5. La misma sangre
Nara
Cuando desperté, hace varios días, lo primero que pensé fue que iba a morir.
Lo segundo fue recordar que Nocta me quería viva para llevar a cabo su plan, sea lo que sea este. Así que pensé que iba a desear morir.
Y así fue.
En cuanto recobré la consciencia descubrí que estaba tirada en una especie de pozo ancho. Nos rodeaban paredes de cemento de unos tres metros de diámetro. El suelo también era de cemento bajo décadas, tal vez siglos, de tierra y moho acumulados. En lo alto, muy alto, podía ver la luz de la luna entando entre las rejas. Definitivamente no era el aljibe de mi casa.
Intenté invocar una pequeña llama para poder ver más, pero no pude. Mi magia no funcionaba.
Entonces escuché un suave quejido y recordé que no había caído sola. Busqué a tientas en la parte que no llegaba la luz de luna y encontré un pequeño cuerpo enroscado sobre sí mismo. Mi mamá.
Sin mucha delicadeza la tomé del brazo y la llevé hasta donde estaba la luz para examinar sus ojos. Estos eran pardos y llorosos. Para asegurarme le abrí la boca, sus encías eran rosadas y no negras como la de Nocta. Aún tenía su vestido lavanda y su chal, aunque no tenía puesto sus zapatos. Su maquillaje estaba corrido y sus ojos, rojos. Era mi madre.
Sin pensarlo dos veces, la abracé tan fuerte que mi cuerpo comenzó a temblar por sus sollozos.
Creo que me estaba pidiendo disculpas que no hacían falta o diciendo algo más, pero honestamente, no le estaba prestando mucha atención.
Estaba repasando mentalmente todo lo que sabía hasta el momento.
Nocta había poseído a mi madre y abierto un portal en el aljibe de mi casa. No estaba segura de cómo lo hizo, pero no había dudas de que era su trabajo.
Por la posición de las estrellas seguía siendo la noche de la boda, poco antes del amanecer. Y seguíamos en Argentina, pero el aire ligeramente salado de la costa me decía que estábamos muy lejos del litoral.
No tenía idea de qué haría Nocta con nosotras ni de cuánto permaneceríamos allí.
Mi madre estaba aterrada. No dejaba de temblar. Y debía admitir que yo también tenía miedo, mucho. No era una persona a la que le gustase sentir dolor. Siempre había intentado no hacer nada imprudente o peligroso precisamente por ello. Pero ahora no había escapatoria.
Tenía que encontrar la forma de salir de aquí antes de que apareciera el primer nocturno. Pero no tenía magia.
Quizás podría intentar escalar las paredes, pero eso sería un desperdicio de energía. El poso debía de medir al menos diez metros y yo no era la persona más atlética del mundo. Y dudaba que mi madre pudiera siquiera trepar unos metros en su situación. Estaba a punto de tener un ataque de pánico.
Teniendo en cuenta nuestra situación lo más urgente era intentar calmarla. Luego ya vería cómo saldríamos de esta mierda.
Habían pasado casi cinco días, o eso creía.
Mis manos y pies estaban en carne viva por las incontables veces en las que intenté trepar los muros. Mi mamá ya ni siquiera tenía uñas.
Durante este tiempo un nocturno, siempre el mismo, nos traía la comida una vez al día. Nos la lanzaba desde arriba en una botella de plástico y un tupper: una tenía agua y otra una especie de guiso sin gusto a nada, sin abrir la puertecilla, por lo que sabía que las rejas tenían espacio en el que al menos podía pasar un puño grande.
La comida era asquerosa, pero nos mantenía vivas. Luego de asegurarse de que comíamos y bebíamos o ante cualquier movimiento extraño de nuestra parte, aquel nocturno hacía volver las latas con un hechizo, tan rápido que no alcanzaba agarrarlas. De las veces que intenté y fallé, logré sacar tres conclusiones. La primera, aquel nocturno era una bruja (estaba muy lejos para saber si era hombre o mujer) o un sutil. Lo segundo fue que yo era la única que no podía usar magia allí. No tenía idea de por qué, pero no había forma de que me saliera un hechizo, ni aunque hubiera recitado conjuros antiguos en malalkh. Y, por último, era obvio que nos necesitaban vivas y enteras.
La duda era, ¿hasta cuándo?
¿Hasta cuándo nos dejarían allí? ¿Cuánto tiempo podríamos soportar?
Yo era terca hasta lo imposible, pero mamá era otro caso. Su mente era frágil y, sin sus medicamentos, no tardó mucho en romperse.
No sabía cómo, pero había logrado hacerse con una piedra lo suficientemente filosa e intentó dañarse con ella.
—¡Mamá! ¿Qué estás haciendo? ¡Dejá eso! —grité, abalanzándome sobre ella cuando la vi llevare las manos al cuello. Un hilito rojo cayó hasta el hoyo de su clavícula.
