-T R E C E-

Con una tonelada de modorra sobre él, hizo viajar la diestra hasta donde sus oídos le indicaran de dónde provenía el ruido. Con pereza respondió la llamada sin mirar el contacto.

—Genki, hola, ¿te desperté? —hablaron al otro lado de la línea telefónica.

—Sí —respondió con voz ronca cubriendo su cabeza con las sábanas.

—Lo lamento, no era mi intención pero en verdad necesito preguntarte algo —guardó silencio por un largo rato esperando una respuesta—. ¿Genki? —preguntó cuando creyó escuchar unos ronquidos. Se apartó el teléfono de la oreja y colgó. Esperó unos cinco segundos antes de volver a llamar.

—Estoy despierto, y hasta puedo manejar —respondió Genki en un bostezo. Pasados unos instantes añadió—: Midoriya, son las 12:45, en unas cuantas horas nuestras clases iniciarán.

—Lo sé, lo lamento, pero en verdad me urge preguntarte algo. Será rápido, lo juro.

—¿Qué necesitas?

—Si fueras un villano, ¿cuál sería tu nombre?

—¿Sólo para eso me has llamado? —en verdad tenía muchas ganas de gritarle, sin embargo, apenas tenía energías para hablar pues ni siquiera había abierto los ojos.

—Suena algo absurdo y vacuo de mi parte, entiendo eso, pero en verdad necesito preguntarte esto pues no iré a la escuela hoy.

—¿Ah, acaso nos abandonarás otra vez?

—Claro que no, sólo estoy enfermo, me he resfriado.

—Midoriya, estamos en primavera. ¿Cómo es que has pillado un resfriado?

—Eso mismo me preguntó el doctor —trató de fingir que sorbía su naríz—. Eso es lo que me pasa por dormir con el aire acondicionado encendido cuando me acabo de bañar —guardó silencio un momento antes de preguntar—: entonces, ¿cuál sería tu nombre de villano?

—Ah, no lo sé, eso dependería de mi particularidad. ¿No crees?

—Sí, pero tú que no tienen ninguna, ¿Qué nombre eligirías?

Genki se quedó callado. Abrió los ojos de repente y se sentó sobre el colchón con un semblante dudatibo. Esa pregunta era demasiado personal para él, le hacía pensar en sí mismo y en cómo era. De repente, la imagen de un arma apareció, seguida del sonido de su disparo y un grito que secundó esa acción. Entonces el joven comenzó a imaginarse a sí mismo caminando por su propia casa en llamas, con un millar de disparos y gritos de fondo mientras sostenía en ambas manos dos armas gemelas.

Por lo general, la gente no se interesaba en él y daba por hecho que era un muchacho superficial y descuidado, pero nadie había notado ese otro Genki, era una persona que sólo él conocía y detestaba, se esforzaba por ocultarlo pues, ese era un canalla que le avergonzaba. Incluso a él mismo le sorprendía poder llegar a ser así.

—¿Genki? —habló Izuku esperando una respuesta.

—Deku, esas cosas siguen siendo algo individual —le dijo con la voz ronca—. Quiero pensar que, cuando eliges la manera en que serás conocido por el mundo, eliges la forma en la que serás descrito y recordado. Tal vez sea algo que te recuerde constantemente el porqué estás ahí, en ese lugar haciendo esas cosas.

—Vale, entiendo —le dijo con un deje de desánimo—. Lamento haber molestado.

—Qué va, hombre, algún día iba a hacer lo mismo yo —le dijo recuperando ese aire tan extrovertido que le caracterizaba—. Ey, ¿Qué te parece si cuando salga de la escuela, compro un montón de basura y la comemos en tu cuarto? Sólo tú yo, algo entre amigos.

—La verdad no sé si se pueda, no quiero contagiarte. Pero si me siento mejor te mandaré un mensaje.

—Vale, te veo luego, Deku.

Y ambos cortaron la llamada. Izuku dejó caer su teléfono en el colchón y se sintió extenuado. Dentro de poco debía reunirse con La Liga De Villanos y aún no tenía un nombre.

De repente su atención se desvió y recordó lo antes dicho por Genki, justo la última oración antes de colgar... ¿Acaso le había llamado Deku? Meneó la cabeza de un lado a otro. Seguramente escuchó mal. Su amigo sabía lo mucho que le dolía ser llamado así, le recordaba a esa oscura época en donde Kacchan se había convertido en su peor pesadilla.

