XX
Camila se inclinó para levantar lo que había caído al piso y lo examinó intrigada:
—Es un comunicador de los viejos —dijo sin entender.
—¿Funcionará? —preguntó Lavinia tomándolo para ponérselo en el oído; tras unos segundos agregó—: ¡Bingo!
A pesar de la interferencia, la voz de la ingeniera se escuchaba mucho más clara que a través del teléfono.
—Vaya al edificio de Administración y siga el camino de los bancos hasta la parte de atrás. Estoy junto a la estatua del fundador, detrás de los falsos tilos.
—¿Vos sabés reconocer un tilo, abu? —preguntó Camila mientras se apresuraban a dar la vuelta a la manzana.
—Por supuesto —respondió Lavinia casi sin aliento—; en la vereda del secundario donde estudié había como tres.
Cuando llegaron, no tuvieron que esperar demasiado. La ingeniera se asomó desde atrás del tronco de uno de los árboles y, chistándoles, les hizo señas disimuladas para que se acercaran.
—Mandé a ANDI a comprar medialunas —dijo en voz baja—. Le otre le vi bajando a Programación. Creo que Smith sospecha de los cyborgs. No sé qué pasó ayer, pero me parece que los está controlando más. Alguien de ahí me pasó sus datos de contacto, por cierto.
—¿Del Departamento de Program...?
—Tienen diez minutos —interrumpió la ingeniera quitándose el dispositivo de realidad aumentada.
—¿Tiene alguna manera de verificar lo que nos dijo ayer sobre les ANDI? Necesito saber si puedo considerarlo un hecho o es mera impresión suya.
—Estuve hablando con algunos colegas, ¿sabe? Así, sacando el tema como quien no quiere la cosa. Solo un par piensa como yo, pero cuando les pido ejemplos concretos, lo que me cuentan no es para nada contundente. O sea, cosas que... Una mirada, una entonación... y esas dos personas me contaron una misma situación de diferente —Se pasó la mano por la frente—. O el trabajo nos está quemando la cabeza, o, no sé, estar encerrados nos hace peor de lo que pensábamos. Creo que necesito vacaciones —agregó—. A lo mejor, con la cabeza despejada, me sería más fácil darme cuenta de que es todo culpa del burn out.
—¿Y por qué no se las toma? —preguntó Camila.
—¿Estás loca? —le recriminó la mujer—. Desde que comenzó este asunto del Proyecto ANDI, no se las están dando a nadie. Es más, para que nos den licencia por enfermedad, tenés que tener, como mínimo, cáncer. O muerte cerebral. Y a veces, ni eso.
—¿A qué se dedica usted, exactamente? —preguntó Lavinia.
—Mi equipo se encarga de cargar la inteligencia artificial al cerebro y testear sus reacciones. Mi trabajo es verificar los informes y enviarlos al Departamento de Programación.
—Y, así y todo, ustedes desconocen los detalles de la programación; o sea, ni siquiera saben cómo cuernos funciona el cerebro —replicó Camila.
—Bueno, es más complejo que eso —respondió la ingeniera un poco avergonzada—, pero podría resumirse así, sí.
—Lo que es yo —intervino la detective—, todavía no termino de entender cómo es que ese método les resulta eficiente. Posta.
—¿Quién les dijo que es eficiente? —preguntó la otra, extrañada.
—ANDI 2.0 Beta. Dijo que, desde que trabajan así, la eficiencia aumentó... ¿Cami?
—«La productividad ha subido un 7 % y los márgenes de error disminuyeron un 6,5 %» —citó la joven después de consultar sus registros.
La empleada de Androides y Robots S. A. levantó las cejas y miró brevemente al vacío.
—No están mal esos números, de hecho, pero —Hizo una pausa— podrían estar mejor.
—¿A qué se refiere?
—Hay un estudio por ahí que dice que, si los equipos tuvieran una comunicación más fluida, si estuvieran más enterados de lo que hacen los demás, y si no hubiera tanto secretito, esos porcentajes, definitivamente, serían más altos.
—O sea que esta gente es una paranoica —comentó Camila.
—Y tener un negocio multimillonario no ayuda.
Sonó un pitido. La ingeniera Peretz volvió a colocarse el dispositivo de realidad aumentada y lo encendió.
—Mi ANDI ya debería estar por llegar —dijo, incorporándose—. Me voy a la oficina.
Sin despedirse, se alejó de los falsos tilos al trote. Bajo la luz del sol, el delantal impoluto resplandecía igual que las baldosas del sendero. Las dos mujeres permanecieron en silencio hasta que la vieron desaparecer a la vuelta de la esquina; solo entonces, pasaron a unirse a la gente que iba y venía, caminando despacio, comentando las irregularidades que venían notando desde su ingreso a la empresa la mañana anterior.
Ya habían abandonado la escalinata y habían dado unos pasos, indecisas, cuando un alarido las hizo detenerse. Al darse vuelta, llegaron a ver el último momento de la caída de un cuerpo que se estrelló justo delante de las puertas de Androides y Robots S. A., con tal estrépito y dispersión de componentes, que hizo saltar del pánico a todos los transeúntes que se encontraba en varios metros a la redonda.
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