54
Del otro lado había una mujer de mediana edad.
Su cabello corto, por el hombro, era de color rojizo, tenía algunas arrugas contoneando sus ojos cafés y vestía una bata. La mitad de su despacho parecía un estudio alfombrado con bibliotecas y esquemas de ADN a escala; la otra mitad consistía en un consultorio médico de azulejos blancos, una pantalla negra que se asemejaba a las ventanas en los interrogatorios, una camilla estaba al margen de la pared y una placa de operaciones en el centro, al lado de una mesilla con artículos extraños y punzantes. Cerca había un dispensario con medicamentos y muestras. Casi todos los muebles eran de madera, a diferencia de la metálica ciudad.
Pensé que estaba en una trampa y me resultó cómico el tener la certeza de que iba a morir y no preocuparme en lo absoluto.
—¿Todo en orden Hydra? —preguntó la mujer, inclinándose de costado con las manos escondidas tras la espalda—. Puedes acercarte si quieres.
—¿Va a matarme?
Ella rio, pero estaba desconcertada.
—No y teniendo en cuenta en lugares donde nos criamos creo que tú me matarías a mí en una pelea.
Lo dudaba, siempre había sido frágil.
—Vi el patio en el colegio —declaré—, eso parecía entrenamiento.
Ella se acercó sigilosamente hacia mí, bordeando su escritorio, levantó un hombro desinteresadamente y volvió a sonreír con ligereza.
—Bueno, todos en la Ciudad de Plata tenemos nuestros secretillos ¿O no? —Me agarró del hombro y me invitó a sentarme en la camilla.
Me gustaba su voz. Era suave, como debería ser la de una madre cuando te dice que te ama o la de un padre para despedirse de ti si se va a suicidar. Era la voz que encontré solo en Milla y Rudy.
Me encogí de hombros y me encaramé a la camilla, recostando con desgana mi espalda en la pared de yeso.
—No pude presentarme con propiedad, soy la doctora Victoria Martin —Ella me estrechó la mano y la meció enérgicamente—. De verdad me hace sumamente feliz, no puedo explicar —Tomó aire—, no puedo explicar la alegría que siento. Estoy enérgica. Creí que moriría sin llegar a ver este día —Sus ojos se llenaron de lágrimas de gratitud.
Ese día todos lloraban a mi alrededor. No sabía qué hacer así que me encogí de hombros otra vez, se vio descortés, pero ella sonrió como si le resultara divertido. Parecía que podía comportarme como un cretino con los humanos y ellos me perdonaría con ciega admiración. Se acercó al dispensario, cogió una jeringa y me pidió permiso con la mirada.
—Quiero tomarte unas muestras, Hydra —comentó agitándome la aguja cerca de sus ojos.
Yo era la persona que más conocía a las jeringas después de su inventor, asentí sin miedo, ella se acercó. Se sorprendió un poco al ver que tenía muy pinchadas las venas y la piel alrededor estaba como una flor negra y hundida, dilatándose en el sector de intravenosa. Ella acarició los moretones con las yemas de sus dedos enguantados en goma.
—Creían que estaba enfermo antes de llegar a la conclusión de que era humano —expliqué.
—¿Te dijeron exactamente por qué eres humano?
Negué con la cabeza, ella rodeó mi brazo con una cuerda de goma y extrajo la sangre mientras yo hablaba.
—No, Termo Ternun quiso hacerme pruebas, pero me fui antes que lo intentara. No somos muy aficionados a resolver misterios científicos —expliqué, ella arqueó una ceja cuando oyó que me incluía en el grupo de los licántropos, somos—. Ni siquiera se sabe por qué somos licántropos, qué es lo que hace el virus o si es un virus, dicen que es acto de los dioses y ya, ellos nos lo explicarán luego, cuando quieran.
—¿Podrías quitarte la ropa?
Sonreí de lado mientras empezaba por las botas.
—Mi novia se pondría celosa...
De repente tres hombres, de edad avanzada, irrumpieron en la habitación, todos con batas. Uno era petizo, el otro delgado y moreno y el último regordete y con bigote. Los dos primeros llevaban carpetas con un montón de papeles y anotadores, el hombre gordo traía en su mano un tubo chato de luz floreciente que zumbaba. No quité los ojos de aquella luz, era un objeto que no conocía y me ponía nervioso.
—Tranquilo, ellos son mis colegas, nosotros queremos echarte un vistazo —comentó la doctora, plantándose en medio de todos.
Asentí. Los colegas me estrecharon la mano encomiándome por mi valentía, mi destreza al llegar hasta allí, mi resistencia al haber aguantado tanto tiempo entre bestias y por otro montón de cosas que no había hecho.
Me quedé en silencio, ellos eran más pálidos que el resto de la ciudad como si ni siquiera se hubieran asoleado bajo el falso sol que proyectaban el techo de la caverna.
—¿Qué decías de tu novia? —inquirió la doctora Martin.
