-Q U I N C E-

Una escuálida figura estaba sentada en aquella gran habitación. Miraba entretenido a través del ventanal que estaba a corta distancia del sillón donde esperaba sentado. Veía con suma atención la ciudad, los automóviles, las personas. Era una ciudad llena de vida y movimiento. Pensó que era curioso que siendo que él mismo estaba en una situación delicada, no podía dejar de sentir algo que lo jalaba directamente hacia allí, hacia el hogar de todas esas vidas y defenderlas de cualquier cosa que los amenazara. Suspiró y luego sonrió cuando alcanzó a ver a un pajarillo cruzar el cielo. Le había generado una especie de confort el verlo de aquella forma tan fugaz.

—Aún no puedo creer que realmente estés tú aquí, conmigo... —se escuchó la voz de un hombre alto y delgado, de una cabellera verdosa muy bien peinada mientras se acercaba con una charolilla para que bebieran un poco de té juntos—. Quiero decir, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que desayunamos juntos. Me alegra volver a verte, All Might.

—A mí también me genera gusto verte, Nighteye —respondió el símbolo de la paz, tomando entre sus escuálidas manos la taza que su ex compañero le ofrecía y le dió un sorbo.

—Luces bien. No es que esperara que no fuera así, quiero decir, no es que dude de tí...

La risa tranquila del héroe rubio le interrumpió, tan afable como siempre, y sumamente tranquilizadora. Hizo un gesto con la mano, como si deseara tranquilizar los nervios del contrario y cerró alegremente los ojos.

—Tranquilízate, amigo mío. No me atrevería a pensar algo impropio de tí. Después de todo, fuimos muy buenos compañeros de trabajo, ¿no es así? —ambos rieron un poco al recordar de forma veloz la sensación compartida en sus años de compañerismo—. Esa señorita de la recepción, ¿es acaso pasante?

—¿Hablas de Bubble Girl? No no, ella es mi compañera.

—¿De veras? luce tan joven.

—Tiene la virtud de que su apariencia omite sus años. Casi todos piensan igual que tú. Pero hay un joven; Mirio Togata, que está haciendo sus pasantías aquí, en mi agencia. Es un discípulo extraordinario.

—Me imagino. De hecho, es por tu discípulo de quien quisiera hablar contigo.

Sir Nighteye guardó silencio un momento. Se mostró notablemente sorprendido por esas palabras. Tras pasar un instante se retiró las pequeñas gafas que llevaba para poder limpiarlas con la orilla de su elegante camisa.

—Disculpa, All Might, creo que escuché mal. ¿Dijiste que quieres hablar de Mirio?

—Precisamente —afirmó—. Estoy pensando muy seriamente en conseguir a un sucesor.

Izuku estaba acostado en el frío suelo de su habitación. Las cortinas bloqueaban su ventana y las luces estaban apagadas. Sus brazos y piernas se extendían lo más que podían por la habitación y su mirada estaba perdida en el techo.

De repente, escuchó un quejido.

Izuku se puso de pie con lentitud. Su mente no estaba procesando nada, su cuerpo se movía por cuenta propia. Arrastró los pies hasta la puerta y la abrió. El chirrido de ese movimiento hizo un eco que viajó a través del callejón que estaba frente a él. Una ráfaga de frío le acariciaba la piel, como si lentamente lo condujera en su interior maloliente y lúgubre.

Izuku comenzó a adentrarse en el callejón, tambaleándose un poco al caminar y sin siquiera reaccionar a los gemidos de dolor que cada vez resonaban más y más fuerte al avanzar. Sus ojos verdosos y apagados no reflejaban expresión alguna, al igual que el resto de su rostro. Sintió que algo húmedo manchaba sus pies desnudos, y el olor a hierro mojado le asaltó las fosas nasales otra vez al encontrarse en el tétrico escenario donde Capitán Celebrity estaba siendo asesinado.

