56

 El doctor había entrado y no había podido terminar mi charla con Deby.

 Pero cuando ella se había marchado me había mirado como si tuviéramos un secreto entre ambos, un trato.

 El resto del día estuve escuchando charlas médicas y conferencias políticas en el hospital de plata. Me preguntaban muchas cosas como dónde estaban ubicadas las bases espaciales, me preguntaban por qué vivía tanta gente fuera del planeta y no dentro. No terminaban de comprender la idea de respetar a la naturaleza, al parecer creían que todos debían respetarlos a ellos o algo por el estilo. Se reían cuando les dije que vivir en una nave y tener una hermosa vista era mejor que vivir en la tierra y tener un mar sucio. A pesar de que traté de explicarles que a los licántropos no les importaba dónde vivían mientras estuvieran con su manada, no me entendieron.

 También me interrogaron acerca de cómo eran las cosas arriba, cómo funcionaban las instituciones políticas, educativas y médicas.

 Luego el resto del día fueron agradecimientos.

 Básicamente todos me daban las gracias con los ojos llenos de lágrimas diciendo que les había salvado la vida y que nunca lo olvidarían. Lloraban demasiado para mi gusto, los veía como unos seres húmedos y mocosos.

 Me estrecharon calurosamente la mano tantas veces que comencé a saludar con una ligera inclinación de cabeza porque ya me había cansado de repetir tantas veces «De nada» «No hay de qué» «No fue nada».

 A la tarde la doctora Verónica Martin me encontró escondido en la cafetería del hospital.

 El comedor tenía un gran ventanal en el cual se veían las dársenas del río y la ciudad en su pleno apogeo, el cause de agua se percibía oscuro, las luces que simulaban el cielo estaban naranjas representando un atardecer. Había algunos botes amarrados en el puerto y pequeñas tiendas de campaña que eran negocios ambulantes. Los destellos anaranjados de alguna manera me pusieron triste, porque en el fondo sabía que estaba muy lejos de mi hogar.

 Siempre había pensado que tomarme un respiro de los latosos de Betún me haría sentir feliz, pero ahora que lo había hecho no hacía más que extrañarlos. Estaba destrozando un vaso descartable de café, con la cabeza apoyada en el dorso de mis codos, mirando el comunicador encendido que tenía en el regazo cuando la doctora se sentó a mí lado con dos tazas de café.

 Había tratado de contactarme con mis amigos toda la tarde, pero no había obtenido respuesta de su parte, no sabía si algo andaba mal o si debía preguntar al presidente por ellos o sin saberlo los metiera en un aprieto al tratar de ayudarlos. Sabía que estaban espiando a los humanos, tal vez se habían arrepentido de vigilarlos, tal vez...

 Levanté lentamente mi cabeza a sabiendas de que mi cabello estaba mal peinado y mis ojeras eran dos manchas que contorneaban unos ojos. Dos manchas que dilataban un sentimiento amargo y coronaban una mueca de disgusto, marcada por mis labios. La doctora juntó ligeramente la barbilla con el cuello como si le asustara mi aspecto perturbado.

 Pero sonrió prestamente con amabilidad y comenzó a contarme sobre lo que me hacía diferente. Dijo que el virus que generaba la licantropía actuaba similarmente al procedimiento CRISPR, que se utiliza para la edición de genes (agregando, interrumpiendo o cambiando las secuencias de genes específicos) y para la regulación génica en varias especies. Pero dijo que mi secuencia genética parecía hecha de roca, no se podía retirar nada ni alterar, por lo cual había nacido completamente humano.

 —Es como si tus células hablaran su propio idioma.

 —Vaya ¿Y soy el único?

 Su rostro se ensombreció.

 —Había más inmunes antes de que la Ciudad de Plata existiera, cuando el virus tuvo su primer brote, pero fueron devorados por las bestias. Fueron épocas oscuras, los humanos se atrincheraban detrás de murallas, creyendo que estaban seguros, sin embargo, lo único que hacían era almacenarse como ganado en un matadero. No eran ciudades eran corrales que atacaban los licántropos, devoraban a elección generalmente carne blanda como niños, les quedaba un poco de inteligente, supongo, porque atacaban de noche, comían y se iban. Luego diferentes gobiernos se apresuraron a construir la ciudad subterránea, pero para entonces no quedaban inmunes.

 —Vaya.

