus heridas, la emisora de radio de licántropos hablaba de él cuando yo estaba encerrado allí, había grabaciones mías de haber llegado inconsciente pero no de haber llegado con acompañantes y ni siquiera sabían que podía hackearlos, había similitudes de la vida real con mi vida inventada como el número del país y el nombre de la fábrica, no hacían armas, las fotografías de Víctor, estaba en la misma fiesta del mismísimo Hydra Lerna.
Había perdido la cabeza, había visto algo en el mundo de los licántropos que había derretido mis circuitos. Paré de caminar.
Noté que estaba llorando, me acosté sobre el suelo, y lloré como bien merecido lo tenía hacía años.
Pero no sólo lloré por haber caído en la cuenta de que estaba loco, sollocé por tener recuerdos tan tristes de una vida no vivida. Mi padre licántropo se había suicidado, mi madre nunca me quiso, casi había muerto tratando de salvar a un hermano que intentó matarme, no tenía muchos amigos, siempre había sido diferente, me había criado en hospitales, me habían abierto el cráneo más de una vez, me habían suministrado todo tipos de medicinas.
Y no había llorado en ninguna ocasión, pero había sufrido en cada momento. Había sufrido, siempre lo había hecho, pero eso no me había impedido ser feliz. Tener una familia, hacerme amigos y luchar para tener lo que nunca tuve en la infancia. Era un puto héroe. Todo ese sufrimiento no me había impedido descender hasta las entrañas del infierno para ayudar a una raza casi extinta.
No era un mal tipo, pero sí había tenido una mala vida.
Pero si algo había aprendido, teniendo tantos problemas de identidad era que tú no eres tu vida. No eres tus recuerdos, ni lo que hiciste, donde naciste o con quién te criaste, lo único que eres es como eres ahora. El presente es el único que importa. En el mismo instante que vives, ahí es donde te encuentras realmente. Porque si tratas de buscarte en otra persona, en recuerdos o en lugares entonces te has perdido para siempre.
Toda una hermosa-horrorosa vida, bien hecha y formada... no existía.
Quería esa vida de dolor, quería esa vida de sufrimiento para detener mi sufrimiento actual.
Y lloré porque nunca la tendría re regreso.
Cuando las horas transcurrieron y estaba amaneciendo y la fiesta seguramente había finalizado dejé de llorar súbitamente y me puse de pie. Estaba regresando en el momento que la vi. Casi pasé por desapercibido un dibujo en la piedra.
Al principio no noté lo que era, parecían líneas, surcos creados con garras en la roca, pero luego lo noté.
Eran trazos. Estaban distanciados, tenías que unirlos con imaginación, pero se veían sin dificultad, perfectamente.
Formaban un dibujo, una señal.
Era para mí.
Era unaabeja.
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