Izuku miró directamente al asesino; vestía de gala con guantes de cuero negro y un antifaz como el de los bailes franceses de la antigüedad. Su inconfundible cabello verdoso y rizado apenas se movía con la tenue brisa fresca. Después, Izuku miró el rostro de la víctima; sus ojos suplicaban ayuda a donde quiera que mirara, sus labios temblaban al finalmente hallarse a los pies del puente entre la vida y la muerte, sus mejillas eran recorridas por las lágrimas desesperadas que escapaban de sus ojos y entonces sus miradas se cruzaron.

—¡Ayúdame! —suplicó el héroe estirando su mano hasta Izuku mientras que su asesino elevaba la katana con la que sembraría el ataque final—. ¡Ayúdame!

Izuku no se movió. Ni un poco. Su rostro no demostró remordimiento alguno, y con una indiferencia absoluta, contempló como ese hombre moría al ser degollado lado a lado por su otro yo. El rastro de sangre comenzó a ascender lentamente por las piernas del joven. Podía sentir claramente su piel siendo empapada por el líquido y miró a su otro yo acercarse a él, elevando la katana, y en el momento en que su filo alcanzó su piel, en un parpadeo, estaba acostado en un charco de sangre en el suelo de su habitación.

Se puso de pie. Abrió la puerta y comenzó a avanzar por el pasillo hasta llegar al baño. Ahí, cerró la puerta con seguro, ingresó a la ducha sin siquiera quitarse sus prendas y abrió el agua. Las frías gotas comenzaron a empaparlo, y de repente sintió que su corazón se retorcía de dolor, y un nudo se generó en su garganta.

Se sentó abrazando sus rodillas. Las lágrimas comenzaron a salir silenciosamente de sus ojos. Sus labios temblaron, una de sus manos se dirigió a su cabello y lo estrujó un poco antes de soltar un gemido de dolor. No lo podía creer, no se podía perdonar lo que había hecho. ¿Cómo se daba el lujo de seguir vivo cuando había matado a alguien? Porque él había sido quien mató a ese hombre, no Stain, fue él; Izuku Midoriya.

Pasó saliva fuerte. Tenía ganas de gritar, de llorar y jadear de tristeza, pero no quería que su madre se acercara y le preguntara qué estaba pasando. ¿Cómo podría explicarlo? ¿cómo podría si quiera verla a la cara? No podía hablar con nadie, no podía llorar a gusto, y no tenía valor de acabar con su vida y tampoco lo tenía para vivirla.

Enojado se dió un golpecito en la frente, y luego otro y otro más. Cada golpe era más fuerte que el anterior y entonces se arrodilló y comenzó a golpear el suelo empapado, salpicando la cortina de baño con el agua y ahogó un jadeo. El peso de todos sus pecados se le acumuló en el cuerpo, y sin poder sostenerlo por completo terminó por pegar la frente en el empapado y frívolo suelo, donde el agua seguía empapándolo por completo. Se mordió fuertemente la lengua para no liberar ni un sólo ruido, y posteriormente, con el puño izquierdo, comenzó a golpear su propio abdomen. Sólo era consciente de que liberar esa energía le hacía bien, y el dolor de su cuerpo le servía de castigo, un castigo más severo que el coro de demonios de su cabeza, que noche a noche le trataban de obligar a asesinar a su madre; un castigo digno para un asesino. No había nada peor que vivir una vida siendo esclavo de sus acciones, y el era candidato perfecto para soportarlo. 

Pronto se convenció de que debía salir, su madre despertaría y debía desaparecer antes de eso. A duras y a penas se puso ropa apropiada. La verdad era que todo su cuerpo le pesaba tanto, que le costaba respirar a cada segundo, y estaba seguro de que no se trataba de ningún maldito broncoespasmo. 

Salió de casa y caminó con la cabeza baja. Llegó a su escuela, se fue a refugiar en la mesa más alejada de todo el lugar, uno donde ni si quiera los prefectos se atreverían a interrumpirle, y apoyó la cabeza en su mochila amarilla y abultada.

