-C A T O R C E-

Si se me permite opinar, podría asegurar con total certeza que el día en el que La Liga De Villanos y yo, fuimos a hurtar el plutonio, fue el día más emocionante de toda mi vida.

Nunca antes había sentido mi corazón palpitar con tanta fuerza. Fue emocionante. La adrenalina, la velocidad, el peligro con el que todo se desarrolló fue algo increíble. Me molesta un poco haber reaccionado con temor, pero estoy seguro que la próxima vez que algo así vuelva a ocurrir, seré valiente y me dejaré abrazar por esa agridulce sensación tan similar a la locura.

Mientras tanto, me la he pasado imaginando día y noche a mí mismo haciendo desastres por mi propia cuenta. Me imagino a mí mismo rompiendo los cristales de los automóviles de mis maestros, me imagino golpeando salvaje y brutalmente a mis compañeros, me imagino lanzando una simple bomba pequeña a un autoservicio, y mirando como se consume lentamente por las llamas. También, me he imaginado lo que se sentiría asesinar a una de las tantas chicas que caminan de noche por las calles, chicas a las que he comenzado a seguir sólo para asustarlas. Aunque siento, que de verdad deberían temerme, pues soy más peligroso de lo que aparento.

Quisiera usar sus cuerpos para practicar con mi cuchillo, todos los movimientos que Stain me ha enseñado. Quisiera que tiemblen con mi presencia y griten de dolor con todo lo que puedo hacer. Quisiera correr por la ciudad mientras hago explotar todo a mi alrededor, disfrutar de la percepción de mi corazón latiendo mil veces por hora, y por una vez, no escuchar los gritos de mis voces, sino los gritos que puedo hacer que la gente libere para mí.

Pero no lo hago. Soy perfectamente consciente de que delataría a Tomura y al resto de La Liga si tuviera la osadía de cumplir con mis corruptas fantasías. Así que sólo me queda esperar la siguiente misión. No puedo ir tan seguido a la guardia o podría delatarnos, pero me siento ansioso porque Tomura me llame y me pida matar a alguien. Sería perfecto que ese alguien, fuera un conocido, así podría demostrarle lo mucho que he crecido y que he cambiado, tal vez Kacchan sería perfecto para ello, aunque ese no es más que un capricho mío.

El joven se detuvo un momento para atar las cuerdas de su zapato, y reanudó su corrida matutina. Tras pasar cuatro días sin recibir su entrenamiento, no podía permitirse que la condición física de su cuerpo se deteriorara. Por lo que, la opción más viable que optó tomar, fue la de continuar en movimiento por su propia cuenta. Iniciando con una sesión de veinte minutos de calentamiento, proseguía a perfeccionar su parkour por más de sesenta, repasaba los movimientos de combate ofensivos y defensivos, y finalizaba con una simple corrida alrededor de un parque, hasta regresar a casa.

La ausencia de su mentor le extrañaba en sobremanera. Usualmente Stain estaba en el lugar acordado antes que él. Había intuído más de una vez que lo hacía a propósito. ¿Qué podría hacer, que un hombre tan cordial como él, desapareciera repentinamente?, se había preguntado esa mañana, sin encontrar una respuesta al instante.

Llegó a casa sudando más de lo habitual, con una asombrosa y anormal dificultad para respirar. Era como si alguien hubiera puesto sobre su pecho un par de ladrillos de cemento, provocando dolor en él y obstrucción en sus vías respiratorias. Izuku pensó que se trataba de una simple fatiga por el reciente ejercicio realizado. Así que, restándole demasiada importancia al asunto, se condujo a la cocina por algo de beber tras encender el televisor.

Pronto las noticias reclamaron el derecho de ser exhibidas en la pantalla del artefacto. Izuku fue a sentarse al sofá, dándole un sorbo a la lata de zumo de frutillas y se secó el sudor de cuello. Entonces, al tratar de respirar, pudo escuchar un ruido peculiar. Había sido agudo, débil. Y al tratar de respirar por la boca, sintió como su pecho le dolía por semejante esfuerzo y el ruido de hizo más fuerte. Era similar a las cuerdas de un violín, que de forma desafinada tocaban notas cada vez más agudas, o el maullar de un montón de gatos hambrientos.

