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 Estaba encerrado en mi habitación viendo la foto de Víctor que se suponía que era yo de pequeño.

 Él era moreno igual que yo...

Sentía un vacío en mi pecho que devoraba todos mis otros sentimientos y pensamientos, pero la tristeza y la melancolía habían encontrado un refugio en mi cabeza.

Eran las únicas dos cosas que sentía cuando veía a Víctor. Me arrepentía por no haberle dicho a Mirlo que quería adoptarlo, la verdad era que sí quería, deseaba tenerlo en casa, despertarlo por las mañanas, ir con él al mecánico algunas tardes y ahorrar semanas o meses para poder llevarlo al parque de diversiones. Allí no tenían montañas rusas, ni juegos infantiles, estaba seguro que le encantarían a él.

Y no podía dejar de mirar su foto y pensar cómo era posible que un niño tuviera tantas mejillas, dos pozos centrándose en sus mofletes y sonrisa tan carismática que... Sonreí.

Sólo tenía veinte años, era el triste esbozo de un adulto, había sido un niño la mayor parte de mi vida, pero quería adoptarlo y acudir a esas horribles charlas en el colegio, quería que dijeran que mi hijo era problemático o un antisocial o lo que quisiera ser él. Víctor era lo último que había planeado con Mirlo.

Mirlo. En mi otra mano tenía los retratos que había hecho de Ceto, de Yunque y de ella. Eran un poco torvos, de trazos histéricos, había apretado mucho el carboncillo, pero eran ellos. Me pregunté dónde se encontraban y luego recordé que no existían.

Yo solo me había quedado en la ciudad para encontrarlos, pero sentía que nunca los hallaría. Y no sabía si escapar, nunca lo había intentado por que los corredores eran un laberinto y porque me negaba a marcharme sin mis amigos. Pero no estaban ahí, nunca lo habían estado.

Pateé una caja con fibra de carbones y grité porque, Max tenía razón, las cosas se sienten más cuando uno grita y yo quería experimentar cada segundo de la furia que tenía, porque era lo único que quedaba en mí.

Tío Andrew se había marchado para organizar la bienvenida que le harían a Hydra Lerna en la playa. Al verdadero, que venía de afuera.

Nada tenía coherencia para mí, sentía que caía en un espiral y que a cada vuelta estaba más confundido, aturdido y desorientado que en la anterior. Había visto al chico, se parecía a mí, tenía mi color de piel, mis ojos, mi postura desgarbada y mis cicatrices, pero no era yo. Incluso el extraño tenía la línea blanca en el cuello, que me había hecho Mirlo y yo ya no tenía.

Podía ser maquillaje... pero ya no tenía sentido buscar excusas. Tampoco nos parecíamos tanto, no éramos imitaciones, él tenía más cejas, la barbilla le finalizaba puntiaguda y era petizo, solo nos parecía en los rasgos principales.

Luego de que sonara la alarma había ido corriendo hacia la plaza central donde Deby y Arno Mayer le daban la bienvenida al chico. Las personas comenzaban a rodearlo y a darle las gracias como si fuera un mesías llegado del cielo. Hydra Lerna me había observado un poco confundido cuando le grité que era un farsante, que lo odiaba y que lo mataría si lo veía por ahí.

Max y Kath me sostuvieron de los brazos luego de que lo golpeara y lo derrumbara al suelo, me sentara a horcajadas sobre él y continuara golpeándolo. No supe en qué momento había corrido hacia él, solo volví a mí cuando sentí su sangre en mis nudillos. Él ni siquiera se defendió. La gente se alarmó y tío Andrew me gritó que me fuera. Había decepción y terror en sus ojos.

Luego no recordaba mucho, sólo me veía a mí mismo sentándome en la cama y sintiendo cómo el mundo se rompía pedazo a pedazo; como si fuera una figurilla de cristal y alguien tratando de que no se le cayera y rompiera, la sostuviera con tanta fuerza que la quebrara de todos modos. Así era yo, había tratado de evitar perder la cabeza y lo único que había hecho era derramar fuera de mi mente la última gota de cordura que me quedaba. Y lo había hecho frente a toda la ciudad.

Me encerrarían, se había terminado todo.

Pero no podía ser Dan Carnegie, no recordaba nada de él y sí de Hydra Lerna, pero el verdadero humano inmune estaba ahí afuera, esperando una celebración en su nombre, a punto de revelar el mayor avance médico de la historia.

Mi mente no dejaba de rememorar el momento en que Max y Kath me alejaron del herido Hydra Lerna, que estaba tendido en el suelo sosteniéndose la cara ensangrentada y retorciéndose de dolor, vestido con la ropa harapienta que había traído Ceto. Que llevara la ropa de mi hermano me enfurecía más. El presidente Arno Mayer y Deby habían arrastrado a su tambaleante invitado lejos de mí, la gente se había quedado muda del asombro y la música de la plaza se había detenido de improvisto.

Entonces Katherine le había gritado algo a Deby, en inglés, por supuesto, para que yo no entendiera, pero comprendí que ambas amigas habían discutido mientras me alejaban de allí, la gente murmuraba y el presidente exigía orden.

Arno Mayer intervino para que no irrumpiera la policía y todo se limitara a un asunto familiar, a la fuga de un loco que hace caos.

