61


El resto del día transcurrió sin que me importara demasiado lo que pasaba.

Arno Mayer y Andrew Carnegie fueron hasta la casa de Dan. Ellos se sentaron en la mesa y me hicieron prometer que no sería agresivo otra vez porque de otro modo tendrían que internarme en un hospital donde curaban heridas invisibles.

Les dije que quería irme de la ciudad otra vez, si regresaba al exterior podría encontrar a mis amigos con la ayuda de la manada, pero me respondieron que eso era imposible. Mi esperanza murió al instante, estaba en una celda, no una ciudad. Tenía que valérmelas por mí mismo.

Los observé rabioso del otro lado de la mesa y lo prometí. No sabía qué otra cosa hacer. Me resultó extraño que actuaran como dos colegas después de que Deby me había dicho que entre ellos existía tensión y que siempre se estaban cabreando el uno al otro.

Me dirigí a la habitación y deslicé un ropero para bloquear el acceso de la puerta. Del otro lado escuchaba que los dos hombres desenfundaban los muebles cubiertos por sábanas, un aroma a polvo proliferaba en todo el lugar. Arreglaban la electricidad y todo lo demás para que la casa estuviera habitable otra vez. Oprimí los puños.

Yo no podía vivir en ese lugar, bajo tierra, tenía que regresar al bosque con mi manada. Pero ya no sabía a qué regresar. Mirlo. Yunque... Ceto.

Tenía que estar vivo, era mi hermano, no podía morir, no podía ser asesinado ¿Por qué nunca le había dicho que lo quería?

Cuando estuve solo en mi habitación comencé a buscar entre el lío que había dejado. Pero ya no intentaba encontrar pruebas de que fuera Hydra Lerna, quería encontrar algo que reconocer, algo que me indicara que me había vuelto loco, que era Dan Carnegie. Porque sentía que no era ni un tipo ni el otro. No era nadie.

Los dibujos no me decían nada. Tormentas ¿Me gustaban las tormentas? Era algo irónico, por supuesto, eran la razón por la que la gente buscaba refugio. Pero tal vez Dan se había ofrecido a ir arriba por la misma razón, tal vez su sueño era ver una tormenta. Como la aspiración de Víctor era sentir la lluvia. Eran tan sentimentales.

Suspiré y me pasé otras dos horas revolviendo todo en busca de indicios, hasta que uno de ellos comenzó a correr el mueble.

Era Andrew, el vicepresidente, mi tío. Recorrió con aire juicioso toda la habitación hecha trizas, me vio sentado en la cama con los papeles abriéndose en abanico bajo mis pies y zarandeó con indecisión sus brazos.

—Te preparé algo para cenar.

—No tenías que hacerlo y no tengo hambre —contesté sin despegar los ojos de los bocetos.

—Deberás entretener con algo el estómago después de estar tanto tiempo a base de medicinas y suero. No aceptaré un no por respuesta, vamos, Dan, actuemos como adultos.

No quería ser un adulto, la mayor parte de mi vida había sido un niño. Llevaba menos de dos años como un adulto. Y tenía que admitir que me sentía solo y asustado en ese lugar, la agresividad solo era un vano intento de ocultar todo eso: mi terrible pánico.

Suspiré, me puse de pie y lo seguí.

Mi habitación estaba en el piso de abajo, en el comedor había una escalera que conectaba con el resto de las habitaciones. Nunca había subido, no sabía lo que había arriba, sin embargo, podía cerrar los ojos e imaginar que estaba en la residencia de Betún como si nunca me hubiera ido. Conocía cada rincón en la casa de Betún, cada recoveco y donde estaban guardadas las cosas. Pero esa estructura, mi supuesto hogar, era tan novedoso para mí como un mapa de otro planeta.

La casa parecía otro lugar, era muy diferente a la sala en la que había estado hacía unas horas. Había barrido los cristales de las decoraciones que había roto y había colgado otra vez las fotografías.

Él me llevó hasta la mesa, una alargada, a poca distancia del suelo. No había sillas, sólo almohadones alrededor de la tabla pulida.

