XXIII

-Queremos saber todo lo que nos pueda decir sobre los ANDI -dijo Lavinia.

-No soy ingeniera, detective -respondió la mujer-. Le resultaría más útil ir con la gente de Androides y Robots.

-Venimos de ahí.

-Entonces, definitivamente saben más que yo -Intentó cambiar de posición, sin éxito-. Ni siquiera me dijeron todavía de cuántas unidades es el primer lote. No sé ni cómo se ven.

Camila y Lavinia intercambiaron una mirada de extrañeza. O la funcionaria les había dicho una mentira descarada, o era increíblemente estúpida.

-Una pregunta -intervino la joven, que, al fin y al cabo, era la más diplomática de las dos y no tenía problema en hacerse la boluda-: su recepcionista se parece mucho al modelo ANDI que Smith tiene como asistente.

-Ah, usted se refiere a Minerva. No, no es un androide, es una cyborg.

Bueno, ahora tenía un poco más de sentido, pensó Lavinia, aunque eso daba lugar a preguntas que no venían al caso. Se relajó.

-Oiga, no debería estar diciéndoles estas cosas a ustedes -continuó la funcionaria, esta vez en voz baja-, pero, conociendo a estos tipos de las empresas robóticas, asumo que hay un acuerdo de confidencialidad o algo por el estilo.

Lavinia asintió.

-El único motivo por el que crearon esta Oficina es para tranquilizar a la gente sobre todas estas cuestiones de cyborgs, androides, I. A. y todas esas cosas. Ustedes ya vieron lo que es esto. La ubicación no la conoce ni el loro, la única que sabe que yo soy la Secretaria de Asuntos Cibernéticos es mi mamá, y el presupuesto que nos asignan es irrisorio. Ni personal de limpieza tenemos. Es más, el título de Secretaria me lo puse yo; ya vieron que apenas llegamos a Oficina. ¿Cómo se supone que me tienen que decir? ¿«Oficinista»? Escuche -Se inclinó hacia adelante golpeando el escritorio con el índice-, el asunto de los ANDI no está regulado para nada; lo único que mantiene a las robóticas a raya es que, por ahora, el Estado es el único cliente importante que tienen. Entre ellas se pueden destruir o fusionarse o hacer lo que quieran, así que no me sorprendería que se infiltren o saboteen entre ellos. Creo que nadie compró a nadie todavía, porque ninguna tiene una gran ventaja sobre las demás. Pero supongo es cuestión de tiempo. Así que yo diría que la paranoia de Smith está justificada. No sería raro que hubiera un infiltrado -Hizo una pausa-. O más.

-Bueno -dijo Camila después de diez minutos de caminar en silencio por el laberinto de pasillos derruidos-, todo indica que tenemos que volver a las oficinas de Androides y Robots para buscar al maldito infiltrado.

-Venir acá fue una pérdida de tiempo -protestó Lavinia como hablando consigo misma-. No aportó nada nuevo. Nada nuevo para lo que estamos investigando -se adelantó a agregar al ver que su nieta estaba a punto de objetar algo.

Sin embargo, sabía que eso no la detendría.

-Una vez me dijiste que toda la información sirve, aunque a simple vista no lo parezca.

-¿Yo dije eso? -preguntó la detective; luego de pensarlo unos momentos, agregó-: Sí suena como algo que diría, ¿no?

Camila puso los ojos en blanco y rio en silencio. La abuela tenía un humor muy extraño.

Siguieron caminando un rato más. Los corredores se sucedían uno tras otro, todos iguales, salvo por un detalle que notaron hasta que doblaron a la derecha y se toparon con uno totalmente oscuro.

-¿Y las flechas? -preguntó Camila alarmada.

-Ahora que lo pienso -dijo Lavinia-, hace rato que no las veo.

-¿Pero las viste cuando salimos de la oficina? Porque yo no me acuerdo.

-Sabés que yo tampoco... ¿Nos habremos equivocado de camino?

La muchacha estaba cada vez más alterada.

-No me importa, abu, no me importa, quiero salir, quiero salir de acá...

Lavinia se acercó a la joven y le puso las manos sobre sus hombros.

-Ay, mija, estás teniendo una crisis -le dijo con calma-. Cerrá los ojos. Escuchá mi voz. Respirá: uno... dos... tres...

Un movimiento brusco adelante la interrumpió. Lavinia alcanzó a vislumbrar, de reojo, algo que se deslizaba por el piso para desaparecer en un rincón oscuro; no llegó a distinguir si se trataba del pie de alguien, de un carpincho o una rata. La mujer deseó con toda su fuerza que se tratara de esto último; si bien conservaba la habilidad para defenderse, ya no tenía tanta fuerza ni resistencia como antes. Además, en ese momento la preocupaba más su nieta. En cuanto a los carpinchos, a pesar de los comentarios que hacía de vez en cuando, sabía que lo mejor era no pensar en las leyendas que circulaban. Se le ponía la piel de gallina de solo recordarlo. Lo mejor sería irse de allí lo antes posible, aunque eso significara tener que volver sobre sus pasos.

-Vamos caminando -le dijo a Camila tomándola de un brazo y poniéndole la otra mano en la espalda-. Concentrate en mí. Andá respirando y caminá conmigo.

Anduvieron más despacio de lo que a la detective le habría gustado, pero por lo menos avanzaban.

De alguna manera, lograron volver a la puerta de la Oficina de Asuntos Cibernéticos. Camila ya se sentía mejor poco antes de que la divisaran. Lavinia, por su parte, sin embargo, no estaba tranquila. Tenía la vaga sensación de que las estaban siguiendo, pero no percibía sonido ni nada que se lo confirmara. Se preguntaba si sería buena idea ir a llamar a la oficina para pedir un vaso de agua o algo por el estilo, cuando unas voces del interior la alertaron. El instinto la llevó a esconderse detrás de una saliente de la pared para observar sin ser vistas.

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