24. Un amor que acabaría con el mundo
Aaron
—Dale, Aaron, estamos grandes para seguir peleando. ¿Por qué no le hacés caso a tu hermano mayor? —estaba diciendo Caleb con una voz melosa que me provocaba nauseas.
Nuestro enfrentamiento consistía en mirarnos y analizar nuestros movimientos. Dispararnos –él con un revolver de cazador y yo con el arco de un arcano— y esquivar. Él era inhumanamente rápido, pero yo seguía teniendo la puntería más precisa.
Mi pecho dolió al recordar todas las horas que habíamos pasado juntos en esta sala practicando estos mismos movimientos. Los años posteriores a la muerte de nuestros padres, cuando Caleb tuvo que hacerse cargo, no solo de nosotros sino también de todo el Cuartel. La manera en la que consolaba a Seth cuando este tenía pesadilla y cómo que me apoyó a entrar en la universidad. Todo aquel amor y compañerismo habían sido mentiras.
—Vos ya no sos mi hermano —le respondí con una triste y fría certeza.
Él comenzó a reírse a carcajadas, sonoras e incontrolables, que se apagaron tan rápido como aparecieron.
—Tan ingenuo, tan iluso —dijo burla—. Aaron, tonto. Yo nunca fui tu hermano. Nunca tuvimos la misma sangre.
Ningún proyectil me tocó, pero sus palabras me atravesaron con dolor.
—¿Qué?
—Vos que tanta confianza tenés en los arcanos y en los cazadores —respondió, su cara adoptando una máscara falsa de pena—. Desde tu nacimiento fuiste traicionado por todos ellos.
—¿Qué estás diciendo?
—¿Esuchaste alguna vez de los Changeling, los niños cambiados? —preguntó. Con cualquier oponente hubiera pensado que solo estaba distrayéndome, pero, por primera vez en esta noche, él estaba siendo honesto.
—No puede ser...
—Pero lo es —sonrió él, una sonrisa llena de colmillos, sangre y malicia—. Durante siglos los cazadores usaron a las hadas para recuperar a los niños con sangre de cazador que habían nacido fuera de La Orden. ¿Podés creer que recién lo descubrí luego de la muerte de nuestro padre, cuando tuve acceso a todos los archivos de La Orden?
—¿Pero por qué harían eso? —pregunté, y me di cuenta de que hablé en voz alta cuando él me respondió.
—Siempre te lo dije, nunca confíes en un arcano. Mucho menos en los que han sobrevivido durante siglo a base de engaños y trampas —y por un instante él sonó como aquel hermano mayor que siempre me había cuidado y aconsejado.
—Entonces vos...
—Yo no, vos —sonrió.
No supe si mundo entero tembló o solo habían sido los fragmentos de mi propio mundo.
—¿Cómo? ¿Quién soy, entonces?
Aprovechándose de mi distracción, Caleb se acercó lo suficiente como para susurrar en mi oído. Su aliento apestando a sangre y a frutas podridas.
—Sos un tonto, Cristian Lowell —dijo antes de que el fuego golpeé mi pecho, absorbiendo todo mi calor y vida.
Sofi
El tiempo pareció ir más despacio, en cámara lenta.
El sonido del disparo no fue diferente al de los otros que sonaban en la habitación y, aun así, retumbó en el gran galpón como el último trueno de la tormenta.
Aaron llevó una mano temblorosa a su pecho donde la sangre escapaba ferozmente. Cuando la retiró, esta brillaba roja y siniestra. Su mirada incrédula fue hacia donde estábamos nosotros. A Nara. Ella ni siquiera se movió. Se quedó mirando a Aaron sin comprender lo que realmente sucedía. No fue hasta que la mirada clara de él cayó sobre ella y sus labios pronunciaron un silencioso «lo siento» antes de desplomarse en el piso, que algo se rompió dentro de Nara.
De pronto, su cuerpo comenzó a temblar y de sus ojos escaparon lagrimas oscuras como el petróleo.
