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  Todo era más fácil muchos años antes, me pregunté por qué no había podido nacer en aquella época, cuando sólo se era humano y no mitad. Hace demasiadas décadas, más de las que cualquier persona puede contar, había surgido una extraña enfermedad que estaba reservada a las historias de fantasía. Se decía que había monstruos antiguos que se podían convertir en lobos algunas noches al año y adquirir habilidades sorprendentes, además de volverse muy agresivos.

No se sabe con exactitud qué sucedió, los registros se perdieron con el tiempo. Simplemente algo cambió en los humanos y un virus los hizo mutar y convertirse en mitad animales, con exactitud, en la característica de un animal: el lobo. No es muy sorprendente, la naturaleza lo hace todo el tiempo, hay especies como el ornitorrinco que comparten varios rasgos característicos de otros animales como la cola de castor y el pico de pato. Simplemente que esta vez les tocó a los humanos ser experimento de la naturaleza.

Con el tiempo, ya nadie era completamente humano, todos podían convertirse en un híbrido extraño y furioso. Incluso cambiaron las costumbres, los libros de historia solían explicar cómo los humanos se regían, generalmente, por la diplomacia. Los presidentes eran elegidos por sus promesas y su carrera en leyes, no por su fuerza y su destreza, en las escuelas se enseñaba más materias intelectuales que actividades físicas y también respetaban menos la naturaleza. No había tantos árboles, los ríos empequeñecían y los arroyos se secaban o envenenaban. Los países tenían nombres y no números, la gente era muy nacionalista, podían matar por el nombre de ese país. Incluso había cadenas capitalistas de comida grasosa.

Acá nadie mataría por una idea o una nación, un loco tal vez.

Todo era muy diferente.

Pero lo más disímil era que respetaban a las familias y no las separaban por clanes ni manadas. Es decir, no había Ceremonia de Nacimiento; cuando un cachorro adquiere todas las habilidades y puede convertirse en un licántropo tiene que luchar en la ceremonia. No puedes cumplir trece años sin haber guerreado en ella.

A los diez, más tardar, los doce años, el niño comienza a experimentar los cambios. Y es como cuando te sale una muela, una vez que sientes el dolor sólo es cuestión de días para experimentar el resultado completo. No tarda mucho.

El procedimiento de Nacimiento es simple, se junta el pueblo en lo más profundo del bosque, unas gradas concéntricas rodean a los niños que pelean en la arena. Cada niño puede elegir una manada a la que cree que podrá vencer. Generalmente todos aspiran a las mejores, si eres recibido por una manda de prestigio tienes la vida ganada. Y solo eres recibido si derrotas en una pelea a alguno de sus miembros.

Una manada prestigiosa tiene buenos luchadores, personas feroces, invencibles con habilidades formidables, es por eso que están arriba del sistema, son lo mejor, es lo justo, no pondrías a alguien débil a dirigir, no tiene sentido.

Entonces, si demuestras ser de la talla victoriosa, si tan solo esa vez en tu vida le ganas una pelea a algún miembro de las más prestigiosas manadas tienes la posibilidad de entrar a buenas universidades, puestos de trabajo respetados y por qué no, encontrar a la pareja más sensual de la puta historia.

Pero hay riesgos para encontrar el camino dorado y es que si inicias la ceremonia de nacimiento y eliges retar a la manada más poderosa, pero pierdes, no puedes darte de baja en la Ceremonia de Nacimiento. Ahí es donde, con tan solo doce años, empiezas a caer. Que nadie diga que no forjamos el carácter desde temprana edad.

Herido y cansado tienes que vencer a todas hasta ganarle a alguna, bajar escalón por escalón hasta llegar al piso. Nosotros estamos al final. Casi ni tiene caso luchar con nosotros porque es obvio que si llegaste hasta el último peldaño es porque ya ni te puedes parar de pie y no puedes bajar más. Siempre fingimos pelear con los niños inconscientes que llegan a nuestro turno.

