43

 Después de regresar por sus cosas, hice señales de humo a mis amigos, literalmente. Coloqué sus mochilas en círculo, encendí una fogata en el centro y esperé que sus hocicos desarrollados olieran el humo.

 Era completamente de noche y una fina lluvia se descargaba sobre el claro en el que estaba sentado, esperándolos, al lado de un ciprés. No me había atrevido a entrar en el teatro sin ellos, no sabía lo que me esperaba y no quería perderlos o que ellos pensaran que me habían perdido. Pero tampoco podía dejar de vigilar el lugar, estaba alumbrándolo con mi linterna, constantemente, casi sin parpadear.

 De repente llegaron los tres, pude oír sus pisadas arañando rocas y rasguñando cortezas. Ceto tenía su pelaje blanco empapado de lluvia y salpicado de lodo, agarró su mochila con el hocico, ligeramente para no rasgarla y se perdió en un rincón oscuro, Yun hizo lo mismo, empujando torpemente un árbol. Pero Mirlo se transformó a mí lado, a ella no le molestaba que la viera desnuda en cualquier momento, le di su ropa y se cambió allí. Mientras le iba explicando todo lo que había visto, Yun y Cet escuchaban desde el interior del bosque.

 —El edificio se refería a un teatro, el símbolo característico que los humanos le daban a las obras dramáticas eran las mascaretas: una feliz y otra triste. El teatro se llama End Game, es una lengua muerta de humanos, creo que significaba Fin del Juego.

 —¡Interesante! —gritó la voz de Ceto, emergiendo con el torso descubierto—. Mirlo olfateó otro cadáver. Dile.

 Ella estaba en sostén, colocándose una remera negra de mangas largas, unos pantalones militares y un chubasquero encima. Se caló la capucha, aunque tenía el cabello totalmente empapado, se calzó las botas en silencio con expresión meditabunda y asintió.

 —Sí, era de un perro. Tenía la cabeza...

 —Explotada —concluí.

 —Son chulos —acotó mi hermano burlón, subiéndose la cremallera de su pantalón con una ropa similar a la nuestra—. Completan las frases del otro.

 —Yo tropecé con un ciervo y tenía la misma herida mortal —expliqué—. Creo que alguien los mató.

 Cet observó con sus ojos oscuros en derredor, dudó y se inclinó a mí.

 —¿Los humanos? —preguntó en un susurro casi inaudible.

 Me encogí de hombros.

 —¿Cómo mataron si no se escapan de su bunker? No lo creo.

 —Pues tarde o temprano llegaremos a ese asunto —dictó Milo calzándose los guantes sin dedos, tan característicos de ella y alzando la lanza—. Vamos a juntarnos con tus parientes, Hydra.

 De repente lo noté.

 —¿Dónde está Yun?

 —Estaba aquí hace un... —Mirlo abrió los ojos como platos.

 Me colgué la mochila y corrí hacia el interior del teatro con mi hermano y ella adelante. Las hierbas siseaban al ser embestidas por nuestras piernas corriendo. Todos comenzamos a gritar su nombre, Cet derribó la puerta de una patada mientras Mirlo y yo entrabamos por una ventana.

 Desenfundé el rifle y alumbré, mi respiración jadeaba, estábamos en una especie de recepción, solo quedaba un recibidor con una computadora y algunas pinturas caídas al piso, las paredes eran de mármol, al igual que el recibidor, en el suelo había jirones de alfombra sintética. A los lados del recibidor estaban colocadas dos amplias escaleras que subían.

 Las escalamos y del otro lado había puertas de doble hoja. Las cruzamos rápidamente y ambas cayeron al suelo cuando las bisagras en lugar de girar se partieron. Nos encontramos con Yun diciendo:

 —Woa.

 Parecía en transe, pero en realidad se encontraba ensimismado, contemplando lo más raro que me había topado en la vida.

 Cientos de filas de sillas decoradas y mohosas estaban colocadas alrededor de un escenario enorme. Incluso había palcos con más butacas, el techo abovedado estaba pintado con humanos en el cielo, ángeles y una mujer de blanco, se encontraba muy cuarteado y parecía a punto de desmoronarse, pero, por otro lado, se había conservado bien. Un escenario con el telón caído y degradándose dictaba el final del teatro, se veía como una masa oscura. La alumbramos y notamos que era enorme. Unas estructuras de metal, donde en antaño colgaban proyectores se hallaban demolidas en el suelo.

 No había vegetación en el interior. Tal vez por esa razón se había conservado tan bien. El suelo estaba alfombrando con un tapiz rojo que liberaba estelas de polvo a cada uno de nuestros pasos.

 Mirlo tocó una de las sillas, enterró la mano, la butaca chirrió, se hundió y la tela se rasgó manchándole los dedos con polvo.

 —¿A dónde te habías ido? — le pregunté, tomándolo del hombro y volteándolo.

 Él despegó los ojos del techo ornamentado con oro y otros arabescos metálicos.

 —No aguante, me metí —contestó encogiéndose de hombros, colgándose la mochila y observando la estructura asombrado.

 Ceto corrió hacia el escenario y bajó de un salto al foso de la orquesta donde había un montón de madera, sillas volcadas y cuerdas viejas que habían sido, hace muchos años, instrumentos musicales. Mirlo cogió una linterna, tomó una puerta oculta cerca del escenario, a su izquierda, y se metió en los bastidores. La acompañé.

 Las ventanas de los camerinos estaban rotas por lo cual el interior se había arruinado con las lluvias que se habían colado, no solo lluvia, nieve, ráfagas de viento, tierra, plantas. Todo, el maltratado tapiz contaba penosamente sus azotes. Lo único que encontramos en los bastidores donde los actores humanos se preparaban para la obra fue un frasquito de perfume bien conservado y restos de muebles.