Habían transcurrido ya cinco días desde ese suceso, cinco días donde su martirio era peor y donde su pecho comenzaba a punzarle, como si un abejorro le atacara ferozmente con su aguijón y le torturara. No sentía ninguna clase de vacío, pero preferiría sentirse vacío y sin motores para vivir, a tener que vivir arrastrando las pesadas cadenas del remordimiento. Si tan sólo se hubiera detenido en cuanto pudo.

A cada segundo tenía ganas de llorar, pero jamás era capaz de hacerlo libremente. A veces las lágrimas se asomaban a través de sus ojos y él bajaba la cabeza para que nadie se atreviera a compadecerle. Otras veces no era capaz de contenerse y solo le daba la espalda a las personas, y se alejaba mientras sus mejillas se mojaban en silencio.

Pronto había sido capaz de regular su respiración para que tuviera suficiente tiempo de desaparecer, antes de que la nariz se le congestionara. Ni siquiera se había tomado la molestia de ir a sus entrenamientos con Stain. No por miedo ni vergüenza, sino por el simple hecho de que ya no tenían sentido.

—Hey, Izuku —cantareó Genki antes de sentarse frente a él en esa mesa.

—Ahora no —murmuró sin energías y sin alzar la mirada a su amigo.

—Oye, hieres mis sentimientos. ¿Por que has estado tan deprimido? Ágata está preocupada por ti. —No sabía la razón, pero la presencia de Genki irradiaba todo tipo de mensajes excepto confianza. Era mas bien una especie de advertencia o anuncio oscuro. Una extraña tensión se generó apenas su llegada, y era perfectamente palpable a metros de distancia.

—Me imagino que tú también —ironizó con la voz ronca. Ambos sabían que Genki no estaba ahí por preocupación por su bienestar.

—Bien, me cansé de esto —soltó de repente, cambiando su tono de voz drásticamente. Ambos se sentaron erguidos y con las manos en la mesa. Era momento de hablar como hombres; sin pelos en la lengua— . Escucha bien, Midoriya, voy a ir directo al grano: ¿qué has estado haciendo las últimas semanas? 

—¿A qué viene este interrogatorio? —soltó sin dejarse mangonear tan fácilmente.

—Primero desapareces repentinamente, eres mas cerrado, es como si de repente estuvieras tratando de ocultar algo. Luego de eso, estás demasiado tiempo en el celular, como planeando algo. Y ahora... bueno, simplemente estás deprimido —habló sin titubear ni una sola vez. Miraba a Izuku como si estuviera tratando de leerlo a él y a sus reacciones, como si tratara de ver a través del velo de sus mentiras—. ¿Sabes qué creo? Creo que estás en problemas, y unos demasiado grandes para una mentecita como la tuya.

—Lo que yo esté haciendo es mi problema. No tengo ni un solo motivo para darte explicaciones a ti, ni a nadie —escupió cada una de sus palabras, evidenciando el coraje que le despertó sentir que Genki estaba tratando de entrometerse en sus asuntos. Unos en los que un boquiflojo como él no tenía que asomar sus narices.

Se puso de pie, indignado, y cogió su mochila para irse. Pero a penas dio unos cinco pasos después de darle la espalda a Genki, escuchó su molesta voz hablarle burlesco una vez más.

—Somos amigos desde nuestra infancia, ¿no es así? Sin embargo, nunca había tenido tantas ganas de patearte como ahora.

Izuku dio media vuelta, cabreado hasta el copete, y encaró a su amigo que se acercó fiero a él. Ambos con el cuerpo firme y recto, como si esperaran el primer golpe para desencadenar un intercambio de ellos ahí mismo. Sus respiraciones se enlazaban, retándose uno al otro, invitando al contrario a romper con esa fina barrera que evitaba una posible ruptura en su amistad. Fue entonces cuando Genki murmuró entre dientes cada palabra que escapaba de sus labios con sumo rencor.