Katherine estaba sentada con aspecto turbado, cruzando sus piernas en un nudo. Tenía la mirada pérdida en su plato cuadrado y estaba atemorizada como si se armara de valor para hacer algo terrible. Raía nerviosa y perturbada le mesa con el tenedor, pero cuando me vio llegar todo eso desapareció. Sonrió. Aunque aún perduraba la pena en sus ojos, era imposible de ocultar, como cuando tratas de encerrar con tus manos la luz de una linterna y el destello vuelve tu piel de un fulgurante color rojo.

Estaba vestida con una falda de plata y una pequeña remera que le cubría los pechos, el resto de su atuendo eran cuerdas, cinturones o brazales en los que cargaba desde armas, a saquitos con cosas, ligas o identificaciones.

Luego de sonreírme Kathie depositó nuevamente la mirada en el plato. Debía de tener unos dieciocho o diecinueve años. Me resultó interesante ver cómo reaccionaría ante una disculpa mía.

—Lo siento por ser tan grosero contigo —Cerré un puño en el lado lateral de mi careno y lo abrí como si representara una explosión—. Es que no sé muy bien qué está pasando acá dentro.

—Ya —dijo ella con voz frágil, sin mirarme a la cara.

Estaba incómoda, me regodeé por aquello y luego me sentí horrible y victorioso porque me estaba convirtiendo en la persona que nunca me había gustado ser.

—Nos quedaremos esta noche contigo —informó Andrew—. Dormiremos en las habitaciones de huéspedes. Es lo que hace la familia, está en las buenas y en las malas.

—Ya — dije sin mirarlo a la cara, ahora era yo el que estaba incómodo.

La cena era caldo y fue ingerida en silencio.

Lo cierto era que estaba hambriento, de verdad parecía que mi estómago no digería nada hace una semana. Lo engullí todo rápidamente y me odié por tener que servirme una segunda vez. Cuando terminé me fui, Rudy pensaría que era una falta de respeto no ayudarlos con los trastos porque esas son cosas que la familia hace, se ayudan con lo que sea. Y ellos no eran mi familia.

Fuera o no cierto que había enloquecido, no los quería como familiares, no me importaba si su sangre corría por mis venas. Y si me había ido de la ciudad, si me había embarcado en una misión suicida, que no recordaba, entonces tampoco me importaban mucho desde un principio. No abandonaría a alguien que amaba, eso sí sabía de mí, yo era leal y la familia para mí no era un juego. Pero si era Dan significaba que, para irme de la ciudad, los había dejado a todos porque nunca me importaron.

Cuando estaba en la habitación, tratando de imitar los dibujos y dándome cuenta que no podía, que la persona que había hecho los bocetos era alguien con más talento artístico que yo, entró Kathie a la habitación. Ella se recostó contra el marco de la puerta, entonces me percaté de que me había olvidado bloquearla.

Noté que en realidad nunca había llevado una falda, solo pantaloncillos cortos y una remera que revelaba su vientre delgado, todos allí parecían mal alimentados o muy ejercitados. Su cabello rojizo lo tenía sujeto en un despeinado nudo. No nos parecíamos en nada, ella era mucho más blanca que yo. Kathie jugueteaba con una piedra que le colgaba de una cuerda del cuello, la observaba entre sus dedos, era oscura como la obsidiana y puntiaguda como un colmillo.

—Cuando te fuiste me diste esto —dijo ella alzando la piedra en la distancia que nos separaba, pensativa, como si no estuviera conmigo en esa habitación, como si estuviera en el momento del que hablaba—. Me dijiste que imaginara que era carbón.

—Bien, imagínalo en la habitación de huéspedes —contesté cernido sobre el dibujo de un huracán que no me estaba saliendo para nada similar al de la pizarra de la pared.

—¿Sabes por qué? —prosiguió ella.

Suspiré y puse los ojos en blanco, estiré el cuello hacia atrás hasta que mi cabeza tocó mi espalda y bufé. Tiré la libreta y el lápiz que sostenía a sabiendas de que, de todos modos, no podría igualar uno de aquellos dibujos. Mis trazos eran más desgarbados y furiosos, para nada pacientes.

