Capítulo 4
Cuatro días después de la llegada de los satidores, mi abuela nos comunicó que Tommy estaba estable pero no podría acudir a la próxima misión. Los satidores partirían esta noche y Tommy se quedaría descansado hasta su regreso. No podían permitirse perder a alguien más. Solo quedaban doce y hacía mucho tiempo que no encontraban a nadie del exterior.
Sophia me contó que Natalie ya estaba más animada y me alegre por ella en secreto.
Lo que seguía siendo un secreto eran mis poderes y el árbol, que visitaba una vez cada dos días, seguía oculto. Desde que había descubierto lo que podía hacer, tenía una ansiedad por salir al exterior.
Una noche, me desperté sudando. Intenté calmarme pero al final acabé despertando a mis padres. Había sufrido un ataque de ansiedad.
Mis padres me llevaron a la enfermería, donde me hicieron permanecer toda la noche allí.
El médico me tranquilizó diciendo que no era la única a la que le pasaba pero que se me olvidarían mis preocupaciones el día del Sol, para el cual faltaban dos días.
Peter era el único médico que había en el Pozo. Tiene el cabello rubio y unos ojos suaves que mostraban tranquilidad. Tiene unos 40 años y no suele salir de la sección D. Se llevaba muy bien con mi abuela, por eso, a la mañana me mantuvo allí hasta la hora de comer.
Cuando salí de la enfermería, mi abuela me esperaba fuera y me hizo una señal. La seguí y vi que me llevaba hacia la puerta de acceso de su sección. No había nadie en la puerta
- ¿Dónde...?
- Es el cambio de guardia – dijo mi abuela mientras introducía una clave.
Pasamos por la zona del hospital donde, desde el pasillo, vi a Tommy durmiendo. Parecía que se encontraba bien pero no pude detenerme porque mi abuela me indicó que la siguiese más deprisa. Reconocí la habitación de mi abuela cuando vi el número 147 en ella.
Se hizo a un lado para que pasase y entré. Me senté en la cama mientras ella cerraba la puerta.
- ¿Hay algo que debas contarme? – me preguntó
- No – mentí. Espero que no se refiriese al manzano. - ¿Ocurre algo abuela? Debería de volver al trabajo. Por mi culpa han tenido que cambiar de turno los padres para...
- Chiss – me mandó callar y la obedecí
Ambas permanecimos quietas y en silencio durante unos largos minutos hasta que vi que se relajaba.
- ¿Qué sabes sobre lo que le ocurrió a Tommy?
- Nada – dije confundida – Solo sé que Ross tardó apenas dos días en salir del hospital y Tommy aún sigue en él. ¿Por qué lo preguntas? ¿Tan grave es?
- No, ya no es grave – dijo mi abuela – Pero esas heridas...
- ¿Qué heridas? Abuela, deja de ser tan enigmática y cuéntamelo ya. – le exigí elevando la voz más de lo que quería. Mi abuela me fulminó con la mirada y se situó a mi lado en la cama.
- Las heridas que le curé a Tommy no eran normales. Le han quedado unas cicatrices horribles en el pecho. Como si se las hubiese hecho algo con garras. Pero el corte era perfecto.
- ¿Qué crees que pudo haber sido?
- No lo sé. Tommy dice que no se acuerda de nada. Nos contó que comenzó a formarse una niebla muy densa, que ni siquiera podían ver sus armas. Después comenzó a escuchar gritos y justo después algo impactó contra su pecho y no se acuerda de nada más.
- ¿Y ningún satidor vio nada? ¿Ni oyó nada?
- Lo único que oían eran los gritos de los demás.
Me quedé pensativa. Nadie que conociésemos hasta el momento podía hacer eso entonces ¿qué estaba ocurriendo en el exterior? ¿Qué no nos estaban contando?
- No digas nada – dijo – Se supone que esto no lo puede saber nadie pero en cuanto Tommy salga, el rumor se extenderá. Te digo esto porque pronto será el día del Sol. Por ahí arriba están muy alterados
- Iré con cuidado
- Bien – dijo más tranquila – Te veré donde siempre.
Asentí y me marché antes de que hubiese demasiada gente por los pasillos. Me dirigí a mi sección pero por el camino me crucé con mi padre.
- ¿De dónde vienes? – me preguntó
- De la enfermería – respondí. En cierto modo, contaba la verdad.
- Ven conmigo.
Hoy parecía el día de seguir a los demás. Me adentré en la sección H de mi padre. Como yo era una G, podía acceder sin ningún problema. Llegamos a una puerta donde mi padre tecleó una clave y, cuando la puerta se abrió, entramos. Tras la puerta había un pasillo largo, estrecho y frío, tanto que tuve que frotar las palmas de mis manos en los brazos varias veces. El pasillo estaba lleno de linternas colgadas de varios puntos del pasillo para poder iluminar.
Seguí a mi padre durante varios metros. En el pasillo había numerosas puertas, algunas estaban abiertas y se podían ver otros pasillos o los talleres de los herreros. Finalmente llegamos a un hueco. Había herramientas de todo tipo tiradas por el suelo. Se parecía a una enorme caverna con varios metros de alto. Las paredes de piedra convertían al lugar en una especie de refugio.
- Llevamos meses cavando pero es imposible perforar la pared. No tenemos las herramientas necesarias. El alcalde lo ha visto y nos ha mandado que lo convirtamos en una especie de bunker.
- ¿Por qué querría convertir esto en un bunker? – pregunté pero no necesité que mi padre me respondiese. Las cosas pintaban muy mal ahí fuera.
- Vamos a reforzar el techo, por si acaso. – dijo mi padre mirando hacia el techo.
Me gustaba que mi padre me enseñase en que andaba trabajando. Eso me ayudaba a saber que planes tenía el alcalde. Volví a mi puesto de trabajo a tiempo y pasé el resto de la tarde con los niños. Pedí disculpas a los padres por mi ausencia por la mañana pero los que más se disculpaban eran ellos por no poder dejarme el día libre para reponerme.
El día del Sol llegó. El médico me comentó que el ataque de ansiedad estaba relacionado con este día, pero yo tenía mis dudas. Lógicamente no podía describirle lo que en realidad me ocurría, así que simplemente podía asentir.
Me situé donde siempre y esperé a mi abuela. No tardó demasiado en llegar. Ambas estábamos apoyadas en la verja de metal que bloquea el borde.
Como siempre la zona central estaba repleta de gente. Todos esperábamos con ansia y me sorprendió descubrir que en mi caso, era mayor que otras veces. La gente comenzó a gritar la cuenta atrás.
Cuando llegaron a 0, todos miramos hacia arriba esperando que la compuerta se abriera, pero no lo hizo. Confundidos, muchos miramos el reloj que marcaba la hora en punto a la que debían abrir la compuerta. Miré a mi abuela pero esta tenía su mirada centrada en la sección B, donde se solía situar el alcalde y sus consejeros, pero allí no había nadie.
La gente comenzó a protestar y el griterío se elevó en el lugar, provocado por el mal estar de las personas que allí se encontraban. Cuantos más minutos pasaban, la histeria aumentaba y esta fue mayor cuando la gente comenzó a comentar que no había acudido el alcalde.
Pero, a pesar del nerviosismo de los que allí nos encontrábamos, las compuertas no se abrieron.
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Holaaa. Después de dos meses, aquí tenéis el nuevo capítulo. Me encantaría saber vuestra opinión sobre la historia ❤
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