Luego Max y Kath me habían dejado en casa.

Podía oírlos bebiendo té en la cocina y hablando apresuradamente en inglés, farfullando por lo bajo. Luego de unas horas entraron a mi habitación. Yo estaba sentado en mi cama con mis dibujos abriéndose como una explosión. Max me agarró el hombro y lo sacudió.

—Lo diré una sola vez, hombre —No lo miré, no necesitaba hacerlo, sabía que frente a mí estaría el chico de cabello castaño, piel pálida y pecas que tenía una mirada divertida y alegre como la de un niño, aunque después del día que habíamos tenido, seguramente estaría un poco decaído, se oía cabizbajo—. Tenemos que ir a la fiesta.

—¿Qué? —pregunté con la voz ronca, abracé las fotografías y los dibujos y meneé la cabeza—. No, no puedo.

—Debes —insistió Kath, sentándose a mi lado—. Sé que es doloroso para ti, también para mí, pero debes ir y fingir que lo entendiste todo o te encerrarán en un hospital psiquiátrico. Tienes que dejar de actuar como un loco con urgencia. Golpeaste a la persona que puede ayudarnos a salir de aquí, Dan, él es nuestra salvación, es un enviado divino, Dios por primera vez ayuda a la humanidad en años y tú le rompiste la nariz.

—Yo no sé lo que es él, no sé lo que soy yo —Mi voz salía frágil de mi cuerpo aún más frágil. Estaba roto por dentro y no solo lo sentía, lo oía.

Ella me cogió el mentón y giró mi cabeza para que se encontraran nuestros ojos. Estábamos llorando, ya no teníamos tiempo para fingir ni alzar una defensa, ni actuar como los guerreros que pretendíamos ser desde el día que desperté.

—No importa cómo te llames o quién eres en realidad. No me importa de dónde vengas o dónde te criaste, eres mi amigo y solo quiero lo mejor para ti y en este momento, aunque te cueste, aunque te duela y te haga sentir que estás loco, tienes que ir, ver a Hydra Lerna cara a cara y pedirle una disculpa.

Max reveló que tenía en su mano el frasco con las medicinas que dificultaban el tránsito de pasamientos y lo sacudió para que las píldoras repiquetearan en su interior. Sonaban como un cascabel ahogado y macabro.

—Nos tomaremos una todos e iremos.

—¿Qué? —pregunté sin comprenderlo y traté de arrebatarle los narcóticos, pero él fue más rápido—. Pero ustedes no las necesitan.

—Tú tampoco —admitió Kath agarrando la píldora que le ofrecía Max con una floritura de muñeca como si la invitara a un baile.

Humedecí mis labios.

—¿A qué te refieres con eso?

—A que somos amigos, Hydra Carnegie —respondió guiñándome un ojo y tragándose la medicina.

—Y a que ya no aguanto a toda esta gente y quiero un poco de lo que te ofusca la mente —añadió Max y rio—. Eso rimó.

Max hizo lo mismo y la bajó con un trago de agua de una petaca que tenía cargada en el cinturón, junto con otro montón de artículos. Se aclaró la garganta, volvió a guardar la petaca y abrió los ojos.

—Voy a estar tan relajado después de esto —manifestó.

Aunque había tomado una píldora hacía menos de diez horas, ingerí otra y luego una tercera para no pensar nada de nada. Quería dejar de existir por un momento, que mi mente tormentosa fuera acallada por el poder de los químicos. Cuando las cosas comenzaron a trascurrir muy lentas y raras y divertidas me incorporé y caminé hacia la fiesta arrastrando los pies. Ellos me siguieron un poco más serenos, Max ya no se veía tan chispeante y enérgico.

Caminamos por la ciudad, no había nadie allí, marchábamos lento así que pasaron quince minutos y todavía no habíamos dejado atrás las urbanizaciones.

—Tengo sueño —comunicó bostezando, estirándose y abriendo los párpados con esfuerzo—. Esta cosa me da sueño.

—No soy Hydra —dije.

—Yo perdí a mi mejor amiga —admitió Kath—. Nunca perdonaré a Deby, la odio.

—¿Por qué? —pregunté.

Why? Oh, you know why.

No, I don't know —respondí—. Tell me.

—Mi abuelo tiene el cabello blanco pero el bigote negro —comentó Max, encendió el holograma de su computadora y me enseñó la fotografía de un anciano que parecía haber estado gritándole groserías a la persona que tomó la foto—. ¿Ves? —rio—. ¿No es un misterio?

—Tiene ojos profundos —noté.

—Oh, sí es de familia.

—¿Junto con la enfermedad hormonal? —inquirió burlona Kath.

—Ser sabios es una maldición, si se tiene algo bueno se debe tener algo malo. Por ejemplo, Deborah es hermosa pero no hay quién la aguante. Es muy controladora y juega a ser un animal solitario. Ni siquiera yo quiero ser su mejor amigo ahora, que se muera por mí. Ella y su estúpido perro que tuve que cuidar.

—Síííí —aceptó Kath.

—Sí —admití y noté una alarma en mi cabeza, pero no la comprendí.

No lograba ver nada, ni siquiera veía con claridad, los edificios danzaban uno al lado del otro como si ellos también se unieran a la ceremonia de bienvenida.  



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