—La policía te está siguiendo, y por consecuencia, seguramente a Ágata y a mi también.

El shock le recorrió instantáneamente el cuerpo y pudo sentir que sus latidos se detuvieron en un segundo. Pronto se generó una única pregunta: ¿cómo? Él pensaba que era imposible que lo detectaran. Era imposible que lo reconocieran, ni siquiera en el reportaje de su intrusión en el laboratorio. Lo había revisado completamente y comprobó que su rostro no fue captado por la cámara. Era imposible que lo estuvieran investigando.

—¿Qué? —A decir verdad, en ese momento las palabras no eran suficientes y ni siquiera tenían cabida en su boca—. Genki... —lo llamó tomándolo del brazo y frenando su amago de retirarse. Sin embargo, el otro se libró de su agarre, molesto, y lo empujó lejos de él.

—¡¿A qué demonios estás jugando, Midoriya?! —gritó finalmente desgastado en su cólera—. ¿Quieres jugar a los policías? ¿tienes una idea de lo que le hacen a los niños como tu en la cárcel? ¡No! ¡Evidentemente no la tienes!

—Genki, escucha...

—¡No, Deku, tú escúchame a mi! —Le apuntó furioso con el índice al apenas escuchar su voz—. Más te vale que lo que sea que estés haciendo no me involucre ni a mi, ni a ella. A partir de ahora estarás solo. No me conoces, no te conozco, y mis manos están limpias de todos tus juegos.

Y se fue. Midoriya iba a pedirle que se detuviera pero no dijo nada. Las últimas palabras de Genki permanecieron grabadas en su mente. De repente se miró las palmas de las manos, como si en ellas estuviera la evidencia de su crimen, y las miró manchadas de la sangre fresca de esa noche. Lentamente sus voces regresaron con murmullos inentendibles que poco a poco se hacían más audibles, y de repente, callaron para escuchar lo que Izuku tenía por decir.

—¿Solo yo? ¿podría estarlo alguna vez?

La paranoia se le estaba saliendo de control, empezaba a creer que quizás eran delirios sus pensamientos. A veces juraba que un hombre de traje lo estaba siguiendo. Lo veía en todos sitios; en la parada del autobús, afuera de la escuela, caminando por la misma calle. Eran demasiadas coincidencias para ser solo por casualidad. Tal vez eran alucinaciones suyas, pues últimamente se habían manifestado más violentas, o tal vez de verdad estaba siendo seguido por la policía, como Genki le había advertido.

Esa posibilidad le impedía dormir adecuadamente. Con frecuencia miraba discretamente por la ventana para asegurarse de que no había nadie espiándolo. Una vez, un vecino estacionó su auto frente su casa y permaneció hablando por teléfono por varios minutos. Eso, para Izuku, había sido una tortura. Estaba seguro de que lo iban a arrestar en ese mismo momento. Quería correr, pero no sabía si tenían la casa rodeada, si lo estaban vigilando con cualquier cosa que tuvieran preparada. También pensó en que podrían entrar en cualquier momento a buscarlo, a golpearlo, así que corrió a encerrarse en su habitación para estar asalvo. A los minutos pensó que eso no sería suficiente y salió por la ventana. De ahí, ya no recordaba nada más, sólo sabía que quizás se había quedado dormido, o tal vez se había desmayado, pero cuando despertó, estaba en la azotea abandonada donde antes entrenaba con Stain.

Ya era noche, hacía frío. Revisó su teléfono por costumbre y miró las treinta y siete llamadas perdidas de su madre. Para cuando decidió volver a casa, no había ni un auto de policía esperándolo.

No sabía qué hacer, no sabía qué pensar. Empezaba a imaginarse escenarios horribles de interrogación, donde le amenazaban. Pero su imaginación siempre podía ser más cruel de lo que pensaba: a veces le hacía ver escenarios en donde arrestaban a su madre por acusarla de complicidad. Izuku podía verla llorando por defenderlo, abogando por él y por demostrar que no era culpable del crimen del que se le acusaba, y entonces se veía a sí mismo siendo incapaz de decirle que no era así, que en verdad se había convertido en un criminal.