Sólo para distraerse encendió la luz de su habitación y cogió uno de sus cuadernos, estaba claro que no dormiría esa noche. Para tranquilizar su estrés, le gustaba mirar sus propios apuntes, unos que estuvieran totalmente distantes de lo que le mantenía intranquilo. De manera que en época de exámenes leía sus anotaciones para ser héroe y, en época de cometer un crimen, leía sus apuntes de la escuela. Pasaba de página mirando los dibujos de sus notas sin interés alguno. Hasta que cierto encabezado con tinta roja llamó su atención sobresaliendo del resto. Midoriya abrió los ojos ampliamente cuando leyó: un tóxico incubierto.

En la guardia de los villanos, todos guardaban silencio escuchando y memorizando el plan que Kurogiri había ideado. Todos trataban de alejar de sus corazones cualquier sentimiento que les hiciera retroceder, tenían que hacerse más fuertes como alianza, y estaban convirtiendo esa meta en prioridad. La sesión terminó con un horario establecido.

—Niño —la voz del asesino de héroes logró alcanzar a su alumno antes de que saliera del lugar.

Midoriya le vió a la espera de que continuara. Stain elevó la mano, y posó su índice en la frente del joven.

—No vayas a callarlas —le ordenó antes de dar media vuelta para irse.

Miraba con nerviosismo el reloj que había comprado. Su segundero parecía avanzar más lento, dejando que se torturara a sí mismo con sus pensamientos y el sentimiento de culpa que le carcomía la mente. Su corazón latía con mucha más frecuencia que aquella manecilla del reloj. El sudor que empapaba su frente era secado de inmediato con un pañuelo blanco. Izuku pensó que era una pena que no pudiera hacer lo mismo con sus axilas. No podía imaginarse el aspecto que tendría, posiblemente si le pasaran un espejo, evitaría a toda costa mirarse en él. Su propio reflejo le podría poner los pelos de punta con sólo ver su temeroso rostro.

Cuando finalmente la hora llegó, todos sus nervios se dispararon a través de sus venas y se expandieron por cada milímetro de su cuerpo. Su respiración se había vuelto irregular, como si el aire lograra burlar al sistema respiratorio y se colara en su sangre sin permiso. Se sentía tan ligero como una trémula pluma que viajaba entre el opaco humo de un incendio. Era tan frágil y sencible a la vista, y lentamente se intoxicaba con su propio vuelo. Y todo por culpa del ave egoísta que lo había dejado caer en aquel catastrófico escenario.

«No temas, nosotras te protegeremos». Sus voces anunciaron su aparición susurrando gentiles palabras que trataban de mitigar su tormenta interior. Una acción totalmente vana.

—Niño —la rauca voz de su mentor lo llamó por tercera vez. Las otra dos no las había escuchado a causa de la aparición de sus voces.

Izuku le miró con espanto en sus ojos, una expresión que se obligó a quitar. No sabía cuál emplear, pero al saber que ya no era momento de pensar en ello, ocultó su rostro tras el antifaz blanco que llevaba consigo. Era sencillo, una imitación barata de los antifaces que se usaban en los bailes de máscaras franceses del siglo XV, lo había encontrado pudriéndose en polvo en el sótano de su casa. No recordaba de dónde lo había obtenido su madre, tampoco la última vez que lo había usado. Eso y el deplorable estado en el que estaba, eran motivos suficientes para saber que no se percataría de su ausencia en las viejas cajas que insistía en conservar. Tampoco lo reconocería luego de la meticulosa limpieza que le dió al artefacto.

Se ajustó una última vez la corbata y se colocó sus guantes de cuero negro. Vestía de gala porque no era un criminal vago y sin clase. Entonces comenzó a contar en su mente cinco segundos: Black Mist abrió un portal de tamaño medio.

Sus manos temblaban mientras generaban algo de sudor, el cuero de los guantes impidió que las granadas que cargaba consigo cayeran al suelo. Retiró el seguro de tres de sus armas, y las arrojó a través del portal oscuro, salieron por otros más pequeños situados sobre un determinado terreno. Entonces Izuku contó en su mente los segundos.

