-C I N C O-
—P-pero —balbuceó aún con ínfimas esperanzas—, no puede ser así. Debe haber una forma.
—Lo lamento, Izuku —susurró la joven afligida al verlo así—, pero ya realizamos estudios, investigaciones, incluso pedimos la opinión de nuestros maestros —hizo un pausa y bajó la cabeza—. No hay manera en que se pueda despertar un Quirk mediante la mutación.
—¡Tiene que haber algo mal! ¡Algo está fallando! ¡Algo no embona! —se puso de pie repentinamente y se aproximó a la joven que se paralizó del temor. Izuku le tomó los hombros y comenzó a sacudirla un poco—. ¡No puedo fallar así! ¡No puedo! ¡Esto no me puede estar pasando!
—¡Izuku! —chilló Ágata acongojada. La mirada que su amigo empleaba hacía parecer que sus ojos abandonarían su sitio. Su voz alterada era digna de alguien que sufriría una inminente recaída psicótica. Las uñas aguileñas incrustadas en sus hombros le hicieron creer que se los arrancaría en un santiamén.
Midoriya guardó silencio y la contempló así, intimidada por él, había logrado ponerla como años atrás, Kacchan lo había hecho con él. Pero eso no fue lo que asustó a Midoriya; le asustó que le gustaba verla así, le asustó pensar en lo agradable que era ver a alguien sintiéndose pequeño e inferior ante él.
Cerró los ojos y meneó la cabeza de un lado a otro. Pestañeó dos veces antes de soltarla y recular lentamente.
—Lo lamento. —Se apoyó en el escritorio junto a su cama—. Creo que perdí el control.
—¿Estás bien?
—Por ahora no. Me refiero a que es normal que me moleste por algo así, ¿no crees? Mis clases, mis estudios, mi tiempo ha sido vano. —Comenzó a mover con desgano la diestra de forma circular mientras hablaba—. Supongo que este no es de mis mejores momentos. Entiendo si te quieres retirar.
—¿Hay algo que pueda hacer por tí? —inquirió viendo cómo el joven le habría la puerta de su habitación.
—Ya has hecho lo que podías. Muchas gracias, Ágata, pero me temo que no es necesario mantenerte aquí por más tiempo. Te veo mañana en la escuela, ¿Sí?
La delgada joven no se sintió menos nerviosa al ver la sonrisa de su amigo, pero aún así, este le había acompañado hasta la puerta principal de su hogar.
—¡Adiós! —se despidió Izuku, recibiendo un acentimiento de cabeza por parte de Ágata. La joven se resignó. Aceptó que no podía hacer nada por su amigo, e inició su camino a casa mientras un agujero de preocupación nacía en lo más profundo de su mente. Nunca antes había visto a Izuku de tal manera, tan... Agresivo, impaciente, colérico. Le recordaba un poco a su hermano. Quizás por esa razón era que ella se preocupaba por Izuku, porque no quería perderlo a él también.
Entre tanto y tanto, Midoriya le observó alejarse desde la puerta de su casa, hasta que la perdió de vista. El joven cerró la entrada de su casa, y regresó a resguardarse bajo cerrojo en su habitación. Se sentó un instante en la orilla de su cama, y apoyando los antebrazos en las rodillas, se dedicó a mirar perdidamente al suelo.
—Así que eso es todo, ¿no? —susurró para sí mismo—. Todo fue una pérdida de tiempo. Todo lo que me propongo a lograr resulta ser... imposible. —Se escuchó un quiebre en la última palabra.
Apretó los puños hasta que los nudillos se blanquearon, y entonces sintió una fina gota de agua recorrer su mejilla. Luego de esta, otras más secundaron sus acciones, cargadas en una mezcla de melancolía y cólera. Ya estaba cansado de que todo aquello que él desease terminara de la misma manera.
Primero deseó tener un Quirk, y nació siendo incapaz de tener uno.
Después, lo que sólo necesitaba era que su madre le apoyara, le alentara. Pero le dió motivos para hundirse.
Tan sólo quería hacer que todos pudiesen tener la probabilidad de despertar su Quirk oculto. Pero sencillamente eso no se podía.
Estaba descepcionado de sí mismo, estaba cansado de intentar, estaba herido de las caídas, estaba harto de ser tan impotente. Estaba más que molesto de no ser capaz de poder alcanzar ni uno sólo de sus sueños, ni uno. Todo lo que quería era crear un mundo mejor, un mundo en donde todos pudiesen vivir plenamente con una sonrisa en el rostro, y confiar en que estarían seguros. Pero todo eso era imposible.
Midoriya tomó sin ningún cuidado la lámpara de noche que reposaba en el escritorio junto a él, y de un jalón la arrojó a la pared, provocando que se rompiera al recibir el impacto. Esta pequeña apertura que su ira había encontrado, fue suficiente para que toda decidiese salir y dominara el cuerpo del joven que se puso de pie, y arrojó estrepitosamente el escritorio. Sus cosas cayeron al suelo y arrojó la silla hacia sus cajones de ropa. Después fueron sus fotografías, cuyos cristales se esparcieron por todo el suelo.
