25. La primera noche de una pesadilla


Lucas

Para cuando nos acercamos a Las Mazmorras, la aburrida ciudad en la que había crecido se convirtió en un campo de guerra. Las calles estaban desiertas, salvo por las personas que intentaban volver a sus casas y eran atacadas por nocturnos. El traqueteo de automóviles había cambiado por los vehículos de gendarmería y algunos jeeps de los cazadores, quienes disparaban a cualquiera que vieran en la calle sin importar si eran humanos o arcanos.

Al llegar a la antigua estación de trenes, nos encontramos con un grupo de arcanos protegiendo la entrada a Las Mazmorras. La antigua estación de trenes, que por años fue un gran parque de césped verde, ahora era un oscuro campo de batalla donde centinelas en sus uniformes peleaban contra nocturnos que intentaban entrar.

Un domo luminoso como el que existía en el Santuario brillaba sobre el edificio principal impidiendo el paso a los seguidores de Nocta y desde el techo del edificio francotiradores asistían a los Centinelas que rodeaban el domo. A su alrededor, los arboles fueron obligados a cambiar de forma hasta convertir sus ramas y raíces en picos filosos listos para apuñalar a cualquiera que se acercara demasiado.

El atardecer de fuegos e incendios había dado lugar a una noche más oscura de lo normal. Las luces de las casas estaban en su mayoría apagadas y la mayoría de las farolas fueron destruidas. La estación parecía una boca de lobo, apenas iluminada por una luna casi llena y los incendios cercanos.

—Quedate atrás mío. Te llevaré hasta la entrada —dijo Yem poniéndose adelante y abriendo paso a base de cuchillazos y patadas voladoras.

Cuando estaba a unos pasos de la fuente un par de nocturnos se fijaron en mí mientras Yem seguía peleando con otro.

—Corré. Yo me quedo acá —gritó Yem mientras degollaba al nocturno con el que estaba peleando e iba por los dos que me habían atacado.

—¡Lucas, vení! —escuché gritar a alguien de dentro del domo, pero nos supe quién era.

Un momento después, una mano me había agarrado el brazo y me había empujado hacia la entrada de Las Mazmorras. Maitei y Sebastián pasaron a mi lado y se unió a Yem, el báculo-lanza de Maitei apuñalando lo que esté a su alcance.

No quería dejar a Yem, pero yo no servía de nada allí.

Echándole un último vistazo a Yem, atravesé el campo de fuerzas que formaba el domo. En cuanto crucé el portal, este reveló los escalones de una profunda escalera de caracol. Los bajé de dos en dos. La recepción de Las Mazmorras era un alboroto. Sin embargo, mucho más organizado que el del exterior. Un grupo de dvergar estaba trayendo armas desde los depósitos y colocándolas en mesas donde otros las repartían. Unas mesas estaban repletas de dagas, hachas, espadas de todos los tamaños. Otras parecían tener todas las armas de fuego que había visto en la armería Lowell y muchas más. En unos cestos había ramos de flechas y lanzas; decenas de arcos estaban apoyados en la pared. Una mesa alejada estaba repleta de armas variadas, dejadas si mucho orden. Sobre esta había un gran cartel en papel que anunciaba armas bendecidas. Los enanos les entregaban las armas que creyeran más conveniente a los arcanos y humanos que corrían a abastecerse. Ellos nunca olvidaban a quienes le daban un arma.

—¡Lucas! —escuché el grito de mi madre, antes de que sus brazos me envolvieran—. ¡Qué bueno que llegaste!

—¿Qué hacés acá, mamá? Deberías estar en la policía...

—Me corrieron —respondió ella, su voz cargada de furia.

—¿Qué querés decir?

—Los cazadores tomaron el control de las fuerzas armadas. Descubrieron que yo no era uno de ellos, pusieron a otro en mi lugar —me explicó.

—¿Y los otros policías? No todos son cazadores.

—Ellos no saben diferenciar a arcanos buenos de nocturnos, solo ven monstruos de pesadillas —dijo con amargura, pero entonces volteó hacia un grupo de policías que cargaban sus armas mientras hablaban con otros arcanos—. Quienes conocemos el Mundo Arcano pudimos salir y venir a ayudar acá al menos.

—Pero te necesitamos controlando con la policía —exclamé. Parte de nuestro plan era que mi madre mantuviera bajo control a algunos cazadores y su equipo se encargara de evacuaciones.

—Lo sé —respondió, poniendo sus manos sobre mis hombros—. Estamos organizándonos para recuperar el control de la comisaría. Será un golpe grande teniendo en cuenta que se han anidado ahí.

