35
Estaba en Gornis, friendo unas hamburguesas en la plancha que emitía un chispeante sonido al calentar el aceite.
Todo el mundo tiene problemas, algunos sufren porque desearían tener más belleza o que no se sienten conformes con el cuerpo que tienen. Conforme. Nunca me había importado algo tan raro como la conformidad. Vivir enfermo en un mundo de gente sana, para mí eso no existía porque, a pesar de que meditaba en todo, no pensaba en las cosas negativas, era como si las barriera bajo una alfombra.
Nunca había sido normal y eso lo sabía, ni física ni mentalmente. Lo único normal que tenía era una novia, porque la gente común se enamora y tiene una pareja. Ella ponía en orden toda mi vida.
También las personas sufren porque no tienen dinero, porque no pueden viajar o no pueden vivir la vida de fiesta en fiesta, porque deben trabajar o dedicar horas de su juventud a estudiar una carrera universitaria. Yo sabía que todo eso nunca lo tendría así que me limitaba a ignorarlo, como al resto de las cosas. Todo el mundo tiene problemas, incluso yo que desatendía lo que me pasaba.
Pero como existen los problemas, también existen las maneras de desaparecerse del mundo un ratito.
Muchas personas aspiraban a grandes cosas en la vida como ser presidentes, empresarios, tener un gran trabajo o ser alguien, pero yo era más simple. Estaba en mi paraíso arreglando autos o componiendo los platillos más grasosos de todo Mine. El universo se ordenaba cuando estaba encerrado en esa pequeña cocina, asando carne para gente carnívora.
Oía el sonido chispeante del aceite, el murmullo de los clientes, el olor a productos de limpieza que emanaba el suelo y los pasos de Mirlo. Era un universo en orden, diferente al resto y cuando estaba ahí el resto de las cosas desaparecían.
Habían pactado la ejecución para el anochecer, bien entrada la madrugada. Había tanta gente en Gornis que no había tenido oportunidad de hablar con Mirlo y narrarle las cosas que me habían pasado, como la pelea con Neso que todavía le cobraba a mi cuerpo espasmos dolorosos. La ejecución había hecho que muchos pasearan por las afueras de la ciudad.
Tibia y Tiara estaban sentadas detrás de la caja registradora, escuchando mi versión de la historia y mi inquietud sobre la segunda carta; aunque sólo nosotros trabajábamos allí ese lugar siempre era visitado por miembros de la manada Betún.
Tiara le aligeraba el trabajo a Mirlo llevando la contabilidad del lugar, pero hacía rato que alguien no se iba del restaurante, Tibia estaba engullendo algo que parecía un panecillo de chocolate, depositaba sus manos en la endurecida y firme barriga y oía con atención.
Ambas tenían casi la misma edad, Tibia tenía treinta y Tiara veintitrés. Eran muy amigas porque casi se habían criado juntas, aunque eran enemigas antes de unirse a la manada; nunca me habían contado por qué se odiaban antes de llegar a Betún.
—Diablos, Hydra —comentó Tibia buscando con la mirada algo más que comer—. Debes ayudar a esos humanos.
Solté la espátula y fui por la licuadora para prepararle un batido.
—¿Qué? ¿Escuchaste todo lo que dije? Son como unos fantasmas fisgones —Vertí leche en la licuadora y un poco de frutas sin que se diera cuenta, de verlas no las aceptaría—. Y sospechosamente Onza se volvió loco la misma noche en que uno de ellos apareció.
—Bueno —accedió Tiara agarrando una pajita y aplastándola distraídamente con los dedos—, para ser justos con los supuestos humanos tú madre es insoportable, Onza pudo haber perdido la cabeza por ella. Además de que, sin ofender, los humanos son tan débiles. No veo cómo puede atacar o enloquecer a alguien porque no tienen, sin ofender —repitió alzando una mano—, no tienen fuerza.
—Oh, sí —concordó Tibia sonriendo, relamiendo sus labios y acariciando su vientre—. Este futuro crío patea más fuerte que tú, Hydra.
—Gracias —dije poniendo los ojos en blanco y depositándole el batido sobre la barra.
Ella fue inmediatamente al ataque.
—Dije sin ofender.
