7

  Ella esperó que un repositor transcurriera por el pasillo, arrastrando una carretilla con artículos, antes de reanudar la conversación. Incluso ocultó su cara en la mano y observó sus zapatos con disimulo para que no la reconociera.

 —Tu hermano y Yunque vinieron a la mansión —dijo elevando la barbilla nuevamente, demostrando autoridad, la imité—. No están permitidos en esas tierras.

 —Sí, es que se les descompuso la brújula que les regalé, se supone que apunta al norte, pero a veces puede apuntar a la mierda.

 —Fueron a buscarte —continuó ignorando mi comentario—. Desapareciste por casi un día y creyeron que habías ido a verme.

 —Qué raro, por lo general voy a tus jardines turísticos los lunes a la mañana, me gusta orinar allí, se siente peligroso.

—Tienes veinte años ¿Podemos tener una conversación como adultos?

—Perdón, a veces creo que me quedé estancado en los diez, traumas de la niñez ¿Se te ocurre quién pudo haber sido?

Ella suspiró.

—Eres igual de imbécil que tu padre.

—¿El que se suicidó y ni cuenta te diste?

Volvió a suspirar. Ella trató de fingir que el suicidio de papá no le importaba y yo también, pero costaba un poco.

Era la primera mueca o prueba de sentimientos que demostraba, aunque fuera cansancio, era algo. Me recosté sobre una góndola, comenzaba a sentirme mal, pero no quería demostrar flaqueza emocional ante ella, ante nadie, mucho menos ella. Me crucé de brazos.

—Mis subordinados casi los destrozan porque entraron sin permiso, por suerte Ceto sabe defenderse, no como tú.

—Estoy lleno de sorpresas.

Ella inclinó ligeramente el rostro hacia la derecha, como si esa fuera la palabra que estaba esperando.

—Sí y una de esas sorpresas es Termo Ternun.

—¿Quién? —pregunté sin saber a qué se refería.

¿Ella olería que me había sorprendido su pregunta?

—Es un prestigioso doctor, es neurocirujano en la Capital 19. Cet y ese chico raro me dijeron que el señor Ternun te escribió una carta informándote que hará un artículo de tu caso médico. Lo publicará al mundo, se los dará a las masas y a los periódicos. Lo publicará en una revista de medicina.

—No puede sin mi consentimiento —comenté notando algo raro en mi pecho: miedo y vergüenza.

Tal vez de ese modo se había sentido mi madre en la Ceremonia, cuando fallé ante todo el pueblo, si así era la compadecía, porque no era una linda mezcla para experimentar.

No pude continuar fingiendo indiferencia, comencé a alarmarme.

—Lo hará —afirmó.

—Pero... no... yo...

—¿Qué harás? ¿Lo demandarás? No puedes pagar un abogado y ningún abogado se denigraría a defender a tu manada. Él lo sabe.

Enmudecí, me maldije a mí mismo por haberme escondido de Ceto y Yunque todo el día. Tenía que verlos, debía saber más sobre el entrometido doctor Ternun que quería escribir un artículo médico sobre mí sin mi autorización.

No podía ser posible, ni siquiera sabía cómo se había enterado, todos los especialistas que había visitado lo habían hecho en secreto, con total confidencialidad. No quería que el resto del hospital se enterara de la medicina experimental y los tratamientos que hacía, mucho menos deseaba que lo supiera el mundo entero.

Ese secreto podría hacerme perder el trabajo nocturno y con él pagábamos la gasolina de los martes. Además, al provenir de una manda socialmente baja mi sueldo siempre era menor a los demás, no importaba de qué trabajara, no podía perder un empleo, era vital.

Pensé en claro y había algo que no cuadraba, una línea salida de los márgenes. Tragué todas mis preocupaciones y la estudié, había una pieza fuera de lugar.

—¿Y a ti que te importa eso? ¿Viniste para advertirme? —pregunté a la defensiva, introduciendo nuevamente mis manos en los bolsillos y cerrándolas en puños.

—¿Quieres que vaya al grano?

—Por favor.