—Quiero ir con vos —dije casi en un rugido.

La miré fijamente. Ella era apenas un poco más alta que yo. Se veía un poco agitada y la adrenalina había hecho que sus pupilas cubrieran sus iris ambarinos, iguales a los de Sofi. Unos nos mechones castaños se habían salido de su siempre perfecto rodete. Pero salvo eso, ella estaba ilesa. Por un momento creí que mi madre se negaría, que diría que es demasiado peligroso. Pero, en cambio, asintió.

—Te buscaré cuando estemos listos para ir —respondió finalmente—. Mientras deberías ayudar a Mónica.

Yo asentí y, por primera vez en mucho tiempo, le hice caso a mi madre.

Corrí un corto y amplio pasillo atestados de personas hacia el ala médica recién creada que consistía en media centena de grandes habitaciones con largas hileras de camillas. En la entraba había un grupo de enfermeras registrando a quienes entraban.

—Lucas Nardelli, de Reconquista —dije con apuro. Una de ellas asintió y me indicó un armario de metal junto a una serie de lavabos a su espalda.

—Reconquista: sala dieciséis. Buscate un equipo y lávate las manos antes de entrar —dijo brevemente con acento riojano, antes de dirigirse a otro arcano que entró detrás de mí.

Hice lo que me ordenó. Me puse una bata que me quedaba ajustada y muy larga, tomé un barbijo y un par de guantes y me lavé las manos antes de correr hacia la sala que correspondía a mi región. Mientras avanzaba pude ver que algunas salas estaban más ocupadas que otras. Por los comentarios que me llegaban, algunas ciudades habían sido atacadas antes que la nuestra. Aun así, el foco se centraba en los lugares cercanos a los Palacios, y Reconquista era uno de ellos.

Al llegar a la sala correspondiente, fui recibido por el olor a sangre y una sonrisa de alivio de Brenda. Todo mi escuadrón ya estaba acá.

Apenas estaban llegando los primeros heridos a nuestra sala. Todos estaban siendo atendidos. Milagros y Juan Martín estaban asistiendo a uno centinelas que fue herido con una bala bendita. Pilar preparaba rollos de gasa con una rapidez increíble mientras otro arcano desafectaba las quemaduras de un niño. Mónica hablaba con los líderes de escuadrones de las ciudades vecinas. Sus conciudadanos de Vera habían recibido un mayor impacto que acá y los escuadrones de las ciudades y pueblos cercanos que no tenían heridos asistían a los nuestros.

Detrás de mí entró un grupo cargando con tres heridos. Brenda y yo apenas nos dedicamos una mirada entes de ponernos a trabajar. Mónica se acercó a asistirnos.

Uno de los heridos, un minotauro. solo tenía varios cortes en sus brazos, era muchos, pero poco profundos. Seguramente debió meterse en una pelea con algo con garras. Los otros dos tenían heridas de balas.

—Lucas, limpiá y vendá sus cortes —dijo Mónica mientras preparaba una inyección que supuse era una antitetánica.

Desvié la mirada ante la visión de una aguja tan cerca de mí, y me concentré en mi trabajo. Con el estómago revuelto, tomé una gasa con agua oxigenada y comencé a limpiar todos los cortes para luego vendarlos cuidadosamente. Tenía tantos que sus brazos terminaron cubiertos de vendas. En cuanto terminamos con este, otro paciente demandó nuestra atención. Cada vez llegaban más y con heridas más graves.

En un momento, Maitei había entrado rengueando, con una bala bendita en su pierna.

—¿Qué pasó? —exclamó Bren mientras lo guiaba a una camilla libre y levantaba la manga de su pantalón para dejar ver una pierna hinchada y oscura como una berenjena gigante.

—Aparecieron más cazadores, esta vez vestidos de militares. Esto me trae malos recuerdos —gruñó mientras yo luchaba con unas pincitas y un bisturí para sacar la bala. Había practicado con carne animal, pero era más difícil cuando la criatura se movía. Finalmente encontré la bala y la saqué. Sin esperar otra señal, Bren me pasó el hilo y aguja para suturarla. Limpié la herida y la vendé. Maitei no tardaría en regenerarse.

Recién cuando terminé de ocuparme de él, me permití preguntárselo.

—¿Yem?

—Bajó conmigo. Está bien —respondió y me permití soltar el aire que no sabía que estaba conteniendo—. Está con Sebastián y tu madre ahora.

—Eso es bueno —dijo Brenda—. Ahora deberías descansar un poco.

