12. Nuestras manos cubiertas de sangre
Nara
Los chicos que parecían estar en primaria se encargaban de agrupar a los más pequeños y heridos en extremo más seguro del comedor, mientras que los mayores estaban escavando entre los escombros de cemento, hierro y madera para rescatar a quienes habían sido aplastados por la caída del techo.
Zoe estaba allí, levantando los trozos de cemento más pesados y haciéndolos levitar haca afuera. El sudor le perlaba su frente blanquecina y su vuelo era errático. Ella estaba cansada. Había usado hechizos poderosos anoche y me había dado una porción de su magia.
—¡Tenemos que ayudarlos! —le grité al idiota.
Él asintió.
—Atendé a los heridos, yo ayudaré al hada —dijo con determinación.
—No, voy a sacarlos de allí —exclamé moviéndome en dirección a la pila de escombro.
—Todavía estás débil —replicó él, aferrándose a mi muñeca. No me había dado cuenta de que aún me tenía agarrada—. Sos una bruja, tus conocimientos en medicina deben ser de más ayuda que tus debiluchos brazos.
—Está bien —acepté a regañadientes. Quizás él tenía algo de razón—. Pero devolveme mi mano.
Entones él se dio cuenta de que todavía me sostenía a su lado y me soltó como si mi piel le quemara.
No dije nada más y corrí hacia el rincón donde estaban los niños heridos. No podíamos perder ni un segundo más. Por suerte, muchos solo tenían moretones y raspones. Pero otros tenían cortes profundos y hasta algunos huesos rotos.
—Necesito que me traigan telas, tablitas y cualquier cosa que tenga alcohol —me dirigí hacia unas chicas que parecían tener entre ocho y diez años—. Y agua. Toda el agua que puedan traer.
Ellas se movieron con rapidez y yo lo hice igual.
Atendí a los más graves, haciendo cabestrillos y torniquetes, usando la mínima cantidad de magia para las heridas más graves. Les indicaba a los otros chicos cómo debían tratar las heridas de sus compañeros y hacia donde llevar a los bebés y niños pequeños. Todos estaban asustados, pero pocos de los más grandes lloraban y, en cambio, se movían con determinación. Me di cuenta de que, para muchos, esta no era la primera vez que atacaban su Santuario.
Apenas era consciente del trabajo del cazador y Zoe cuando ellos traían a los niños que rescataban. Estos eran los que estaban en peor estado, los que no habían podido salir de entre los escombros por su cuenta. Uno de los mayores había perdido parte su cola de jaguar y estaba perdiendo mucha sangre, pero insistió en seguir ayudando. Un pequeño arpía tenía sus dos alas rotas. Una nena de unos cuatro o incluso tres añostenía una fractura expuesta en su bracito y usé todo lo que me quedaba de magia para cerrar su herida y evitar que muera desangrada.
Ya no me quedaba magia ni fuerzas. Me movía por pura voluntad y hacía todo lo humanamente posible.
Entonces los primeros cuerpos sin vida comenzaron a llegar. El primero fue un chico que apenas estaba en la pubertad, luego un bebé y una nena de prescolar. Y Luciana, cuyo cuerpo completamente golpeado había servido de escudo para salvar a su hijo Santiago.
Me maldije por no poder hacer nada. Aun si hubiera tenido mi magia quizás no hubiera podido.
Me maldije todavía más por saber que yo había sido la causante de sus muertes. Los nocturnos los habían atacado porque me habían refugiado, porque yo no había querido ir con ellos, con Erik.
Estaba intentando reanimar a una chica de casi mi edad, cuando una mano pegajosa se posó sobre mi hombro. No le hice caso y seguí presionando rítmicamente el cuerpo de aquella chica. Entonces las mismas manos tomaron las mías y las alejaron de ella.
—Lo intentaste por casi cuarenta minutos. Ella no va a volver —dijo el cazador, cerrando los ojos abiertos y sin vida de la chica.
—Aún... —reproché, con la intención de volver a intentarlo, pero él volvió a alejarme y me hizo mirarlo.
