23. Claveles que propagan el fuego
Sofi
Me materialicé en la habitación de Aaron. El viaje sombra era más restrictivo con sus rutas que las apariciones, solo podía viajar a lugares donde ya había estado antes. Así que nosotros dos deberíamos empezar nuestra misión desde aquí.
Aaron ya estaba preparado. Parecía haberse bañado y cambiado su estropeada ropa por un conjunto de cazador parecido al que venía usando desde hace unos días. El último que usaría, había dicho. Tenía pantalones de carga, sus borcegos raídos y una remera de lycra negra que se ajustaba a su ancho pecho. Las vendas de su cabeza y su cabello mal cortado estaban escondidos bajo una gorra. Se veía como si estuviera a punto de robar un banco.
—Esto es para vos —le dije entregándole el arco y carcaj de Franco.
Aaron le lanzó una mirada cautelosa a Homero y Freya antes de acercarse a tomar sus armas prestadas.
Unos segundos después el cerrojo electrónico de puerta se abrió y Cintia la asomó unos pocos centímetros sin mirar hacia dentro. Ella estaba haciendo guardia por si alguien pasaba.
—¿Listos? —preguntó en un susurro apenas audible.
—Listos —dijimos Aaron y yo a la vez y salimos de la habitación. Freya y Homero convertidos en dos mariquitas posadas en mis hombros.
Yo no sabía qué me esperaba al salir, un pasillo largo, blanco y austero como la habitación de Aaron quizás. Pero me encontré con paredes decoradas con un papel tapiz verde claro y una serie de puertas de maderas que disimulaban la compleja tecnología que tenían. Cada tanto se veían cuadros de paisajes genéricos y juguetes dejados en algún rincón. Los cazadores me habían explicado que en las últimas plantas del Cuartel se encontraba la residencia de los Archer. Comprendí que el Cuartel se parecía dolorosamente a un Santuario.
Seguimos a Cintia y Evan por pasillos externos, donde una de las paredes estaba repleta de ventanales. Por ellos se podía ver la zona portuaria de Buenos Aires y, más allá de los almacenes y barcos, se encontraba el ancho Río de la Plata, su superficie negra destellaba con las luces de la ciudad.
Mientras bajábamos, Cintia me iba explicando en donde estábamos. Sonaba como un tour por el Cuartel, pero había advertencia en su voz. Ella sabía lo peligroso que podía ser estar en un lugar desconocido, más cuando este era el nido de tus depredadores.
Los hermanos Turner estaban ataviados como Aaron, ropa oscura y práctica, la única diferencia era que Cintia tenía un arma de fuego enfundada en su cinturón y Evan llevaba una pequeña y antigua hacha arrojadiza. Nosotros sabíamos la verdadera arma de Evan era su teléfono celular. Cintia simplemente había mencionado que Evan había podido crear un programa que alteraba los sensores y las cámaras de seguridad. Mientras corríamos por los pasillos y bajábamos por las escaleras polvorientas por su falta de uso, él no sacaba sus ojos de su celular. Cuando pasé a su lado, pude ver que la pantalla filmaciones en directo de las cámaras de seguridad del edificio. No había muchos cazadores a estas horas.
Aaron había dicho que entre medianoche y las tres de la madrugada era cuando más cazadores salían a patrullar, «durante la hora de las brujas» decían ellos. Este era el momento que debíamos aprovechar.
Cuando llegamos hasta el subsuelo, Evan se detuvo frente a la enorme puerta blindada que cerraba la entada a los calabozos y comenzó a operar en el panel de control.
Un momento después, un coro de sonidos metálicos resonó en aquel lugar y la puerta comenzó a abrirse. Todos nos miramos y asentimos sin decir nada. Cada uno fue a cumplir su parte del plan. Aaron y Cintia se quedaron junto a la puerta abierta. Él con los ojos en su teléfono y ella con los suyos en las escaleras, lista para pelear y defender a su hermano menor. Aunque hubiera deseado correr directo hacia la celda de Nara y abrazarla con todas mis fuerzas, ese era el trabajo de Aaron y Homero. El mío era liberar a los demás arcanos aprisionados. Cintia había averiguado en qué celdas estaban y me había dado una lista detallada. Liberar accidentalmente a un nocturno no sería bueno en este momento.
