13. Aaron Archer

Nara

Zoe nos hizo salir del Santuario por una puerta que encantó para que nos llevara lo más lejos que podía. Aún débil como estaba, se preocupó por nosotros. Terminamos en Armstrong, al sur de la provincia de Santa Fe. Había sido el lugar más cercano a casa que pudo mandarnos sin un portal.

Lo primero que hicimos fue buscar un motel donde no nos harían muchas preguntas. Zoe nos dio un fagote de plata por lo que ahora no tendríamos que andar como vagabundos, aunque estábamos tan agotado que podríamos haber caído dormidos en cualquier lugar. Además, una de las chicas del Santuario nos había dado un bolso deportivo donde cupieron también el arco y carcaj del cazador idiota.

Pero claro, al elegir un motel no había considerado que solo habría habitaciones de una cama. Mierda.

—No voy a dormir con vos. Pide dos habitaciones —siseé cuando el idiota tomó la llave que apareció tras una discreta ventanilla.

—No seas tonta. Es demasiado peligroso que estés sola —argumentó el idiota, bajando la voz y poniendo la misma expresión desesperada que mi padre usaba cuando yo hacía un berrinche en público de pequeña.

—No me importa. No voy a compartir cama con vos.

—¿Compartíamos árboles y tierra, y ahora querés tu propia habitación? —exclamó el perdiendo la compostura.

—¡Sí!

—¿Estás loca? ¿Viste cuánto cuesta cada habitación por una noche?

—Nos alcanza el dinero —dije y así era. Zoe prácticamente nos había dado el equivalente a un sueldo de un mes.

—No voy a gasta todo lo que nos dio esa hada en una sola noche. ¿O acaso sos boluda?

—No me insultes.

—Vos me insultás todo el puto tiempo —dijo él, dejando escapar un suspiro exasperado antes de cerrar sus ojos y pellizcarse el puente de la nariz.

—Chicos... —dijo tímidamente el recepcionista, extrañado por nuestra discución—. Si necesitan, puedo hacerles precio por dos habitaciones...

—No —la cortó el idiota—. Vamos a tomar esa habitación, no le haga a esta loca. Mi... mi novia está en sus días. Viste como las ponen las hormonas.

El recepcionista no dijo nada más y el idiota se encaminó hacia nuestra habitación. Lo seguí arrastrando los pies y gruñendo todo el camino sobre lo estúpido y machista que era culpar a nuestro periodo por el malhumor de una mujer. No era mi cuerpo quien me sacaba de quicio, era el idiota.

La habitación resultó ser decente, aunque su "minimalismo" contrastaba enormemente con el lujo de la habitación de Zoe en la que había dormido tan solo anoche.

Todavía era de día, así que decidimos turnarnos para bañarnos y encargar algo de comida antes de dormir una siesta. Ya mañana volveríamos a nuestro viaje.

Él entró primero al pequeño cuarto de baño, y mientras yo me puse a curiosear por la habitación. Era pequeña, con una cama de dos plazas, dos mesitas de luz, un roperito y una pequeña mesa con dos sillas. Encontré un botiquín de primeros auxilios que puse sobre la mesita.

Dejé las ventanas corridas. No tanto por seguridad, sino porque no tenía ganas de ver como seguía la vida normal de las personas cuando la mía se había convertido en un completo caos.

Otra vez había visto morir a alguien.

Otra vez habían muerto personas por mi mera existencia.

Me odiaba más a mí de lo que podría llegar a odiar al idiota o a Nocta... Al punto que deseaba más mi muerte que las suyas.

Pero eso no servía. Ya lo había intentado una vez.

Luego de haber visto a James morir por protegerme y de ver el dolor que le causé a mi hermana. Lo había intentado. Había arrancado las plantas más venenosas que tenía en el invernadero y me las había comido. Pero estas solo me habían dejado inconsciente, por lo que creí que no habían funcionado. Pero Esther, que me había encontrado tirada en el invernadero con la boca llena de pétalos de dedalera y belladona, como si fuera la Ofelia de Hamblet, me dijo que no había sido un milagro ni un intento fallido. Había sido la bendición de la Luna y la maldición de Lican quienes no me dejaban morir. Y que no me dejarían hacerlo, al menos hasta que la siguiente generación estuviera sobre la Tierra. Esther lo sabía porque habían sido esas mismas fuerzas las que no habían dejado que mi padre se suicidara de joven.