Aquella tortuosa noche Izuku tuvo una pesadilla en donde los policías golpeaban a su madre en el cuarto de interrogatorios, y ella, con cada palabra de su boca seguía repitiendo que su hijo era inocente, y entonces la volvían a golpear. Ella sangraba y lloraba, casi no la podía reconocer por el daño que sufría y esa imagen mental le partía el alma, le escupía y le paleaba con violencia y le rasguñaba para que jamás olvidara que ese dolor que sufría su madre, era por su culpa, por sus acciones y malas decisiones.

Cuando despertó, Izuku fue golpeado por el pensamiento de que no iba a permitir que por su culpa, su madre sufriera semejante dolor.

Se levantó. Metió velozmente unos cambios de ropa a su mochila. Se puso un suéter azul y una gorra antes de salir de casa para jamás regresar. Estaba dispuesto a desaparecer de la vida de todos, incluso de La Liga De Villanos. No iba a volver a permitir que nadie enunciara su nombre.

Aún era de noche, las estrellas seguían señoreando en el cielo y las calles eran iluminadas por las luces de la ciudad. Izuku había optado por caminar varias manzanas para alejarse de casa. Cuando halló una parada, se decidió a sentarse y esperar al siguiente autobús y llegar a un distrito diferente. Ahí comenzaría una nueva vida; conseguiría trabajo y un lugar en el cual vivir. Tal vez se atrevería a contactar a su madre en un futuro, cuando estuviera a salvo de todo.

Tembló un poco por la baja temperatura. Pensó en que quizás debió llevar un abrigo más grueso y estornudó.

—Salud —le dijo la chica que estaba sentada a su lado en la parada de autobús.

Izuku ni siquiera se había percatado del momento en que la joven había aparecido. Le dedicó un agradecimiento mudo girando apenas unos centímetros a verla; su piel era morena como la canela, su largo y lacio cabello rojo lo llevaba atado en una coleta de caballo alta, llevaba puesta una chaqueta mezclilla, una camisa negra, unos pantalones holgados verde militar y unas grandes botas negras que se asemejaban a los que usaban los policías.

Izuku no podía crearse un concepto del tipo de persona que ella sería. No quería precipitarse a considerar que quizás se trataba de una delincuente juvenil o algo así. Prefirió ahorrarse tiempo y volvió a plantar la mirada al frente, ignorando la situación en silencio. Aquella chica había comenzado a verlo de soslayo con sus ojos ámbar, tan brillantes y claros como la miel a contraluz, y crispó un poco los labios con disgusto. Se quitó uno de sus auriculares y volteó al frente.

—Vaya horas de esperar al autobús son estas, ¿no? —comentó. Su voz era un poco ronca y tranquila—. ¿Hacia dónde vas?

Izuku no respondió. Ella esperó unos diez segundos y seguía sin oír algo de su parte. Soltó un suspiro y se giró hacia el joven, en un intento por comenzar a desvelar su meticuloso plan.

—¿Vas a ir a visitar a unos amigos? —preguntó—. ¿Vas a ir a donde se esconde la Liga de Villanos?

—¿Disculpa? —preguntó el joven un tanto desconcertado, volteando a verla—. No tengo idea de lo que me estás hablando.

—¿De veras no te acuerdas? sabes que estoy hablado de tus amigos, con quienes irrumpiste en el laboratorio del estado hace ya unos veinticinco días.

—Lo lamento —negó con la cabeza—, creo que me estás confundiendo.

—No, yo conozco perfectamente quien eres, Izuku Midoriya.