—Esto tenés que hacerlo vos, Sofi —había dicho ella—. No solo sos más rápida que cualquiera de nosotros, sino que sos una arcana,confiarán en vos. Si lo primero que ellos ven es a un cazador... Bueno, no creo que reaccionen bien.
Ella tenía razón. Mientras iba abriendo las puertas, cada una con un código distinto, rostros sorprendidos y aliviados aparecían detrás de ellas. Mi corazón se apretujó al verlos, huesudos y débiles.
Si Cintia había esperado tener un ejército de arcanos, no lo tendría aquí.
Nara
Detrás de la puerta metálica no estaba Cintia, como había esperado.
Fue Homero quien entró corriendo a la celda y me cubrió la cara de baba. Estaba en su forma original, un enorme canino negro con colmillos como jabalí y siete colas largas y peludas. Lo abracé enterrando mi rostro en su cuello, aspirando su familiar olor.
—Necesitarás un baño cuando volvamos a casa —le dije sin poder contener mi alegría.
—Nara...
Entonces levanté el rostro y allí estaba Aaron con una mano extendida para ayudarme a ponerme de pie. Homero me rodeó hasta estar a mi espalda, empujándome hacia Aaron.
Reacia, estiré mi mano hacia él y lancé un gritito cuando Aaron me jaló hacia su pecho y me rodeó con sus brazos.
—Qué bueno que estás bien —dijo él, embriagado de alivio.
—Idiota —gruñí contra su pecho, golpeándolo con mis puños. No era como si le causara mucho dolor, él estaba recubierto de fuertes músculos—. Perdón por desconfiar en vos.
—Lo entiendo —dijo, apartándose de mí para mírame. Su mirada gris y filosa como las puntas de sus flechas—. Algunos rencores nunca se olvidan. No puedo reparar todo el dolor que te causé en el pasado. No puedo negar mi sangre de cazador. Pero cuando te dije que estabade tu lado, no mentía.
Sin saber qué decir, asentí.
Entonces, algo voló disparado hacia mí, separándome por completo de Aaron y llenándome de calidez.
—¡Sofi! —exclamé casi sin aire por su abrazo.
—Al fin puedo abrázate —dijo ella, casi levantándome del suelo.
—Fuerza vampírica... Asfixia —logré decir antes de que Sofi me soltara.
—Abrazos, luego —dijo Aaron con urgencia, mirando su reloj.
Los tres salimos de la celda seguidos por nuestros familiares, para encontrarnos con media docena de arcanos. Otros prisioneros, supuse.
—Escuchen todos —dijo Sofi, sin necesidad de levantar la voz para imponer autoridad—. Salir de acá no será fácil. En el peor de los casos tendremos que pelear. Pero tenemos la ayuda de tres cazadores.
Un mormullo de sorpresa se esparció por el pequeño grupo. «¿Cazadores?» «¿Como los tres traidores de La Orden?» «¿Ella no es la hija del Concejal Cabral?» «¿La hija de la Luna?»
—Presten atención —dijo Sofi, viéndose terriblemente similar a su tía—. Dos de estos cazadores están en la puerta, nos guiarán hasta un lugar del Cuartel seguro para que volvamos a usar nuestra magia. Ellos los protegerán, así que hagan lo mismo por ellos —agregó con un tono de reproche—. ¿Entendido?
Los arcanos dieron un coro de asentimientos algo inseguros.
—Entonces andando —dijo y todos nos impulsamos por los corredores llenos de celdas hasta una enorme puerta blindada.