Unos, dos, tres. Tres explosiones se generaron. La alarma del edificio sonó de manera atronadora. Black Mist dió la orden y todos entraron por el nuevo portal que había abierto, llegando de inmediato a uno de los pasillos del establecimiento. Apenas escucharon los gritos de los científicos que salían corriendo del laboratorio en manada, Carletti se apresuró a tomar la delantera. Todos recordaron al instante el plan y cubrieron sus ojos para protegerlos del destello que la chica provocó con la luz que se filtraba por la pared de cristal del pasillo.

Ella, no se permitió dejar que ninguna de sus víctimas pudiera salir ileso de su ataque. Su Quirk: Brillo, le permitía controlar la luz tanto del sol y del fuego como la eléctrica y un simple reflejo. Podía absorberla y convertirla en energía para ella, o podía suprimirla y conservarla para algún otro momento. En ese entonces, optó por potenciarla lo suficiente para cegar temporalmente a aquellos científicos.

Los quejidos de las víctimas anunciaron a los villanos que el airoso ataque de Carletti fue impecable. Entonces fue el turno del asesino de héroes: empuñando dos de sus numerosos cuchillos realizó cortes en los científicos en un presto intervalo de tiempo. Los miró por encima del hombro, y luciendo un semblante inexpresivo, ingirió la sangre que pintaba el metal de sus armas. En un instante, y sin hacerse esperar, la parálisis total de los cuerpos de aquellos hombres apareció, haciendo que cayeran al suelo incapaces de hacer algo para defenderse.

—Entonces nos separamos aquí —anunció Stain mirando fijamente a su pupilo y a la chica—. Dense prisa —ordenó viendo cómo se alejaban directo hacia el laboratorio.

Giró la cabeza y vió a Tomura, quien le apartó la mirada de inmediato y se cruzó de brazos como un niño malcriado. Stain pudo percibir que su actitud emanaba irritación.

—Aún no me agradas —comentó con su rasposa voz. Stain simplemente le ignoró y paseó la vista por los hombres que estaban en el suelo. Al menos el sentimiento era mutuo.

La adrenalina se le disparaba desde su acelerado corazón. Esa sensación de ligereza seguía ahí, pero no importaba lo rápido que respiraba, sentía que el oxígeno simplemente no entraba en su cuerpo. Creyó que a cada paso que daba, la puerta del laboratorio se alejaba más y más. Eso era irreal, eso era imposible, pero era imposible darse cuenta de ello cuando su propio cerebro le convencía de que así era.

«¡Ve más rápido! ¡Ve más lento! ¡Respira! ¡Corre!» Le gritaban sus voces creando una cacofonía insufrible dentro de su cabeza. No podía escuchar nada de lo que pasaba fuera de ella, y eso le asustaba.

En un parpadeo, y de manera abrupta, la puerta estaba justo frente a él.

—A un lado —ordenó la fémina metiéndose en su camino para empujar la puerta entreabierta. Antes de acceder al laboratorio, la chica suprimió la luz del lugar para que las cámaras de seguridad no lograran captar lo que hurtarían. Toda esa energía lumínica se suprimió como si fuese una pequeña chispa en la cúspide de su índice, lo suficientemente fuerte para ver apenas unos centímetros a su alrededor, y lo suficientemente débil para que al estirar el brazo, su rostro no fuera iluminado por el minúsculo destello.

—No vayan a romper nada —indicó Kurogiri por el intercomunicador.

«¡Lleva la cuenta!» exclamó aquella voz dulce y aguda. Era un tono que trataba de tranquilizar al joven.

Izuku inhaló profundo. Exhaló en silencio y al abrir los ojos entró en un estado en el que por un momento, sus oídos le negaron la entrada a cualquier ruido fuera de su cabeza. Contaba tranquila y pausadamente hasta el diez. Luego de eso, regresaba al cero y volvía a iniciar la cuenta. Era una medida improvisada que le estaba sirviendo de mucho para mantener la cabeza en su sitio.

Entonces, repentinamente interrumpió su conteo y se detuvo en seco. Sin darse cuenta había empezado a dibujarse una sonrisa sutil en sus labios y al girarse sobre sus talones, supo de inmediato que lo había encontrado.

Se acercó al armario de seguridad, que como era previsto, los científicos olvidaron cerrar como era debido.

—Ey, Iriza —llamó a la joven por el pseudónimo que le habían indicado—, ven aquí.