 —Lo tuyo es una alteración genética perdida. Solo era cuestión de tiempo a que el gen se repitiera nuevamente y naciera otro inmune.

 —Un doctor licántropo me explicó algo de eso —intervine—. Dijo que había hijos que no tenían las características de sus padres, como gente blanca que tenían padres negros o al revés. Que a veces algunos rasgos genéticos permanecen perdidos o dormidos por un tiempo vuelven a aparecer.

 Ella bebió un poco de su café, asintió con un movimiento rítmico como si oyera música.

 —¿Crees en la evolución?

 Escondí la radio entre mis piernas y traté de concentrarme en la conversación, rodeé el vaso de plástico con mis manos, estaba caliente.

—¿La qué?

—Ah, supongo que son religiosos y no creen en eso ¿Jamás escuchaste hablar de la evolución? —inquirió con cautela y cuando vio que negaba con la cabeza se entusiasmó—. La evolución dice que un organismo está como está ahora porque atravesó una serie de cambios... Hay muchas teorías, una de ellas, explicado a grandes rasgos, dice que había un organismo primero, único, que fue mutando y reproduciéndose. Que todos venimos del mismo ser vivo, por eso en parte todos los embriones al principio se parecen, hay rasgos por allí perdidos.

—¿Ese organismo primero sería como una suerte de dios?

—Algo así.

—¿Pero en ese caso yo tengo genes de pez?

Ella rio.

—No tan así, pero podrías tener de otro mamífero ¿Por qué no de lobo? A decir verdad, son cosas que seguimos investigando. Lo que ahora importa es volver al humano inmune a los ataques de la enfermedad que altera nuestra secuencia genética. Cuando sintetice lo que te hace especial —Aferró su taza con ambas manos—, podré salir de aquí, Hydra.

—Podrán hacerse inmunes —dije esbozando una sonrisa.

—No solo eso, hasta creo que podría fabricar una cura.

—¿Qué?

Ella rio.

—Sólo estoy bromeado. Los doctores también tenemos sentido del humor ¿Sabes?

—Ya...

—Por dios... dioses —Ella se acomodó en la silla, noté que tenía un collar con una cruz en el cuello, esa cruz estaba en casi todos lados—. Lo olvidé —dijo—. Ustedes tienen varios dioses. No puedo creer que agarraron todas las religiones que había en el mundo y se crearon una sola.

—Los que fundaron el nuevo mundo creyeron que así sería más fácil, además de que no se imaginaban que podía haber tantas religiones. Agarraron antiguos libros y biblias y pensaron que era la misma religión sólo que varias literaturas de lo mismo, diferentes formas de contar una misma historia. Después de todo, si lo piensa bien cada religión tiene un cielo y un infierno, llamado de formas diferentes. Y casi todas tiene el diluvio. Creyeron que era una única religión con varios dioses supremos, menores, ángeles, demonios y no sé, reglas.

Ella sonrió meneando la cabeza.

—Desearía estar arriba.

—Sí, yo también.

La doctora se puso de pie. Repiqueteó sus dedos en la tasa y me observó indecisa como si de repente fuera a irse, pero dudara en prolongar la conversación.

—Hydra... hay cosas que no debería decírtelas ¿Sabes? Hay confidencialidad en todo proceso burocrático, pero... —observó por encima de su hombro.

La cafetería estaba casi desolada, había algunos humanos enfermos dando vueltas por allí, unos cuentos doctores de turno y gente de limpieza trapeando mecánicamente el suelo. Tenía puesta la capucha para que no me vieran, pero intuía que todos sabían quién era por la ropa de algodón ya que ninguno me sacaba la mirada. Ella colocó las manos abiertas sobre la mesa, extendió los brazos como si quisiera formar una barrera y se inclinó, muy cerca de mí.

—Sería una falta de gratitud que no te lo dijera —continuó hablando, pero en susurros casi inaudibles, la cruz colgaba de su cuello y se balanceaba, la luz naranja del atardecer falso reverberaba en el metal—. Tú... em, tú eres...

Un doctor la llamó desde la puerta de la cafetería, la de la barra en donde servían comida, alzó la mano y gritó:

—¡Doctora Martin, la necesitan!

Ella se volteó rápidamente y fue hacia el llamado sin mirar atrás ni una vez, sin despedirse como si no quisiera verme a los ojos.

Me quedé solo con una radio apagada en el regazo y una duda encendida en mi cabeza..

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top