21. Escúchame rugir


Nahuel

Todos nos pusimos en marcha.

Volvimos a Río Cuarto. Ahora que habían encontrado lo que buscaban, los cazadores ya no estaban pululando por la reserva y se centraban en contener los disturbios de la ciudad. Las cosas no estaban mejor que la noche anterior.

Por suerte encontramos la furgoneta de Yem en donde la dejamos, intacta. Cuando llegamos a ella, me volvía hacia Alina y Franco.

—No tienen por qué acompañarnos —les dije, pero ellos negaron con la cabeza.

—Le prometimos a mi padre que los acompañaríamos hasta que encontraran a sus amigos —respondió simplemente Alina.

—Además alguien va a tener que guiarlos hasta el Santuario, no es fácil de llegar —agregó Franco.

—Gracias —dije.

El viaje transcurrió en un tenso silencio. Faltaban pocas horas para medianoche, así que Sofi se recostó en el asiento trasero y me pidió que la abrazara.

Yo no podía transmitirme mi esencia como los familiares, pero esperaba que mi cercanía le recargara sus pilas de la misma forma que ella lo hacía conmigo.

Sofi me hacía sentir que podía hacer cualquier cosa que me propusiera. Me preguntaba si todas las parejas de almas gemelas compartían esa magia. Francisco y Esther sin dudas se veían imparables cuando trabajaban juntos. Y, aunque la relación entre Nara y Aaron era, como mínimo, tensa, ellos habían sobrevivido a un montón de cosas estando juntos. Y mis padres... Siempre me había preguntado si ellos, a pesar de ser humanos, habían sido atados por la luna. Ellos siempre se habían visto como un equipo perfecto, una máquina pulida por los años que compartían juntos, cuyo motor era un amor incondicional que sentían el uno por el otro y por lo que habían creado juntos.

Me preguntaba también si Sofi y yo alcanzaríamos ser como ellos algún día. Aunque intentaba no hacerlo, me era imposible no imaginar un futuro con Sofi. Yendo juntos a la universidad y alquilando un pequeño apartamento que terminaría inundado de libros. Acostándonos todas las noches en la misma cama con su pequeño cuerpo entre mis brazos, espantando las pesadillas del otro. Formando una familia. Envejeciendo en una casa solariega como en la que habíamos estado.

Me preguntaba si llegaríamos a tener ese futuro... o cualquier otro.

Hicimos un largo trayecto por la ruta coronada de sierras cuando llegamos al Santuario de Capilla de Monte, antes de que casi sea medianoche. Franco y Alina que habían corrido por la ruta con espejismo que los había hecho ver como dos adolescentes imprudentes conduciendo motos, nos guiaron fuera de la ciudad, por un camino que llegaba al cerro Uritorco. Era un conjunto de montañas bajas, un lugar famoso por sus avistamientos de ovnis y sucesos paranormales.

Allí el aire era limpio y seco, sin una nube que cubra el cielo estrellado donde una luna casi llena llegaba a su zenit.

Los centauros, que iban al frente, doblaron en un camino que, hasta que no lo pisaron, no lo habíamos visto. Los seguimos hasta llegar a un enorme edificio antiguo de dos pisos, completamente hecho de piedra y rodead por una elegante reja de la que se desprendía una poderosa magia.

Alina se acercó a la puerta de hierro y apoyó una mano en lo que parecía ser un timbre. Un momento después, una voz masculina y metálica surgió del pequeño altavoz.

—¿Quién llama?

—Alina Castillo, hija de Alejo Castillo, alfa de los centauros "Los Gauchos" —respondió ella con la arrogancia de una princesa.

—¿Quiénes te acompañan?

—Franco Luther, mi compañero. Nahuel Lowell, Sofía Nardelli y Alfonsina Sager, centinelas del Concejo y sus dos familiares.

—Pueden pasar. Dejen su vehículo afuera, lo entraremos luego de inspeccionarlo —dijo la voz antes de que el portón se abra en dos con un chirrido.

Las chicas y yo nos bajamos de la camioneta, cargando nuestros bolsos, y seguimos a los centauros. Cuando cruzamos por debajo del arco del portón todos lo sentimos, un golpe de energía que nos baría de arriba abajo. Escaneándonos para saber si éramos quienes decíamos ser, supuse.

