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Me sorprendí a mí mismo, pidiéndoles una explicación sin alterarme ni enojarme, tal vez era efecto de la droga que me ponía dócil.
Ellos me dijeron que podía parecerse al mástil de un barco, pero que seguramente era una biga de madera que alguien había tirado por allí. Quería darles la espalda y acusarlos de mentirosos, pero a cada momento que lo pensaba me abrumaba ¿Tomaría un pedazo de madera sumergida en el agua como prueba de que era Hydra Lerna?
No tenía mucho sentido, además eso no me llevaría a Ceto, Mirlo y Yunque, solo nadar en dirección a las islas me acercaría a la verdad. Y aunque me costara aceptarlo estaba comenzando a confiar en Max y Kathie. Decidí dejarlo a la duda y continuar con el turismo, prometiéndome regresar al día siguiente solo, pero por el momento jugaría a no ser Hydra Lerna, el único humano que se había criado con otra raza.
La guarida de solteros de Max era una cueva en las paredes de roca que rodeaban la ciudad, por las que yo había descendido para entrar la primera vez. Aquellos muros escalonados y amorfos se veían como laderas de montañas, como si la ciudad estuviera hundida en mares de rocas y precisamente así estaba.
Las rocas en la base no estaban pintadas con plata sino más bien con pintura de aerosol muy colorida y chispeante. En todas las razas había artistas callejeros. Él nos guío a una grieta, estrecha y poco vistosa, tuvo que atravesarla el lateral, deslizándose con preocupación sobre sus pies.
Todo estaba oscuro y olía a polvo y agua estancada. Kat tosió y Deby bufó mientras Max sugería que se pusieran cómodas y chocaba con varias cosas hasta topar con los interruptores. Mi prima reía cuando lo escuchaba hablando en la oscuridad como si le resultara adorable, encantador y... reía como cuando yo escuchaba a Mirlo.
Las luces se encendieron y el ronroneo de un generador nos respondió de dónde provenía la energía. Mientras nosotros observábamos el interior de la cueva, Max cargó un bidón de gasolina y se lo vertió a la máquina. La caverna era grande, había una cámara de doce metros de largo y siete de ancho, luego un pasillo que se torcía hacia la izquierda, caminé hacia allí y vi que finalizaba en una pequeña habitación con una roca de dos metros elevada, como un altar. Allí habían colocado cojines y la habían utilizado como sofá porque al lado había una tele vieja sobre una caja y una radio.
Todo el lugar estaba alumbrado con pequeñas luces, unidas por un cable que serpenteaba por las dos cámaras, colgando del techo y clavándose en las paredes. El lugar estaba bien iluminado, también había cosas que habían traído el antiguo Dan y Max como una heladera portátil, una mesa de billar creada por ellos, computadoras, revistas, libros, armas, alfombras para cubrir las paredes y el suelo y dibujos de Dan.
Había muchos bocetos de cosas diferentes como retratos de chicas, de niños, ancianos y plantas del exterior. Noté que casi todos los libros eran de geografía. Al parecer Dan estaba poseído por la obsesión de salir afuera, cada vez que lo conocía me hacía sentir más lástima por él, me compadecía de su suerte. Sólo quería ver algo que yo nunca había tomado como un milagro, como la lluvia, los árboles, las plantas, los relámpagos, un arcoíris o una ventisca arrastrando hojas. También había fotografías.
—¿Quién quiere bebida? —canturreó Max.
Se dirigió al minibar y sacó unas cervezas frías.
—¿Sabes cómo le decían antes los españoles a la... beer? —preguntó meneando la botella de cerveza que tenía en sus manos.
Me encogí de hombros mientras terminaba de repartirlas y me daba una botella a mí.
—Una pinta bien fría —respondió imitando el acento de un país ya extinto, estirando sus brazos con aire teatral, se sentó sobre un cojín cuyas mullidas paredes lo engulleron, se acomodó con risillas y estiró la cabeza—. I'm serious, man. Le decían así.
Deby se sentó en el suelo, enlazando sus piernas estiradas, Kat se sentó en el brazo de un sofá, junto a mí. Ella ya casi había acabado su cerveza. Yo le di un trago a la mía, estaba caliente y un poco añeja lo que evidenciaba que había permanecido en esa cueva por mucho tiempo, tragué el agrio líquido preguntándome por qué era tan difícil ser normal.
—¿Cómo nos llamarían a nosotros? —preguntó Deby—. Si fuéramos a pinta.
—Tú serías baja en grasa porque eres horrenda —respondió Max sin titubeos.
Ella rodó los ojos porque sabía que no era verdad, la más hermosa de la habitación con un rostro angelical era ella, pero tal vez se debía a su actitud que lo decía. Reí de la broma de Max y Kat también.
—Tú Kat, querida —Con aquella palabra ella se ruborizó—, tú serías... una pinta fría, cuando hace calor, tienes sed y la consigues gratis.
—¡Eh! Yo no soy fácil de conseguir —protestó ella con desilusión en su mirada.
—Eh, no, no —Él elevó los brazos—. No lo dije por eso. Lo dije porque si hay algo mejor que una bebida fría cuando tienes sed, si hay algo mejor que una cosa que te gusta es que ese algo sea gratis, una cerveza gratis es perfecta, de principio a fin, la disfrutas sin tener que perder nada. Sólo aporta. Es para ser feliz, para disfrutar. Es perfecta.
—Vaya —susurró Kat.
—Dumb. Es un razonamiento un poco tacaño, puedes disfrutar de lo mismo comprando la botella de cerveza, no tiene por qué ser gratis para ser perfec...
Max agarró un guijarro del suelo y se lo aventó a las piernas de Deby, ella arrugó el rostro y sonrió.
—¡Calla, Deb, me debes una chica impresionada!
—A la única mujer que impresionarías es a tu madre que no sabía que tenía un hijo tan estúpido.
Por comentarios como esos Max la había calificado como cerveza baja en grasa. Él rio, a Max todo le divertía.
—Eso no es lo que dijo tu madre anoche.
—Woooaaaa —Kat hizo un corillo.
—¡Qué asco, mi madre es muy vieja para ti!
—Comienza a llamarme papi Max, tal vez no sea presidente, pero sí se gobernar mi...
—¡Calla ya! —suplicó Deby cubriéndose las rojeas, su cabello dorado se desbordó de sus dedos.
Max se puso de pie mientras las risas le veneraban la broma, trazó un ligero círculo en el suelo, como si bailara, se volteó hacia nosotros con la mirada iluminada por una idea y dijo.
—Yo sería una pinta con mucho alcohol, de esas que les das un trago y es un boleto para alucinar.
—¿Cómo sería Dan? —pregunto Kat dándome un empujoncito en los hombros, para que me uniera a la conversación.
Deby dejó de sonreír.
Max lo pensó, se agarró la barbilla, se sentó en el borde del cojín, sorbió un trago de la botella, el líquido se agitó dentro, saboreó el alcohol, se remojó los labios y sonrió con una mueca cómplice, como si me quisiera decir algo.
—Edición limitada.
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