Encorvó la espalda hacia adentro. Se llevó la diestra al pecho e hizo presión, con la esperanza de apaciguar ese espasmo que le impedía respirar con libertad. Sentía que dentro de su pecho había una barrera gruesa, pero que al tratar de traspasarla, era un esfuerzo doloroso para sus pulmones, como si los sometieran a una paliza.

—¡Izuku! —Inko, quién se acababa de levantar, llamó preocupada a su hijo al escuchar cómo se le dificultaba respirar—. Hijo, ¿qué te ocurre?, ¿qué te pasa?

—Estoy bien —irguió la espalda, dando otra bocanada de aire, haciendo aquel ruido agudo—. Sólo... sólo es una fatiga. Fui a correr, es todo.

—Eso no es sólo una fatiga —le tomó las mejillas y después le limpió el sudor de la frente—. Estás transpirando demasiado. No es normal que hagas esos ruidos. ¿Cuánto tiempo llevas respirando así?

—No lo sé. Tiene un rato —hizo una pausa profunda para tratar de respirar. Le estaba costando demasiado trabajo.

—Voy a llamar a un taxi para ir al hospital. No puedes permanecer así.

Al abrir los ojos, Izuku sólo podía ver una luz blanca y pálida. Giró la cabeza, y encaró a su madre, que estaba sentada en una silla junto a su camilla. Al verle suspiró aliviada, Izuku alcanzó a ver que dos perlas de agua se asomaban por sus ojos antes de que le acariciara la cabeza. Justo en ese instante se percató de que tenía en el rostro una mascarilla de quirófano. Inmediatamente comenzó a preocuparse, no entendía qué estaba pasando.

—Hey, ya despertó el pequeño —se escuchó la aguda voz de una mujer al retirar la cortina que lo privaba del resto de camillas vacías—. Vaya que le has pegado un susto a tu madre, pequeño.

La doctora subió sus gafas de montura roja con el dedo corazón, y apagó el ruidoso artefacto al que estaba conectada la mascarilla de Izuku.

—Ya puedes quitártelo —indicó apuntando a su propia nariz, donde el joven tenía aquel instrumento.

La mujer se retiró el cabello rosado de los hombros, el cual apenas le llegaba unos dos centímetros debajo de éstos, y se sentó en la camilla continua a la de Izuku, cruzando sus largas piernas al tomar la tabla donde tenía el registro del joven.

—Disculpen, pero me encantaría saber qué pasó —dijo Izuku, retirando cuidadosamente la mascarilla y girándose a ver a su madre.

—Hijo... —habló temerosa e insegura, como siempre—, cuando estábamos en el taxi... te desmayaste.

Izuku se sorprendió notoriamente al escuchar eso, pues era irrelevante. Pasó saliva grueso, y buscó con la mirada a la doctora, en busca de respuestas. No obstante, esta ni siquiera volteó a verlo y comenzó a hojear sus documentos.

—Oh sí, y vaya que lo hiciste. —cantareó la doctora enroscando un mechón de su cabello con el índice—. Tu madre me dijo que habías salido a correr, y también dijo que llegaste con una fatiga monstruosa.

—Así es, todos los días salgo a hacer un poco de ejercicio, pero nunca antes había pasado algo como esto —respondió el joven, incorporándose sobre el colchón.

—Eso, querido, no fue una fatiga. Estabas teniendo broncoespasmos.

—¿Bronco qué? —espetó Inko preocupada.

—Broncoespasmos. Ocurren cuando se padece de asma, cuando se expone a cambios repentinos de temperatura, o pueden ser reacciones alérgicas a sustancias como el polvo. Consiste en que los bronquios de la persona se cierren un poco al exponerse a situaciones como estas, obstruyendo así, el flujo del oxígeno a través de ellos. Gracias a que su hijo permaneció bastante tiempo sin atenderse, la falta de oxígeno en el cerebro ocasionó que se desmayara. Pero afortunadamente, estos asuntos no son nada difíciles de tratar.

—Gracias a Dios —Inko suspiró aliviada al escuchar esas palabras.