A unos cuantos pasos estaba la entrada, una alta puerta de doble hoja sobre unas escalinatas. Dos arcanos salieron a recibirnos. Uno de ellos era Nicolás, el general de piel oscura que había visto en el concilio de guerra. Él era un cíclope, cuyo único ojo solía estar medio oculto por su mara de risos oscuros, por lo que en ese momento solo veía a un joven enorme y musculoso con un peinado afro descontrolado. A su lado estaba una mujer mayor, una elfina oscura cuya piel cenicienta estaba surcada de líneas de expresión, pero sus ojos completamente negros eran enormes. Aun así, era aterradoramente hermosa. Vestía una bata de seda bordada y un turbante. Se veía como una actriz de Hollywood o una reina.

—El niño de la Luna —dijo ella al verme. Ciertamente me había ganado una indeseada popularidad luego de que los hechos en Buenos Aires se hicieran conocidos.

—Nahuel Lowell, centinela del Palacio del Río —dije con una pequeña reverencia y llevando mi mano derecha al lado izquierdo de mi pecho.

—Soy Enid, jefa del Santuario de Capilla del Monte. Sean bienvenidos —dijo con una manera anticuada de hablar, recorriendo su oscura mirada sobre cada uno de nosotros—. ¿A qué se debe su visita? Unos jovencitos no deberían estar vagando solos por estos lugares tan tarde.

—Nos encontramos en una misión secreta, señora —expliqué, esperando que la gravedad de mi voz la convenza de no pedir más explicaciones—. Buscamos refugio por solo una noche. Alina y Franco nos dijeron que este era el lugar más seguro.

—Ciertamente lo es. Y es por eso que nuestro Santuario se encuentra abarrotado. No tenemos ni un rincón de sobra —dijo con pesar.

—Eso no es problema, podemos dormir en nuestra camioneta. No nos quedaremos por más de una noche.

—Podrían quedarse en las habitaciones de los centinelas que tienen guardia esta noche —comento Nicolás.

La elfina pareció meditarlo y un momento después nos hizo un ademan con su mano de dedos largos.

—Pasen. La casa es chica, pero el corazón es grande —dijo, y se volvió para entrar al Santuario que era cualquier cosa menos chico.

Antes de que diéramos un paso, Sofi me jaló la remera con un poco de timidez.

—¿Ya es hora? —le pregunté.

Ella asintió. Entonces me di cuenta de que estaba temblando.

Le hice una seña a los chicos y me aparté un poco para hablar con Sofi.

—¿Estás segura de esto? —le pregunté, tan asustado como ella.

—Sí. Soy la única que puede hacerlo —respondió. Su cuerpo temblaba, pero su voz era firme.

La atraje hacia mí y la abracé con todas mis fuerzas, enterrando mi cara en entre su espeso cabello. Ella olía a su shampoo de almendras y al aire seco de las sierras y vampiro, ese suave aroma salvaje. Sabía que Sofi era más fuerte que yo y no necesitaba contener mi fuerza. Ella no era frágil. Ella se aferró a mi espalda, sus uñas clavándose en mi piel.

No supe quién fue el primero en moverse, pero nuestros labios encontraron el camino a los del otro, chocando como dos imanes.

No me importó que labios tengan gusto a sangre -hacía un momento que había salido a cazar con Alfonsina-, ni que sus colmillos pincharan mi lengua. Había extrañado tanto esto.

Como habían estado las cosas, no habíamos tenido tiempo para esto. Dormíamos juntos casi todas las noches y nuestras manos encontraban el camino a las del otro cada vez que podían, pero la pasión había sido sustituida por el cariño y la contención.

Pero ahora era distinto. Ahora Sofi me besaba como si el mundo se fuera a acabar. Yo, como si ella fuera mi mundo.

Enterré mis manos en su cabello para acunar su pequeño rostro, inclinándome sobre ella para que no tuviera que hacer puntitas de pie. Le devolví el beso con tanta fuerza que, por un momento, creí que me rompería en mil pedazos.