—Me postularé para la reelección a gobernadora, luego de la Ceremonia comenzará la compaña, tengo los votos garantizados. Pero si sale a la luz que mi hijo no puede t... que está enfermo, si ellos se enteran de lo que te pasa... Eso me destruiría. Vine para que detengas esta locura. No deben publicar ese artículo.

—Ya, yo tampoco quiero.

Me observó unos segundos, sus ojos me estudiaron cada milímetro del rostro, como si fuera una astrónoma estudiando cielos desconocidos.

—¿Por qué no me dijiste? Cuando vivías conmigo ¿Por qué no me dijiste que estabas enfermo? Te hubiera ayudado a ganar de otra manera la Ceremonia, de verdad te quería conmigo, a mí lado.

Su mirada se desvió a la ropa vieja que traía puesta. Siempre vestía con harapos y me enorgullecía porque era comodísimo y así evitaba a la gente idiota que te califica por cómo luces. Pero en esa ocasión traía un overol militar con manchas de grasa de autos, botas y una chaqueta y me sentí como si estuviera desnudo.

Me pregunté si desnudándome frente a ella le daría la vergüenza suficiente para que se fuera, pero era la gobernadora y eso estaría mal.

—Ceto lloró mucho el día, no, me corrijo, los días que lo evitaste —contesté.

—¿Sólo Ceto? —preguntó curiosa y no arrepentida.

—Sólo Ceto. Si lo querías ahí por qué lo evitaste, si tanto querías que estuviera ahí...

—Pero él no estaba ahí. Ceto pudo haber retado a la manada donde nació, pudo haber ganado. Tuvo que elegir entre tú y yo. Y te eligió a ti —Se abrazó a sí misma—. Siempre fuiste su mejor amigo, su gemelo, te quiso más que a mí.

No pude evitar el sobresalto, se exhibía con un gesto desamparado, como si necesitara apoyo. Pero de mí no lo tendría jamás.

Aunque fue solo un segundo de debilidad, rápidamente recobró la compostura, dejó caer los brazos, cuadró los hombros, mantuvo la espalda erecta y la barbilla en alto.

—Mamá ¿tú me quieres?

—¿Haría una diferencia que te respondiera eso? Me odias de todos modos, no me creerías si te digo que te amo con todo, todo mi corazón.

—Tienes razón, no te creo.

—Te lo dije.

—Es que no tienes corazón con el que amarme, mamá.

—Eso lo sacaste de mí, siempre supe que algo te faltaba y ahora cuando me entero lo que quiere publicar el doctor Ternun —Se encogió de hombros— todo tiene sentido. Vives en un mundo que no fue hecho para ti.

—Sí, vivo en un mundo que fue hecho para ti.

—Y sufres por eso.

—Todo el mundo sufre —admití restándole importancia y encogiéndome de hombros.

—Pero el mundo también goza de las cosas y tú nunca disfrutaste nada, no desde ese día, desde el día en el que salvaste a Ceto del lago congelado.

—Fue el día en que me di cuenta de que era diferente. Que siempre lo sería.

Ella extendió un brazo para peinar mi ensortijado cabello negro, pero me distancié arrastrando los pies y torcí la cabeza.

—Los desconocidos no se tocan.

—¿Eso somos? —Sonrió tratando de evitar la pena—. ¿Desconocidos?

—Ojalá lo fuéramos.

Ella se alejó un paso, pero no hacía diferencia porque ya estábamos a kilómetros de distancia. Se alisó las inexistentes arrugas de su almidonado traje.

—Adiós, Hydra, me cansé de que me odies.

—Es triste cansarse, yo me cansé hace muchos años de esperarte.

—Creo que es mejor no volvernos a ver —comentó desilusionada, girando y hablando por encima de su hombro—. No es justo que nos cansemos el uno al otro.

—Me parece que no.

Asintió.

Ella se volteó y caminó como si no se dejara nada atrás. En mi mente corrí a darle un abrazo y suplicarle que no me abandonara, porque siempre había sido un chiquillo que la extrañaba, en mi cabeza le admitía que tenía miedo y que no había dejado de quererla. Pero en la realidad leí la lista de compras que tenía en la mano y continué con lo que había empezado a hacer como si nada hubiera sucedido.

Era más fácil vivir en mi cabeza, donde la máscara no llegaba a cubrir nada.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top