Porque está claro que no todos son ganadores, y las personas débiles, que no son buenas luchando, que sus músculos están más planos que un espejo, que miden poco, los canijas enclenques que pueden recibir apodos como «gnomo, loma de suelo, perro caniche, bonsái, niño, hormiga» y derivados, todos ellos terminan en manadas como Betún.

En realidad, mi manada, en sus orígenes, se llamaba Butén pero la gente de manadas más importantes comenzó a llamarla Betún como esa masa blanda con la que se lustra los zapatos. Se tenía que admitir que el nombre estaba bien puesto porque siempre terminábamos a los pies de los otros y bueno, éramos blandos como cremita. De tal manera que con el tiempo se rebautizó a Betún porque la gente decía que nunca habían escuchado hablar de una manada llamada Butén pero sí Betún, era más fácil para los registros, visitas al médico y papeleos.

Runa era una de los seis hijos que tenía Milla, el líder de la manada, su esposa, Rudy era la colíder.

Betún no tenía problemas en aceptar a nadie. Es más, los elegí a ellos en primer lugar para ahorrarme una paliza de parte de todo el pueblo. Cuando me tocó retar a uno de sus miembros Milla le aconsejó que me la dejara fácil y sólo tuve que fingir que le atizaba un golpe en la cara a mi contrincante. La persona que me tocó combatir fue Mirlo, la segunda hija mayor de Milla (sí, todos los hijos de Milla y Rudy tiene nombres con iniciales R y M, es como una marca registrada). En aquel entonces ella me llevaba un año y varios centímetros. Pero aun así había fingido caer derrotada al suelo y la pelea había acabado en cuestión de cinco segundos y tres abucheos.

Todavía recuerdo la expresión de decepción de mamá, observándome desde la tarima más alta, a un lado del gobernador del pueblo. Mi madre estaba lívida pero no sorprendida como si supiera que estaba destinado al fracaso, eso me desalentó bastante, me había volteado la cara como si no me reconociera.

A veces me gusta pensar que ladeó el rosto porque vio algo interesante como un espectador corriendo desnudo por el campo o un avión prendido fuego que caída en picada. Pero lo cierto es que la había decepcionado.

Mamá era la líder de la manada más sobresaliente de todo el país 19, incluso era una de las mejores que había en el mundo, eran los mejores en todo. Ellos eran la razón de porque nuestro pueblo se había vuelto tan turístico, la gente venía de todos lados para ver la mansión donde residían, el gobernador siempre hacía lo que Olimpo le decía. Sí, se llaman como el lugar donde residían los dioses griegos.

Ahora mamá era la gobernadora del pueblo, una estrellita más en su larga lista de logros.

Si pudiera haber ganado en la Ceremonia de Nacimiento, si hubiera tenido al menos una oportunidad, habría ido a una buena universidad, o al menos hubiera tenido la oportunidad de ir, tendía un seguro médico a prueba de todo, dinero y quién sabe qué más. Yo no sé.

Pero es una fantasía porque nunca tuve posibilidades, es como nombrar las cosas que hubiera tenido de ser un modelo de revista, simplemente naces con la probabilidad o no, de otro modo no tiene sentido enumerar cosas que jamás serán tuyas.

Pero lo cierto era que en Betún no había dinero y ese problema sí que era nuestro, por suerte ninguno compartía la filosofía de mi madre de vivir en solitario. En Betún creíamos que si los problemas no venían solos pues entonces no hay razón para que lo resuelvas solo. Entre todos los residentes de la casa teníamos doble trabajo o tomábamos jornada completa para pagar impuestos o universidades de la futura generación.

Tampoco teníamos mansiones ni jardines tan grandes que se convertían en parques turísticos, pero teníamos amor y una buena filosofía de vida, lo que no te sirve para una mierda en el mundo real.

Vivíamos en una pequeña casa angosta, con más de siete pisos, avejentada, mohosa, de ladrillo y madera cuarteada, algunos techos caídos, rodeada de árboles más robustos y altos que la residencia. Mirlo llamaba esa casucha «el panal» porque le gustaban las abejas y porque se parecía.