Cuando nos separamos, después de lo que me pareció una eternidad, ambos estábamos un poco agitados, nuestras pesadas respiraciones chocando entre sí. Completamente ruborizados cuando escuchamos las exclamaciones de Alfonsina y Nicolás. Creí escuchar a la elfina exclamar algo sobre los jóvenes de hoy en día. Traté de ignorarlos.

Besé su frente y acaricié sus mejillas.

—Tené cuidado —le dije, mirando sus ojos que brillaban como dos soles en la noche—. Te veo antes del amanecer.

Ella sonrió con picardía y me dio un beso en la mejilla.

—Nos vemos —dijo y salió corriendo hacia donde estaban Alfonsina y los demás.

En ese instante se sintió como un deja vú. Había hecho lo mismo hacía casi un año, la noche en la que nos habíamos reencontrado después de años.

Ella se despidió de Alfonsina con un abrazo y saludó a los demás. Escuché que le pidió a Franco su arco y carcaj y este se lo entregó reacio.

Un momento después, ella se apartó. Apenas iba vestida con un jean oscuro enfundado en dos botas largas y una camiseta mía que le quedaba enorme, pero se veía genial en ella. La frase "hear me roar" y un león rugiendo en su pecho. Su cabello estaba suelto y caía como un halo de luz por su espalda, ocultandmo parcialmente el arco y carcaj. También llevaba una pequeña espada corta que su tía Sara le había dado antes de emprender el viaje. Había sido el arma de su abuelo, la que su padre iba a elegir para su ascensión antes de traicionar La Orden. Freya y Homero a cada lado suyo, envolviendo cada uno una de sus múltiples colas a las piernas de Sofi.

Ella se veía como una encarnación de Artemisa justo antes de desvanecerse en una nube de tinta negra.


Lucas

Un toque en mi hombro me despertó.

—Lucas —Escuché su voz antes de ver su rostro.

—¿Qué...? ¿Qué pasó? —pregunté torpemente mientras despegaba la cara de los papeles sobre la mesa. Me pareció haber babeado un poco sobre ellos.

—Te quedaste dormido en la biblioteca. Ya es tarde —explicó Yemelyan con el tono que usaría para un niño pequeño—. ¿Querés que te lleve a casa?

—No, no. Puedo ir solo... —dije mientras me refregaba los ojos y levantaba para recoger mis cosas.

—Lucas, vos mejor que nadie sabe cómo están las cosas. A menos que haya otro centinela que te acompañe, no te dejaré ir solo a casa —respondió con una extraña dureza en su voz que decía que no aceptaría un no por respuesta.

—Sos un pesado —rezongué, poniendo mi mochila al hombro y dando un golpecito en la mesa, como si tocara la puerta.

Un momento después, un grupito de luces malas llegó flotando para devolver los libros a sus respectivas estanterías. Lo bueno de las luces malas es que en realidad no eran inflamables, ellas solo se alimentaban del calcio y el fósforo de los huesos. La primera vez que las vi hacer su trabajo me había parecido sacado de un libro de Harry Potter; ahora ya me había acostumbrado a su correteo por sobre las mesas, haciendo alboroto y ganándose sus pagas en huesos.

Yemelyan no dijo nada cuando una llamita pasó por delante suyo con su libro. Tampoco dijo nada mientras nos dirigimos a la entrada y allí una de las hadas que trabajaban como recepcionistas nos abrió un portal hacia el Mundo Humano.

Al contrario de lo que había supuesto, la entrada a Las Mazmorras no estaba en Claro de Luna, sino en la vieja estación de trenes. Era un portal en el que se accedía recitando un conjuro malak. Debía hacerse al menos por dos personas a la vez, por lo que solo podía se podía entrar en compañía de otro arcano.

—Lamento no tener mi camioneta —se disculpó Yem—. Si estás muy cansado puedo llevarte...

—Puedo caminar un poco —lo interrumpí.

Estaba terriblemente cansado, pero la sola idea de que Yemelyan me cargase ponía en riesgo mi dignidad y mis nervios.

Sin embargo, no caminamos mucho antes de que unas sombras se interpusieran ante nosotros, en medio de una calle desierta.

