10. Apariciones y desapariciones
Sofi
—¿Es verdad? ¿La encontraron? Diganme que es verdad.
Sabía que estaba comportándome como una desquiciada. Pero en cuanto Pilar abrió la puerta del Santuario y me asintió con los ojos llorosos, no pude evitar correr y abrazarla, rompiendo en llanto también.
Habían encontrado a Nara. Ella estaba bien.
Esa noche, me había quedado a dormir en la casa de Nahuel. Últimamente, la única forma en que conciliara el sueño era a su lado. Había logrado quedarme dormida contando los latidos de su corazón, cuando el celular de Nahuel sonó.
La melodía de La Marcha Imperial advertía que era una llamada de algún centinela. Efectivamente, Yem lo llamó para avisarle que habían logrado ponerse en contacto con Nara.
Ni bien lo escuchamos, tomé a Nahuel y Freya, que dormía a nuestros pies, y nos transporté a Claro de Luna.
—Sofi, ¿estás bien? —preguntó Pilar al ver que se me aflojaban las rodillas.
—Va a estar bien. Hizo un viaje sombra muy de golpe —le contestó Nahuel, tomándome en sus brazos.
—Estoy bien, estoy bien —respondí, intentando mantenerme en pie por mi cuenta—. Nara...
—Vamos, al comedor —dijo Pilar y Nahuel la siguió, cargándome en sus brazos como si fuera una niña pequeña—. Ella acaba de llamar a mi papá. Parece que está en el Santuario de Chivilcoy, con Zoe.
—¿Y tu mamá? —preguntó Nahuel. Pero Pilar solo negó con la cabeza. Sus ojos rojos y respiración entrecortada lo decían todo.
Solamente habían encontrado a Nara.
Cuando llegamos a la cocina comedor, todos los habitantes de Claro de Luna estaban alrededor de la gran mesa, incluso los huéspedes del Santuario de Vera. En ella yacía el celular del Dr. Francisco con una llamada en altavoz.
—...Estoy bien, papá. En serio. Tengo unas quemaduras feas en las manos y piernas, pero Zoe me va a curar enseguida. Ella está... —estaba diciendo Nara mientras Nahuel me dejaba en una de las sillas de la mesa, nadie más que Yem nos hizo caso, todos tenían los ojos sobre el celular.
—¿Lograron llegar bien los dos? ¿Él no te hizo nada? —preguntó con preocupación Esther.
—Estamos bien los dos —respondió ella, e incluso pude sentir cómo rodaba los ojos—. Nos peleamos todo el tiempo, lo esperable. Pero es medio pelotudo y no creo que me haga algo. Ahora Zoe lo está revisando y haciéndole no sé qué cosas en otra habitación.
—¿Él? —le pregunté a Pilar.
—Al parecer, cuando Nara y mamá estaban secuestradas por los nocturnos, llegaron unos cazadores —me contestó con nerviosismo—. Uno de ellos rescató a Nara, pero no pudo hacer nada por mamá.
—¡¿Un cazador?!
—Sí. Él acompañó a Nara hasta el Santuario y ella misma pidió que lo dejaran pasar —aseguró Mónica, la tía de las Cabral.
—No tengo un buen presentimiento —comentó Nahuel y su rostro revelaba su preocupación.
—¿Estás segura de esto, Nara? —preguntó su papá—. Si él no es...
Del otro lado de la línea se escuchó un suspiro exasperado.
—Lo es, lo es, mierda —exclamó ella.
—Nara, la boca.
—Ya sé. Es que... —Nara volvió a suspirar—. Él no se separa de mí. Parece un estúpido perro callejero y, como la boluda que soy, le prometí que lo mantendría conmigo. Al menos hasta llegar a casa.
—Está bien —aceptó su padre, poco convencido, pero entonces se apresuró a darle indicaciones—. Pasen esa noche en el Santuario. Mañana enviaremos a alguien por ustedes. Una vez que los dos vengan a Reconquista sanos y salvos, veremos qué hacer con él.
—Está bien.
—Cuando vuelva Zoe, pásame con ella.
—Sí.
—Pero no te quedes sola con ese chico.