—Guadalupe, hija, dejá que lo haga. Las dos sabemos que es lo correcto —respondió con voz temblorosa. Toda ella estaba temblando.
—Correcto ni que puta.
—Es mi culpa. Soy débil, no pude protegerte y yo mismo te hice daño. Te traje hasta acá.
—Dejá de decir pavadas, mamá. Toda esta mierda es culpa de Nocta. Te usó a vos como podría haberlo hecho con cualquiera, incluso podría haber usado a papá si así se le antojaba— discutí.
—Pero, aun así, esto es lo mejor. No tengo magia, no puedo luchar. Yo solo soy una carga para vos. Solo me usaran para lastimarte.
—Me importa un carajo lo que esos nocturnos quieran hacer o lo que vos puedas hacer —repliqué con furia—. No voy a dejar que mueras acá. No voy a perderte a vos también.
—Hija...
—Te quiero, mamá. Siempre te quise, aun cuando estabas lejos. Aún cuando creía que me odiabas. Y no voy a perderte ahora, no cuando al fin te tengo de vuelta.
Aquellas palabras parecieron calmarla. Al menos lo suficiente como para que yo pudiera arrebatarle la piedra de las manos. Con tanta fuerza que habíamos hecho, las dos nos habíamos cortados con el filo de la pierda. Teníamos sangre en nuestras manos. No importaba mucho de quien era. Después de todo teníamos la misma sangre.
Cuando al fin vinieron a buscarnos, ya había perdido la cuenta de cuántos días habían pasado. También había perdido la cuenta de cuantas veces había detenido los intentos de mi madre de hacerse daño.
Salimos de la misma manera en la que entramos: sin que yo tuviera la más mínima idea. Simplemente me desperté en un momento y noté que ya no estaba sobre el húmedo y mohoso suelo del pozo.
Inmediatamente sentí un deja vú.
Este lugar se sentía como la mansión donde había sido llevada Sofi, pero mil vece peor. El aire apestaba a sangre y carne putrefacta, viciado como si estuviera cargado de cientos de ánimas en pena. Estábamos en un lugar donde la muerte rondaba desde hace tiempo. Pero más que eso no pude descubrir nada más. Todo estaba oscuro.
Me arrastré por el suelo mugriento hasta que me topé con algo cálido y suave, mi madre. La sacudí un poco pero no reaccionó. Presa del miedo, apoyé la mano sobre su pecho que subía y bajaba con regularidad. Dejé escapar el aire que estaba conteniendo, ella solo estaba inconsciente.
Entorné mis ojos esperando que se acostumbraran a la oscuridad, pero nada pasó. Todo seguía oscuro. Era una oscuridad absoluta y omnipresente.
Me llevé las manos a la cara, no había ni una venda sobre mis ojos.
El pánico me empezó a inundar. No quería ni pensar en la posibilidad de que me hayan quitado la vista. Sabía que existían hechizos para ellos, difíciles y temporales la mayoría. Pero, ¿y si...?
Detuve mis pensamientos. Debía enfocarme en cada paso, en cada instante. Como cuando aprendía hechizos o pociones nuevas. "Si no podés concentrarme en el presente, no obtendrás nada en el futuro" me decía siempre Esther.
Con la última gota que me quedaba de esperanza invoqué una pequeña luz en la palma de mi mano. No funcionó.
El alma se me cayó por los suelos. Estaba débil, ciega y sin magia.
Estaba sin magia.
—¡Nocta! ¡Hija de remil puta, aparecé! ¡Dejate de joder y da la cara, cagona! —comencé a gritar.
No esperaba respuesta y no la tuve. Grité para espantar las lágrimas que no iba a soltar allí y por hacer algo, cualquier cosa. Grité y puteé hasta quedarme sin voz, hasta agotar el diccionario de insultos del español.
—¿Ya terminaste? —preguntó una voz que desconocía, pero, a la vez, me sonaba familiar.
—Hasta que apareciste —dije, casi sin voz.
—Guadalupe, ¿hija? —escuché a mi madre, a mi lado al tiempo que algo apretaba mi brazo. Esperaba que sea ella.
—Tranquila, ma. Nos voy a sacar de acá. No te va a pasar nada —y entonces le pregunté—. Mamá, ¿vos podés ver?
—N-no. No veo nada hija. No sé dónde estamos. ¿Qué está pasando?
No sabía si eso era bueno o malo. Podría ser que estuviéramos en un lugar muy oscuro o nos hubieran cegado a ambas.
—Oh, lo siento, señora. Qué descortés de mi parte tener así a mis invitadas principales —dijo aquella voz. Nocta.
