14
—¿Sigues entrenando? —su voz me arrancó de mis pensamientos—. ¿Corres? ¿Levantas pesas?
¿De verdad preguntaba? Si Mirlo hubiera estado ahí se habría burlado de que era más que evidente que no levantaba ni mi autoestima.
—Ya no, lo hacía con mi hermano, pero ya no, llegó un momento en que no pude seguirle el paso, ahora él sale a correr por las mañanas y levanta peso por... —Me detuve, él no tenía por qué saber aquello.
No tenía que enterarse que mi hermano quería llegar a presidente algún día y para eso se necesitaba una gran fortaleza y resistencia, además de diplomacia y tener una certificación universitaria en leyes o ser juez. Era un sueño imposible porque no podíamos entrar a la universidad, pero los dos nos esforzáramos en que ocurriera. Cet metía de su parte ejercitándose y yo siempre lo ayudaba a estudiar leyes en la biblioteca comunitaria. Al menos algún día podría llegar a retar al gobernador de la ciudad y ganar su puesto a la fuerza, más tarde nos ocuparíamos de la diplomacia.
—Que sea débil no significa que no...
—Tienes la fuerza de un niño —concluyó abriendo sus manos en el apoyabrazos de su silla giratoria.
Suspiré buscando mi remanso de paz, pero al no encontrarlo golpeé su estúpido escritorio con los puños.
—Yo no... —gruñí.
—Leí que tienes novia, de seguro ella tiene más fuerza que tú.
—Ella es mejor que yo en todo sentido —admití— y me alegra que sea así, no tengo por qué ser mejor que ella o tener más fuerza que una chica...
—Biológicamente deberías tener más fuerza que una chica.
—Biológicamente no podía extinguirse la especie más fuerte del planeta y mira qué paso.
—No se extinguieron, estás aquí, eres el último —Él arqueó la ceja ante mi expresión de disgusto —. Afrontas la etapa de negación.
—¡No existen los humanos, ya no, no puedo serlo! —Negué poniéndome de pie y caminando por su habitación como un animal acorralado—. Debe estar equivocado.
—No tienes reflejos ni la capacidad de reaccionar con rapidez ante un improvisto, tienes la velocidad de alguien ebrio y enfermo de mi especie...
—Nuestra...
—No eres de mi especie —soltó una risilla—. ¿Qué no hablo claro? Tu capacidad sensorial se encuentra limitada. No puedes oler, como yo, lo que cocinan en la cafetería, ni puedes escuchar que tus amigos están del otro lado de la puerta, queriendo entrar.
Me volteé hacia la puerta con el ceño fruncido, lo sabía, no tenía que tener una capacidad sensorial de cinco estrellas para deducirlo.
—Si te lastimara ahora —prosiguió— tardarías semanas en sanar. La beta de tu manada, Rudy, te llevo semanas enteras al hospital, estaba preocupada por la infección que te dio, luego de tu Ceremonia de Nacimiento, cuando la cicatriz en tu mejilla tardó meses en sanar y dejó una especie de raíz blanca.
Me toqué la cicatriz de mi barbilla, comenzaba allí, en mi mentón y descendía por el cuello, era como un relámpago más claro que serpenteaba mi bronceada piel. Mirlo me lo había hecho en la Ceremonia. Me había atacado una vez, la había eludido, había fingido que me contraatacaba y me dio un ligero empujón que no hubiera tumbado ni a una mosca, pero a mí sí. Ella había actuado caer exhausta del esfuerzo.
Recuerdo ver su cara de pequeñuela, acostada a mi lado, en mitad de la arena, rodeados por todo el pueblo, ella jadeando por el esfuerzo de contener la risa, su cabello oscuro rodeándola, las agujas de pino acariciándoles las mejillas sonrojadas. Lentamente la sonrisa que tenía en sus labios se iba desdibujando cuando veía la sangre de mi mejilla y que no podía levantarme.
Las primeras impresiones siempre cuentan, dicen por ahí, no hay mayor mentira, porque nuestro primer encuentro fue una pelea, una sonrisa pasajera, sangre y dolor, como el inicio de una tragedia. Aunque lo bueno de las tragedias es que entre el drama, a veces, hay un poco de risas y amor.
Cuando me hirió ella había creído que sanaría, pero no lo hice. Habían pasado diez años y seguía disculpándose como la primera vez por hacerme sangrar tanto, dejarme una semana en cama y darme un horroroso recuerdo.
—Cuando llega la luna llena no te cambia el humor —prosiguió—. La luz blanca te es indiferente, a algunos los vuelve histéricos pero a ti no.
Los recuerdos de los experimentos de la luz blanca me provocaron un tic en el ojo izquierdo.
Aquellos doctores me habían hecho perder la cabeza, me habían colocado frente a un caliente y resplandeciente foco blanco para tratar de comprobar si me cambiaba el humor. Pero me volvía agresivo con cualquier luz porque a nadie le gustaba que lo amarraran frente a un foco gigante.
Todas las luces de la ciudad o de las casas eran cálidas, de colores o amarillas y naranjas. En mi mundo no existían las luces blancas. Los licántropos tratábamos de evitar los destellos blancos, porque a los antecesores los habían vuelto tan agresivos que habían acabado con toda la especie humana.
—¿No lo comprendes, Hydra?
—¡No tiene sentido lo que dices!