Mi corazón se había roto ante la idea de que mi padre se odiara tanto como yo lo hacía como para tomar la misma decisión.

Esther me había prometido no decirle a nadie lo que yo había hecho si yo prometía no volver a intentarlo. Pero ahora esa promesa se hacía más difícil de cumplir con cada vida que era tomada por una estúpida profecía. Si yo muriera...

—Es tu turno —una voz interrumpió mis lúgubres pensamientos.

—¿Qu-? —La pregunta se atoró en mi garganta cuando el idiota salió del baño, ¡sin nada más que una toalla!

—Es tu turno —repitió, señalando el cuarto de baño—. Bañate, sucia.

—¡¿Qué hacés?! ¡Ponerte ropa, pervertido de mierda! —grité arrojándole un almohadón que él atrapó con una mano. Gracias a los Señores, no fue con la mano que sostenía la toalla que no alanzaba a tapar la carca del cazador que tenía en la cadera.

—Lavé mi ropa en el baño —se justificó.

—¡Estás loco! —grité, corriendo hacia el baño, tratando de pasar lo más lejos de él.

Cuando entré en el baño, vi todas sus ropas colgadas por el caño de la cortina de la ducha. Intenté no pensar en lo que estaba tocando cuando las manoté y se las arrojé a su dueño.

—¡No dejes tus cosas acá! —le grité, encerrándome en el baño con un portazo y poniéndole llave.

Cuando al fin me sentí un poco más segura, me deshice de mi ropa y entré a la ducha con el agua prácticamente hirviendo. Me tomé todo el tiempo del mundo para limpiar toda la sangre, el sudor y el polvillo que tenía encima. Esta vez, traté de no pensar en nada más que el agua caliente.

Cuando salí me encontré con un par de batas de baño. Y el hijo de puta había preferido una toalla. Volví a ponerme mi ropa interior que era lo único que no estaba sucio y lavé el jean y remera en la ducha. A la campera de cuero simplemente le pasé una toalla húmeda para quitarle la suciedad. En el tocador encontré un pequeño secador de pelo así que lo tomé y lo usé para secar mi ropa lo mejor que pude, aunque lo único que pude volver a ponerme fue mi remera. Menos mal que me quedaba tan larga como un vestido.

—En el baño hay una bata y un secador. Te aviso por si sos medio ciego y boludo —le dije al idiota cuando salí del baño. Le entregué el secador y colgué el resto de mi ropa en una silla.

—¡Encargué unos sándwiches de milanesa y papas fritas para comer! —dijo sobre el ruido del secador.

—Lo que sea. Solo ponete algo. No pienso comer con vos desnudo —respondí y me dejé caer sobre la cama.

Un momento después, me levanté, tomé la bata del baño y se la tiré por la cabeza. Solo entonces él pareció considerar la idea de cubrir sus vergüenzas. Lo único que faltaba era que el idiota fuera también un pervertido.

Busqué el botiquín de emergencia y me senté y lo llamé con un gesto.

—Dale, vení. Voy a vendarte las manos —dije con impaciencia cuando él no parecía captar.

—Puedo hacerlo solo —objetó.

—No te hagas el fuerte. Yo misma sé lo que duele romperte las uñas.

Al final aceptó y se sentó a los pies de la cama, a tantos centímetros de mí como pudo sin salir de mi alcance. Tomé un desinfectante y unas vendas del botiquín y comencé a trabajar, haciendo exactamente lo mismo que él había hecho conmigo unos días atrás.

No fue hasta que terminé de limpiar y vendar sus heridas que uno de los dos rompió el silencio.

—Aaron —dijo él.

—¿Qué?

—Ese es mi nombre: Aaron Archer —repitió.

—¿Y eso a qué viene?

—Estoy cansado de que me llames idiota o cualquier insulto que se te ocurra. Además, yo ya conozco tu nombre. Tus amigos del Santuario te llamaban Nara.

—¿Aaron Archer?  —comenté intentando mostrar que no me importaba que él me estaba diciendo su nombre y apellido... y que todavía no me soltaba la mano—. ¿Archer como "arquero"?