—Me dijiste que el cabrón es combustible y puede propagar fuero y... y aunque todo es combustible para el fuego, incluso tú y yo podemos arder, el cabrón es el único que fue utilizado por máquinas o chimeneas. Es el único combustible buscado y explotado, el oficial, como si esperaran mucho de él. Querían que él hiciera algo que puede hacer todo el mundo, la madera, el papel, los animales, los huesos y el plástico. Pero aun así la gente continúa explotando el carbón y llegó el día que se acabó porque es un recurso no renovable. Me dijiste que jamás dejara que me trataran como carbón. Me susurraste que si tenía que consumirme para hacer fuego que lo hiciera para quien o para lo que yo quisiera. Que valía la pena consumirse por algunas cosas.

Aunque la quería lejos no pude evitar sentir compasión de su historia, consumirse era sinónimo de morir. Dan le había dicho que él prefería morir como él quería a que vivir como los demás esperaban de él. Pero se suponía que yo era Dan y no había muerto, había regresado loco y con una historia disparatada.

Eso no tenía sentido y cada vez que pensaba que Hydra Lerna era un humano del exterior y que no era yo me daban ganas de llorar. Quería la vida de Hydra Lerna, criándose ingenuamente entre licántropos, gozando de todas las maravillas del exterior, sin tantas responsabilidades. Quería mi vida de regreso.

Pero por suerte yo era de los que no lloran fácilmente, y ni siquiera perder mi entorno me había hecho derramar unas cuantas lágrimas, en el fondo quería sollozar hasta que se me cayera la cara, pero no podía. La ira lo ocupaba todo, la furia de sentirme tan timado, toda una ciudad me estaba engañando y viendo como un idiota. La rabia y el pánico me saturaban.

—Hago esto por Dan, por nada más ni nadie más —susurró—. Le prometí que le sería leal y eso es lo que hago al hablarte.

—No me interesa lo que digas —Me fui acercando hacia ella con lentitud—. Lo único que me causas es vergüenza, así que vete de una vez. De la casa o de mi habitación, me da igual, mientras no te vea revoloteando por ahí como un bicho molesto.

—No me asustas —amenazó alzando la barbilla para verme a los ojos—. Así que ya ve abandonando ese jueguito de chico malo.

—Lo que están haciendo conmigo es un juego muy macabro —dicté—. Los únicos malos aquí son ustedes.

Ella sonrió de forma sarcástica.

—Me vas a decir que todavía piensas que eres Hydra Lerna —No molesté en responderle y ella prosiguió hablando con calma—. Voy a darte una oportunidad, por el Dan que me regaló esto, por mi mejor amigo y mi primo, no por lo que tú eres. Aquel Dan me dio el mejor recuerdo de mi vida. Así que te daré una segunda oportunidad. Pero tú también deberías darme una segunda oportunidad.

Meneé la cabeza, y corrí la cortina de cuentas.

Iba a sitiar la entrada, pero pensé en la posibilidad de que me encerraran, por el momento no quería eso. Necesitaba estar libre para hallar a mis amigos, aunque no supiera por dónde empezar.

Mi cabeza decía que lo hacía por supervivencia, pero en el fondo de mi conciencia sabía que no actuaría como loco por Katherine. Porque ella merecía que la persona que le proporcionó el mejor recuerdo de su vida no le diera también el peor recuerdo de su vida. Aunque no me gustaba reconocer que era tan compasivo.

Siempre había odiado eso de mí. De Betún. Éramos demasiado compasivos por eso éramos los marginados de esa sociedad. En el mundo de los humanos alguien inútil para la sociedad era un individuo adicto a las drogas, un delincuente o un loco, pero en mi mundo éramos nosotros: los débiles.

Me fui a la cama mirando por la ventana, el cielo estaba negro, habían apagado las luces y se veía el oscuro firmamento rocoso de la caverna. Pensé que estaba como en un ataúd, no porque estuviera encerrado en una ciudad-bunker, muchos metros bajo tierra, sino porque estaba encerrado en mi cabeza, era esclavo de lo que pensara.

Desde pequeño me había dicho a mí mismo que si no tenía a nadie me tenía a mí, pero ahora no podía contar ni siquiera conmigo. Nadie me era leal, estaba completamente solo.

Y por el momento no quería pensar en nada, así que me dormí deseando, por un segundo, no ser nadie más que un recuerdo en la memoria de personas desconocidas. 

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