 —¿Hay alguien aquí? —gritó Yun, ahuecando sus manos alrededor de la boca.

 Pero nadie respondió. Me descolgué el rifle.

 —Mejor acampemos ahí —dije señalando el foso de orquesta donde Ceto estaba hurgando entre las sillas y las cosas para ver si encontraba algo intacto.

 Fui consciente de que hacíamos un alboroto tremendo.

 Ceto encontró una flauta de metal y la guardó para enseñársela a Tiara, que amaría cualquier cosa que estuviera relacionada con el arte. Luego tomó fotografías de las antiguas pinturas del techo y se sentó en su saco de dormir a examinar las fotografías, comentando, satisfecho por cuánto le gustaría a ella. Mirlo regresaba de patrullar y Yun estaba dibujando rudimentariamente cómo se veía el lugar.

 A él le encantaba dibujar, era algo que compartía con las primas Argolla y Tiara, tenía una libreta que llevaba a todos lados y en la que se sumergía horas sin darse cuenta; solo que lo avergonzaba cada aspecto de él y ocultaba siempre sus gustos por el arte.

 —No hay nadie por aquí. Solo encontré una rata muerta. Tenía la cabeza explotada — expresó Mirlo, suspiró, se descolgó mi rifle y me lo regresó.

 Yo estaba repartiendo la cena de esa noche, pan un poco duro, cuando ella regresó de montar vigilancia y Yunque comenzó a dibujar. Habíamos plantado un campamento en la fosa de los músicos. Le di su porción a Yun mientras pensaba en la rata que había encontrado ella, sabía que estaban relacionadas las muertes, pero no podía deducir la relación. Una rata, un jabalí, un perro y un venado con el cráneo reventado, no tenían nada más en común que la muerte.

 —Oh, diablos, otra cabeza explotada —se lamentó Yun, cerrando su libreta y escondiéndola en su pecho para que nadie la viera—, de seguro hay alguien que los caza, de seguro el hombre...

 —O mujer —corrigió Mirlo.

 —Debe de tener una puntería muy afinada para dispararle siempre a la cabeza —continuó Yun, aferrando con ambas manos su porción de cena como si fuera un tesoro invaluable—. Aún más, la cabeza de una rata, es minúscula ¿Cuánto debe medir? De seguro muy poco.

 —Mide más que tu amigo cuando tiene frío —comentó Cet con una risilla, dándole un bocado a su hogaza de pan.

 Mirlo hizo una mueca.

 —¿Pueden dejar de hacer chistes de penes? —preguntó ella poniendo los ojos en blanco—. A veces pienso que debería socializar más con las chicas de la manada.

 Sonreímos un poco, pero había sido un día largo, el lugar daba miedo y no teníamos ánimos para reír. Ella todavía estaba de pie, me aparté para hacerle lugar, se sentó junto a mí, alrededor de la fogata que habíamos improvisado con el resto de los instrumentos, se abrazó las piernas y depositó su barbilla en el hueco que formaban sus rodillas.

 —Creo que Yunque tiene razón, es alarmante —susurró observando el fuego.

—Pero ¿Y si nadie les dispara? —formulé—. ¿Y si simplemente explotan?

—No sé, creo que no ganaremos nada especulando —decidió Cet con aire entusiasta como si quisiera que nos divirtiéramos, se frotó las manos y exclamó—. Llegamos al edificio ¿O no? Lo que significa que nadie nos gastó una broma y de que estamos por descubrir uno de los misterios más gordos de la nueva sociedad. Anímense.

—Todavía sigo manteniendo mi teoría de que podría ser una trampa de Servilleta Puente, un psicópata demasiado ingenioso —profesó Mirlo y bostezó—. Voy a montar la primera guardia.

Negué con la cabeza.

—Deja lo haré yo.

—Como quieras.

Rápidamente mis amigos se fueron a dormir. Me puse de pie y vigilé los palcos, los pasillos y la entrada por horas.

Cuando los párpados comenzaron a pesarme como plomo oí un sonido. Era ruido de cristales y latas revolviéndose, fui sigilosamente hacia allí. Provenía del pasillo oscuro, cerca del escenario, que te conducía a los camerinos. Encendí la linterna y entré, un diluvio se descargaba fuera, eran las lluvias de otoño, el agua era azotada por el viento y se filtraba por las ventanas rotas. Había charcos en el suelo, entres las raíces y las hierbas que creían en la cerámica cuarteada del piso, mis botas creaban una expansión en la lluvia estancada.

Avancé hacia el sonido con el corazón en la boca, pero lo que encontré fue una rata comiéndose el cadáver de roedor que había encontrado Mirlo hacía unas horas. Suspiré relajado, bajé la mirilla del rifle y regresé a mi puesto.

Las siluetas de mi novia, mejor amigo y hermano continuaba acostadas, debajo de la protección del saco de dormir, su respiración relajada era el sonido que más me agradaba de todo el lugar. Me senté en el borde del foso de la orquesta, mis piernas colgaban y se balanceaban. Saqué de mi mochila el traje que llevaba confeccionando, todas las noches de la excursión. La pechera la estaba haciendo de una tela metálica, plomo, como los antiguos chalecos antibalas humanos.

A mi espalda escuché otro sonido, un leve correteo, casi imperceptible, sobre la alfombra. Guardé todo en mi mochila con lentitud, seguro era otra rata. Me cargué el rifle y fui hacia allí, provenía de la recepción, alumbré el recibidor, pero no había nada en ese lado.

Me encogí de hombros y estaba a punto de regresar al escenario cuando una silueta apareció frente a mí. El corazón se me encogió, el sonido de la lluvia, el frío húmedo del bosque, la impresión, todo se desvaneció.

Solo quedamos el humano y yo.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top