51
La carpa que nos prepararon estaba montada en un barco rudimentario.
Era como una caja, con el suelo plano, de modo que podíamos alejarnos de la ciudad cuanto nos gustara, perdiéndonos en las aguas y en el interior de la caverna. Era como una capsula de tela borgoña sobre una plancha de madera y con un pequeño pasillo, a modo de cubierta, que rodeaba el toldo. A decir verdad, no era como los barcos que había visto, el techo de tela estaba tendido con la forma de un cono aplastado o una carpa descomunal.
Pasamos la tarde allí, Deby se metió a la embarcación con nosotros, se alejó lo más que pudo, casi sentada en la barandilla que contorneaba la cubierta y nos vigiló a distancia.
Estaba sentado sobre una silla, mirando el entramado rojo de la vela, aburrido, convenciéndome, cada vez más, de que los humanos eran una verga. Yun dibujaba todo lo que había visto y Mirlo lo ayudaba con las referencias de la ciudad, dándole correcciones a sus dibujos, aunque trataban de animarse se veían ansiosos y frustrados... derrotados.
Ceto, luego de aburrirse mirando las fotografías almacenadas en su cámara se le acercó a Deby, ella retrocedió cuánto pudo, él traía la cámara aún en las manos.
—Eh, Deborah, a tu amigo le dijiste que querías ver el mundo —dijo.
Ella estaba conteniendo la respiración, alerta, tenía los nudillos blancos por lo fuerte que sujetaba la barandilla, asintió rígidamente y sus rizos dorados temblaron. Él se ubicó a su lado, recargando su cadera con la baranda del barco y encendió la cámara con seguridad, como si hubiese ensayado en su mente cada movimiento.
—No viajé por el mundo, pero tenemos muchas fotografías de Suelo Muerto, Mine y los paisajes que pasaban detrás de la ventanilla del tren.
Ella lo miró fijamente sin saber a qué iba.
Él encendió la cámara y comenzó a mostrarle las imágenes graciosas que había capturado a lo largo del viaje, también grabaciones de nuestra manada. Comencé a escuchar la chillona voz de Runa y Rueda en la noche de Ceremonia de Nacimiento, luego de salir del lago. Era cuando ella estaba tratando de maquillarse la cara con runas y explicaba los procedimientos que hacía como si fuera un programa de televisión o un tutorial.
Deby sonrió.
—Qué adorable.
Estuvieron varias horas así y a cada fotografía que pasaban la humana se reía más y se veía más triste. Era como si su felicidad no pudiera surgir sin un poco de melancolía.
Finalmente llegó al viaje, él comenzó a explicarle la fotografía y yo supe de cuál se trataba. Era en la que Mirlo había fingido que su puño demolía un edificio que habíamos encontrado a medio caer, sostenido por cuerdas de plomo tirantes, Yunque se había arrojado al suelo de bruces como si fuera una víctima, yo estaba encogiéndome de hombros en un rincón y el rostro sonriente de Cet levantando el pulgar acaparaba media imagen.
—¿Ese eres tú? —preguntó Deby.
—Sí —contestó chispeante y abarcó la máscara que filtraba aire con toda su mano—, sólo que ahora no me veo mucho. La tomamos cuando encontramos afuera un edificio inclinado, la chica es Mirlo, mi futura cuñada y mi rival para ascender a líder —Mirlo rio desde su lugar en el interior de la carpa naval y Deby sonrió tímidamente— y la montaña de músculos es Yun.
—La imagen es muy graciosa —comentó con la mirada perdida.
—¿Todo en orden? —inquirió Cet—. ¿Hice algo malo? Lo siento... no quiero asustar... —comenzó a irse, apagando la cámara de fotos.
—¿Por qué? —preguntó sosteniéndole la mirada.
—Por que qué.
—¿Por qué me muestras las fotografías?
Ceto infló las mejillas de aire y las dejó correr con lentitud, buscando una respuesta idónea, su voz se oía amortiguada detrás de la máscara:
—Quería que no estuvieras asustada y sola, por lo que dijo tu amigo estuviste tiempo esperándonos en la superficie, en un edificio, creyendo que ibas a morirte... pienso que no pudiste ver mucho del mundo exterior y me... me dio pena, supongo. Quería mostraste lo que yo vi.
Ella boqueó como un pez fuera del agua.
—¿Querías ayudarme?
Ceto dudó, miró el mar negro y quieto.
—Algo como eso. No lo sé, tengo alma caritativa, sueño con ser político ¿Sabes? Sé que suena aburrido —admitió encogiéndose de hombros y rayendo con la uña la barandilla del barco—, pero es que pueden resultar muy divertidas las leyes...
—Pero ustedes no ayudan —exclamó ella con escepticismo—. Odian la debilidad.
—También odio el rosa, pero cuando Rudy me regaló para mi cumpleaños una playera rosa tuve que usarla —trató.
—Pero ustedes no ayudan —insistió observándolo como si él fuera un espécimen que nunca hubiera visto.
—Supongo que piensas que soy una bestia porque soy mitad animal, pero también soy mitad humano. Además, las reglas fueron hechas para ser quebradas —contestó Cet con la voz divertida—. Y te lo digo porque quiero se político —bromeó, él no pensaba de verdad en eso.
Ella retrocedió como si sus palabras fueran demasiado para ella.
—Por favor, no vuelvas a decir eso.
—¿Por qué?
—Porque hay reglas que no puedo... no se pueden romper.
—Todo puede vencerse con valor —opinó Mirlo, desviando la vista de los dibujos de Yunque y metiéndose en la conversación—. Y también creemos eso.
—Hay algo que te inquieta, estás asustada pero ya no de mí —declaró Cet con voz preocupada—. ¿Qué te sucede, Deby?
Que el mencionara su nombre hizo que sus ojos se pusieran acuosos, pero también estaban profundos como si detrás de ellos se concentraran millones de ideas, propuestas y temores, era mucho que contener para un par de simples ojos. Meneó la cabeza y le desvió la mirada, apoyó sus codos en la barandilla y contempló el agua. Sus clavículas se elevaban notoriamente de su espalda.
—Es que afuera tuve mucho tiempo para pensar y... no, deja, no es nada —Se agarró un mechón de cabello y lo acarició bajo sus manos—. Sólo estaba pensando... cosas. Tengo la mente muy abrumada estos días, desde que salí de la ciudad.
—¿Por qué te arriesgaste? —pregunté restregándome los ojos y caminando hacia ella, a sabiendas de que no podría dormir.
Deby titubeó cuando me acerqué y se acarició el cuello, buscando las palabras.
—Quería irme, sabía que no podría regresar y que moriría fuera, contagiada o peor aún, que me transformaría... —Se encogió de hombros—. Pero tenía que hacerlo, Dan, él me lo explicó, me dijo que se fue por las cosas que venían... —se calló.
—¿Qué cosas vienen? —pregunté.
Me miró asustada.
—Yo...
—¿Qué pasa, Deby? —presioné—. ¿Quién es Dan?
Una alarma comenzó a sonar en toda la ciudad.
—Nos llaman. Debemos ir —Se marchó rápidamente por los remos, dejándonos con las preguntas en los labios.
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