En total allí vivían casi treinta personas. Mi habitación la compartía con mi hermano y mi amigo Yunque, pero ni siquiera podía llamarse habitación, era más que nada un armario para escobas. Ese armario para escobas era uno de mis lugares favoritos en el mundo, guarida de charlas a media noche, rincón de guerras desenfrenadas y cueva de los tesoros.

—¡Eh, Hydra! —me gritó Runa golpeándome con un libro, una estela de polvo se suspendió en el aire cargado de la luz de la linterna que sostenía—. ¡Te quedaste como un tarado viendo la nada!

Me observó expectante.

—Sólo estaba pensando, Runa, todo sería más fácil si fuéramos como los humanos ¿Sabes? Eran interesantes, ellos valoraban las familias. Digo, si siguiéramos haciéndolo yo viviría con mi madre en esa mansión enorme, no sería mecánico de tiempo completo, ni traería puesto este overol azul manchado de grasa —dije agarrando, el atuendo sucio que traía, con la punta de mis dedos como si fueran pinzas—, ni pasaría todo mi día en un taller ni le hubiera arruinado la vida a mi hermano.

—¡Tú no le arruinaste la vida a Ceto!

—Pero yo siento eso, Cet eligió este lugar porque yo vine aquí, él no quiso separarse de mí. Él retó a Betún en lugar de a Olimpo porque yo ya había caído en Betún. Me eligió a mí en lugar de a mi madre y toda la buena vida.

—Para mí buena vida es estar con los que amas no tener un trabajo importante.

Vaya, vaya, vaya ¿Desde cuándo la loca del granizo se había hecho tan lista?

—Tú le salvaste la vida a Cet —continuó— cuando lo sacaste del lago congelado ¿Recuerdas? Tenían diez años, él siempre cuenta esa historia. No importa qué tan enfermo estés, ni qué tan débil seas siempre cuenta cómo fuiste más valiente que todos los otros fuertes niños de Olimpo y te arrojaste al agua congelada para rescatarlo.

—Lo hice porque era mi hermano, todo el mundo haría eso y porque lo quería muchichisímo, como te quiero a ti —dije enterrando un dedo en su abrigo de piel, sabía que eso la molestaba—. Pero me siento responsable de su suerte, él podría estar viviendo en la mansión ahora, con mi mamá, o en cualquier otro lugar. Eso sentirán tus padres si saboteas tu propia ceremonia como hizo tu hermano Remo —traté y la observé suspicazmente.

—Estás hablando de la ceremonia otra vez —dijo revoloteando los ojos—. Y Remo hizo bien, porque sino jamás lo hubiera vuelto a ver y me encanta cuando me hace salchichas para desayunar, cuando me enseña trucos de magia o cuando en verano entra con la manguera a la casa y nos moja a todos mientras dormimos.

—A ti sola te gusta eso —recordé.

—¿Estás triste por los diagnósticos de los médicos? —preguntó.

Asentí.

—¿Te vas a morir? —preguntó con los ojos llorosos.

Negué con la cabeza.

—El mundo es una mierda —admití—. Lo odio.

—Es una mierda —repitió sonriente porque si su madre la escuchara decir groserías le lavaría la boca con jabón, literalmente, con Rudy no se jodía, pero conmigo no había problema—. Te quiero, Hyd, joder, mierda.

—Yo también te quiero, Runa.

Se arrastró hacia mí, colocó su cabeza metálica en mi regazo, la abracé y cerré los ojos para gozar de la luz que se filtraba por la ventana, cálida, ligera, la última del verano. Pensando que podías ser la persona con menos suerte del sistema solar, podías tener miles de problemas y por más que quisieras creerlo no estabas solo.

Nunca estabas solo y si mi madre lo pretendía estaba muy equivocada al creerlo, porque con un abrazo y una niña molesta de nueve años podías alejar todos tus problemas antes de que llegaran. 

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