—Hemos estado solos desde hace días, papá —rezongó ella—. Si hubiera querido matarme, tuvo mil oportunidades ya.
—No es por eso —dijo su padre, y por su expresión había algo que no quería decirle a su hija menor—. De todas formas, desde ahora no te quedes sola con él, ¿entendido?
—Sí, entendido —rezongó y se escuchó el sonido de una puerta y unos pasos—. Ahí vienen ellos. Te paso con Zoe. Pero, ¿puedo llamarte después, papá?
—Por supuesto, bebé —contestó él y su habitual amabilidad volvió a su semblante—. ¿Nara?
—¿Sí?
—Estamos feliz de que estés bien —le dijo—. Te quiero, bebé.
—Y yo a vos, papá. Te veo dentro de poco. Y saluda a Esther, las chicas y a los otros tontos por mí.
Después de eso, el Doc tomó el teléfono y se fue a su oficina a hablar con Zoe y ultimar detalles con ella.
En la cocina todos dejamos escapar un suspiro. Las mellizas se dejaron caer en las sillas a mi lado. Los huéspedes de Vera decidieron darnos un poco de privacidad y se retiraron a sus habitaciones. Juan Martín, un sátiro les dio palmaditas a Mili cuando pasó por detrás de ella. Esther, como cada vez que no sabía qué hacer, se puso a preparar té para todos; Yem la ayudó.
—Lo peor ya pasó —comentó Nahuel, masajeando mis hombros tensos.
—Tengo miedo de que lo peor solo esté empezando —respondí—. Si ese chico es quien yo creo que es...
—¿Es su alma gemela? —preguntó Milagros.
—Seguramente. En la Biblioteca del Tiempo descubrimos que todos los hijos de la luna eran emparejados con cazadores —respondió Nahuel.
—¡Qué quilombo! —exclamó una de las mellizas.
—Y justo él —agregó Maitei.
—¿Qué querés decir? ¿Lo conocés? —inquirió Esther.
—No estoy seguro, pero apuesto mis colas a que es uno de los hijos de puta que mató a James —respondió, esquivando la mirada de Pilar, quien ahogó un sollozo.
—Es él —dije y todos los ojos se posaron sobre mí—. También es uno de los que nos atacaron en el cementerio, uno rubio que usa el arco. Esa vez en el cementerio, Nara intentó usar un hechizo que lo lastimaba a ambos.
—¿Te acordás cómo era? —preguntó Esther, dejando sobre la mesa una tetera y varios pocillos.
Negué con la cabeza.
—No sé qué decía —admití—. No era malalkh, no era arcano. Era...
—Un hechizo pagano. Magia oscura —completó Esther—. Eso es malo. Muy malo. Nara ahora no tiene toda su magia.
—¿Qué? —exclamamos Nahuel y yo.
—Nocta parece haberle arrebatado su magia —explicó Yem—. Nara va a ser como una humana común y corriente hasta que encontremos la manera de revertir eso. Pero si ella ya ha usado magia oscura, es posible que pueda volver a hacerlo.
—Y eso es precisamente lo que Nocta quiere —concordó Maitei.
—Repetir la historia —asimiló Nahuel—. Hacerle lo mismo que Levana.
—Es por eso que Francisco no quiere que esté sola con ese cazador —comprendí.
—Así es —respondió Esther, dejándose caer sobre una silla—. Su odio por él debe ser tremendo si se atrevió a usar magia oscura en ese cazador. Es demasiado peligroso que los dos continúen estando juntos.
Un pesado silencio invadió la cocina.
—Voy a ir con ella —declaré, poniéndome de pie con tanta decisión como pude.
—Esperá, Sofi —protestó Nahuel—. No podés hacer un viaje sombra hasta allá. Podría matarte.
—No voy a hacer eso. Voy a usar una aparición.
—¿Estás segura de eso? —preguntó Esther, mirándome con una preocupación que solía destinarles solamente a las chicas Cabral.
—Sí. Lo estuve practicando, ya puedo hacer apariciones largas sin cansarme —contesté, intentando parecer confiada—. Solo necesito que me digan dónde están, preferentemente con coordenadas.