—¡¿Izuku?! —llamó su alterada madre que se sentía temerosa al escuchar tanta cacofonía en la habitación que privaba a su hijo.
—¡Lárgate! —le ordenó arrojando un vaso con lápices a la puerta, en un acto desesperado de aclarar que no era bienvenida.
—¡Hijo, ¿estás bien?! —chilló asustada al escuchar el golpe tan cercano de ella y dejó de forzar la entrada.
—¡Que te largues! —gritó con más desespero, rasguñando su garganta en un aullido voraz que traspasó todas las intenciones que Inko tenía de entrar—. ¡No me vengas a ayudar ahora! ¡No ahora que me he dado por vencido!
—¡Hijo... !
—¡No me llames así!, ¡no te lo permito! —se aproximó velozmente a la puerta, y con sus propios puños comenzó a golpearla—. ¡Largo, largo, vete de aquí!
En un segundo, su atención se desvió y dió a parar en el póster de All Might que tenía colgado en la puerta. Sus cristalizados ojos se posaron detenidamente en él, con la diestra acarició de manera embobada el papel, como si al hacerlo lograra acariciar al auténtico héroe.
—All Might —susurró con su trémula voz—. ¡Esto es tu culpa! —terminó por arrugar el papel y romperlo, empleando las uñas y dientes—. ¡Tu culpa!, ¡tu culpa!
Arrojó el papel a cualquier sitio, y de un golpe rompió el estante donde reposaban todas las figuras de acción de su antiguo ídolo. De repente el aire le faltaba, sentía que estaba a punto de ser asfixiado por su propia energía, miró desesperado las cuatro paredes de su habitación que lo retaban, lo observaban, todos lo hacían. Un millar de ojos imaginarios lo estaban observando. Sus nervios recorrieron cada músculo de su ser, el aire cada vez se alejaba más y más de él, que empezó a hiperventilarse.
—¿Izuku, estás bien? —inquirió Inko, pegando su oído a la puerta, esforzándose para escuchar a su hijo.
Detrás de esa puerta, era como si se escondiera el mismo infierno con un montón de demonios que se burlaban de él; sus socarronas risas tan agudas y estrepitosas, tan semejantes a un millar de alaridos le saturaba la cabeza, y con su propia voz trataba de acaparar los gritos de ellos. Justo cuando se alcanzó ese punto que culminó con todo lo que Midoriya podía soportar, se decidió a escapar.
Abrió con desespero la puerta, y a consecuencia su madre cayó al suelo. Izuku de un brinco la esquivó y salió de su hogar sin colocarse los zapatos para salir.
—¡Hijo! —gritó Inko arrodillada en el suelo, y fue ignorada por el joven que había empezado un maratón hacia cualquier lugar que sus desnudos pies decidieran llevarlo.
Necesitaba aire, necesitaba silencio, necesitaba desesperadamente expulsar toda la energía que le sobrecargaba el cuerpo o explotaría. Explotaría y bañaría todo de sangre, y otra vez Kacchan se burlaría de él por ser tan inútil, y llegarían sus nuevos amigos de UA y lo acompañarían en sus burlas, y sería el hazme reír de todos otra vez por fallar y no alcanzar sus metas.
—¡Cierra la boca imbécil! —el grito de un desconocido logró frenarlo, justo como lo haría un jinete al jalar las riendas del caballo.
Permaneció quieto, observando a detalle cómo un sujeto con apariencia de vándalo, asaltaba a otro que vestía similar. Este último se retorcía de dolor, cómo si algo lo quemase. En un acto de inercia, se sacó del cuello la cadena metálica que irradiaba una rubicunda luz a causa de la temperatura elevada. Izuku dedujo que sería por el Quirk del otro sujeto.
—¡No me sigas bastardo! —amenazó antes de echarse a correr y Midoriya lo siguió a una distancia prudente. Lo miró adentrarse en uno de los barrios más peligrosos de la colonia y le bastó para iniciar su camino a casa.
«Canalla» pensó Midoriya en el asaltante que había seguido. Era otro inmerecido poseedor de un Quirk y que —por lo que alcanzó a ver— le daba un uso erróneo. Otro de esos innecesarios ciudadanos para la sociedad. Todo sería más fácil si ese sujeto no tuviera su particularidad. Si tan sólo alguien se la pudiese quitar.
—Deberías hacerlo tú —hablaron por detrás de él.
El joven abrió sus ojos de par en par y se giró velozmente sobre sus talones, sólo para descubrir, que no había nadie. Meneó la cabeza repetidas veces, se estaba volviendo tan loco que ya escuchaba voces.
—Sabes que eso es posible —esta vez fue un siseo que le rozó la nuca—. Sabes que ya ha pasado antes.
—Fueron a base de accidentes —respondió por inconsciencia. Negó otra vez con la cabeza, y mirando al suelo se repitió que no debía responder. Todo era producto de su cabeza.
—Accidentes que puedes provocar.
El joven no respondió. Las voces se callaron. Era momento de volver a casa.
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