En ese instante, el corazón del joven se detuvo. Un indescriptible oleaje se extendió por todo su pecho, y sintió como si una gran roca hubiera aterrizado estrepitosamente en su interior. ¿Por qué, justo cuando se estaba proponiendo salvarse de su gran error, aparecía esta chica a cerrarle las puertas de la libertad? Lo único que rondaba por su mente era el buscar una forma de evadirla, de esquivar todo lo que ella tratara de hacer para que Izuku hablara al respecto. Sin embargo, la risa áspera de ella fue como una ráfaga de viento que se llevó cualquier estrategia que pudiese idear.

—Te he estado observando por un tiempo, niño —sonrió ladeando un poco la cabeza—. He estudiado las rutas que tienes para irte a la escuela, los lugares donde te ejercitas con ese hombre, los días que te reúnes con tu psiquiatra, incluso conozco a tus amigos y a la mujer que vive contigo, tu madre. 

—Escucha, me estás asustando —respondió mostrándose nervioso mientras se ponía de pie—. No se de quien me hablas, pero por favor déjame tranquilo o llamaré a la policía.

Izuku dio media vuelta, dispuesto a irse. Se alejó apenas unos cinco pasos cuando a dos metros de distancia, pudo ver a ese elegante y fornido hombre de negro observándolo a la lejanía. Un escalofrío no tardó en recorrer su piel y entonces, comenzó a sudar. Seguramente esas personas eran policías, y lo mas probable era que no fueran solos y estuvieran a punto de arrestarle. En cuestión de segundos su mente fue imaginando un montón de escenarios donde policías salían desde todos lados y lo esposaban. Su corazón se aceleró con temor.

—Veo que ya reconociste a mi amigo —le dijo la chica soltando un largo suspiro—. Te propongo algo: tú te sientas a mi lado, y yo no le pido que nos acompañe.

Izuku no sabía qué hacer. Se sentía entre la espada y la pared. Lo único que podía hacer en ese momento era cooperar y esperar a ver una apertura para poder salir de esa. Suspiró, tratando de hallar consuelo en sus pensamientos y se volvió a sentar, ambos a cada extremo de la banca pública. El joven le plantó cara finalmente, a la espera de escuchar lo que esa mujer le tenía que decir.

—Mira, niño, la próxima vez que me mientas voy a darle una visita a tus amiguitos. ¿De acuerdo? —le advirtió—. Puedes llamarme Robin. Disculpa que te haya asustado, pero quiero que sepas que mi intención no es hacerte daño. ¿Bien? —Izuku afirmó con la cabeza, lo hizo mas por conveniencia que por credibilidad. No se fiaba de ella—. No vinimos de parte de la policía, de eso puedes estar seguro. Mas bien, hemos venido por otro asunto un poco menos difícil que eso.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó con un nudo en la garganta y pasó saliva. 

—Escucha con mucha atención. —La mujer irguió la espalda para  adoptar una postura más seria y le dedicó una mirada penetrante—. Quiero unirme a la Liga de Villanos.

Por un fugaz intervalo de tiempo Izuku no logró procesar lo que había escuchado. Cuando finalmente lo hizo, sintió una especie de golpecillo en la frente, como si sus pensamientos se hubieran ampliado de repente. Trató de imaginarse a una chica dentro de la Liga de Villanos, cosa que le tomó un poco de tiempo, y luego meneó un poco la cabeza.

—Disculpa pero, yo no soy quien decide eso —le explicó en un tono suave—. Yo no soy quien lidera el grupo.

—Eso ya lo sé —respondió al instante—. Quiero que me lleves con tu líder.

—Eso no es tan sencillo, Robin. Mi líder quiere que le lleve únicamente miembros de calidad. Es el tipo de persona que se pone exigente cuando se trata de alcanzar lo que quiere. Incluso cuando yo me uní trató de matarme. —Hizo una pausa para dejar que la chica razonara un momento acerca de lo que acababa de decir—. Volverse un criminal no es tan genial como las películas hacen creer. Cuando menos te lo esperas lo pierdes todo.