La chica le obedeció, y con sumo cuidado de no ser iluminada comenzó a acercar su brazo al armario para que Izuku pudiera ver lo que estaba escrito en sus cajones. Entonces, su simple intuición le hizo abrir uno de ellos y encontrarse con una sustancia sólida fragmentada en cantidades pequeñas dentro de diversos recipientes transparentes.

—No lo toques —le indicó a la chica dándole un golpecillo en la mano que acercaba al producto—. El plutonio es tan caliente que un trozo grande de esto podría alcanzar los trescientos grados celsius. Eso basta para poner a hervir una pileta con agua. ¿Entiendes?

—Tranquilízate, cerebrito —le dijo con reproche devolviendo el manotazo a su hombro. Incluso Izuku se había sorprendido por su propia actitud tan altanera—, sólo quería sacarlo un poco para verlo mejor.

—Se pone amarillo al entrar en contacto con el aire. No seas tan ingenua.

—¿Cómo planeas que nos lo llevemos, eh? —cuestionó tratando de provocarlo.

—Tendremos que llevarnos el cajón —informó tratando de sostenerlo.

—Black Mist, el portal —indicó la joven en un susurro posando su dedo en el intercomunicador de su oreja mientras le ayudaba a tratar de sostener la caja.

—Ten cuidado —le decía Izuku—. Cualquier error podría costar nuestra vida. Es uno de los elementos más peligrosos de toda la tabla periódica, así que no lo eches a perder.

—Si sigues así, dejaré que lo cargues tú solo, nerd.

—Por favor guarden la calma —pidió el hombre sombra por el artefacto. En su voz, se podía percibir cierta estática a causa de la mala señal.

—¿Qué pasa con ese portal? —insistió Izuku al ver que nada pasaba.

—Parece que tenemos dificultades.

—¡¿Eh?! —exclamaron ambos al escuchar semejante barbaridad.

—El GPS que estamos empleando es de muy mala calidad —informaba Black Mist desde la camioneta que habían estacionado varias calles antes del laboratorio.

En ella, habían cargado con un pequeño radar que indicaba por coordenadas la posición de los usuarios del GPS que habían hurtado con anterioridad. Este presentaba fallas al momento de localizar las posiciones de Izuku y Carletti. Cuanto más insistía en ello, más fallaba la imagen del radar desenfocando y enfocando nuevamente. Pero seguía sin encontrar sus posiciones.

—Me temo que tendrán que tratar de acercarse un poco más —les dijo al darse por vencido.

—¡No inventes! ¡Esta porquería pesa demasiado! —reclamó la chica enojada, estaba perdiendo la calma.

—Oye, debes tranquilizarte —le dijo Izuku mirando que cerca de ellos había un pequeño carro para trasladar objetos. Dejaron la caja en la parte inferior del carro y quitaron los objetos que estaban en la superior—. ¿Qué tan cerca necesita que lleguemos? —preguntó Izuku educadamente.

—No mucho. Regresen al punto donde están Tomura Shigaraki y el asesino de héroes. Ahí abriré el portal y entonces podremos retirarnos sin pro... —repentinamente cortó la comunicación por un breve periodo de tiempo—. ¡Cambio de planes! —exclamó evidentemente más alterado—. La policía está en camino.

—¡¿Qué?! —modularon ambos sintiendo cómo el temor aceleraba sus corazones.

—No hay tiempo de explicar. Tienen aproximadamente 20 segundos para llegar con los demás antes de su llegada.

—Será mejor ponernos alerta —indicó Stain volteando a ver a Shigaraki—. La policía está por llegar.

—Sí, yo también tengo una de estas cosas —respondió el villano apuntando a su oído, donde dejó a la vista el intercomunicador que usaba, con un deje de ironía en su voz—. Escucha, cuando esos mocosos lleguen, Black Mist abrirá el portal y podremos regresar. No hay más.

Ambos guardaron silencio cuando lo que parecía ser el ruido de un helicóptero, alcanzó sus oídos.

—El chiste llegó antes de los payasos, eh —murmuró Tomura con su áspera voz—. Me pregunto cuánto podremos divertirnos antes de que todo esto termine.

—A todo esto, ¿has pensado en lo que te dije?

—¿Ah? —volteó a verle con confusión.

—Convicción —aclaró—. ¿Has pensado en hallar un pilar que te motive?