—Nara...
Intenté acercarme a ella, pero ya era tarde. Esta vez la grieta en su corazón era demasiado grande para poder contener la oscuridad que salía de ella.
Una oscura fuerza comenzó a manar del cuerpo de Nara y a rodearla como si fuese un tornado de colores más oscuro que el usual color púrpura de su magia, escombros y armas flotaron a su alrededor como planetas absorbidos por una estrella que se convertía en un agujero negro.
Cuando Nara abrió los ojos, estos eran completamente blancos.
Como un terrible deja vu, el nocturno más próximo a nosotras explotó en el aire como si una mano gigante lo hubiera exprimido. A este le siguieron los demás. Las armas volaron de sus lugares y se enterraron en los cuerpos de todos los nocturnos. Como grandes muñecos voo-doo uno a uno fue cayendo hasta que el último nocturno en pie era Caleb que, lejos de temer por su vida, miraba a Nara con tétrica felicidad.
El galpón estaba completamente en silencio salvo por las respiraciones pesadas de quienes seguíamos vivos. Apestaba a sangre, pólvora y magia negra.
Nara dio un paso hacia Caleb, el aire crujiendo a su alrededor como una tormenta eléctrica.
—No me importaría si muero. Mi parte ya está hecho —dijo Caleb, viéndola con una expresión de satisfacción incongruente con su inminente destino—. Pero no quiero ser solo un peón en este jueguito. Quiero ver el gran show, así que si me disculpan...
Y de un momento a otro, huyó. Sofi nunca había visto a un vampiro que se moviera tan rápido, ni siquiera Alfonsina. Caleb esquivó todos los ataque de Alfonsina y utilizó a cualquiera que estuviese en su camino como escudo, hasta que ya no estuvo más allí. Pero Nara no estaba satisfecha. La pequeña tormenta a su alrededor, se expandió hasta cubrir todo el galpón. Nubes negras y cargadas de rayos flotaban entre las vigas del techo. Los pilares y paredes comenzaron a resquebrajarse.
—¡Nara, pará! —grité intentando acercarme a ella, pero era casi imposible.
—¡Sofi! —escuché gritar a Cintia, pero apenas podía verla junto a Eva. Él sostenía a un Seth desesperado por correr hacia su hermano e intentaba cubrirle los ojos para que no viera aquella horrible y conocida escena—. Tienen que irse ya. Nara va a destruir el cuartel.
Sin esperar a que me lo repitan, corrí hacia Aaron. Temía que si Nara intentara revivirlo rompiera el filo de la vida y la muerte.
Cuando llegué a él, vi que aún estaba vivo. Algunos ciervos de la Muerte revoloteaban sobre él. De la misma manera que hice con Lucas, tomé la espada que mi tía me había dado –le había cambiado el mango para que no quemara mi piel- y la clavé en los centros de los shinigamis. Él apenas reaccionó moviendo sus párpados.
—¡Nara! —volví a buscarla y casi me da un infarto al verla detrás de mí.
Sin embargo, ella me ignoró. Solo estaba viendo a Aaron con expresión en blanco.
—Él está vivo —le dije, deteniendo la mano que había alzado hacia él—. Está vivo, Nara. Así que pará con todo esto.
—Sofi... ayudame... —susurró, su voz quebrada como un rayo.
Entonces me di cuenta de que sus ojos parpadeaban. El brillo completamente blanco relampagueaba en sus cuencas dejando ver por segundos sus ojos pardos. No dejaba de llorar aquel liquido oscuro y espeso, pero se estaba mordiendo los labios con tanta fuerza que estaban sangrando. La mano que sostenía estaba temblando.
Nara estaba luchando contra aquella magia oscura que la poseía.
—Perdoname —le rogué, antes de llevar la hoja de mi espada a la palma de su mano. El metal bendito había sido lo único que la había detenido aquella vez.