Cuando pasaron bajo la farola, su triste luz hizo brillar tres pares de colmillos. Dos eran vampiros, con sus pálidas pieles y movimientos silenciosos, el otro era un yaguareté-abá, un hombre jaguar. Al igual que Raúl, su piel parecía tener un estampado de animal print y sus pupilas eran dos líneas en verticales. El hedor a carne, sangre y algo oscuro, como azufre y fruta podrida, los delataba como nocturnos.

—Centinela —dijo uno de ellos dirigiéndose a Yem.

Él no esperó otra señal. Sacó un anillo de su dedo, tan simple que a veces se me olvidaba que lo llevaba y murmuró unas palabras en un idioma que sonaba grave y antiguo en su voz. Un momento después, su anillo se había convertido en una espada corta que hizo juego con otra que Yem desenfundó de una vaina que siempre llevaba en la cintura.

—Las armas no son necesarias —dijo el vampiro. De día hubiera parecido un muchacho común y corriente con jeans y cabello desaliñado. Me preguntaba si los vampiros le tenían tanto miedo a una peluquería como a una iglesia—. No venimos en busca de pelea. Venimos con un mensaje para vos. Una invitación de nuestra Ama.

—Nocta no suele ser de los que invitan. Es mas de los que llegan sin ser invitados —respondió Yem. Su voz tranquila no reflejaba la tensión y seriedad que portaba su cuerpo.

—Príncipe Mircea III de Valaquia —dijo el otro vampiro. Una mujer de largo pelo castaño que emanaba elegancia de sus movimientos—. Nuestra Ama sabe quién sos. Sabe quién fuiste.

—Mi pasado no tienen importancia en este momento —siseó Yem, conteniendo un temblor. No supe si temblaba de miedo, furia o ansia de pelea.

—Decís eso mientras portas aquella espada bendita —dijo la mujer, señalando la espada que había sacado de su vaina—. Decís eso aun cuando seguís reconociéndote como miembro de la antigua familia Dracul y miembro de la Orden del Dragón. El hijo del sol que traicionó a su familia por la noche. Mircea, El Rojo.

—Sí que a los nocturnos les gusta el chisme —exclamó Yem.

—No te creas mejor que nosotros —gruñó el yaguareté-abá.

—Pero sí sos lo suficientemente bueno para que nuestra Ama te reconozca. Nocta te quiere junto a ella cuando esta guerra se desencadene —dijo la mujer, sus labios oscuros dejaron ver una sonrisa afilada.

—Dígale a su querida Nocta que declino amablemente su invitación —respondió Yem.

—¿Estás seguro? —dijo el vampiro—. Ella te conoce. Sabe que de tu mayor miedo. Sabe por qué la elegiste una vez. La volverías escoger.

Quise ver la expresión de Yem, pero él se había puesto entre los nocturnos y yo. Tenía hombros angostos, pero sus músculos se tensionaban y marcaban bajo su camisa de lino. Su cabello anaranjado era lo único de color en aquella escena.

—Ni ella, ni ustedes saben nada de mí —rugió Yem.

—Entonces supongo que no te molestará que llevemos a este en tu lugar —dijo el vampiro un segundo después de que hubo apareció detrás de mí y me hubiera tomado por el cuello.

Él era alto, mis pies apenas tocaban el suelo mientras su brazo me ahorcaba.

—Dejálo —lo amenazó Yem.

Lo siguiente había sido un borrón de movimientos.

Yem se había lanzado hacia mí, pero la mujer vampiro y el jaguar se habían interpuesto en su camino. Ellos también estaban armados. El yaguareté-abá balanceó una enorme hacha que rozó la cabeza de Yem cuando este lo esquivó literalmente por los pelos.

Logro rodar sobre sí mismo y alejarse del ataque de la mujer que llevaba unos grandes cuchillos dentados. Pero cuando la esquivó a ella, el hombre lo volvió a atacar, esta vez abriendo un corte en su espalda. Apenas unos segundos antes de que Yem clavara su espada guardiana en el vientre de la mujer.