—No, no. La noche será el peor momento. Hasta que no amanezca no estaré tranquilo —se negó Maitei, intentando bajarse de la camilla. Su rostro se volvió blanco cuando apoyó su peso sobre su pierna herida.

—Así no vas a servir de mucho —protestó ella.

—Ok, pero solo unos minutos y denme una silla. No quiero malgastar una camilla —aceptó Maitei al fin.

Bren parecía querer protestar, pero al final lo acompañó a una habitación que servía como sala de espera o de descanso para los menos heridos. Yo me volví para ayudar a Milagros con un recién llegado que tenía una fea mordedura en su hombro.

Unos heridos después, Yem entró a buscarme. Ya estaban listos para ir por la comisaría.

—Vamos —dijo Yem, después de que le informamos a Mónica que saldría. Pero antes de salir de la sala, él me detuvo—. Sacate esto —dijo, jalando mi barbijo hacia abajo. Sus dedos acariciaron mi mejilla, enviando un escalofrío a todo mi cuerpo.

Intenté ignorarlo mientras me quitaba mi bata y mis accesorios manchados de sangre y los dejaba en un rincón de la sala. Yem estiró la mano para acomodar mi pelo que se había despeinado al sacarme la cofia.

—Ya vamos —exclamé apartando su mano, un poco molesto. Estaba comenzando a odiar que me tratara como un nene pequeño.

En la recepción nos esperaban mi madre, Sebastián, un Maitei ya recuperado y un gran grupo de policías, algunos de ellos con orejas puntiagudas y marcas quiméricas. Incluso Thiago y Zoe estaban allí.

—Iremos en grupos de a cuatro —estaba diciendo mi madre, su voz firme sin ser autoritaria—. Llegaremos por todas las calles y rodearemos la manzana. Ustedes —dijo señalando a varios policías—, se encargan de contener los edificios cercanos. Ya tenemos a unos francotiradores allí para que los cubran. Nosotros iremos directos a la comisaría.

Cuando terminó, miró a Yem. Este asintió. Después de todo él era un general y, aunque mi madre lideraba la misión, él era quien llevaba la responsabilidad de todos.

—Andando —dijo mi madre y todos nos dirigimos hacia a fuera.

En medio de la madrugada, las batallas fuera de Las Mazmorras eran feroces. Fuimos hasta el andén y allí amontonados había una decena de vehículos variados. Reconocí la nueva camioneta de los Lowell y el auto de mi mamá entre ellas. En un grupo de cuatro, subí a este con mi madre y dos policías. Maitei acompañaría a Sebastián en su camioneta y Yem fue con otro grupo junto con Thiago y Zoe. En total, seis vehículos partieron hacia el centro de la ciudad.

La comisaría estaba a menos de un quilómetro, frente a la Plaza 25 de Mayo, justo en medio de la catedral y del cuartel de bomberos. Era un gran punto estratégico. Sin embargo, las calles cercanas estaban desiertas. Los nocturnos los ignoraban, la cercanía de un lugar lleno de objetos y agua bendita no era lo mejor para ellos.

Los bomberos no estaban, tampoco parecían estar conteniendo los incendios, era demasiado peligroso ayudar a otros en esta situación.

Los vehículos se acercaron hasta rodear posicionarse uno o dos en cada esquina. El nuestro estaba justo en frente del edificio de la comisaría. Mi mamá tomó un megáfono y se asomó por la ventanilla del copiloto.

—Dejemos las apariencias —gritó a través del aparato—. Somos arcanos y humanos del Concejo. Yo, Sara Inés Nardelli, Jefa de la Unidad Regional IX, fui una cazadora como ustedes. Como muchos a mi lado, descubrimos la verdad de nuestro mundo y del Mundo Arcano. Ellos no son nuestros enemigos, no todos ellos. Ahora, cuando los nocturnos nos han declarado la guerra, debemos dejar de comportarnos como unos reverendos hijos de puta y proteger a la gente. ¿O no es ese su trabajo?

No pude evitar alzar una ceja ante el poco ortodoxo discurso de mi madre. Pero a los cazadores no pareció gustarles tanto como a mí y su respuesta fue una lluvia de balas. Una rozó el hombro de mi madre cuando se metió rápidamente en el auto. Todos nos agachamos cuando los vidrios comenzaron a temblar ante el impacto, pero no habían explotado.

—Menos mal que Esther hechizó los vehículos —escuché decir a uno de los policías que nos acompañaron. Era un hombre cuarentón con bastante barriga.

De pronto, se escuchó un crujido metálico. Un largo momento después los disparos cesaron.