—Yo ya no tengo nada que perder, niño —arrastró cada palabra como solo una persona cansada de su propia vida podría hacer. Izuku trató de vislumbrar alguna clase de luz  través de sus pupilas, pero a pesar de que sus ojos eran tan claros, no vio nada que fuera capaz de hacerlos resplandecer. Aun así, se rehusó a no hacerla cambiar de opinión.

—Te equivocas, Robin. —Comenzó a elevar la diestra lentamente. Posó los dedos índice y anular en su sien derecha, formando una pistola con la mano, y prosiguió—: Puedes perderte a ti misma.

Ninguno dijo nada. Ambos habían bajado sus respectivas cabezas. Izuku se lamentaba por haber entrado a ese mundo lleno de tantas cosas mas fuertes que él mismo, y Robin se preguntaba que tanto podía llegar a lamentarse.

—Dejaré que lo pienses por un tiempo —habló Izuku—, de todas formas, sabrás como dar conmigo.

—No necesito pensar nada —respondió ella antes de que el joven se pusiera de pie—. Quiero unirme a ustedes.

Hubo una pausa, como si el varón tratara de permitir que el remordimiento alcanzara a la chica antes de cometer semejante locura. Pero al ver que no había ni una señal de duda, decidió proseguir.

—Antes que todo, necesito saber una cosa: ¿Cual es tu Quirk?

Ella dudó un instante, o al menos Izuku así interpreto su silencio, y después respondió.

—Mi Quirk es Broken Eye; consiste en que puedo hacer que cualquier persona a diez metros cuadrados a mi alrededor pueda ver lo que yo desee que vea. Es un Quirk del que he aprendido a sacarle provecho rápidamente.

—Fascinante —susurró Izuku sintiéndose intrigado—. ¿Podrías mostrarme un poco de lo que eres capaz.

Robin pareció tentada en sonreír. Elevó la palma de su mano, la cual parecía estar levantando un pequeño pajarito amarillo. Izuku acercó su cabeza para verlo a detalle y de inmediato terminó maravillado. Ese animal parecía tan real, incluso podía asegurar de que lo escuchaba piar. Por simple instinto trató de tocarlo, pero cuando su dedo se posó sobre aquellas plumas amarillas, realmente no pudo sentir nada. Simplemente vacío.

—Sé que este pequeño puede hacerte creer que puedes sostenerlo con tus propias manos —le dijo la chica—, pero él no es real. Ni siquiera el hombre de negro que te ha estado siguiendo estos días lo es. Siempre he Sido yo, tratando de hallar una oportunidad para hablar contigo.

Izuku sintió una especie de admiración por ese Quirk tan extravagante. Por un momento estuvo tentado a sacar uno de sus diarios de estudio para tomar notas e idear una especie de estrategia, pero recordó que los había dejado todos en su casa. Para ese punto el joven ya sabía que no iba a poder escapar hacia ningún lado. Tal vez su deseo de experimentar con el don de esa chica era lo que le convencía de quedarse. Siempre pensó que en ese aspecto era un poco egoísta. Se olvidaba de todo, hasta de lo que estaba haciendo, y se dedicaba a escribir estrategias y características de los diferentes tipos de Quirk en batalla.

Suspiró un poco rendido, hasta ese momento le pareció que esa información estaba bien. Sólo necesitaba que Shigaraki tomara una decisión.

N/A

Tengo ya casi un año con este borrador. Me alegra por fin terminarlo, luego de casi 5,000 palabras de duración..., pero bueno, alguna vez me pidieron capitulos más largos y eso es lo que les estoy dando(¿)

Disculpen que me tarde tanto, me pondría a hablar de mi vida pero sé que no les importa, así que terminemos rápido: no tengo tiempo de escribir. Ni siquiera he leído el manga, ahq.

En fin, nos vemos en otros mil años cuando actualice. Y si escribo un shot aparte, serán dos mil más.

Muy atentamente:
Yossi-chann❣️

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