Ella presiono la hoja de la espada hasta que gotas de sangre oscura cayeron al suelo y las venas de su mano se oscurecieron. Entonces lanzó un alarido de dolor y dejó caer la espada, dejando al descubierto su mano negra e hinchada. Un segundo después, ella cayó sobre el cuerpo de Aaron y la tormenta se esfumó y el lugar dejó de temblar.
Sin mirar a quienes dejaba atrás, caí de rodillas junto a mi amiga. Su rosto surcado por lagrimas oscura y manchado con la sangre del pecho de Aaron.
Antes de realizar el viaje sombra, no pude evitar pensar que ellos dos se veían como Romeo y Julieta. Un amor que acabaría con el mundo, que lo destruiría todo a su paso.
Nara
La primera vez que lo vi, él me había cazado. La flecha del mismo color de sus ojos apuntando a mi pecho. Cuando la flecha se disparó, voló hasta hallar reposo en el trono de un árbol. Esa fue señal más que necesaria para salir huyendo.
La segunda vez que lo vi, yo lo estaba cazando a él.
Abuela me había contado una historia de brujas y licántropos. Me dijo que ahora yo era una bruja, al igual que ella, y me enseñó todo lo que sabía. Cuando lo encontré puse en él un hechizo para que no vuelva a dañar a ningún arcano. Y para que ningún arcano le haga daño. Nunca creí que serían sus mismos hermanos cazadores quienes lo traicionarían.
La tercera vez que lo vi, él me dio su nombre y yo le di un beso. Y entones supe que moriríamos el uno por el otro.
La última vez que vi a Gideon me estaba apuntando con su arco y fechas. Ya no era él, lo habían convertido en una criatura sin vida ni corazón. Esta vez, cuando la flecha voló, Zeeb se interpuso en su camino para luego rasgar el pecho de su mejor amigo.
La última vez que lo vi, yo deseé morir con él. Deseé no haberlo amado con un amor que casi acabó con el mundo.
Nahuel
Con Alfonsina y los centauros nos habíamos quedado esperando a Sofi y el resto en la furgoneta para no ocupar las apretadas habitaciones del Santuario Uritorco de Capilla del Monte.
Cuando Enid había dicho que no tenían lugar, no estaba exagerando. Su Santuario estaba construido para albergar a montones de arcanos, tenía la estructura de un hostel con decenas de habitaciones y la seguridad de una fortaleza. Aun así, todas las habitaciones estaban abarrotadas y hasta habían improvisado refugios en las cocheras y salas comunes. Aquí habían traído a los niños del Santuario de Chivilcoy luego de que este haya sido atacado y muchas familias de arcano abandonaron sus casas para refugiarse aquí.
Al ver la situación, declínanos agradecidos la oferta de Nicolás para quedarnos en su habitación y nos instalamos en el patio. Teníamos lo necesario para acampar y, de todos modos, no podíamos dormir de los nervios. Nicolás decidió hacernos compañía mientras montaba su guardia. Bueno, Alina y Franco sí se echaron a dormir bajo unos árboles, sus piernas equinas arrollada sobre unas mantas de lana y cuero.
—En las rutas por donde andamos no conseguimos alojamiento la mayoría del tiempo —había dicho Franco sacando una almohada de su alforja. Un momento después él estaba roncando.
—Despiértennos si necesitan un cambio de guardia —dijo Alina, siguiendo a su compañero, su largo cabello formando una manta negra sobre sus hombros.
Pero solo habían pasado una hora antes de que Sofi y los demás aparecieran en el porche del Santuario con una explosión de humo negro, magia y sangre.
Los cinco corrimos hacia ellos.
Nara estaba en el suelo sobre el cuerpo de un muchacho, ella tenía la mano envenenada con metal bendito y su mejilla manchada con la sangre que salía del pecho de él. Sofi estaba arrodillada a su lado. Ella y los familiares jadeaban, exhaustos por usar tanta magia.
—Sal-sálvenlos —susurró ella antes de caer rendida en los brazos de Alfonsina.