—Otra vez el mismo tema —respondió con extenuación rodando los ojos—. ¿Motivación? Sólo poseo las ganas de acabar con lo que no me gusta. Eso debe de bastar.

—Sigues siendo inmaduro. Deberías de pensar más en ello. Debe de haber algo que le puedas inculcar al chico.

—Ese mocoso no me interesa. Al igual que tú, sólo es un incordio que Kurogiri, metió a la liga.

Mientras ellos dos conversaban, uno de los científicos que mantenían como rehenes recuperó la movilidad de su cuerpo. El hombre estaba perplejo al ver que ninguno de los criminales pareció no notarlo, y entonces optó por ponerse de pie y comenzar a alejarse lentamente, para después, iniciar a correr por su vida justo cuando una pequeña daga perforó su tobillo izquierdo y lo hizo caer devuelta al suelo.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó Tomura con sorna aproximándose hacia el temeroso hombre—, ¿En verdad creías que podrías escapar de mí?

—Este es un mensaje de la policía —les llamaron. Al girar las cabezas a la pared de cristal, contemplaron tres autos de patrulla frente a ellos y a un oficial que les hablaba con un megáfono—. Los tenemos rodeados. Dejen a los rehenes en libertad y pongan las manos en alto.

—Esa actitud, me molesta —comentó Shigaraki retirando sin cuidados la daga del cuerpo del hombre—. Vamos a hacer algo.

—¿Qué pretendes? —preguntó Stain viendo cómo arrastraba al científico al cristal.

—¿No es obvio? Voy a matar a este hombre frente a todos para divertirme mientras esos mocosos regresan.

—¡No, por favor no me hagan daño! —suplicó el hombre tironeándose con fuerza—. Tengo familia e hijos, no me hagan nada.

—Pueden reunirse para ir a verte a tu funeral —respondió con indiferencia arrodillándolo frente a la pared de cristal, donde estaba a la vista de todos—, de cualquier manera, tarde o temprano irías a la cárcel por tu crimen. Deberías de estar agradecido, al menos morirás y tu familia seguirá pensando que eras una buena persona.

Puso sobre su cuello la daga que le había herido cuando trató de escapar. Se permitió soltar una risotada cuando se percató de que todos le veían, sus armas apuntaban directo a su pecho, a la espera de cualquier movimiento brusco. Sin embargo, sólo se escuchó el filo de un cuchillo viajar por la habitación antes de parar en el hombro izquierdo del villano, el cual, aún no se recuperaba por completo de su última herida.

Shigaraki jadeó fuertemente y el científico comenzó a alejarse de él a gatas. Cuando el villano encaró al asesino de héroes, quien le había atacado con otra de sus numerosas armas, gruñó como un animal antes de quitarse el cuchillo del cuerpo.

—¡Deja de hacer eso! —exigió antes de volverle a arrojar el cuchillo. Stain sencillamente lo esquivó—. ¡Se supone que estamos trabajando juntos!

—¡Nosotros no castigarémos a los inocentes! —contradijo el mayor dispuesto a defender sus ideales—. Nosotros acabaremos con todos los adoradores del dinero que se hacen llamar héroes. Purgaremos a los ciudadanos innecesarios que intoxican a la humanidad. Castigarémos a aquel que derrame sangre en vano. Eso es lo que nosotros harémos para traer devuelta a la sociedad justa que ha estado ausente todo este tiempo.

Antes de que Tomura pudiese objetar, se escucharon los pasos de Carletti y Midoriya viajando por el pasillo hasta llegar a donde estaban. Entonces, Stain alcanzó a escuchar cómo desde el otro extremo del lugar, los policías habían logrado derribar la entrada y acercarse con sus pesadas botas de combate.

—¡Alto! —exclamó Stain por inercia pero ya era tarde. Los oficiales habían lanzado una bomba de gas lacrimógeno que dió a parar a los pies de Izuku antes de liberar su sustancia. La velocidad con la que lo había hecho fue suficiente para que el joven pisara la granada y cayera hacia atrás.

Al llegar al suelo, su cabeza se impactó en él, y por un momento, todo comenzó a verse borroso. Los ojos le comenzaron a arder, provocando que se los cubriera de inmediato con la mano, y entonces, se percató de que la máscara que protegía su identidad había desaparecido.