—Ya te estudiaron todo Hydra, no hay fallas. Eres un humano sano. Trataron de contagiarte por la mordida, como solía decir la leyenda que se propagaba la enfermedad que alteraba la genética de las células, te mordieron, te dieron transfusiones, nuevas células.... Seguías como antes o enfermabas. Los vi entrar, tu hermano tiene un aspecto saludable y fornido, tú eres ojeroso y delgado.
—Tengo espejos en casa, doctor.
—Asimílalo, eres humano y serías un humano sano de no haberte sometido toda tu etapa de crecimiento a golpes, roturas de huesos y operaciones. Todo tu cerebro es funcional, no hay ninguna región rezagada, sueles ser menos pasional que los licántropos, pero sí te enfadas fácilmente. Tu hipotálamo se encuentra de maravilla. No eres de olvidar, guardas mucho rencor y odio.
—Gente como usted me lo deja fácil.
—Son sentimientos humanos los que demuestras, son destructivos, pacíficos a veces, están llenos de amor y compasión, pero pueden ser indiferentes también hasta el punto de causar terror. Hay un horizonte infinito para los sentimientos humanos, tan amplio que estremece. No sé si son racionales, pasionales. Su cabeza es como una contradicción.
—Yo no tengo compasión...
—Sí que la tienes y está bien tenerla, los licántropos la demuestran a montones, aunque siempre tratan de ocultarla o camuflarla. Lo cierto es que somos mitad humanos, todos, de otro modo seríamos completamente animales. Tenemos amor y otros sentimientos humanos, aunque un poco más abstractos de los que tienes tú ya que se encuentran ofuscados por un instinto salvaje y animal. Ese instinto no existe en ti. Toda tu vida trataste de ocultar lo que sentías, Hydra, creías que estabas loco... pero en realidad sientes diferente al resto. Experimentas todo...
—Yo no —negué con la cabeza, solté atónito los periódicos y se aplicaron desordenadamente en el piso.
—La psiquiatra que te trató a los quince años —Agarró una hoja del montón—. Te diagnostico como susceptible, demasiado indefenso a la soledad, la tristeza y otros sentimientos negativos ¿Lo ves? Tristemente leí que los humanos eran muy vulnerables, nuestra era de tiempo suele ser más feliz y no se piensan mucho las penurias.
—Mi padre era licántropo y se suicidó —contradije.
—¿Y eso te hace sentir triste, verdad? ¿Tu hermano lo extraña tanto como tú? ¿Tu madre?
Me mordí la lengua.
—¿Verdad que no? Porque mi especie no está hecha para pensarse mucho la tristeza —Hizo una pausa—. ¿Tú meditas? ¿Te pierdes en tus pensamientos? ¿Te gusta analizar las cosas? —Formuló la última pregunta como si hubiera estado toda su vida esperando el momento de soltarla.
—Yo no...
—A los humanos les gusta pensarse mucho las cosas. Planean, meditan, encuentran su verdadero yo algunas veces. O encontraban. Se perdían en su propia cabeza.
—Pero a mí no...
—Patológicamente mentiroso, evita la verdad y es poco expresivo porque su madre le enseñó a comportarse como líder, no demuestra lo que siente, aunque sienta demasiado—continuó leyendo el expediente— desconfiado, leal con los suyos y con cualquiera que demuestre cariño hacia él o hacia su manada, tiene compasión hasta por animales de consumo, razón por la cual es uno de los pocos vegetarianos que existen, cree en la paz, pero la practica por cuestiones de debilidad física...
Sentía su voz martillándome la cabeza como miles de asteroides que me caían en los oídos y los ojos. Sabía tanto de mí que por poco creí que estábamos hablando de otra persona.
—Basta, yo no le di permiso para retirar mi expediente psiquiátrico.
—Nada lo hace feliz, siempre quiere más, evita peleas físicas o verbales...
—Le dije que...
Sus palabras. Sus nocivas palabras se filtraban hasta mi cerebro y lo pudrían. Sentía que estaba encolerizado, bullendo de la rabia, enfebrecido como si me hirvieran por dentro.
—Es positivo, pero cuando se trata de describir, animar, estimular o apoyar de su manada, pero no tiene metas propias ni sueños. Carece de vergüenza, agresivo, mal educado. Tiene una noción de valor demasiado marcada y alta con respecto a su condición... —Levantó sus ojos del expediente y sonrió—. Esto último lo escribió refiriéndose al día del hielo.
No pude resistirme más, estallé, rugí de la ira, y arrojé sus carpetas. Las barrí con mis manos al suelo como si fueran polvo. Su nave espacial, los lapiceros y todas las demás cosas que se hallaban arriba rebotaron estrepitosamente contra el piso.
—No sigas... —le advertí.
Él no se había movido ni un centímetro de su lugar.
—¿Con qué? ¿Con que eres humano?
—¡No puede publicar eso! ¡Destruiría a mi manada! —Me señalé con ambas manos—. ¿Sabe lo difícil que era mi vida hasta ahora? Traté de ocultar que no me puedo transformar, pero si se llegan a enterar que soy el único humano... ¡No puede publicar eso!
Termo Ternun oprimió los labios, apenado, su aire de dolor loco y despreocupado se apagó abruptamente, como una bombilla que deja de brillar.
—Lo lamento, pero ya lo publiqué. Ayer, en una revista médica que un grupo reducido de personas lee. O eso creí. Un periodista me llamó a las horas y me pidió colocarla en los periódicos del país, en la primera plana, creí que lo habías visto antes de llegar a mi oficina.
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