Él negó con la cabeza, sus labios una fina línea ente los paréntesis que formaban sus hoyuelos. Tenía la cara y el pelo cubiertos de sudor y mugre; y estaba respirando con dificultad. Sus ojos tan grises como el polvo a nuestro alrededor. Llevé mi mirada hacia nuestras manos entrelazadas, las dos estaban cubiertas de sangre. Las suyas tenían su propia sangre que brotaba de sus uñas rotas y cortes producidos por los ladrillos caídos. Las mías estaban llenas de sangre ajena. La sangre de aquellos que logré salvar... y de los que no.
—¿Cuántos?
—Creo que unos siete de los sesenta que vivían aquí... ocho, incluyendo a Luciana —respondió con amargura—. Pero solo han pasado tres horas desde el derrumbe y algunos todavía están luchando por sobrevivir. Por suerte encontramos a todos.
Ocho de sesenta.
Siete niños... Y podían ser más.
—Zoe está comunicándose con otros de los suyos, pidiendo ayuda —continuó el cazador—. Creo que ahora no podemos hacer más que esperar. Quedate acá, iré a buscar un poco de agua.
Él hizo ademan de pararse, pero me aferré a su mano ensangrentada.
—¿Por qué nos ayudaste? ¿Por qué intentaste salvar a unos monstruos?
—No pretendía salvar monstruos. Pretendía salvar a niños indefensos —respondió con severidad, pero luego comenzó a dudar—. Y quizás intenté compensar todas las otras vidas que tomé.
—¿Quién sos y qué hiciste con el idiota? —pregunté, sin saber si estaba bromeando o no. No sabría si podría volver a bromear de nuevo.
—Ya no sé quién soy —respondió él con una honestidad que dolía ver.
El cazador volvió con una jarra llena de agua y me lo hizo tomar un par de sorbos pequeños. Luego se levantó y fue dándole agua a todos los niños que permanecían allí.
Por primera vez, me permití mirar más allá de lo que tenía enfrente.
El derrumbe del comedor se había dado sobre la puerta que daba a los pasillos. No había fuego ni parecía que haya sido una explosión o un bombardeo. Más bien parecía como si un enorme gigante hubiera pisado el Santuario, aplastando todo bajo su peso. Trozos de ladrillos, madera y metal estaban desparramados luego de que Zoe, el cazador y los mayores hayan removido todo. No dejaron ni un cascote sin levantar, ni un rincón por examinar en busca de vida.
La única salía que queda, y que fue por a que el idiota y yo llegamos, era la puerta trasera que daba a un jardín interno. Los chicos entraban y salían de la cocina trayendo agua y cualquier cosa que sirviera para primeros auxilios. El aire cálido y limpio que entraba por el jardín y el faltante del techo chocaba con el aire saturado de polvo, sudor y sangre que estábamos respirando.
Todavía había chicos recostados en este extremo del comedor, las mesas y silla que habían sobrevivido haciendo de improvisadas camillas para los más lastimados. Pero varios estaban moviéndose a las habitaciones que aún quedaban en pie.
Quienes se iban llevaban pedazos de caños y ladrillos por si había enemigos por allí. No encontraron a nadie más en el Santuario. Así que volvían para llevarse a los más heridos a las habitaciones limpias y seguras.
Cuando el cazador se quedó sin agua para repartir, cuando ya no quedó nada por hacer, volvió conmigo.
—Hay algo de lo que debemos encargarnos —dijo y me ayudó a pararme.
Me guio de vuelta por los pasillos destruidos, pero que ahora estaban llenos de gente, explorando, buscando y limpiando. Llegamos hasta la sala antes de que pudiera adivinar nuestro destino.
Allí estaba Zoe y dos muchachos observando a la prisión que construimos con flechas y piedras.
—¿Estás segura? —me preguntó Zoe, señalándola con la cabeza.
Tardé un momento en comprender a qué se refería, y entonces le expliqué lo que había oído y olido.
—Te creo, Nara —me dijo Zoe, su semblante siempre alegre y vivaz estaba lleno de tierra, sangre y dolor—. Pero me gustaría no hacerlo. Me gustaría que fuera una mentira.
—A mí igual —admití.
—Ya llamé a los Santuarios más cercanos, pero si hay traidores dentro del Concejo no sabemos en quien confiar. Es decir, Erik ha sido uno de mis seres amados por décadas y ahora ha atacado mi hogar y ha asesinado a mis niños —dijo con amargura.