—Llevémoslos a la enfermería, ¡rápido! —exclamó Nicolás, e hizo sonar un silbato mientras tomaba a Nara en brazos. El rostro de ella se contrajo de dolor al ser separada del chico.
Sofi lo había llamado Aaron.
Cuando lo alcé del suelo con ayuda de Franco, reconocí su rostro. Su cara casi cuadrada no tenía aquella expresión ceñuda que recordaba. Él apenas parecía vivo.
Concentré toda mi fuerza en mis brazos y seguí a Nicolás por los pasillos del Santuario llevando al cazador como si fuera una especie de princesa. Aquella situación hubiera sido graciosa si él no se me estuviera muriendo en mis brazos. Llegamos a una habitación rectangular donde una hilera de camas de hospital era intercalada con estantes llenos de suministros y equipos de alta complejidad. Inmediatamente, tres camas fueron ocupadas y la habitación se llenó de barullo.
Tras nuestro habían entrado tres personas con uniforme de doctores.
—Ella está bien. Solo cansada —dijo Alfonsina junto a Sofi.
No fue necesario que lo dijera, los médicos centraron su atención primero en Nara, a quien le inyectaron una dosis de benedictio sin dudarlo. Un momento después su mano comenzó a deshincharse y recobrar su color natural. Mientras uno se quedaba desinfectando y suturando el corte de su mano, los otros dos se enfocaron en Aaron.
—Es un cazador —exclamó con horror uno, un chico hada.
—Es un aliado —respondí, molesto por su comentario, aunque no entendía por qué. Quizás se debía a mis últimos sueños o el sentimiento de familiaridad que siempre me había provocado este chico.
—Él... Él se sacrificó por nosotras —comenzó a decir Sofi, recobrando la conciencia. A pesar de esta acostada en una camilla y verse terriblemente pálida, sus ojos refulgían—. Por favor... Él salvó a montones de arcanos.
—Ya la escucharon —exclamé cuando nadie pareció reaccionar ni hacer nada—. Él es uno de los nuestros, cúrenlo como tal.
Los médicos salieron de su estupor y comenzaron a actuar. Rasgaron la camisa de Aaron para revelar una herida de bala en su pecho un poco más arriba de su corazón.
—Necesitará intervención quirúrgica —dijo uno de ellos, el hada, y, sin más palabras lo llevaron a la otra punta de la habitación, tras unas ventanas de vidrio. Supuse que esa era la sala de terapia intensiva.
—Deberíamos irnos —dijo Nicolás, haciendo un gesto hacia la puerta.
—Yo me quedo —respondí.
—Nahuel...
—Alguien conocido debería estar para cuando Nara y él despierten —dije.
Nicolás negó con la cabeza, pero él y los demás salieron de la enfermería.
Me acerqué a Sofi y le di un beso en la frente.
—Descansá, yo cuidaré que no le hagan nada raro —le prometí.
Ella sintió y se acurrucó sobre la camilla, cerrando sus ojos y envolviendo a Freya en sus brazos. De alguna forma ella y Homero se habían escabullido para estar junto a sus dueñas. El familiar ahora descansaba bajo la camilla donde Nara estaba siendo cuidada.
—No podés culparnos de ser desconfiado —opinó el medico que estaba conectando un suero a la muñeca sana de Nara. Ella en verdad se veía demacrada, con huesos afilados y ojos ensombrecidos.
—Él tiene sangre de cazador, pero ellas dos y yo también la tenemos —respondí mirando hacia donde los otros dos medico estaban preparando a Aaron para una cirugía—. Son las acciones las que definen quienes somos, no nuestra familia.
El médico, que se veía como un humano cincuentón común y corriente, asintió.
—Ellos harán lo que esté en sus manos para salvarlos —dijo y dejó ver una débil sonrisa—. Podés ir a ver a tu compañero, pero quédate de este lado del vidrio. Y si te vas a quedar acá, ponete un barbijo y un delantal —agregó señalando una percha detrás de mí con unos guardapolvos celestes como lo que se veían en las películas.
