63
Arrastré los pies hacia mi habitación, sintiendo cómo comenzaba a perder el control sobre mi cuerpo. Veía borroso. Me tumbé en la cama, aún tenía el frasco de pastillas en mi mano. No sabía qué narcóticos tenía, la inscripción estaba en inglés. Sentía el plástico duro y cilíndrico. Estaba repleto. Si me las tragaba podía acabar con todo.
Estaban ahí, en exceso eran veneno. Podía matar el sufrimiento, podría matarme a mí.
Podía consumirme, por mí, sólo por mí y para mí. Sería el propio testigo de mi asesinato, él que jalaba el gatillo, el que recibía recibía la bala y el que gritaba piedad junto con el rugido de la recamara.
Era como si me desafiara, como si las píldoras me retaran a hacerlo «¿Qué puede ser peor?» decían.
Después de todo, nunca había sido un admirador de la idea de vivir, nunca había disfrutado de nada. O eso creía. Porque tumbado en esa cama, encerrado y solo, me daba cuenta de que en mi anterior vida era feliz, era verdaderamente dichoso de vivir con mi familia, de tener un hermano, una novia y un amigo, de trabajar reparando autos y completar la jornada siendo chef de comida rápida.
Era una vida mediocre, en eso siempre había tenido razón, pero lo mediocre es el paraíso. Había gozado cada segundo. La mediocridad es lo que más se disfruta porque al fin de cuentas, una carcajada o una sonrisa es la misma si se produce en el interior de un auto de camino al trabajo o en un avión privado de camino a tierras del trópico. Un beso dado apasionadamente en la profundidad del bosque, sobre la cajuela de un auto, era el mismo beso que se puede dar en una mansión, en el borde de una piscina.
Porque la mediocridad se puede disfrutar más que lo especial. Lo inigualable de la vida ordinaria era que la compartía con personas excepcionales, singulares y únicas.
Tal vez por eso el comentarista de la radio había dicho que los humanos piensan diferente, tal vez porque los humanos nunca saben qué piensan o sienten. Siempre había sido feliz y no lo había sabido, Dan Carnegie siempre había amado la Ciudad de Plata y no lo había sabido hasta que salió y quiso regresar.
Dan Carnegie había regresado a la ciudad que lo impulsó a su muerte. Pero no estaba muerto.
Él estaba con un frasco de píldoras en mano pensando si valía la pena consumirse rápidamente, no ser carbón y vivir su vida como él quería. O más precisamente vivir los últimos momentos de su vida como se le antojaban: con un frasco de píldoras colapsando su cabeza y un montón de revelaciones mudas que jamás podrían ser contadas.
Pero Dan Carnegie nunca había elegido bien, era más de cometer errores, por eso, en lugar de beber todas las pastillas, esa noche, decidió vivir.
Kathie entró con una computadora en la muñeca. Se acostó conmigo en la cama, me miró, las sábanas blancas navegaban entre nosotros como si flotáramos en un mar. Como no estaba drogada se movía más rápido que yo y no podía protestar. Ella desplegó la pantalla holográfica de su computadora.
—Veremos una película —me dijo.
—No quiero, Kat —contesté, de haber tenido más control sobre mi cuerpo y más fuerzas la hubiera empujado de la cama.
Ella se arrebujó bajo una manta y puso una película que duraba casi tres horas, trataba de una chica con el cabello rojo, adinerada que navegaba en un barco y se enamoraba de un chico llamado Jack, que era como de una manada más pobre o algo así, porque viajaba en tercera clase. El barco era un crucero para vacacionar para algunos, no lo tenía muy en claro. Jack al final moría congelado porque se sacrificó por ella, Kat lloró con el final.
—Siempre que la veo lloro como la primera vez —me dijo enjugándose las lágrimas.
La miré.
—Los dos cabían en la tabla.
—Sí, pero no hubiera sido poético.
—¿Qué cosa?
Ella miró el techo y juntó las manos sobre el vientre, tenía una nariz pequeña y respingada y sus labios siempre estaban sonrojados.