Uno de los chicos siseó, sin ocultar sus filosos colmillos de vampiro y las lágrimas que se secaban en sus mejillas.
—También pude sentir ese olor que describiste, Nara, justo antes de que el comedor explotara —continuó Zoe, mientras que acariciaba la cabeza del chico vampiro, aunque él le llevaba cuanto menos una cabeza de altura—. Pero también sentí el olor de la magia de Erik, su esencia. Al principio creí que solo había usado demasiada magia en las esposas de él —explicó mirando al cazador—. Pero entonces también lo olí luego en el comedor. Sin dudas no fue una bomba o una explosión, él simplemente hizo que el lugar se derrumbara. Hijo de remil puta.
—Y, ¿qué van a hacer con él? —preguntó el cazador.
—No lo sé. No creo que su ataque lo haya matado y no puedo confiar que no tenga cómplices dentro del Concejo...
—Entonces matalo —opinó el cazador como si fuera la respuesta obvia.
—¿Estás loco? —exclamó el hada—. No puedo hacerlo. No puedo matar a un centinela.
—Es un nocturno ahora —dije—. Sos una centinela, estás habilitada para ejecutar a un nocturno que haya lastimad o... asesinado a un arcano o humano inocente.
Zoe dudó. Y no podía culparla, le estábamos pidiendo que asesinara un amigo. Ella no era la misma clase de monstruo que Erik era.
—Entonces lo voy a hacer yo —dije y me paré frente a la pila de piedras. Nadie me detuvo.
Ya no me quedaba de la magia que Zoe me había prestado. Pero toda la furia y dolor de haber visto morir a aquellos niños estaba brotando dentro de mí en una chispeante oleada de magia. Era magia oscura, lo sabía y no me importaba.
Si esta era la única forma de vengar a los chicos del Santuario, la usaría. Si tenía que asesinar a alguien lo haría. Si esta era la única forma de ser libre de las garras de Nocta, haría lo que fuera.
Estaba a punto de invocar lo que sea que estuviera dentro de mí, lo escuchaba susurrándome, pidiéndome ser liberado; cuando el idiota se paró frete a mí.
—Soy un asesino, una vida arcana más que tome no haría la diferencia, ¿verdad? —dijo sin mirarme. Él era un enorme cuadrado sucio y tieso que bloqueaba mi vista. Imperturbable como una montaña.
—Quiero hacerlo —rezongué.
—A vos ya no te queda magia, a mí me sobran flechas —objetó.
—Si quieren hacerlo, tendrás que dispararle a su cabeza —dijo uno de los chicos que estaban con Zoe—. Es la única forma de matar a un elfo.
El idiota asintió y se dirigió a Zoe.
—Podrías quitar los cascotes de su cara —le pidió.
Zoe, aún insegura sobre lo que estábamos haciendo, aceptó e hizo levitar las piedras que cubrían su rostro.
Erik seguía con vida, aunque no por mucho. Las flechas benditas habían hecho efecto. Las venas cuello y mandíbulas eran finas líneas negras que se esparcían como ejércitos de hormigas, y su hermoso rostro se contraía en muecas de dolor.
—Zoe, tenés que escucharme. No creas lo que te hayan dicho estos niños —rogó de manera lastimosa y patética—. Zoe, soy yo. Jamás te haría daño.
Zoe no lo miró. Apretó sus pequeñas pero poderosas manos en puños y se forzó a hablar sin sollozar.
—Sentí tu magia en el comedor —dijo, su voz ahogada de lágrimas que no dejaría caer—. He sentido como tu esencia se iba contaminando de a poco. Intenté ignorarlo, me puse excusas a mí misma. Pero lo sabía. Desde hace tiempo mi corazón sabía que ya no eres el mismo. Ya no eras mi Erik.
—Zoe, mi Zo. No me hagas esto. No le hagas esto a Calipso. Ella... nosotros hemos estado juntos por décadas. No los dejes hacerlo.
Zoe respiró hondo, intentando absorber fuerzas del air, y finalmente miró a Erik.