—Aunque hay algo que me desconcierta un poco —admitió la doctora, volteando a ver al joven un momento—. No es muy común que se presenten estos casos en esta temporada del año. ¿Tienen parientes que padezcan de asma o dificultades respiratorias?

—No, jamás había pasado esto en mi familia. Por parte de mi esposo, tengo entendido que tampoco hay alguien con estas características.

—Uhm, qué curioso —murmuró la doctora. Lo hizo más para ella misma que para ser escuchada—. Bien, de momento hemos conseguido arreglar este asunto. Voy a darle al muchacho unos broncodilatadores para tratar con horarios este problema. Si sólo se trata de un incidente cualquiera, es probable que se vaya igual que como vino.

—¿Qué es un broncodilatador?

—Se refiere a que me darán inhaladores —explicó Izuku a su madre—. Esas cosas lograrán hacer que mis bronquios se abran y me permitan respirar debidamente.

Izuku pudo alcanzar a ver cómo su madre empuñaba sus manos sobre sus piernas, se podía apreciar que sus nudillos cambiaron ligeramente de color. Sus labios estaban crispados. No alcanzó a ver sus ojos por el flequillo de ella, pero cuando indignada se volteó a verle, pudo apreciar cómo se habían cristalizado a causa de las lágrimas que solicitaban salir.

—¿Ahora también eres médico? —cuestionó con la voz quebradiza, con un tono tan frágil como lo era ella misma.

Izuku llegó casi corriendo a su casa. Fue directamente a su habitación, y dejó caer su mochila al suelo tras cerrar la puerta. Corrió impaciente al computador, y comenzó a realizar una profunda y vasta investigación respecto a las consecuencias de haber estado expuesto al gas lacrimógeno. Esa era una interrogante que le había acosado durante toda su jornada escolar, pues no podía permitirse faltar nuevamente. No quería siquiera pensar en cómo habría reaccionado su madre si se enteraba de que había faltado al colegio. Mucho menos deseaba que se interesara en preguntar, pues realmente, deseaba evitar mentirle a su madre más que cualquier cosa en el mundo.

Tampoco quería ser un blanco atractivo para la curiosidad de Genki, la cual había empezado a sospechar, era más grande que la inteligencia del chico. Por esa razón había decidido estar, lo más distante posible de los medios de comunicación, y centrarse más en hallar algo en lo cual fijar la atención del chico. Por otro lado, Ágata no era alguien de quien se debiera cuidar demasiado. Curiosa no era, y tampoco poseía la suficiente fuerza de voluntad para hacer algo por su propia cuenta.

Así mismo, había adelantado todos sus deberes escolares entre cada clase. No quería llevarse ni una responsabilidad a casa, necesitaba tener el terreno despejado para poder trabajar, para poder averiguar de una vez por todas qué consecuencias arrastraba el haberse sometido al gas lacrimógeno de la policía, pues no solamente era él quien se había visto involucrado, sino que también lo había hecho su mentor, Stain.

Se dejó caer en el respaldo de su silla exhausto. Aquella ardua investigación le reveló que los broncoespasmos podían presentarse por primera vez, incluso tras pasar algunos días después de tener contacto con el gas lacrimógeno. Seguramente había sido aquello lo que había impedido que Stain acudiera a sus entrenamientos. Soltó un suspiro, al incrementar las probabilidades de aquella teoría.

Izuku no sabía prácticamente nada acerca de Stain, ni siquiera su nombre real, o su rostro sin aquellas cintas. Lo que le llevaba a suponer que, tal vez no se encontraba en las condiciones adecuadas para ir a tratarse debidamente. Pronto comenzó a preocuparse por él. Izuku se había sentido horrible esa mañana, le había dolido tanto el tratar respirar, incluso se había desmayado. ¿Cómo estaría Stain?

Izuku sintió entonces el deber de buscarlo y darle algún broncodilatador. Sentía que debía de ayudarlo si podía hacerlo. Sin embargo, no sabía dónde buscarlo. No tenía idea de dónde pernoctaba, tampoco si siquiera tenía una vivienda. Mucho menos se imaginaba el donde había crecido. No tenía pistas en donde buscar, y eso le irritaba.

«No sabes dónde está, y tampoco dónde ha estado —pensó él— entonces debes de empezar por saber en dónde estará.»