Allí estaban Cintia y Evan... y un niño rubio con un cuchillo en el cuello de la chica.
—Seth —exclamó Aaron.
—No te encontré en tu cuarto. Supuse que habías venido acá, pero esperaba que no sea así —dijo el niño y reconocí su voz. Era el hermano menor de Aaron que había venido esa tarde a mi celda.
—Seth, soltala —ordenó Aaron, pero había algo suave en su voz, como cuando se regañaba a un niño pequeño.
—¿Qué hacés acá, Aaron? ¿Con todos estos arcanos? ¿En serio vas a traicionarnos? —exigió saber. Su voz temblaba, pero el agarre de su cuchillo era aterradoramente calmo. A pesar de su edad, él era un cazador y la marca bajo la manga de su remera decía que también había matado a alguien.
Aaron miró Seth con una mezcla de tristeza y desconcierto. No encontraba a su hermano pequeño en aquel cazador.
—Sí —respondió.—¿Por qué? —gritó el niño, aferrando su agarre alrededor del cuello de Cintia. Aunque él se veía joven, era mucho más alto que ella.
—Porque estamos haciendo las cosas mal —intentó razonar Aaron—. Ellos no son nuestros enemigos. Solo son personas...
—No son personas, ellos nos quitaron a nuestros padres y ahora me van a quitar a mi hermano. ¡Los arcanos son monstruos!
—Lo dice quien está lastimando a su propia compañera. ¿No es a nosotros a quien les gusta herir? —dije con furia, poniéndome entre él y Aaron, quien se veía como si le hubieran dado una piña en el estómago.
Seth arrojó a Cintia como si fuera una bolsa de basura. Los brazos de Evan evitaron que cayera al piso.
—Dejanos ir —ordené al niño.
—Vení con nosotros —le dijo Aaron, recuperando su compostura, ignorando mi mirada sorprendida y molesta—. Vení, dejame mostrarte que no todos los arcanos no son malos. Dejame que te diga toda la verdad de lo que nos ocultaron. Soy tu hermano, confía en mí.
—Tampoco es como si tenés opciones —agregué, recibiendo una mirada molesta de Aaron.
Seth miró a su alrededor, examinando los diez arcanos y tres cazadores que lo tenían rodeado. Rostros llenos de temor, pero también de determinación. Sin embargo, nadie amagaba con hacerle daño. Sin importar cuanto odiaban y temían a los cazadores, ninguno lastimaría a un niño.
Él sacudió la cabeza.
—Deberían irse ya. Arriba sospechan que algo raro pasa con la seguridad. Cuando escuché eso corrí a buscarte —le dijo a su hermano—. Quería hacerte entrar en razón, pero veo que ya elegiste un bando.
—Nadie está seguro de tener la razón en esta guerra —dijo Sofi a Seth—. Solo hacemos lo que creemos correcto.
—Vení con nosotros —insistió Aaron.
Seth negó con la cabeza.
—Vos elegiste tu bando, yo seguiré en el mío —respondió.
—Seth...
—Alguien tiene que quedar en casa por si decidís volver, después de todo —dijo el menor con obstinado optimismo.
Aaron fue y le dio un fuerte abrazo a su pequeño hermano.
—Volveré —le prometió—. Cuando todo esto termine, voy a volver a buscarte. Te lo juro por nuestra sangre.
Y, sin esperar respuesta, comenzó dirigir la marcha hacia la salida. Todos lo seguimos sin mirar hacia el niño cazador que se quedaba atrás.
Llegamos a lo que Aaron llamó sala de entrenamiento. Un enorme galpón a oscuras lleno de sombras de equipos de gimnasia y armas. Salvo por los ventiluces ubicados justo debajo del alto techo, de donde entraba la luz de la luna casi llena y de la ciudad de Buenos Aires, el lugar estaba completamente oscuro.
—Ahora, váyanse —dijo Cintia con apremio—. Si Seth tenía razón...