Podría aparecer solo concentrándome en la persona a la que quería buscar, pero también era más fácil si conocía la dirección. Por semanas había intentado encontrar a Nara así sin resultados, ahora sabía por qué; algo había bloqueado su esencia y sin ella, Nara no aparecía en el mapa sobrenatural.
—Está bien —aceptó la bruja—. Pero volvé antes de que sea de día. Es peligroso hacer una aparición que dure toda una noche.
—Lo sé.
—No te fuerces de más, ¿sí? —me pidió Nahuel. Mis poderes de banshee lo asustaban mil veces más que mis habilidades de vampira.
Freya ladró declarando que pensaba igual que mi novio.
—No se preocupen —le respondí, tomando su mano y frotándola con mi pulgar.
—Siempre me voy a preocupar por vos, lo sabés —dijo apoyando su frente en la mía, para lo que tenía que agacharse.
—Lo sé.
—Acá tenés, Sofi —nos interrumpió Yem, pasándome su celular con la ubicación de dónde debería estar Nara—. El Santuario está escondido sobre la plaza central. Vas a tener que figurarte estar sobre esas escaleras y pedirle a Zoe que te abra. Es la única forma de entrar.
—Lo tengo —dije, alejándome de la mesa y concentrándome en el lugar al que quería y en la persona a la que quería llegar. Pensé en Zoe tal como la había visto por última vez, etérea e inquieta como remolinos de viento que hacen danzar las flores y hojas caídas.
—Cuiden de mi cuerpo, vuelvo dentro de poco —dije ante de desaparecer.
Ni bien Zoe me abrió la puerta, corrí hasta Nara.
La encontré sentada en un sillón en la sala descansando con los ojos cerrados. Su aspecto harapiento y sucio contrastaba con el elegante y delicado lugar. Estaba demasiado delgada, al punto en que sus pómulos se veían filosos y sus ojos hinchados yacían en dos cuencas sombrías.
En cuanto me oyó, abrió los ojos e intentó abrazarme. Pero mi imagen incorpórea se escurrió de sus manos.
—Es una aparición —me disculpé.
—Debí suponerlo —dijo con una sonrisa triste, y volvió a sentarse en el sillón.
Me senté a su lado. Las apariciones solo podían tener contacto físico con objetos inanimados, así que se me ocurrió poner un almohadón sobre mi regazo.
—Vení —le dije, dándole golpecitos al almohadón floreado.
Nara me obedeció y recostó la cabeza sobre él. Me hubiera gustado acariciar su pelo como lo hacía a veces, pero no podía tocarla.
—¿Dónde está él? —le pregunté con timidez.
—Zoe lo mandó a bañarse —respondió como si nada—. Después será mi turno y curará mis heridas.
Entonces recordé que había dicho que se quemó sus manos y piernas. Las miré, pero estaban cubiertas por vendas improvisadas de tela negra. La tela de su vestido supuse.
—¿Cómo estás? —le pregunté.
—Viva. No puedo pedir más por ahora.
—Tu mamá...
—Nocta... —dijo simplemente, su voz cortante como una navaja—. No quiero hablar de eso ahora.
—Entiendo —acepté—. ¿Y qué hay con el cazador? Escuché que te salvó de los nocturnos e incluso de otros cazadores. ¿Estás bien con eso?
—No. No lo estoy —se quejó, frotándose los ojos con las manos, lo que hizo que dejara escapar un quejido de dolor—. Lo odio más de lo que odio a Nocta. Pero en momento desesperados se necesitan medidas desesperadas.
—Pero ahora ya estás a salvo. Pueden seguir cada uno por su lado.
—No puedo. Le prometí que una vez que derrotemos a Nocta él podría matarme.
—¡¿Estás loca, Nara?! —exclamé sin importarme quién podría oírme.
—Es lo mejor —contestó ella, la resignación reflejándose en su semblante sombrío—. Así terminaríamos esta rueda interminable de hijos y maldiciones. Ya estoy cansada de esto.
—Lo entiendo. También estuve pensando en eso —admití—. Es decir, ¿se supone que vamos a tener siete hijos? Yo ya ni siquiera puedo tenerlos.