«Oh no» pensó con temor y giró sobre su espalda, para poder arrodillarse y buscar su máscara únicamente con su simple tacto. El lagrimeo de los ojos le impedía abrirlos o siquiera mirar algo si lo hacía. Entonces todas sus voces comenzaron a darle indicaciones diferentes. Todas al mismo tiempo. En vista de que Izuku no lograba acatar ninguna, se impacientaron y optaron por gritar para tomar el control.

—Alto, por favor —pidió Izuku aún sin poder abrir los ojos, tratando de respirar lo menos posible—. No puedo entenderlas si hablan al mismo tiempo.

Pero sus voces no callaban. Parecían estar más asustadas y entonces, Midoriya se percató de lo expuesto y desprotegido que estaba sin su máscara. De repente, comenzó a pensar en todo lo que vendría después de ese día, en que la policía daría con él y lo arrestraría.

—No, no puedo, voy a... —comenzaba a encogerse en su lugar, doblando su espalda y cubriendo su rostro lo más que podía—. Voy a... Me van a... No. No —murmuraba en completo desorden todo lo que salía de sus labios. Justo igual que todo lo que se agolpaba en su cabeza en ese momento—. No puedo terminar así...

Entonces sintió cómo alguien lo tomaba bruscamente del cuello de la camisa y lo levantaba. Justo después se escuchó cómo cerca de él, un rasguño surgió con velocidad y volvió a caer. Percibió que se le empapaba la ropa de una sustancia líquida. El olor a hierro mojado regresó a su nariz despertando el vívido recuerdo de aquella alucinación.

Como si una corriente eléctrica de un muy alto voltaje le hubiese recorrido el cuerpo, se estremeció en su lugar y desesperadamente trató de limpiarse con sus propias manos, ignoraba todo el escándalo que había en su cabeza. Entonces, sintió cómo le propiciaban un golpe en la mejilla, devolviendo su mente a la realidad, y finalmente vio los rojizos ojos de su maestro clavados sobre él.

—Busca tu máscara y quédate detrás de mí —le ordenó y sus voces callaron de repente.

Al concluir con ese encuentro, volvió a cerrar los ojos que se llenaron de lágrimas a causa del gas. Apenas fue capaz de acatar esa orden. Movió sus inseguras manos por todo el piso hasta que logró encontrar el instrumento que protegería su identidad. Se lo colocó de inmediato, y entonces sintió otro tirón que lo arrojó hacia otro sitio. Se escuchó un ruido metálico al caer, y otros dos pesos le aterrizaron encima.

—¡Vámonos! —ordenó Stain con fiereza y Kurogiri puso la camioneta en marcha.

Los neumáticos resonaron en la calle, creando algo de humo al hacer fricción, y luego de salir del callejón, la velocidad se estabilizó. No debían resaltar demasiado.

—¡Kurogiri, esto quema! —se quejaba Shigaraki cubriendo sus ojos con fuerza.

—Por favor guarde silencio, Shigaraki, podría delatarnos —pidió el hombre sombra enfocando al asesino de héroes desde el retrovisor—. ¿Por qué usted se encuentra bien? —inquirió.

—No estaba tan cerca de donde el gas surgió —explicó tallando sus ojos con el antebrazo—. Por ahora, sólo siento ardor, los ojos me lloran.

Luego de eso, volteó a ver a Izuku en silencio, quien tallaba sus ojos fuertemente. Se había quitado la máscara y la dejó reposar a un lado de él. Stain tomó el artefacto y trató de mirarlo detalladamente, era como si aquella vista le despertara un recuerdo, pero sus ojos estaban tan dañados en ese momento, que terminó por rendirse y dejar la máscara caer. Apoyó la espalda en el cristal polarizado y volvió a limpiarse los ojos.

Nadie se había molestado en abrir la boca en un largo tiempo. Resultó demasiado repentino que Izuku comenzara a reír por lo bajo, mientras seguía con su espalda doblada y la frente pegada al piso del vehículo.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó la única integrante femenina con su antebrazo cubriendo sus ojos.

Izuku no respondió. Simplemente se limitó a sonreír y a reservar su alegría para él mismo. Justo en ese momento, se había percatado que por primera vez en su miserable vida, había logrado cumplir una de sus metas. Finalmente había conseguido alcanzar aquello que él mismo se había planteado. Por un momento había dejado de ser el inútil que hasta entonces, había estado siendo. Y eso, era algo digno de celebrarse. No con los presentes, era evidente que no le convenía tratar de crear una relación interpersonal con ninguno de ellos.