—La muerte de Jack —susurró—. Creo que toda muerte es mística, pero la muerte de un joven es como... —Se encogió de hombros y suspiró, su pecho se hinchó y bajó lentamente—. Es como la nota de un violín, suena triste, pero es bella, es como una caricia sobre una herida, duele y a la vez se siente bien.
Esa chica estaba loca.
—Jack se perdió de un montón de cosas, él disfrutaba la vida y la perdió, toda su belleza, su atractivo, su frescura, su espíritu aventurero... se desvanecieron para siempre. Como si le hubieran puesto un botón de pausa y luego jamás lo reanudaran. Jack jamás experimentó el deterioro de la vejez, ni todos los pensamientos que vienen con ello. El Jack maduro y adulto jamás existió. Él vivió sus mejores años y desapareció del mundo. Como si fuera Peter Pan.
—¿Peter Pan? —pregunté.
Ella se incorporó rápidamente, apoyando el peso de su cuerpo sobre sus codos, me observó asombrada.
—¿Estás bromeando de que nunca oíste hablar de Peter Pan? —había verdadero entusiasmo en sus ojos.
Era bonita cuando sonreía, pero desde que desperté no había visto verdadera vida en sus ojos.
—Querrás decir que no recuerdo nada de Peter Pan.
Su mirada se volvió seria, se desplomó de espaldas otra vez, a mi lado.
—Es cierto —Sonrió con pena—. Puedo contártela si quieres, pero lo haré como yo quiero, como yo veo la historia.
—Adelante.
Me daba igual.
—Al antiguo Dan le encantaba, él decía que se sentía identificado con Peter Pan porque a los dos les aterraba la idea de envejecer.
No sabía que Dan le temía a la adultez. Yo hubiera dado lo que fuera por envejecer con Mirlo, era una de las razones por la que ansiaba la vida. Quería casarme con ella y tener hijos o adoptarlos o lo que fuera que hiciéramos cuando fuéramos grandes.
—Es así, un niño que no quería ser adulto vuela hasta una estrella y se embarca en otro mundo donde hay hadas, sirenas, piratas y otro montón de maravillas. En ese mundo van a parar las cosas perdidas si nadie las ha encontrado por siete días. Es la tierra de las cosas perdidas, la Tierra de Nunca Jamás. Y en ese lugar él no puede crecer. Es como su paraíso, pero en realidad no, es su cárcel, porque se lleva niños del mundo real para que lo acompañen, vivan aventuras y se diviertan para toda la eternidad. Pero cuando lleva una niña su mundo se pone de cabeza. A ella le gustan los hogares, la supervisión de adultos y la idea de crecer. Ella se lleva a todos los demás niños y le pide que se quede en el mundo real y envejezcan, pero él no quiere. Le tiene mucho miedo a envejecer, es algo que desconoce y no quiere conocer. Al final, después de un tiempo, al visita y la casa de la niña encuentra a una adulta, esperando junto a la ventana. Peter se niega a creer que Wendy, así se llamaba la niña, creció. Y vuelve a su mundo de cosas perdidas, y él termina siendo una cosa perdida más.
Pensé en ese mundo y resultaba divertido porque al igual que Peter yo también estaba perdido, pero a diferencia de él no había podido ir a ningún mundo maravilloso.
—Así que —concluyó ella con la voz dinámica—. Ese lugar mágico para él termina siendo como una trampa porque regresa y está solo, siendo un niño para siempre, mientras Wendy murió en el mundo de los humanos. Y él cree que ese es su paraíso, pero en realidad es su cárcel. Peter jamás podrá ser enteramente feliz.
—¿Es una historia de niños?
—Las historias de niños nunca fueron hechas por niños, son producto de una mente adulta, de un escritor turbado y aburrido ¿Por qué serían para niños entonces?
—¿Dices que Dan le tenía miedo a envejecer? —pregunté contemplando el techo, era liso, de yeso, no tenía arrugas.