—Esa es la señal —dijo el otro oficial al volante, un duende con ojos de gato y orejas puntiagudas como las de Maitei.

Sin esperar más, pisó el acelerador y se metió en la entrada de vehículos destrozada, haciendo derrapar el auto para esquivar las patrullas.

Corrimos hacia el interior hasta llegar a un gran patio interno rodeado por antigua galerías. Allí había un gran grupo de policías y bomberos amontonados y esposados. Incluso había un sacerdote. Los miembros del Concejo que habían estado en los otros vehículos los rodeaban como una muralla. Mi madre les dio una larga mirada a todos y, por último, quedó en un tipo alto y musculoso que llevaba un corte militar. Ese fue el primero en hablar.

—¿Atacás a tus propios compañeros? —escupió, devolviéndole a mi madre una mirada llena de desprecio. Él no estaba uniformado, sino que llevaba el oscuro atuendo de cazador—. Y vos, escoria traicionera...

—Callate, Roger —rugió Thiago.

—Ustedes son los que han estado atacando a gente inocente. Ustedes, cazadores —dijo mi madre usando esa palabra como si fuera un insulto—, tan llenos de odio y miedo que no ven más allá de sus narices. Ahora estamos siendo atacados por nocturnos. Ellos no quieren más que sumir al mundo en el caos y la destrucción, y ustedes los están ayudando...

—¡Nunca ayudaríamos a esas criaturas! —exclamó uno de los policías.

—Pero lo hacen, sin darse cuenta —respondió mi madre con furia contenida. Nunca la había visto tan furiosa—. Ustedes contribuyeron a sembrar el miedo y la incertidumbre de la que Nocta se alimenta.

—Pero ¿cómo sabríamos quienes son nocturnos y quienes los supuestos buenos? Todos ustedes son iguales —argumentó un bombero.

—Nosotros no apestamos a podrido como ellos —exclamó Maitei indignado.

—Lo que este quiere decir es que ellos tienen un olor particular, a sangre y fruta podrida. Hasta el más inepto es capaz de sentirlo —agregó Yem, ignorando la mirada afligida de Zoe, quien no había sido capaz de reconocer o aceptar que Erick se había convertido en un nocturno.

—Esto es inútil. De todos modos, nos matarán —dijo uno con pesimismo.

—Nos lo mataremos —dijo mi madre—. Los volveremos nuestros aliados.

—¿En serio son tan pelotudos? — exclamó el tal Roger con sorna.

—Nos gusta confiar en la gente —dijo Yem con una sonrisa amable—. Pero, por las dudas...

Maitei, Zoe, el duende que nos había acompañado y otras tres hadas que aparecieron dieron un paso al frente, formando un círculo alrededor de los policías. Cuando los apuntaron con sus varitas y báculos, los cazadores se removieron nerviosos en sus ataduras. Pero, los cuatro sutiles los ignoraron y comenzaron a murmurar en malakh, la lengua de los arcanos. Escuchar su idioma siempre era algo extraño, sonaba distinto en cada uno. Cuando Nara lo hablaba era como el sonido del viento sobe la hierba alta, pero en boca de Sofi se oía como el crepitar del fuego. Ahora, las voces de los cuatro sutiles lo hacían sonar como... como un bosque. Como el sonido de pisadas y aleteos de animales, el roce de las ramas al viento y el tintineo de rocío cayendo de las hojas. A medida que rezaban, una fina capa de luminiscencia cubrió a todos.

—Ahora —dijo mi madre cuando los sutiles se callaron y la luz desapareció—, no podrán hacer ningún tipo de daño a ningún arcano no nocturno. Si desean salvar esta ciudad, únanse a nosotros.

—Solo detuviste a unos cincuenta de nosotros. Te olvidás que hay muchos más afuera —exclamó un cazador.

—Lo sabemos —dijo Sebastián hablando por primera vez. El padre de Nahuel se veía alto e imponente—. Pero controlando aquí podemos debilitarlos y, espero, hacerlos entrar en razón.

—Ustedes son los Traidores. Debería darles vergüenza siquiera mirarnos a la cara —dijo un cazador viejo—. Vos, habiendo criado a ese lobizón de Theron y Juan casándose con esa arcana  y engendrando una hija maldita y un hijo traidor—agregó mirando a Thiago, quien pareció a punto de matarlo, antes de desviar su furiosa mirada hacia mi madre—. Vos podrías haber conservado tu honor, Sara, si solo no fueras una puta...

Sin pensarlo, tomé el arma de un oficial cerca de mí y apunté al cazador que había hablado con ella.

