IX

«Jubilación anticipada». Era lo único en que podía pensar Lavinia después de haber estrechado la mano de Evander Acosta-Smith. Si resolvía el caso y le salvaba el negocio a esos tipos —por no decir «manga de delincuentes»—, podría jubilarse antes de tiempo. No solo le alcanzaba para comprarse una casita en uno de esos pueblitos de la Costa que todavía quedaban, a una o dos cuadras del mar, sino que también podría comenzar un negocio modesto si se aburría de la playa. No era una mala herencia, por lo demás. El sueño de pasar lo que le quedaba de vida lejos de esa ciudad que ella ya no reconocía estaba nada más que a un misterio de distancia.

Sin tan solo no le hubieran encajado de niñera —perdón, «niñere»— a ese remedo de Pinocho, hasta habría disfrutado el mero hecho de tener un desafío de tal magnitud por delante. Sería su último caso, después de todo.

Pero no. Otra vez estaba encerrada en el ascensor, compartiendo el mismo espacio con ese engendro nacido del ingenio humano, obligada a seguir de espaldas quién sabe hasta cuándo, mientras prestaba atención a todo lo que decía para tomar nota mental. La presencia de Camila la tranquilizaba poco; tal vez porque la había estado retando más de lo habitual, o porque ella, en efecto, estaba más irritable que antes. Probablemente, fuera esto último, pero ¿quién podía culparla? Y no es que negaba que ANDI fuera útil, pero no lo parecía más que un ser humano promedio o, incluso, un cyborg. ¿Cuánto le habría costado a Acosta-Smith asignarle una espía humana? Lavinia estaba segura de que lo había hecho a propósito. Por otro lado, sin embargo, no tenía sentido; si realmente tenía interés en que ella resolviera el caso...

El hilo de su pensamiento se detuvo antes de terminar esa frase. ¿Tendría verdadero interés en que ella encontrara al culpable? Al fin y al cabo, si algo había aprendido ella a lo largo de su accidentada carrera, era que no todo es lo que parece. Empezando por los implicados.

Tomó nota mental: de ahora en más, y hasta que se demostrara lo contrario, Evander Acosta-Smith encabezaba la lista de sospechosos. Lo seguían, por supuesto, cualquiera de los ANDI que estaba o había estado en funcionamiento. Por supuesto que no descartaba a los activistas y las corporaciones de la competencia, pero esas líneas de investigación quedarían para más adelante. La prioridad, por el momento, era sacarle el jugo a la visita guiada; después buscaría un momento para hablar con su nieta, a solas, sobre el CEO de Androides y Robots S. A.

La aludida, por su parte, seguía simulando que le prestaba atención a las diquisiciones de ANDI sobre las ventajas de les de su clase por sobre los demás androides, robots y autómatas en general y, sobre todo, los cyborgs. El tono era tan monocorde que resultaba muy difícil seguirle el hilo de lo que decía; en algún punto una comenzaba a divagar.

«Podrían ponerle a hablar de cualquier cosa y serviría como ruido blanco para dormir», pensó mientras bostezaba —tan monótona era la forma de hablar de aquelle—, «siempre y cuando una comulgue con sus ideas porque, de lo contrario, me darían ganas de levantarme a buscarle para prenderle fuego de pura bronca que me da».

—Como hemos dicho, les ANDI son lo último y más avanzado en tecnología autómata. Superan incluso a los cyborgs en el hecho de que no están biológicamente subordinados a las fluctuaciones de temperamento que derivan de el conflicto entre el cuerpo y las mejoras...

—Modificaciones —le espetó Lavinia desde su rincón.

ANDI continuó como si nada:

...modificaciones cibernéticas.

Camila no pudo resistirse:

—Usted sabe que eso no está comprobado por ningún estudio médico. Ninguno es concluyente.

ANDI inclinó la cabeza apenas unos grados; pareció clavar la mirada en la muchacha cuando preguntó:

—¿Usted es cyborg?

El tono era el mismo de antes, pero Camila se sintió juzgada.

—No, claro que no —se apresuró a responder—, pero eso no viene al caso. Usted está siendo muy prejuiciose. Convivo con cyborgs desde pequeña y le puedo decir que son tan persona como cualquiera.

—No son prejuicios. Muchos expertos en...

El ascensor se detuvo por fin, y las puertas se abrieron.

—Llegamos a los laboratorios de diseño y programación —dijo ANDI—. Pasen, por favor.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top