La mirada de Tiara se rasgó aún más cuando rio, su piel amarilla combinaba con el abrigo pardo que llevaba, también vestía un gorro marrón y guantes sin dedos. Tenía residuos de arcilla en la mano, se había pasado el día trabajando con aquel material. A veces, para ganar dinero extra, pintaban casas o cercas.
—Ya, pero sólo quieren que los ayudes a descubrir cómo volverse inmunes a la enfermedad con la que nacemos. La que nos trasmiten nuestros padres de hace —Agitó su mano con arcilla para atrás y adelante—, muchas generaciones.
—O puede ser que quieren sobrevivir o preguntarte si somos salvajes como antes, nada nos garantiza que se hayan encerrado con tecnología médica que los ayude a volverse inmunes ¡Tienen que salir de ahí! ¡No puedes negarle inmunidad! —añadió Tibia con comprensión, para ella todo se solucionaba con sonrisas, carisma, charla y entendimiento, el mundo en el que vivía no solo era irreal era una mierda—. Existan o no, creo que debes ir allí. Sería una aventura divertida.
Me contuve para no rodar la mirada.
—Todo es aventura y diversión para ti.
—¡Por supuesto! —comentó radiante—. Quiero trasmitirle a mi futuro hijo ese valor. Creo que lo voy a llamar Hydra ¿Qué te parece?
—¿De verdad? —pregunté.
—Pobre niño —se lamentó Tiara.
—De verdad —aseguró Tibia—. Si vas.
Pensé en la posibilidad de vivir con un niño o niña igual a Tibia, con la torpeza de Cuarzo, en versión miniatura. Y llamado como yo. La idea me desalentó. Ella se inclinó hacia mí, recostada sobre la barra y tratando de estirarme los labios para dibujarme una sonrisa, pero me aparté.
Aunque les di la espalda cavilé en la conversación.
Pensé sobre todo en sus palabras, para mí nada era divertido, pero, averiguar si existía la ciudad, podía resultar un viaje interesante. Terminé mi turno antes para ir a la ejecución, cerramos Gornis, esperamos en mitad de la carretera al resto de la manada, nos subimos a los vehículos y fuimos hacia la ciudad.
Cuando estuvimos a solas Mirlo me agarró la mano, me apartó del resto del grupo y se internó en la muchedumbre de la plaza.
Luego se detuvo y me exigió que le relatara todos los problemas en los que me había metido en ese día porque, con tan solo mirarme, sabía que me había liado en un problema gordo. No había tenido que usar mucha deducción porque tenía un ojo amoratado, una cortadura en la barbilla y caminaba como si existir me doliera.
Estábamos en el centro de la plaza, rodeados de personas, a punto de presenciar la ejecución obligatoria.
La temperatura había descendido drásticamente, un espeso aguacero diluviaba sobre los pobladores de Mine. Había grandes proyectores que iluminaban el patíbulo, que escayolaba por encima de los espectadores. Ella estaba refugiada debajo un chubasquero de color amarillo canario. Su aliento se suspendía en vahos que se esfumaban frente a su rostro, sus atentos ojos azules estudiaban mis expresiones al narrarle lo sucedido, pero no tenía mucho que examinar porque no era el mejor demostrando emociones.
No se preocupó cuando le narré la pelea con Neso, ni se puso en plan novia cariñosa más bien me regañó y me dio un rapapolvo en la nuca por provocarla y no ignorarla.
—¿Qué querías que hiciera? —pregunté masajeándome la zona golpeada.
—Que evitarás la pelea, que fueras educado con ella en lugar de reírte en su cara.
—¿Perdona?
—¿Vas a contradecirme?
—Claro que sí, tú no tienes experiencia en eso de evitar peleas. Tú las inicias, siempre. Siempre de los siempre.
Ella bufó, se cruzó de brazos y se puso de puntillas para verme a los ojos y sostenerme la mirada.
—¿Y por qué mierda se supone que debo seguir mis consejos?
—¡Por que sí Mirlo, diablos, no puedes decir algo y luego hacer otra cosa! Eres tan... —carraspeé—. No importa, le ganamos. Usé la plata del doctor Ternun, seguí tu consejo y la llevé todos los días conmigo.
Ella sonrió.
—¿Ves que mis consejos son efectivos?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top