—Si valorás tu vida de mierda, te aconsejo que nunca vuelvas a faltarle el respeto a mi madre —rugí, el odio hirviendo en mis venas y manteniendo firme mi agarre en el arma—. ¿Entendiste?

El cazador asintió de mala gana y le devolví el arma al oficial. Por el rabillo del ojo vi a Yem intentar acercarse, pero fue mi madre quien puso una mano sobre mi hombro.

—Por años hemos trabajado juntos, y me han permitido dirigirlos —dijo ella, firme y orgullosa ante tantos hombres que le doblaban en tamaño—. Se supone que nuestro trabajo es proteger a las personas de nuestra región así que eso vamos a hacer ¡y no volveré a tolerar desobediencia! ¡Quien no lo entienda irá directo al calabozo!

Miré los rostros de los policías; algunos miraban a mi madre con desafío y resentimiento, pero otros se veían avergonzados e incluso temerosos. Un oficial se acercó a mi madre y la miró con seriedad.

—¿Cuáles son sus órdenes, señora? —dijo uno y varios de sus compañeros asintieron.

Sonreí al ver que muchos aun respetaban a mi madre y la veían como su líder, mientras ella comenzó a dictar órdenes y asignar tareas. Al final, todos obedecieron, aunque algunos más reacios que otros.

De a poco, liberaron a todos los policías y cazadores. Algunos intentaron atacar al arcano más cercano que tenían, pero eran detenidos o empujados por una fuerza invisible. Después de un momento, se rindieron. Lo que seguían insistiendo fueron llevados a los calabozos.

—Solo hasta que se le enfriara la mente y se calmaran —dijo Maitei.

De a poco, yo me fui volviendo invisible, perdido en una marea de gente y trabajo. Me recosté contra un pilar de la galería y me quedé mirando a todos yendo y viniendo. Cazadores y arcanos trabajando juntos por primera vez.

Al fin, los camiones de bomberos salieron a recorrer la ciudad para apagar los incendios y las patrullas salieron a pelear contra los nocturnos, las armas de todos cargadas con balas benditas.

Un montón de los que habían venido con nosotros salieron en cuatro grupos a tomar las otras comisarías, cada grupo acompañado por un hada para realizar el mismo hechizo a los demás cazadores. Era tan genial como aterrador el poder que las hadas podían tener sobre otras personas. Su magia se especializaba en la manipulación de la mente humana. No era difícil entender por qué Nahuel les tenía pavor.

Yo allí no tenía nada que hacer. No había heridos que atender ni nada en lo que pudiera ayudar. Deseaba volver a Las Mazmorras, pero no podía hacerlo solo. Con esa idea en mente, comencé a buscar a alguien que pudiera llevarme, hasta que finalmente di con el padre de Nahuel.

—¿Viste a Yem? —le pregunté cuando lo encontré hablando con otros oficiales de policía.

—No. ¿Necesitás algo, Lucas? —preguntó con esa amabilidad tan parecida a la de Brenda y Nahuel.

—Solo quería ver si él podía llevarme de vuelta a Las Mazmorras.

—Si es eso, yo puedo llevarte en la camioneta. También me gustaría volver a ver cómo están Alicia y las nenas —respondió con una sonrisa que no terminaba de ocultar su preocupación.

—Gracias —respondí, algo apenado. No importaba que conociera a Sebastián de toda mi vida, él siempre se veía alto e imponente, como una montaña.

Seguí a Sebastián hasta el estacionamiento y nos dirigimos hacia la vieja estación de trenes en su camioneta.

Atravesamos el centro de una ciudad devastada, moribunda en un amanecer gris. Con la salida del sol, los nocturnos se apresuraron a encontrar donde esconderse. Había aprendido que, por su relación directa a Nocta, ellos eran más sensibles al sol que cualquier otro arcano. Eran como los vampiros de las películas que se carbonizaban al sol.

Ahora todo estaba en un tembloroso silencio, salvo por las sirenas de policías y bomberos. Pero yo sabía que esta era apenas la primera noche de una pesadilla. Recosté mi cabeza contra el vidrio de la ventanilla y recé en silencio por que Nahuel y el resto estén bien.


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Curiosidad nº25: No es secreto y muchos ya sabe, pero se me dan fatal las escenas de acción. Escribir una escena de pelea me lleva el tripe de tiempo que una normal. Así que deben imaginarse lo cómo estoy sufriendo en este libro. Así que tenganme piedad si ven cosas medio extrañas en esas partes y, ante cualquier duda, un hechicero lo hizo.

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