—Está bien —respondió Sofi y los familiares se ubicaron uno a cada lado sin esperar órdenes—. Nara, Aaron, vengan.
—¿Qué va a pasar con los demás? —pregunté, mirando a los otros arcanos que habían sido prisioneros.
—Nosotros los sacaremos —contestó Evan con vehemencia, su rostro anguloso iluminado por su celular que había brillar sus anteojos—. Pero vos tenés que irte ya.
—Aaron nos dijo de la profecía —agregó Cintia, tomando una de mis manos y mirándome a los ojos por primera vez sin ningún de renco o desprecio—. Vos encárgate de esa perra que mató a Kevin, nosotros cuidaremos de los tuyos.
Asentí, con un nudo en el estómago ante la mención de Kevin.
Por última vez me volví hacia los arcanos que habían sido prisioneros como yo. Allí había un hada, un chico arpía, dos nagas y dos dvergar. No había ningún maldito entre ellos. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando comprendí que no los habían matado aún porque, seguramente, los venderían en el mercado negro. El odio más puro bulló dentro de mí.
—En cuanto salgan, vayan al Santuario de La Providencia —les dije tanto a los arcanos como a los hermanos Turner—. Díganle a Daniel que Nara y Sofi los manan. Allí estarán a salvo.
Cintia asintió y me dio un fugaz abrazo antes de volverme. Aaron ya estaba junto a Sofi, con una mano insegura sobre el hombro de mi amiga. Ella me extendió su mano para que la tomara.
Un estrépito no me dejó tomarla.
Una bala pasó junto a Sofi, quien usó su velocidad para apartar a Aaron del trayecto de un segundo disparo.
—Siendo protegido por chicas. Qué débil te volviste, hermanito —dijo una voz tan conocida como despreciable.
Mis ojos apenas se habían acostumbrado a la oscuridad lo suficiente para vislumbrar una silueta que se movía en un rincón. Sofi casi se había abalanzado hacia él antes de ver que no estaba solo.
El rostro de Aaron se volvió una máscara de horror cuando Caleb se movió hacia adelante, dejando que la luna que entraba por los altos ventiluces lo iluminara a él y al arma de fuego que sostenía contra la sien de su hermano pequeño.
—Caleb, ¿qué...?
—¿En verdad creíste que los cazadores eran tan boludos como para no darse cuenta su jueguito con las cámaras? —dijo Caleb, el mayor de los Archer con frialdad.
—Soltá a Seth —ordenó Aaron.
El niño que antes había parecido tan grande cuando había sostenido a Cintia, ahora se veía pequeño y vulnerable en los brazos de su hermano.
—¿Para que así puedas escapar con tu preciada bruja? —inquirió Caleb—. No lo creo. Ella es demasiado importante para nuestra Ama.
Aaron lo miró confundido.
—¿Qué querés decir?
—Ama... —repetí en un susurro ahogado—. Quiere decir que tu hermano es un puto nocturno.
Aaron me miro como si estuviera loca. Pero Caleb simplemente sonrió, dejando mostrar unos largos colmillos.
—¿Cómo? ¿Cómo es posible? —exclamó Aaron.
—¿Te acordás cómo murió nuestro padre? —le preguntó en cambio Caleb.
—Un enfrentamiento con vampiros. Vos estabas con él y... —comenzó a decir Aaron, sus ojos abriéndose ante la respuesta.
—¿Y no te pareció extraño que solo yo sobreviviera? —preguntó Caleb con retórica; como Aaron no respondió, continuó—. Los cazadores me mandaron a una muerte segura, pero ellos me salvaron de una corta e inútil vida. Me dieron poder e inmortalidad.
—Pero vos lideraste un ataque a los nocturnos —exclamó Aaron sin comprender a su hermano.
—Nocta desconfiaba de la lealtad de algunos de sus seguidores, yo solo limpié sus filas —respondió el mayor con un encogimiento de hombros que no alteró su agarre sobre Seth—. Además, tenía que crear una oportunidad para que ustedes dos estén juntos.