—Nada. Mejor vayamos al grano ¿En qué podría ayudarlos? A decir verdad —Observé la puerta—. Es una lástima que se haya ido el gober... presidente porque mis amigos y yo queríamos que pudieran... salir algún día de aquí. Afuera hay un mundo que los espera, aunque no crean —finalicé lamentando que Cet, Yun y Mirlo no estuviera allí con su idealismo cautivador.
Ellos eran mejores explicando tratados de paz porque todos deseaban y creían que algún día pasarían. Por mi parte, cada vez me estaba convenciendo más de que las personas de esa ciudad no querían salir, al menos no por las buenas.
—Precisamente por esa razón queríamos hablarle —continuó haciéndome ademán de que me quitara la ropa, lo hice mientras ella se dirigía a su colega, tomaba gentilmente el tubo de luz y caminaba hacia mí—. Tenemos la tecnología suficiente para saber qué te hace diferente, de hecho, creemos ya saberlo y una vez que lo confirmamos deseamos extraerte, sintetizar aquel carácter.
—¿Perdón?
—¿Puedo tomarte un escaneo?
Dudé, ella sonrió pidiendo por favor con los labios, asentí.
La mujer se acercó e hizo viajar el tubo de luz de un extremo a otro de mi cuerpo, a escasos centímetros de mi piel, como si estuviera un aeropuerto y me realizara el cacheo con el detector de metales. El tubo zumbaba y despedía un poco de calor. Luego se acercó a la pantalla oscura, enganchó el tubo de luz en la parte superior, la encendió y en ella se proyectaron una serie de resultados. Uno de ellos era una radiografía de mi cuerpo entero.
—Tienes unas siete fracturas que nunca sanaron correctamente. El treinta por ciento de tu cuerpo está cubierto de cicatrices —Los hombres anotaban cosas en sus libretas—. Al parecer te fue difícil vivir entre licántropos, demasiado diferente al resto, eso debió doler —continuó observando el escaneo—. Estás anémico, tienes cortadas varias partes ahora, necesitan sutura, cómo ¿Cómo te hiciste lo de la cabeza?
—Le enseñé a nadar a Runa —rememoré cuando ella clavó sus garras en mi cráneo el día de la ceremonia.
—Pues eso necesitará sutura también, lleva así una semana, podría infectarse —Señaló una parte de mi cabeza en la pantalla—, moratones en todos lados...
Observé mi piel cubierta de manchas violetas, amarillas y verdes, había dado por sentado que así era la piel de un humano. Manchada. Pero ellos no tenían manchas... moretones oscuros como los míos. Ahora la respuesta se veía tan evidente que me sentí profundamente tonto. Tragué saliva y ella continuó observando la pantalla, colocó sus manos sobre algunas estadísticas, el hombre regordete y el petizo se adelantaron e inspeccionaron junto con ella.
—Cogiste pulmonía más de una vez ¿Verdad? La primera fue cuando eras pequeño.
No sabía cómo podría haber adivinado eso, era como si hiciera magia ¿Si eran tan inteligentes por qué seguían encerrados?
—Sí, caí... me tiré a un lago congelado.
—¿Más niños se tiraron?
—Sí, digo no —Bufé y restregué mi cara—, pero hubieran salido casi ilesos si se tiraban. Allá no sabían qué enfermedad me picó, a los licántropos no les da pulmonía, hay muchas enfermedades humanas que ellos no padecen —expliqué y pensé en los libros que había leído con Maestro—. Por ejemplo, cáncer, anemia... gripe.
La doctora me observó con atención. Sus colegas me agradecieron muy contentos por la información y comenzaron a anotar en sus libretas. Ella asintió, cavilando mientras observaba con aire místico la pantalla. Se volvió a sus compañeras y comenzó a murmurar con ellos en inglés, luego se volteó hacia mí con las manos en las caderas como un alguacil vigilando su distrito.
—¿Podrías ir a la sala contigua a que te tomen unas muestras de ADN? —solicitó gentilmente.
—¿Qué?
Mi radio emitió un sonido de interferencia, todos miraron disimuladamente y con curiosidad, el parlante del comunicador entonó la voz de Yunque:
«Hydra ¿Estás ahí? Cambio» «Vamos Hyd, necesitamos decirte algo muy importante, tiene que ver con los humanos» sonó interferencia.
Me aclaré la garganta para cubrir el ruido, pero fue un intento vano.
«Hydra ¿Estás...?» «¡Dame eso!» se hizo oír una voz chillona, era Mirlo que se había apoderado de la radio «Contesta el puto mensaje, bueno para nada» me demandó.
Sonreí de lado a los doctores que me estaban mirando con interés, pedí disculpas, busqué entre mi ropa la radio, accioné el botón que me comunicaba y coloqué el parlante en los labios.
—¿QUÉ? —increpé violentamente.
Hubo sonido de estática y silencio, como si discutieran entre ellos, después de treinta incómodos segundos, se oyó la voz de Cet.
—¿Estás... estás solo? —preguntó suspicaz, casi con miedo.
—No —le respondí un poco molesto, mirando de un lado a otro el suelo como si allí pudiera encontrarlos.
Se desconectaron.
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