—¿Nos dirás los planes de Nocta? —le preguntó, una súplica disfrazada de orden—. ¿Sabés cómo devolverle su magia a Nara?
—Lo haré —exclamó el elfo con desesperación—. Haré lo que sea. Pero no los dejes hacerlo.
Zoe asintió y flotó hasta esta frente a Erik, sus ojos a la misma altura.
—No voy a dejar que ellos lo hagan —le prometió y lo besó, murmurando algo en malakh contra su boca gris.
Entonces los ojos negros de Erik se abrieron por la sorpresa para luego cerrarse. No se volvieron a abrir.
Luego, Zoe se volvió al cazador y le hizo una señal para que terminara lo que habíamos empezado. Él lo hizo. Lanzó una flecha que se clavó justo entre los ojos cerrados del elfo. Y él se volvió tinta dentro de su prisión que también se desmoronó.
—¿Qué fue eso? —preguntó el cazador.
—Un beso de despedida —respondió Zoe, dejándose caer de rodillas sobre los escombros.
Los dos chicos corrieron a socorrerla y ella dejó que la abrazaran. El cuerpo, la mente y el corazón de Zoe habían llegado a su límite. Algo dentro suyo había muerto junto con Erik.
Pero no hubo tiempo que perder.
Sin fuerzas para moverse, desde uno de los colorinches sillones, Zoe nos dio órdenes urgentes a mí y a algunos niños para que preparáramos un equipaje ligero con solo lo indispensable. Tenía que preparar mi huida antes de que llegaran otros centinelas.
—Ya no pueden confiar en nadie más dentro del Concejo, ni siquiera en las personas que aman —dijo con enorme tristeza—. Ahora se tendrán solo a ustedes dos.
El idiota y yo nos miramos, e increíblemente, supe que así era. Él sería una de las pocas personas en las que podría confiar... Al menos hasta que la guerra y nuestra tregua terminen.
—Llamaré a tu padre y le diré todo lo que pasó. Querrá matarme por dejarte ir sola, pero no puedo dejarte en manos de otros... y tampoco podría dejar a mis niños solos —continuó—. También le diré los planes de Nocta. Solo a él. Ya después el Concejal decidirá si confiar en sus centinelas más fieles para lo que vendrá...
—Esperá —la interrumpí—. ¿Qué dijiste?
—Que tendrá que confiar en sus centinelas...
—No, lo otro.
—¿Que le diré los planes de Nocta? —preguntó.
—¡Sí! ¿Cómo los sabés?
—Un beso puede revelar muchas cosas —murmuró con una sonrisa triste.
—Entonces ese no fue un beso de despedida —adiviné.
—Lo fue. Pero también hubo magia en él.
—¿Podría ser más clara? —preguntó el idiota, y por su expresión no entendía nada de lo que estaba pasando. En verdad era idiota.
—Hice un pequeño hechizo que me permitió acceder a sus memorias. Es algo que solo las hadas podemos hacer —aclaró Zoe.
—Ahora entiendo —asintió él.
—Entonces sabés también cómo recuperar mi magia, ¿verdad?
Zoe dejó escapar una risita. Yo no entendía qué le veía de divertido.
—Lo sé —admitió con cierto humor en su expresión—. Es el truco más viejo del mundo.
—¿Cuál? —la apuré.
Zoe llevó sus grandes y prismáticos ojos desde el idiota hacia mí, una y otra vez.
—Un beso de amor verdadero —dijo finalmente.
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Curiosidad n° 12: La división de los Círculos (Malditos, Sutiles y Quimeras) no es tan definida como podría pensarse, pues hay arcanos que pertenecen a ambos, como las banshees y los elfos que son sutiles malditos, y otros que no entran en ninguno, como los cíclopes.
⋆*✦ ─────── ⋆✦ NOTITA ✦⋆ ─────── ✦*⋆
🔮🎃✨ FELIZ HALLOWEEN ✨🎃🔮
¿Cómo están pasando estas lúgubres festividades? ¿Se han disfrazado o comido golosinas? ¿O son más de los que simplemente les gusta leer o ver algo spooky, tranquis en casa?
Por si no lo sabían, ayer 31 fue el cumpleaños de Nara. Sí, la bruja nació en halloween, muy cliché y todo.
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