Izuku volteó a ver al techo, como si al sumirse en la nada lograra encontrar algo. Entrelazó las manos sobre su estómago y comenzó a jugar con los pulgares. Se dió cuenta de que sus manos eran más ásperas desde ese día.

«Existen dos formas para saber en dónde estará una persona. La primera: debes de conocer sus hábitos. La segunda: debes de conocer sus vicios.»

Para Izuku, ese pensamiento tenía sentido. Los deportistas acostumbraban ir a correr, o ir al gimnasio. Los adictos iban siempre a dónde pudieren conseguir más de su propio vicio. Los estudiantes tenían sus propias rutas para ir y venir de la escuela. Los lectores iban a la biblioteca. La gente común iba al trabajo.

Incluso si era un hábito lo que uno poseía, o un vicio, de igual forma te convertía en un blanco visible para los depredadores.

«Si eres capaz de conocer uno de estos dos factores, entonces debes de pensar en cómo hacer que se dirija a dónde quieres que vaya.»

Stain tenía un hábito. Y a su vez, ese hábito era un vicio: Él era un asesino. Aquel que se mancha las manos una vez, lo hará de nuevo.

Izuku apostaría lo que fuera, a que muy en el fondo Stain disfrutaba de matar. Él describía sus acciones como el arte de purgar a los impostores, el arte de salvar al mundo de los falsos héroes. En ese momento, comenzó a considerar que eso no era más que una forma de maquillar las atrocidades que él hacía. De una u otra forma estaba asesinando a personas, de una u otra forma estaba acabando con vidas. No importaba la forma en que insistiera en llamarle.

Como todo asesino, tenía un patrón. Y el de Stain estaba impregnado en su propio sobrenombre: los héroes. Aquellos que consideraba falsos. Si Izuku quería atraer al lobo, debía de ofrecerle un cordero.

Tras haber realizado una breve investigación acerca de héroes con última popularidad, su atención dió a parar en un hombre de rasgos que distaban de ser japoneses. Un mentón extrañamente peculiar, que le causó un poco de repelus. Su corte de cabello era exageradamente llamativo. Era alto, con un cuerpo dotado de músculos. Se hacía llamar Capitán Celebrity, abreviado simplemente como C.C.

Hombre fanático de los medios de comunicación, las cámaras, atención. Hacía gala a su nombre de héroe tratando de convertirse en una celebridad. Izuku investigó más a fondo. Averiguó que era nativo de América. Se interesó más en buscar información de él en páginas de noticias estadounidenses, y al instante se encontró con el hilo negro que se ocultaba detrás de esa magnática sonrisa: era un mujeriego. Con muchas demandas por parte de mujeres, y el gran escándalo de una indemnización que le pagó a su esposa.

De inmediato, Izuku comprendió que no era más que un adorador del dinero, que al tener prácticamente arruinada su reputación en América, viajó a Japón para empezar desde cero. Empezando principalmente, por cambiar radicalmente su campaña publicitaria, dirigiéndola principalmente al público masculino, como si quisiera cubrir de cualquier forma su pasado con las mujeres. La ofrenda perfecta para Stain, el verdugo.

Sin embargo, Capitán Celebrity aún no era lo suficientemente conocido para llegar a los oídos de Stain. Y eso debía de cambiar.

«Las cartas no siempre estarán a tu favor.» Ladeó la cabeza y crispó los labios, en un gesto que denotaba un poco de pereza. «A veces tienes que crear tus propias aperturas.»

Pronto comenzó a crear en su mente un plan para hacer que la popularidad de Capitán Celebrity fuera en ascenso. Se encargaría de hacer que su nombre apareciera en cada anuncio publicitario, en cada escaparate de las tiendas, en cada comercial y entrevista de televisión. Y justo cuando toda su fama estuviera en la cúspide de la grandeza, Stain lo mataría. Y sería en ese preciso momento en el que podría acercarse a él nuevamente.

Pronto se puso de pie asustado. Su corazón se había acelerado con temor con sólo percatarse de lo que estaba haciendo; estaba planeando el asesinato de un hombre. Un hombre que a pesar de tener sus antecedentes, había ayudado mucho más al mundo de lo que él había hecho en toda su vida.