El ardor de los ojos había comenzado a mermar. Alcanzó su mochila negra y extrajo su teléfono para escribir un mensaje. Justo cuando lo envió y bloqueó el dispositivo, alcanzó a vislumbrar su reflejo en la opaca pantalla, y entonces se percató de que su rostro estaba manchado de sangre. Ni siquiera se había percatado del momento en que pasó.

—Oh no —murmuró y después inspeccionó sus manos y su ropa con desazón. Todo estaba manchado de esa sustancia rojiza, que había comenzado a oxidarse por el aire—, espero que mamá no esté en casa.


Cansado de escuchar el agua de la regadera, cerró la llave de una vez y miró que en su camisa blanca, seguía rastro de la gran mancha que se había hecho. Soltó un bufido molesto y la metió en una bolsa negra de basura. Las formas de limpiarla que había buscado por internet no habían funcionado. Iría a tirarla otro día en algún basurero lejano de su casa. También debía de comprarse ropa nueva.

Escuchó que golpeaban tímidamente la puerta del baño y la entreabrió de inmediato. Pudo ver que su madre se sorprendió un poco por la rapidez con la que había actuado.

—Perdón, mamá, ¿te asusté? —preguntó sonriendo. Como si aquello fuese una pillería menor.

—¿Por qué no me avisaste que saliste temprano de la escuela? —dijo ella—, ni siquiera me dijiste que ya estabas en casa.

—Sí lo hice, pero estabas muy ocupada cocinando que no me oíste.

—¿En verdad? —preguntó sorprendida y su hijo asintió—. ¿Y sólo entraste sin decir nada?

Izuku miró al techo, pareció pensar su respuesta por unos segundos y asintió nuevamente. Antes de que Inko dijese algo más, la puerta principal comenzó a sonar y ambos callaron antes de que la mujer tomara la palabra.

—¿Esperas a alguien?

—Debe ser Genki, lo invité a pasar el rato. ¿Podrías por favor ir a ver?

—¿Izuku, está todo bien? —preguntó Inko tratando de asomar la cabeza al baño, se acababa de percatar de que su hijo trataba de no abrir mucho la puerta.

—Estaba a punto de bañarme —se excusó tratando de ocultar su cuerpo de tras de la puerta para que su madre no viera sus pantalones manchados—, en un momento iré, sólo debo vestirme, ¿si?

La mujer se sintió mínimamente mal por tratar de inferir en la privacidad de su hijo y bajó la cabeza. Al no saber qué decir, optó por hacer caso a la petición de Izuku. El joven quiso tratar de subirle los ánimos a su madre, pero sabía perfectamente que luciendo como lo hacía, era mejor mantenerla alejada de él.

En cuanto ella se alejó, se apresuró a tomar sus cosas y correr a su habitación. Buscó una camiseta sencilla y un short holgado, metió su ropa usada en la bolsa negra que ocultó debajo de su cama, y después, tomó rápido su psicotrópico y salió de su habitación. Se dirigió a la sala principal, donde estaban su madre y su amigo charlando, y se giró directamente a Genki, sin percatarse de que Inko no lucía nada feliz. Aquel semblante dudatibo tan característico de ella, se había fruncido levemente y sus labios estaban apretados.

—Hola, Genki —saludó con la voz ronca a causa de los efectos secundarios de su medicamento.

—Qué hay, Izuku.

—Izuku —la voz de Inko llamó la atención de ambos, al escuchar que estaba empleando un tono firme que no acostumbraba—, ¿por qué no fuiste a la escuela hoy?

El rostro del joven palideció. Tenía ya bastante tiempo que no veía a su madre tan enojada. Su corazón comenzó a acelerar la frecuencia con la que palpitaba, y de no haber sido porque su garganta estaba seca, habría pasado saliva.

—¿Vamos a tener problemas ahora? —continuó Inko con su regaño—, ¿vas a empezar a saltarte clases?, ¿en dónde estuviste todo el día?

Izuku guardó silencio y bajó la cabeza. Sintió el peso de la molesta mirada de su madre sobre él y una carga de culpa creció en su pecho. Sabía perfectamente que no estaba bien actuar de manera tan irresponsable al no preocuparse por siquiera mentirle a su madre. Comenzó a pensar en todas las cosas que debía esconder de ella: La Liga De Villanos, sus repentinas clases de pelea por las mañanas, sus nuevas compañías, las voces de su cabeza, su psiquiatra, su medicación. Eran demasiados secretos que aún necesitaban un disfraz.