—Él se lamentaba siempre de eso —concordó con añoranza.
—Yo quería envejecer ¿Sabes? Con Mirlo, o eso creí.
Ella me miró, se acostó de lado para que nuestras miradas se enfrentaran.
—¿Querías envejecer con alguien?
—Sí.
—Qué romántico —suspiró—. No es poético como la muerte de alguien joven —admitió—. Pero es romántico. Es una pena que ella no exista —comentó con tristeza.
—Lo sé, pero eso me hace desear no existir yo —lo dije en voz alta para no volver a tentarme con las pastillas.
—Lo siento —sonaba sincera, la vida en su mirada fue apagándose como una vela perturbada por el viento—. Ojalá alguien me quisiera como tú quieres a esa chica.
—¿No hay nadie especial para ti?
Aunque no la sentía como mi prima, me hervía la sangre el solo pensar que en esa ciudad ella estaba tan sola como yo.
Kathie rio.
—Para mí sí, siempre, pero yo no soy especial para nadie. Está bien, eso de amar y no ser amado, prefiero esto a no amar en absoluto —Puso los ojos en blanco—. Lo siento —Se cubrió la cara con una mano—, no debería hablar de esto, papá me dice que solo te comente cosas alegres, sabe que puedo ser muy melancólica. Es que solía hablar mucho con el viejo Dan y —Se encogió de hombros—, necesitaba una charla, pero creo que no es el momento.
—Ya, está bien. Me estoy divirtiendo aquí.
Se enderezó otra vez, apoyándose sobre los codos y hundiendo el colchón.
—¿De verdad? —preguntó recelosa.
—S-sí, sí —contesté intimidado por su mirada penetrante.
—¿Quieres ver otra película?
—Está bien.
Me pasé casi toda la noche hablando con Kathie, viendo películas o comentando sobre mis dibujos y los del antiguo Dan.
Sugirió que dibujaba mal por las medicinas. No le creí.
Pero fue amable conmigo y yo fui gentil con ella.
Incluso Kat, así comencé a llamarla, me preguntó del mundo de afuera, dijo que podía hablarle de eso, que no me tomaría como un demente.
Fue extraño porque aquello me hizo hablar como si fuera Hydra Lerna, le dije de la biblioteca, de la ciudad Mine, de mi niñez, de que estaba preparándome un traje para simular ser un licántropo y que lo había dejado en mi mochila. Hablé del basurero cerca del mecánico donde pasaba las horas, de Rudy y Milla y de mi odiosa prima Neso. Rio y dijo que la había inventado por ella, confundí mi relación con Kat y creé una prima molesta en el mundo de los lobos, pero le juré que era cierto y que Neso no se parecía a Kat en nada.
Y luego, cuando amaneció, continuamos hablando de otro montón de cosas. Ella me escuchó atentamente y decía que le sorprendía la precisión de detalles que podía darle. También me habló del antiguo Dan, de su vida. Me confesó que le gustaba tejer flores de lana o de fibra de metal, ese era su pasatiempo. Tenía notas esplendidas en la escuela y la terminó con honores, trabajaba embutiendo latas desde los quince, estudiaría ciencias económicas en la universidad, pero habían pospuesto el semestre así que nunca inició la profesión. También dijo que, a veces, cuando terminaba su turno en la fábrica solía cantaba en un bar.
Pero siempre que podía incluía a Dan en su conversación. Me di cuenta de que no sólo era su primo, era su mejor amigo, de verdad, por lo que hablaba era la persona a la que más quería.
Me gustara admitirlo o no, había bajado defensas, esa voz insistente en mi cabeza terminó de morir y no le hice funeral, quedó pudriéndose, sobre la tierra expuesta, sin fosa ni ceremonias que la despidieran.
Y cuando inició el quinto día tenía mi primera amiga humana en la Ciudad de Plata.
Una Wendy en mi tierra de Nunca Jamás, y aquella cárcel, al igual que la de la historia, estaba a punto de ponerse de cabeza.
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