Empezó a cuestionarse si acaso Stain valía la pena de aquel elaborado plan, si acaso ese hombre era más valioso que la vida de otro.

Aunque, si ese plan funcionaba, entonces significaría que realmente había crecido mucho más de lo que se imaginó. Podría averiguar cuánto había cambiado en tan poco tiempo.

Pero eso seguía siendo un asesinato. Y él estaba a punto de ser el autor intelectual.

Pero, no habían probabilidades suficiententes de que su plan funcionara. Sólo era una especulación. ¿Realmente un joven tan minúsculo como él, podía lograr hacer algo tan grande sin tener que hacer un sólo movimiento perceptible?

Asustado, salió de su habitación sin encender las luces. Conocía tan bien las dimensiones de su casa, que no chocó en ningún momento y llegó al baño. Cerró la puerta silenciosamente y se paró frente espejo. Seguía con las luces apagadas, no podía ver nada realmente, ni siquiera su reflejo.

Guardó silencio, como si tratara de cerciorarse de que sus oídos no captaban el ruido de algún intruso o de su madre, que a veces se levantaba por las noches a tomar agua. Entrelazó las manos tras la espalda y se apoyó en la fría pared.

—Sigues ahí. ¿No? —pronunció en un susurro, y después se aclaró un poco la garganta para hablar más alto—: sigues ahí.

No hubo respuesta.

Izuku suspiró aliviado, y al encender la luz pudo ver su reflejo. Se acercó al espejo, y comenzó a apreciar sus propias pecas, sus matices, sus tamaños, la forma en la que estaban salpicadas por sus mejillas. Se tomó un momento para observar sus ojos, sus pupilas oscuras y sus iris esmeralda, la forma en que brillaban con la luz del baño. Miró con atención la forma en que su cabello parecía ser negro desde las raíces, y lentamente se apreciaba su color verdoso hasta llegar a las puntas.

Seguía siendo el mismo Izuku.

Soltando un suspiro, apagó nuevamente la luz.

—Por favor, no te vayas todavía.

Y abrió la puerta para regresar a su habitación

Izuku comenzó al día siguiente con su plan.

Se hizo varias cuentas falsas en muchas redes sociales, y en todas y en cada una de ellas comenzó a postear y repostear información de Capitán Celebrity, pero nunca lo hizo en su cuenta personal. Utilizó el popularizado "sígueme y te sigo" para asegurarse de que sería visto, y pronto el efecto deseado surgió. A unas cuarenta y ocho horas de haber iniciado, sus notificaciones le informaron que que la información de Capitán Celebrity pasaba de un muro a otro, reposteado una y otra vez.

Después empezó a investigar a ese hombre, y creó un blog acerca de curiosidades de él, las cuales eran tan inofensivas, como las curiosidades de una persona normal. Casi todas eran inventadas. Pero aún así, a la gente le gustaba ver que a pesar de ser alguien famoso y poderoso, Capitán Celebrity era una persona normal, con manías normales que cualquiera podría tener. Eso hizo crecer su aceptación por el público a una velocidad asombrosa.

Transcurridas las ciento noventa y dos horas, alguien, que no era él, creó un grupo de fans de C.C. lo que, desde luego, le hizo muy feliz. Solamente había dado el insentivo a seguir al héroe, y el resto de la población se había encargado de todo lo demás, de colocarlo en un pedestal. Sólo debía de sentarse a esperar a que Capitán Celebrity se pusiera a la mira. Sólo necesitaba que se expusiera.

Y justo cuando Izuku había dado todo por hecho, otro héroe había llegado. Inmediatamente, la atención se había desviado a ese nuevo personaje. Igual que todas las modas, al llegar algo nuevo, se desechaba lo viejo.

Izuku estaba enojado, todo se había ido por el drenaje cuando estaba a punto de alcanzar su objetivo. Necesitaba hacer que nuevamente, todos voltearan a ver a C.C.

Y entonces, fue el mismo héroe quién organizó una especie de festival en la apertura de un centro comercial en su distrito. El anunciado Narufest se había movido desde Naruhata hasta ahí, e Izuku debía aprovechar esa oportunidad. Nunca se imaginó que fuera Capitán Celebrity quien moviera las piezas por él, se estaba volviendo realmente bueno en lo que hacía, pensó él. Pero después, se preguntó a sí mismo qué era exactamente lo que él hacía.