—Lo sé. Es una completa mierda.
—De todos modos, vos no podés morir, Nara. Sos mi mejor amiga —dije con tanta convicción como si fuera una orden.
—Estamos en guerra, Sofi —me recordó, el pesimismo ensombreciendo su rostro—. La gente está muriendo a nuestro alrededor.
—Ya sé eso. Pero vos no podés morir, y menos por una estupidez así. Prometémelo.
—¿Qué cosa?
—Prometeme que no vas a dejar que ese cazador te mate. No me importa qué trato hiciste con él —le ordené.
—Sofi...
—Nara...
—Chicas —nos interrumpió una voz cantarina.
Zoe estaba de vuelta en la sala.
—Nara. Recién termino de hablar con tu papá —le avisó, aún tenía el teléfono en una mano, un objeto muy mundano para una criatura tan etérea—. Algunas cosas importantes: mañana vendrá alguien del Concejo a buscarlos y serán escoltados hasta casa. Una vez allá, él será juzgado por sus crímenes contra el Mundo Arcano. Que te haya ayudado ahora no salda todas las vidas que tomó. ¿Sos consciente de eso?
—Lo sé —dijo una segunda vos. Esta vez, masculina.
Un segundo después, un cuerpo adónico apareció entre el vapor del baño, con nada más que un pantalón de carga, cuya suciedad contrastaba con el brillante bronceado de aquel pecho marcado y hombros anchos. En su hombro izquierdo estaba tatuada la marca del cazador, un sol de doce rayos ondulados atravesado por cuatro flechas en forma de cruz. Zoe lanzó una risita y yo no pude evitar alzar una ceja y mirar a Nara. Ella lo ignoró completamente.
—Me alegra que lo entiendas —dijo el hada retomando su postura casi seria—. No seremos agresivo contigo, y esperamos lo mismo de vos. Pero sos considerado un criminal, por eso es que te puse un par hechizos para prevenir que tu lengua y tus acciones lastime a cualquiera dentro de este Santuario.
Él solo asintió con estoica seriedad.
—Ahora, Nara —dijo Zoe, dirigiéndose hacia mi amiga y ayudándola a levantarse—, vení, es tu turno.
—Voy, voy —rezongó mi amiga.
—Zoe, ¿estás sola en el Santuario? —le pregunté—. Es raro que esto esté tan silencioso.
—Oh, no. Las habitaciones están casi todas llenas —exclamó ella—. Pero en cuanto sospeché que era Nara quien tocaba la puerta, les lancé un hechizo ligero de sueño. No quería que los huéspedes te agobien ni bien llegaste.
—Ah, gracias —murmuró Nara antes de que las dos desaparecieran por el pasillo desde donde había llegado el cazador.
Y entonces él y yo quedamos solos.
Al principio procuré quedarme quieta y no hacer nada imprudente. Me concentré en escuchar a Nara rezongar que no quería ayuda para bañarse y a Zoe objetando que alguien debía hacer algo con ese nido de caranchos que tenía por cabello.
Pero yo era yo, y quedarme quieta y callada nunca era una opción. Menos cuando el cazador no me sacaba la vista de encima.
—¿Qué? —le pregunté de mala gana.
—¿Sos un fantasma? —preguntó con tan genuina curiosidad que me sorprendió.
—Soy una banshee, puedo proyectar mi imagen a distancia.
—Sos la hermana de Thiago —y no supe si era una pregunta o una afirmación.
—Si.
—Él... ¿cómo está? —preguntó casi con timidez.
—Bien. Los nocturnos lo dejaron en silla de ruedas, pero al menos estamos juntos —respondí con un encogimiento de hombros. Obviamente no quería darle más información de la que era necesaria.
—Él nos traicionó. Eligió a los arcanos.
—Él eligió a las personas que más amaba. ¿Acaso vos no hiciste lo mismo? —le pregunté—. Me dijeron que incluso atacaste tus compañeros para proteger a Nara.
—Nara... ¿Ese es su nombre? —preguntó, sorprendido.