—Sí. El arco siempre fue el emblema de mi familia —respondió, llevando su mirada hacia el estuche de guitarra que ocultaba su arma.

Yo no sabía que responderle, así que no lo hice.

—Antes de conocerte... Antes de verte por primera vez hace tres años. Antes de iniciarme, yo pensaba que ser un cazador era proteger a las personas de criaturas monstruosas, inteligentes, pero sin almas. Parecidos a nosotros, pero no humanos —comenzó a confesar—. Sin embargo, cuando vi a esos dos hombres arriesgando su vida para salvar a una niña, cuando vi a aquel lobizón luchando una y otra vez para proteger a unos humanos, cuando vi morir a esos niños... Cuando vi morir a los arcanos... A las personas que asesiné. Todas esas veces hicieron que me cuestionara lo que era ser un cazador.

Hizo un silencio, pero como yo no dije nada, él siguió hablando.

—El hermano de tu amiga también se dio cuenta de esto, al igual que aquellos muchachitos, los hermanos Turner —dijo—. Ellos entendieron algo que mi terquedad y mi orgullo me estaba cegando.

—¿Y qué es?

—Ustedes no son nuestros enemigos, no los arcanos inocentes que no han lastimado más que para defenderse. Ustedes son a quienes debemos proteger de los otros, de los nocturnos, ¿no es así?

—¿Tanto te tomó llegar a esa conclusión?

—Sabés que soy un idiota —respondió en cambio, dejándome ver una casi sonrisa—. Además, no es fácil comenzar a cuestionarte todo que creías correcto y natural. Pero cuando empezás es como una bola de nieve que se hace cada vez más grande. Y al final ya uno ya no puede ver las cosas de la misma manera que las veía antes.

—¿Y todo eso quiere decir...?

El idiota... Aaron dejó escapar un suspiro exasperado.

—Lo que quiero decir es que estoy de tu lado. No estoy seguro sobre quién es y qué quiere esa tal Nocta y sus seguidores, pero voy ayudarte a detenerlos.

—Supongo que eso es bueno —dije.

—También lo supongo.

Alguien golpeo la puerta. La comida había llegado.

—No vamos a ir con tu familia, ¿verdad? —preguntó un momento después, antes de darle un gran mordisco a su sándwich de milanesa.

—¿Cómo adivinaste?

—Al salir del Santuario, tu primer instinto no fue ir directamente a tu casa, que no queda tan lejos, sino que pediste que descansemos. Querías recargar energías para algo más —se explicó—. Entonces, ¿cuál es el plan?

Esperé a terminar un puñado de papas fritas antes de responderle. Ciertamente era cuanto menos extraño hablar de planes suicidad mientras comíamos comida chatarra en una cama de hotel.

Me limpié los dedos por la bata y busqué los papeles que había guardado dentro del bolsillo de la chaqueta.

—Tenemos que ir a este lugar —le dije, mostrándole los dibujos que había hecho.

—¿El Valle de la Luna? —preguntó con curiosidad—. ¿Tenemos que ir hasta San Juan?

—¿Conocés ese lugar?

—Fui una vez cuando era pequeño —dijo y hubo algo doloroso en su voz—. ¿No lo conocías? Digo, tiene la palabra luna en su nombre y ustedes tienen una obsesión con el pobre astro.

—No es una obsesión, la Señora de la Luna es nuestra diosa, al igual que los humanos tienen los suyos —respondí, ofendida.

—Ok, ¿y por qué tenemos que ir allí?

—No estoy segura. Tuve un sueño sobre los primeros portadores de la profecía, un eclipse de luna y este lugar.

—Profecías, sueños... Vas a tener que ser un poco más clara.

Mierda, iba a tener que explicarle todo. Respiré hondo e hice un esfuerzo para resumirle de la manera más clara la profecía de los hijos de Lican que vimos en la Biblioteca del Tiempo y el don de los sueños.

—¿Así que vos y un lobizón, este chico llamado Nahuel, tienen que ir al Valle de la Luna para cuando ocurra un eclipse que nadie ha predicho y allá van a encontrar la respuesta mágica para derrotar a Nocta, que es una diosa del caos que quiere destruir el mundo?