Al no hallar respuesta guardó silencio y centró su atención en asistir al Narufest. Le avisó a su madre, pues no iba a levantar sospechas de hacer algo a escondidas. Habían muchas personas. Parecía que iban a organizar una especie de espectáculo, pues había un escenario. Pronto el sol comenzó a esconderse, se podía apreciar cierta oscuridad en las calles. Izuku entonces tuvo un presentimiento; pensó que Stain estaba a punto de aparecer. No debía perder el tiempo.

Le dió un vistazo rápido a los recuerdos que almacenaba en su memoria, percatándose de que los informes de los periódicos anunciaban que las víctimas de Stain, mayormente eran encontradas en callejones oscuros y desolados.

Izuku tenía mucho de donde buscar, la ciudad estaba llena de esos callejones, y de todos debía de pensar cuál habría escogido específicamente Stain para hacer su acto. ¿Qué tan lejos estaría de la conmoción?, ¿hacia donde se orientaría? Izuku se había olvidado de calcular eso. Y entonces, alcanzó a ver cómo un hombre algo alto, con una sudadera de Capitán Celebrity cubriéndole la cabeza, salía de donde estaban los camerinos de los actores, y parecía rehuir la mirada de todos, como si quisiera pasar desapercibido.

«Es él» pensó y comenzó a seguirlo a una distancia prudente. Ocultó las manos en los bolsillos de su pantalón. Sus labios estaban sellados. Sus ojos, estocados en ese hombre. Lo vió adentrarse en una de las calles poco iluminadas, e Izuku entró a un callejón antes de ese. Rodeó la manzana y entró por la esquina contraria de dónde el hombre había entrado. Al otro lado del callejón, pudo escuchar cómo el héroe silvaba una melodía muy tranquilamente. Y de repente, se escuchó el filo de una cuchilla surcar en el viento antes de que el silbido cesara.

Izuku se apresuró a llegar, y se ocultó en silencio detrás de un gran contenedor de basura. Pudo ver entonces cómo una figura alta, corpulenta, miraba hacia abajo con unos ojos rubíes que resaltaban entre las penumbras, al hombre herido que había caído de rodillas al suelo. El agresor elevó su cuchilla hasta sus labios. Limpió con su lengua el rastro de sangre que pintaba su metal, y entonces, Capitán Celebrity soltó un jadeo, pegando finalmente el resto de su cuerpo al suelo, paralítico.

Izuku miró embobado la escena, sus ojos estaban tan abiertos como nunca antes. No se atrevió a mover ni un sólo músculo, incluso había dejado de respirar. ¿Por qué el héroe no se movía?, ¿acaso sería por el Quirk de su agresor?

—La era de tu reinado de corrupción termina aquí —escuchó la ronca y singular voz de Stain sentenciando al contrario—. Finalmente, el momento de derrocarte de tu trono de mentiras ha llegado.

_Tú... —jadeó el héroe, esforzándose por levantar el rostro para encarar al contrario—. Tú debes de ser el asesino de héroes.

—Estás errado. Yo no termino con la vida de héroes de verdad. Yo erradico a los falsos héroes; a personas que sólo utilizan ese título para maquillar su avaricia y sed de dinero y atención, a blasfemos mentirosos iguales a tí.

—No te saldrás con la tuya por siempre. Alguien acabará contigo de una vez por todas.

Hubo un silencio sepulcral. Izuku se permitió pasar saliva sin hacer ruido, atento a escuchar las palabras del verdugo a su víctima.

—Nos veremos en la otra vida —irrumpió entonces la frívola voz del asesino, y empuñando su arma, atravesó de una sola vez el pecho del hombre que jadeó fuertemente, pero no fue oído por el bullicio que se desarrollaba a unos metros de ahí.

En los ojos del héroe, se podía percibir que estaba buscando a alguien, a alguien que seguramente no estaba ahí. Parecía que sus ojos estaban viajando más allá de las oscuras paredes de ese callejón, como si en los turbios rincones de su mente, lograra por fin reencontrarse con la persona más importante en su vida, aquella que fue la única en despertar la necesidad de verse una última vez.