Tambaleó, casi cayendo sobre el cuerpo de la mujer. Pero en vez de dejarlo caer, lo usó como escudo, girando sobre sí mismo y lanzándola sobre el yaguareté-aba. Este arrojó a su compañera a un lado como si fuera un saco de basura y embistió a Yem ondeando su hacha tan rápido que solo podía ver un brillo borroso como una hélice. Yem estaba haciendo un gran trabajo esquivándola, pero no lograba acercarse al nocturno. Y su sangre seguía cayendo por el largo corte entre sus omóplatos. Parecía como si llevara una capa carmesí.

Realmente podía ver al príncipe oscuro que decían que alguna vez fue. Elegante e implacable.

Pero temía que no duraría mucho así. Perder sangre para un vampiro, aunque fuera poco, era más letal que para cualquier otro arcano o humano.

Yo tampoco tenía mucho tiempo. Era consciente de que cada vez me faltaba más aire y mi vista se volvía borrosa, un poco oscura en los bordes. Pero, ¿qué podía hacer? No tenía armas ni fuerza o velocidad sobrehumana.

Con la poca fuerza que tenía, lo mordí en el brazo y escuché una puteada del vampiro. Él no me soltó, pero aproveché la distracción para llevar mi pie a la entrepierna del vampiro.

—Eso no servirá... —gruñó él.

Pero mi idea no era solo patearle las bolas. Apoyé mi pie en el vientre del vampiro y me impulsé como si fuera un trampolín. Volví a morderlo, tan fuerte que sentí el gusto metálico de su sangre.

Esta vez, logré tomarlo por sorpresa y no fue capaz de contenerme. Di una vuelta, desprendiéndome de su agarre hasta quedar enfrentado a él.

Detrás del vampiro veía como Yem había logrado desarmar al otro nocturno, que se movía torpemente esquivando los ataques mientras se agarraba un brazo que tenía un enorme corte.

Pero no pude ver mucho antes de que el vampiro que me había aprisionado me había vuelto a tomar, esta vez envolviendo mi cuello entre sus manos, elevándome hasta que no pude sentir el suelo bajo los pies.

—Bebiste mi sangre —sonrió, sus colmillos brillando como cuchillas—. Solo un mordisco y serías uno de nosotros. ¿También le tenés miedo a la muerte?

Balanceé mis pies intentando golpearlo, pero estaba lejos de mi alcance. Lo hice hasta que mis piernas colgaron inertes en el aire y mis manos se desprendieron de sus muñecas, rojas donde lo estaba arañando en un intento de desprenderme de su agarre.

La oscuridad rodeaba a Yem cuando lo vi cuando su mirada se apartó del cuerpo caído del yaguareté-abá. Sus ojos se encontraron con los míos, oscuros como todo alrededor. Su cabello y la sangre fue lo único que brilló cuando una de sus espadas separó la cabeza del último nocturno de su cuerpo.

Me sentí liviano por un instante. Antes de que mis ojos se cerraran por completo. 


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Curiosidad n°21: Ayer, 6 de enero, fue el cumpleaños de nuestro Nahuelito, capricorniano tenía que ser. Aaron también lo es pues cumple años el 24 de diciembre. Sí, fue medio en joda que ambos chicos nacieran en fechas cristianas. También fue medio en broma que Nara cumpliera años el 31 de octubre, Halloween y es de escorpio.

Los demás cumpleaños son: Sofi es del 1 de marzo (piscis); Lucas, el 4 de agosto (leo); Bren, el 29 de junio (cáncer) y Alfonsina también es del 29 pero de noviembre (sagitario). Yem y Maitei no recuerdan qué días nacieron pero saben que Yem es de septiembre (libra) y Maitei es de mayo (tauro).

¿Comparten signo con alguno de los chicos?

───⋆*✦ NOTITA ✦*⋆ ───

Hola, arcanos. Sin querer tuvimos un hiatus por aquí (y eso que venía programando los capítulos. Pero bueno, sino no sería la reina del hiatus 👑 

¿Cómo han pasado sus fiestas? ¿Y qué tal su inicio de año? ¿Cuáles son propósitos y proyectos para este 2025?

Los míos son terminar de subir lo que queda de Arcanos, publicar una nueva historia llamada La codicia de la serpiente y empezar a trabajar en una que por ahora la llamo Proyecto Mariposa. Deseenme suerte 🍀 La necesitaré.

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