—Sí, básicamente sí.

—Esto es una completa locura. Y lo peor es que te creo. Está bien. Ya es un poco tarde y estamos hechos mierda. Mañana te vas a poner en contacto con este chico y vamos a salir hacia San Juan.

—De acuerdo —acepté—. Ahora andá a dormir al baño.

—¿Qué? Ni en pedo.

—No pienso dormir en la misma cama que vos, ¡cuando estás en bolas!

—No estoy en bolas, tengo puesto mi bóxer.

—¡Demasiada información! ¡Por los Señores, el baño tiene tina, andá allá!

—No quiero. Además, por qué debería ser yo quien duerma en el baño. ¿Es porque soy varón? Eso es muy sexista de tu parte.

—Está bien, dejémoslo al azar. ¿Tenés una moneda o algo así?

La moneda cayó del otro lado. La conch...

—Felicidades, te ganaste una hermosa tina de baño para dormir. Si querés, podés llevarle alguna almohada para que sea más cómodo.

Murmurando todas las injurias que conocía, gateé hasta acostarme en uno de los extremos de la cama, envolviéndome con mi bata y las sábanas como si fuera un burrito.

Un momento después, la habitación se quedó a oscuras. Escuché el ruido de sus pasos y el roce de las sabanas cuando se acostó en el extremo más alejado de la cama.

—Me tocás y te mato —le dije antes de dejar que mis ojos se cerraran.


⋆*✦ ───── ⋆✦ ☪ ✦ ⋆ ───── ✦*⋆


Esa noche volví a soñar con Levana. Y supe que ella era la chica de la historia que nos contó la esfinge de la Biblioteca del Tiempo. La primera encarnación de la Señora de la Luna.

Sin embargo, este sueño no parecía ser un mensaje premonitorio como los demás. Era, más bien, como un recuerdo, como si estuviera viviendo una vida que no era mía. Una vida que había olvidado.

Me encontraba en un inmenso bosque otoñal. Todo a mi alrededor era rojo: el follaje los árboles y la alfombra de hojas caídas en el suelo, la luz del atardecer que se filtraba por los troncos, las bayas rojas que manchaban mis pequeñas manos y bocas y la capa de lana teñida que caía sobre mis hombros.

—Aquí estás —dijo una voz saliendo de entre los árboles.

Me volteé y me encontré con un muchachito robusto y cuyo cabello sucio y castaño estaba atado en una colita en su nuca.

—Zeeb —sonreí al verlo.

—Conseguí una liebre para la cena. Creo que a la abuela le va a gustar —anunció, mostrando con orgullo su presa. Sus manos aún estaban convertidas en garras y sus dedos estaban tan rojos como los míos—. ¿Vos encontraste algo? ¿Además de las bayas que devoraste sin convidarme?

—Solo hongos, bayas y hiervas para el té —dije con pena.

Envidiaba la fuerza y velocidad de Zeeb. Envidiaba que mi hermano mayor ya hubiese alunado.

Aunque no teníamos la misma sangre nos había criado la misma mujer, una anciana viuda que nunca había podido tener hijos. Al menos hasta que la Señora de la Luna le dio dos niños que habían sido abandonados con el temor de estar malditos. La abuela no les tenía miedo a las maldiciones y mucho menos a la gente que le llamaba bruja.

A lo único que le temía era a lo que la gente podría hacernos si descubrían que Zeeb podía convertirse en un lobo. Por eso, siempre nos mantenía ocultos en el bosque. En especial durante las noches de luna llena.

—Vamos a casa. No deberías distraerte en el bosque —dijo mi hermano estirando su mano hacia mí. La tomé, viendo como el jugo de baya se mezclaba con la sangre de liebre.


⋆*✦ ───── ⋆✦ ☪ ✦ ⋆ ───── ✦*⋆


Un sonido leve me despertó. Parpadeé un par de veces sobre el borde de las sábanas. La habitación del hotel seguía a oscuras, pero una pequeña luz comenzaba a filtrarse a través de las cortinas de la ventana. Cuando abrí un poco más los ojos me encontré con la divertida mirada de Sofi.