—Pamela... —murmuró en su aliento final. La espada del verdugo terminó por atravesar su cabeza, acabando de una vez con su vida.

Izuku estaba paralizado. Su corazón latía apresuradamente. Sus manos habían empezado a sudar. Finalmente, en verdad lo había hecho, su plan había resultado a la perfección. Había acabado con la vida de un hombre, y no tuvo que mancharse las manos para ello.

Sus emociones estaban en desorden, estaban en una pugna interna entre la indudable felicidad de la satisfacción, y el cruel remordimiento de un terrible pecado.

Izuku deseó saber qué dirían sus voces en ese momento. Si acaso estarían orgullosas, o asustadas. Esperaba que fueran ellas quienes le dijeran cómo sentirse. Pero ese psicotrópico que había tomado era eficaz, era preciso. Igual que la vívida inexactitud entre lo bueno y lo malo.

El joven entonces se puso de pie lentamente, con la intención de pasar desapercibido. Pero una cuchilla le rosó velozmente la oreja al viajar con rapidez hacia él. Entonces soltó un chillido por el susto, y al instante siguiente Stain ya estaba parado frente a él. Izuku retrocedió velozmente y cayó sentado sobre el suelo al tropesarse con algo.

—¡N-no estaba espiando! —se excusó de inmediato, siendo víctima de un inexplicable miedo—. Y-yo yo estaba... yo, ¡necesitaba hablar contigo! —soltó lo que supuso, había sido la raíz de todo—. Dejaste de ir a los entrenamientos, no dijiste nada, sólo desapareciste. Luego ocurrieron esos terribles broncoespasmos y yo... me preocupé. ¡Así que toma! —rebuscó velozmente en su bolsillo y extrajo la caja con el broncodilatador que había llevado para Stain—. ¡Toma dos dosis cada ocho horas y estarás mejor!

El mayor miró detenidamente la caja, y la forma en que esta temblaba, al ser sujetaba por la mano nerviosa que Izuku tendía hacia él. Escéptico, se limitó a apuntar su katana hacia el joven, dejando que la fina punta tocara apenas su garganta. Izuku estiró lo más que pudo el cuello, pasando saliva y cerrando los ojos con temor. Las manos no paraban de sudarle.

—¿Cómo fue que me encontraste? —demandó el asesino de héroes en un tono grave e intimidante—. Esto no fue por casualidad.

—Yo, necesitaba asegurarme de que estabas bien —murmuró con su trémula y acongojada voz—. Así que deduje que vendrías a castigar a ese hombre, porque él es un héroe falso.

—No me mientas, niño.

—¡No estoy mintiendo! Después de unos días del insistente con el plutonio padecí de broncoespasmos, y como habías dejado de asistir a los entrenamientos, pensé que quizás tú también.

El hombre entrecerró los ojos con recelo, tratando de hallar en su lenguaje corporal indicios de mentira o duda. El joven sólo cerraba los ojos, sus manos temblaban, como si se estuviera preparando para ser atacado sin poner resistencia. Stain dibujó un mohín en sus labios, y retiró su arma de la piel del niño. Dio media vuelta, sin siquiera girarse a verlo por última vez, y comenzó a alejarse lentamente.

Izuku soltó todo el aire que retenía. Se llevó una mano a la garganta para asegurarse de que estaba bien, y miró un instante el medicamento que aún reposaba en su mano.

—Te espero mañana —declaró el mayor sin frenar su andar.

El joven le miró irse. Hizo el amago de decir algo, pero de sus labios no escapó ni una mísera palabra. El corazón seguía a su acelerado ritmo. Su mente había quedado en blanco. No sabía qué más hacer. Stain ni siquiera había tomado el broncodilatador. Empezaba cuestionarse si realmente ese era el motivo por el que había decidido buscarlo.

Estaba perplejo. Estaba afónico. Sentía que había llegado muy lejos, pero no tenía una verdadera meta que alcanzar. Negó con la cabeza, no sabía porqué. Se puso de pie, y arrastrando los pies comenzó a salir de ese callejón, quizás debía volver a casa.

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