Y entonces la habitación se iluminó con llamas rojas. No llamas rojas normales, sino totalmente rojas, como luces de emergencia. Y las luces solo empeoraban la vista. Estábamos en un lugar completamente cerrado, sin ventanas ni puertas a la vista. Nos rodeaban paredes negrecidas por años de mugre, humedad, y quizás sangre. No había más mobiliaria que un gran sillón antiguo, pero que parecía ser lo más nuevo y limpio del lugar, y montones de huesos apilados contra los rincones y paredes oficiaban de la única decoración del lugar. Todo se veía repugnante y asqueroso. Especialmente ella. O debería decir eso.
No tenía ni idea de lo que era. Solo suponía que era Nocta.
Ella había conseguido un nuevo cuerpo que poseer, pero parecía que no lo había elegido muy bien. Ella estaba en el cuerpo de aquel joven vampiro, Adriano. Apenas debía medir un metro sesenta y no aparentaba más de trece años. Pero ya poco quedaba de aquel niño de cabello oscuro y mirada perdida. Ahora su cabello era tan largo que le llegaba a los tobillos y era de un brillante rojo sangre. Estaba usando un vestido negro vaporoso que arrastraba por el suelo y se pegaba a su plana y desgarbada figura, aún infantil. Sus labios rojos y largas uñas negras terminaban de darle un aspecto escalofriante.
Tenía un aspecto andrógino, infantil y diabólico.
—No me mires así, hice lo mejor que pude con lo que tenía al alcance luego de que vos y tus amiguitos me quitaran a mi hija, mi adorado cuerpo —escupió con furia.
—¿Qué querés, Nocta? ¿Par a qué me trajiste acá? —pregunté, más que nada para ganar algo de tiempo mientras ideaba un plan para escapar.
—Te quiero a vos, hija de la Luna, y lo sabés.
—¿Entonces la guerra ya comenzó? ¿Tus inútiles súbditos ya han derramado la suficiente sangre? —pregunté, mientras miraba disimuladamente alrededor.
Solo había una docena de nocturnos. Unos cuantos vampiros y un par de quimeras.
—Oh, no, no —dijo Nocta desde su sillón—. Aún falta un poco más para que todo termine. Esta guerra aún no está a punto. Y vos —agregó atrayéndome hacia ella hasta que estuve al alcance de su frío tacto—. Vos, pequeña elegida, tampoco estás lista aún —dijo pasando una uña afilada por mi mejilla, provocándome escalofríos.
—¿Y por qué no seguías escondida como la rata que sos un tiempito más? ¡¿Justo tenía que arruinarle la noche a mi familia?! —exclamé intentando sonar despreocupada a pesar de las náuseas que me provocaba su aliento putrefacto.
—Como habrás notado, soy algo impaciente. Así que decidí acelerar el proceso. No puedo esperar que la guerra destruya tu corazón. Tengo que hacerlo yo.
—Creo que algo falló en tu plan o tu cerebro de niño rata no lo ha pensado bien. No sé cómo lo hiciste, pero me quitaste mi magia. ¿Cómo esperas que llame a la Luna así?
—No seas dramática, solo bloqueé parte de tu magia —respondió, exasperada—. Solo la parte luminosa. Al menos por el momento.
—¿Parte luminosa?
—Deberías saberlo no. Que todas esas pequeñas palabras que conjuras y luces que despiden tus manitas son solo algunas de las posibilidades que tienes. Y no me digas que no sabés de lo que hablo —dijo llevando su dedo puntiagudo hasta mi pecho—. Has probado las fuerzas oscuras. Has pronunciado palabras prohibidas
—Así que me vas a obliga a practicar magia negra, prohibida. Como lo hizo Levana.
—¡Bingo!
—Pues tu plan sigue teniendo una falla —dije, intentando esconder el miedo que comenzaba a apoderarse de mí—. A menos que lo tengas escondidito en alguna caja con moño y todo, no veo que tengas a mi dichosa alma gemela. Y aunque la tuvieras no te serviría de mucho. No le tengo mucho cariño, que digamos.
—No te preocupes por eso. Mi receta para el caos es bastante flexible. No necesitamos a tu querido cazador para este paso —dijo y su mirada completamente negra fue más allá de mí—. Con alguien a quien ames basta.
Entonces volteé y vi a mi madre.
Por primera vez desde que fuimos raptadas, me permití sentir terror.
_______
Curiosidad n° 5: Desde joven Francisco Cabral ha usado su apellido materno, Cabral, en vez de su apellido paterno, Grimmson. ¿El motivo? Digamos que él nunca ha tenido una buena relación con su padre y no quería quedar a la sombra de este.
───⋆*✦ NOTITA ✦*⋆ ───
En este libro también tendremos al POV de Lucas. Estoy entuciasmada por que puedan conocer un poco más a este petizo que tiene muuucho en su interior y dice poco. ¿Qué creen que le espera en esta parte?
A partir de ahora tendremos capítulos MARTES Y VIERNES a las 19:00 horas argentinas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top