—Em, perdón por no tocar la puerta —dijo con una ligera tos, y aun siendo una aparición, parecía estar ruborizada.

—¡So-Sofi! ¿Qué hacés acá? ¿Cómo nos encontraste? —pregunté, prendiendo la luz del velador y yendo haya ella.

—¿Qué pasa? —rezongó Aaron despertándose y la mirada divertida de Sofi cayó sobre el pecho desnudo del idiota.

Mierda.

Ahora entendía lo que Sofi estaba viendo: el idiota y yo durmiendo en una cama de hotel, yo sin pantalones y él prácticamente desnudo. La re-putísima madre.

—¡¿Qué hacés durmiendo en bolas, pervertido de mierda?! —le grité, buscando su ropa que ya se había secado y tirándosela en la cama.

—La bata era incómoda —se justificó poniéndose de pie y dejando ver un bóxer con estampado de pizzas.

—¡Hijo de puta, ponete algo de ropa de una puta vez! —le grité hasta que tomó sus cosas y se encerró en el baño.

Sofi dejó escapar una carcajada ante tal escena.

—No es lo que pensás —le dije.

—Estoy pensando en grandes cosas... Digo, en muchas cosas —contestó, completamente colorada.

—¡Sofía Elisabeth Nardelli! —exclamé.

Un momento después, el idiota salió del baño al fin con ropa encima y avisó que iría a ver si encontraba un lugar donde desayunar. Dejé escapar un sonido que estuvo entre un suspiro y un grito y me dejé caer en la cama. Sofi se sentó a mi lado.

—¿Cómo nos encontraste? —le pregunté a mi amiga. Sabía que ella no podía aparecerle a alguien a menos que conociera la esencia de esa persona y el lugar donde estaría.

—Por él —dijo, señalando con la cabeza la puerta por la que había salido Aaron—. Busqué su esencia y además sabía que estarían en esta ciudad. También sabía que donde estuviera él, estarías vos.

—Así que Zoe ya habló con mi papá —comenté.

—Sí. Lo llamó hace rato —respondió, recorriendo la habitación como un alma en pena—, pero Esther no me dejó venir hasta que estuviera segura de que Nocta me estuviera rastreando.

—¿Cómo es eso?

—Tenía miedo de que Nocta siguiera vinculada de alguna manera conmigo y que yo le hubiera dado alguna pista de donde encontraste —dijo, intentando no mostrar la obvia preocupación que sentía.

—Sofi...

—Sé que fue la persona a la que Zoe pidió ayuda la que los traicionó —continuó, echándole un vistazo al baño—. Pero nunca está de más ser precavidos, así que Esther me escaneó y lanzó algunos hechizos en mí por las dudas. Me siento como una computadora recién limpiada de virus.

—Eso es bueno —comenté, con una pequeña sonrisa.

—Así que... —dijo ella devolviéndome una sonrisa pícara—. ¿Por qué el cazador y vos estaban en un hmtel y no fueron a casa todavía?

—No vamos a ir a casa todavía —dije al fin, mientras me cambiaba.

—¡¿Qué?!

—Sofi, hay algo super importante de lo que tenemos que hablar —dije, sentándome en una de las sillas de la mesa y haciéndole señas a Sofi para que haga lo mismo.

Ella lo hizo y le enseñé los dibujos de mi sueño que había hecho. Le conté sobre mi sueño y sobre el eclipse. Me confirmó que Nahuel también los había tenido.

—¿Cuándo creés que será el eclipse? —preguntó.

—No creo que sea un eclipse normal que se pueda predecir. ¿Te acordás que la profecía decía: "Cuando la luna se bañe de sangre inocente"? —ella asintió—. Creo que, cuando la guerra llegue al peor punto, en ese momento va a ocurrir.

—Entonces tenemos que ir a esperarlo allá —concluyó, sus ojos miel brillando ante la emoción de una nueva aventura. Me imaginaba que debía haberse desesperado esperando sin hacer nada, como una leona enjaulada.

—Así es —respondí—. Necesito que vos y Nahuel le expliquen esto a mi padre. Cualquier forma de ponerme en contacto con él es peligrosa. Incluso, aunque Nocta ya no esté más ligada a vos, no es un seguro que aparezcas todo el tiempo.