—¿Qué querés decir?
—¿Le preguntaste toda la verdad sobre la dichosa profecía? ¿Cómo tu muerte forma parte de ella? —inquirió Caleb alternando su mirada entre su hermano y yo.
Aaron sacudió la cabeza.
—Eso no es necesario. Confío en ella —respondió Aaron.
—Siempre fuiste muy ingenuo —dijo Caleb con pesar fingido—. Pero eso no importa. El plan salió a la perfección. Ahora debo llevarlos con Nocta. ¿No, chicos?
En ese instante, una horda de nocturnos entró por las dos puertas que tenía el galón, cerrándonos cualquier salida. A pesar de la oscuridad pude notar las manchas oscuras en sus rostros y ropas. Seth había dicho que algo estaba pasando arriba, y ese algo había sido una horda de nocturnos masacrando a los cazadores del Cuartel. Instintivamente, nuestro grupo se cerró sobre sí mismo, formando un círculo, espaldas con espaldas. Pero Aaron y yo nos quedamos enfrentando a Caleb.
Seth se removió nervioso entre los brazos de su hermano.
—Shhh. Tranquilo, Seth, no te va a pasar nada. Tus hermanos mayores jamás te harán daño —dijo Caleb, sus dulces palabras no guardaban relación con la gélida mirada que le dio al Archer del medio— ¿Verdad, Aaron?
—No metas a Seth en esto —gruñó, su cuerpo temblaba.
—¿Por qué? ¿Porque es un niño? ¿Porque es humano? —exclamó con una furia que no se reflejaba en su rostro—. Yo también lo fui cuando nuestro padre me arrastró hasta aquel lugar repleto de nocturnos para la estúpida ascensión. Los cazadores idiotas me dieron esa marca de mierda solo porque regresé vivo. Ellos creían que sobreviví al defenderme, nunca se les pasó por la cabeza que ellos podían haberme dejado vivir.
—Caleb, por favor...
—No creas que soy tan ingenuo como vos o Seth. Pero te voy a dar un voto de confianza —dijo este con hastío, pero entonces dirigió una mirada maliciosa hacia mí—. Matá a la bruja o yo voy a matar a Seth. Elegí. Tus hermanos o la mujer que te llevará a la perdición.
El rostro de Aaron se había vuelto tan blanco y duro como el mármol; su expresión tan llena de incredulidad y furia que, por un momento, me recordó a una estatua de Lucifer. Sin embargo, el no dijo nada.
—Está bien, te voy a ayudar con tu elección — suspiró Caleb con cansancio, antes de enterrar sus largos dientes cuello de Seth.
El niño abrió sus ojos marrones ante el horro y la sorpresa, pero rápidamente se cerraron en contra su voluntad. El cuerpo de Seth cayó pesadamente a los pies de su hermano, como si fuera un muñeco de trapo. Cuando Caleb volvió a mirar a Aaron, sus ojos brillaban de un castaño rojizo y aun así eran más opacos que el rojo de su boca y barbilla.
Aaron se movió antes de ser consciente de ello. De un suave movimiento colocó una flecha contra la cuerda tensada de su arco y disparó. Pero Caleb era más rápido que él y esquivó todas las flechas que Aaron le lanzaba.
Como si el ataque de Caleb hubiera significado una señal, los nocturnos se abalanzaron sobre nosotros.
Aaron y yo corrimos hacia Sofi, pero Caleb y un enorme lobizón de pelaje rojizo se interpusieron en nuestro camino. Instintivamente, Aaron se interpuso entre ellos y yo, el cuerpo inconsciente de Seth a mi espalda.
—Nara, por favor...
—Ya lo sé —dije y salí corriendo hacia Seth mientras Aaron nos cubría. Sus fechas no estaban bendecidas por lo que, cuando una cayó en el hombro del lobizón, no le hizo más que una simple herida que se regeneraba rápidamente.