Me los puse y le di un último vistazo a las chicas. Sofi y Nara dormían en sus camillas, sus pechos subiendo y bajando con regularidad.
Cuando me acerqué a la ventana de la sala de terapia intensiva, vi a Aaron acostado en la camilla, tenía una máscara de oxígeno sobre su rostro y montones de cables iban desde su piel a entes equipos que registraban sus signos vitales. El lento, pero regular bip de una pantalla me relajó un poco. Al menos su pulso parecía estable.
Habían limpiado la sangre de su pecho y el chico hada estaba escarbando la herida con unos delgados instrumentos mientras que la otra persona, una bruja, tenía sus manos cerca de la herida. Destellos de luz amarilla evitaban que la herida siguiera sangrando.
Un largo momento después, el hada encontró la bala y la sacó con unas pinzas. El sonido metálico que hizo al caer sobre un platito de acero resonó en todo el lugar.
No pude evitar recordar que, la primera vez que vi a Aaron, había recibido un balazo. Regalo de su hermano Caleb. Recordaba el dolor infernal, quedarme inconsciente en el auto de mi padre y haber despertado en Claro de Luna, siendo cuidado por Nara. A pesar de cómo nos llevábamos, Nara siempre había cuidado de mí cuando volvía hecho mierda de alguna misión. Lo menos que podía hacer por ella ahora, era cuidar de su alma gemela.
Luego prosiguieron a cerrar y curar la herida usando magia para unir los tejidos y acelerar la cicatrización de su carne. Fue un proceso lento y ya casi había amanecido cuando los dos salieron de la habitación llevando la camilla de Aaron hasta el lugar que había ocupado junto a la de Nara.
—Gracias —dije.
—Agradecele a los Señores. Es un milagro que no haya muerto al instante —dijo el hada con tono sombrío antes de reconectar a Aaron a nuevos equipos y conectar dos bolsitas a sus muñecas, una de suero y otra de sangre.
—Cuando despierten, trataremos sus heridas menores. Llámanos cuando suceda —dijo la bruja, encaminándose hacia afuera, seguida por los otros dos—. Hasta entonces solo puede estar uno cuidándolos. Avísanos si necesitas un relevo o cualquier otra cosa.
Y entonces me dejaron solo, con los tres. Tomé una silla que había en un rincón y la llevé al espacio entre las camillas de Sofi y Nara.
Lo que necesitaba ahora era que Sofi despertara y un poco de azúcar, pero quería que ella descansara lo necesario y no me pareció el mejor lugar para comer una golosina. La enfermería apestaba a sangre. Así que levanté mi mano para tomar la mano de Sofi. Aun en sueños, ella se aferró a mí.
En la cama de al lado, Nara susurraba en sueños. Sus párpados se agitaban y parecía estar a punto de llorar. En un impulso, llevé mi mano le quité un mechón de pelo de su cara. Su frente estaba perlada de sudor. Ella pareció relajarse ante ese gesto, así que lo repetí, acariciando su cabello hasta que sus labios manchados con sangre seca pronunciaron el nombre de Zeeb.
Alejé mi mano de ella, avergonzado al recordar todos aquellos nuevos sueños donde me interponía entre una flecha y Levana, la antigua descendiente de Lican, antes de matar a la persona que ella amaba.
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Curiosidad n°24: Por alguna inexplicable razón, terminé armando una mini playlist de Arcanos con una canción de BTS para cada personaje (en serio no sé cómo y por qué lo hice). Algunas de las canciones son: Save Me para Nahuel, The Truth Untold para Nara, Make It Right para Aaron y Epiphany para Lucas.
¿Escuchan kpop?
A mí me gusta pero de forma chill, no stanneo ninguna banda en particular, aunque me gustan KARD, Mamamoo, Stray Kids y Dramcatcher... y bueno también BTS, tengo que admitirlo.
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