—Lo decís porque no querés que te encuentre haciendo cochinadas con tu alma gemela de vuelta —bromeó.

—Esto es serio, Sofi.

—Lo sé. Solo trataba de alegrarte un poco —y estiró su mano hasta la mía. Una morena y sólida, la otra pálida e intangible—. Estás pasando por muchas cosas feas. Y, aunque lo tenés a él, siento que te estoy dejando sola.

—Voy a estar bien —le respondí. Aunque no supe si se lo decía a ella o me lo decía a mí.

Las dos nos quedamos un momento en silencio, disfrutando ese pequeño bocado de tranquilidad entre nosotras. Pero entonces, llegó el idiota.

—Hay un parador cruzando la ruta donde podremos desayunar algo decente —dijo, señalando con un dedo hacia el pasillo—. No es que quiera interrumpir, pero deberíamos prepararnos y partir en cuanto antes.

—Tenés razón. Será mejor que me vaya a darles las novedades a los otros y a preparar nuestro plan —dijo Sofi, dándome una sonrisa antes de pararse y comenzar a desaparecer—. Nos vemos antes del eclipse.

Aaron esperó a que me alistara y empacara nuestras pocas pertenencias. También me guardé el botiquín de primeros auxilios que había encontrado. Robar estaba mal, pero presentía que lo necesitaría más tarde. Luego, bajamos a desayunar.

En el parador-restaurante solo había unas pocas personas. Una pareja con tres niños ruidosos y un hombre muy concentrado en su netbook que parecía estar en un viaje de trabajo. Yo me concentré en el televisor que colgaba de una esquina mientras tomaba mi café. En el noticiero hablaban de algunas desapariciones y cuerpos encontrados. Muerte y más muerte. Luego pasaron al pronostico del tiempo. Fue entonces cuando, por primera vez, me pregunté qué día era. Era veinticinco de octubre. Habían pasado dos semanas desde la boda de mis padres. Me fijé en los dibujos de soles, nubes y lunas. Estábamos en luna creciente.

—Una semana.

—¿Qué? —preguntó el idiota, por primera vez prestándole atención a algo que no eran las medialunas.

—En una semana será luna llena —respondí, acercándome a él y casi susurrándoselo. Nunca se sabía quién podía estar escuchándonos—. Nosotras somos más fuertes en luna llena. Además, se acerca Beltane y Samahin.

—En español, por favor —dijo él con cara de no entender nada.

—El día de los muertos, la noche de brujas, Halloween; como quieras llamarlo —respondí tras un suspiro—. Es uno de los dos días del año en que el velo que separa nuestro mundo y el mundo más allá del nuestro se hace más delgado. La esencia, la magia se vuelve más pura, más poderosa.

—Eso significa que...

—Significa que si queremos una oportunidad para derrotar a... a quien ya sabés, tiene que ser entonces —respondí evitando usar su nombre por si las paredes estaban escuchando.

—Parece lógico —comentó él.

—Hay algo más —dije con tono serio—. Beltane es también el encuentro entre lo lunar y lo solar.

—Eso suena como un eclipse.

—Sí. Es posible que la única oportunidad que tengamos de detener a Nocta sea justo antes del eclipse.

—Entendido—. Terminó su desayuno de un trago y se puso de pie—. Si tenemos una semana para llegar allá por nuestros medios —dijo, enseñándome un mapa de rutas que habrá tomado de la recepción—, será mejor que nos vayamos ya.

—¿Alguna idea? —pregunté cuando estábamos saliendo del hotel.

—Creo que la mejor opción es hacer dedo, al menos hasta que lleguemos a Córdoba —respondió—. Si llegamos a toparnos con algún enemigo tenemos mayores posibilidades si es uno solo.

—Ok. Entonces en marcha —dije, caminando a su lado.


_______

Curiosidad n° 13: El lugar en donde Aaron (que alivio poder decir al fin su nombre) tiene tatudada la marca fue elegida por una apuesta con otros cazadores en una especie de broma.

  ───⋆*✦ NOTITA ✦*⋆ ───

Solo quiero decirles que el capítulo que viene se viene con mucho #luyem (sí, esa ship ya tiene nombre) para el pueblo. Esperenlo con ansias ;)

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top