Cuando llegué a Seth, él estaba terriblemente pálido y frío, pero respiraba con regularidad y sus pestañas rubias revoloteaban sobre sus ojos. Solo se había desmayado por la anemia. Sin estar segura de que era una buena idea, intenté despertarlo suavemente, dándole palmaditas en la cara. Homero apareció a mi lado y le ladró en la cara. Eso pareció funcionar cuando Seth abrió los ojos y su mirada aterrada se movió velozmente. A veces, el aliento de un familiar era tan apestoso que podía levantar a un muerto.
—Arriba —le dije, ayudándolo a levantarse sin mucha delicadeza. Un poco molesta cuando tuve que poner mi hombro bajo su brazo para que se sostuviera por mí. Su hermano debió de haber bebido mucha de su sangre.
—¿Por qué? —preguntó Seth.
—No lo hice por vos.
—Aaron —dijo, con un asentimiento serio. Pero yo no le hice mucho caso.
Mire a nuestro alrededor. Aaron estaba a uno metros enfrentando a su hermano. Freya estaba enfrascada en lo que parecía una pelea de perros con el lobizón, Sofi solo a unos pasos de ella luchando contra dos vampiros, moviéndose como un rayo.
Los hermanos Turner estaban cerca de una pared llena de cuchillos arrojadizos que lanzaban sin parar a los nocturnos malditos que gritaban de dolor cuando el metal bendito chocaba contra su piel. Los otros arcanos prisioneros se defendían como podían. Las nagas usaban sus largas colas para estrangular a sus oponentes, mientras que el chico arpía revoloteaba estos clavando sus garras en los ojos de los nocturnos. Pero ellos nos cuadruplicaban en número y nosotros estábamos débiles.
—Necesito más armas —dijo Seth mirando el cuchillo que su hermano no se había molestado en sacar.
Apenas nos movimos unos pasos cuando un vampiro saltó a nuestro lado y me tomó del brazo. Seth no dudó y arrojó su cuchillo al ojo del vampiro. Este lanzó un alarido mientras sangre negra manaba de su ojo izquierdo.
—No lo hice por vos —dijo y simplemente asentí.
Seth parecía tener más energía, así que intentamos correr hasta donde estaban Cintia y Evan. Un creciente montó de arcanos malditos muertos o moribundos a sus pies. Sin decir nada, Seth tomó unas estrellas ninjas que colgaban de la pared y comenzó a hacerlas volar hasta los nocturnos.
—Nara, tomá —dijo Cintia entregándome su revolver—. ¿Sabés usarlo? —pregunto y yo negué con la cabeza, sorprendida de lo pesado que era en mi mano. Ella puso sus manos sobre las mías y las levantó hacia un vampiro que se abalanzaba hacia nosotros—. Apuntá y dispará —dijo y jaló el gatillo.
El vampiro cayó sobre un charco de sangre oscura.
—¡Está bendito! —exclamé mirando el arma en mis manos con horror.
—Solo las balas, mientras que no recargues el arma estarás bien —explicó Evan—. Ahora andá con Sofi y Aaron.
—Nosotros te cubriremos la espada —agregó Cintia mientras sacaba un puñado de cuchillos arrojadizos de su cinturón y comenzó a tirarlos hacia lo nocturnos como si estuviera en un show de circo.
—Lo sé —dije y eché a correr hacia Sofi.
Ella estaba en medio del galpón protegiendo a los arcanos liberados, su espada brillando del mismo dorado que su cabello.
Llegué hasta ella en el momento en que las dos oímos el disparo y vimos cómo la sangre florecía en el pecho de Aaron, una rosa negra sobre su ropa oscura, como claveles que propagan el fuego.
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Curiosidad n°26: Aaron estaba estudiando el primer año en la carrera de Derecho en la UBA.
───⋆*✦ NOTITA ✦*⋆ ───
Porfa, no me maten todavía D:
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