—Hablarémos de esto después —sentenció la mujer cruzando sus brazos—. Atiende a tu visita.

Ambos jóvenes miraron como daba media vuelta y se dirigía a su habitación. Genki trató de recuperar todo el aire que aquella incómoda situación le había robado y miró a su amigo, quien había empezado a sudar un poco. Entonces, posó fraternalmente su mano en su hombro y le dedicó una empática sonrisa.

—¿Qué te parece si vemos televisión? Traje un montón de basura para comer.

Izuku le devolvió la sonrisa y aceptó la invitación. Sacó un electrolito del refrigerador y su amigo encendió la televisión. Comenzaron a charlar y vieron un programa cualquiera, bromearon respecto a los malos chistes y los clichés que la gente solía ver actualmente.

—Todo está bien, ¿no? —se dijo Izuku a sí mismo, viendo su reflejo en el espejo cuando se tomó un momento para ir al sanitario—. Es para celebrar mi gran triunfo de hoy —rió por última vez y regresó a la sala de estar, donde finalmente, la sonrisa se le borró de los labios al ver que Genki había puesto las noticias.

—Ya me aburrí de ver series de mala comedia —le dijo su amigo—. Hay que burlarnos ahora de los villanos, ¿a que sí, Izuku?

—Mejor veamos otra cosa —propuso preocupado el de cabello verde sentándose a su lado.

—Luego, esto es interesante. La Liga De Los Payasos atacó el laboratorio hoy.

—Genki, hay que ver otra cosa, es lo mismo de siempre.

—Espera, parece que enfocaron a algunos.

Izuku sintió sus manos temblar. Su cuerpo comenzó a generar más sudor y permaneció callado mientras veía cómo la pantalla enfocaba cuando la bomba de gas fue lanzada. Genki se acercó aún más al televisor para ver de cerca cómo poco a poco la nube blanca se diluía. Uno de los criminales tenía una ridícula mano falsa en la cara, la otra chica cubría su rostro con sus manos y uno más tenía unas vendas que protegían su identidad. Sin embargo, comenzaron a enfocar a un cuarto integrante que había perdido su máscara. Estaba de espaldas, por lo que lo único que se podía observar, eran sus cabellos rizados y verdosos. Aquello le resultó extrañamente familiar. Acercó nuevamente su rostro a la pantalla para ver mejor y entonces, cambió el canal.

—¡Izuku! —reclamó volteando a ver que su amigo tenía el control remoto en la mano—. ¡Ya estaba lo más interesante!

—Lo lamento, Genki.

—¡Regrésalo! —ordenó arrebatando el control y regresando al canal de televisión, donde ya habían cambiado de noticias. El joven resopló y se dejó caer en su lugar.

—¿Ya puedo cambiar de canal? —Izuku rió.

—Ya —respondió con desdén.

Todo parecía estar en orden. Midoriya había logrado cambiar de canal justo a tiempo. No sabía si se había alcanzado a grabar su rostro, esperaba que no, pero en aquel entonces, la más grande prioridad era evitar que Genki tuviese la oportunidad de identificarlo. En ese momento, su plan pareció funcionar, pero no sabía que en otro lugar, demasiado alejado de donde él vivía, en una habitación oscura que sólo era iluminada por el televisor, una escuálida mano había marcado un número desde su celular, unos ojos zarcos miraban hipnotizados las noticias, como si su mente no terminara de digerir lo que acababan de ver, la boca de esa persona estaba tan abierta como podía estarlo, y su cuerpo parecía estar petrificado.

Su tercera llamada fue respondida al quinto pitido.

—¿Quién es? —la ronca voz de su ex asistente sonó.

—Disculpa, Nighteye, ¿te molesto?

—¿All Might? —el hombre al otro lado de la línea telefónica, parecía estar sorprendido de que ese héroe le llamara después de tanto tiempo—, ¿qué sucede?, ¿ocurrió algo?

—Dime, ¿aún entrenas al joven del que con tanto fervor me has contado?

—Claro que sí. Pero, no entiendo, ¿Qué está pasando?

—Creo que es momento de buscar seriamente a un sucesor.

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