—Su apodo —respondí sin darle mucha importancia, pero luego me volví hacia él—. ¿Qué? ¿Acaso no sabías cómo se llamaba? ¿Ni siquiera se presentaron?
—No había necesidad —respondió como si hubiera sido una obviedad.
—A ustedes en verdad les gusta complicarse la vida —murmuré, más para mí que para él. Pero me escuchó.
—¿Eh?
—Nada.
Nos volvimos a quedar un largo rato en un silencio incómodo hasta que Nara y Zoe salieron del baño.
La encargada del Santuario traía con ella unas sábanas y frazadas y Nara solo llevaba una bata puesta y una toalla en su cabeza.
—Esto es para vos —le dijo Zoe al cazador que aún seguí de pie en el mismo lugar de hoy—. No tenemos habitaciones de sobra así que te toca dormir en el sillón. Te aviso que la casa estará cerrada y protegida por magia poderosa, por si se te ocurre escapar —agregó, guiñándole un ojo—. Nara, Sofi, ustedes pueden quedarse en mi pieza. Vamos, vamos a intentar curar un poco a esta chica.
Zoe nos llevó a Nara y a mí por un pasillo tan largo y con tantas vueltas que parecía un verdadero laberinto. Hasta que al fin llegamos a un par de puertas que daban a una amplia habitación que parecía haber sido sacada de un castillo y puesta allí por puro capricho.
Una gran cama con dosel estaba en el medio, rodeada por mesitas, sillones y cómodas. Todo en colores claros y detalles de oro y rosas perladas.
—¡Wow! —exclamamos Nara y yo al mismo tiempo.
—Lo sé, es divina. Se la robé a María Antonieta —presumió Zoe, y no sabíamos si era mentira o no.
Nos guío hasta un diván exquisito que convirtió en una camilla y recostó a Nara en ella. Primero curó las quemaduras de sus manos y rodillas hasta que su piel quemada y a punto de pudrirse se volvió de un color más claro que el moreno de Nara. Luego pasó sus manos por sobre el cuerpo de ella, eliminando cualquier herida o agotamiento que pudiera tener, supuse.
—Ahora se viene lo más difícil, intentaré desbloquear lo que sea que Nocta te puso para retener tu magia —dijo Zoe y unos destellos de color blanco comenzaron a salir de las puntas de sus dedos.
En cuanto posó sus manos sobre el pecho de Nara, esta convulsionó como si le hubieran dado una descarga de electrochoque.
—¡Sofi, ayúdame! —exclamó con desesperación
—¿Cómo?
—¡Agarrá, las mantas, los almohadones o lo que sea! —ordenó y obedecí.
Tomé los almohadones de un sillón y los sujeté cada uno sobre las muñecas de Nara.
—¿Qué le pasa? —le pregunté, a punto de entrar en pánico yo también.
—No estoy segura. Sea lo que sea que Nocta le hizo, es grave —admitió el hada presionando sobre el pecho de Nara. Los destellos blanquecinos se le escapaban por entre los dedos.
Pasaron largos minutos hasta que los destello dejaron de escurrirse por el pecho de Nara y comenzaran a introducirse en su cuerpo, iluminando sus venas.
Otros minutos más tuvieron que pasar hasta que Zoe se alejara de ella, con el rostro lleno de sudor y su respiración agitada. Se alejó unos pasos y se dejó caer en uno de los silloncitos.
Nara no se encontraba mejor. En medio del hechizo había quedado inconsciente, pero Zoe afirmaba que estaría bien, que solo necesitaba descansar. Así que usó un hechizo de levitación para llevarla hasta la cama y arroparla.
—No estoy segura de que mi hechizo haya funcionado bien —admitió el hada—. Todavía hay peligro de que recurra a la magia oscura si se siente amenazada.
—Por lo menos ya se encuentra a salvo.
—Estamos en una guerra, Sofi —dijo Zoe. Las mismas palabras que había usado Nara—. Nadie está a salvo y mucho menos los niños elegidos.
En cuanto confirmé que Nara solo se había quedado dormida, salí de la habitación. No sabía si Nara seguía siendo tan sensible a la magia, pero no quería despertarla desapareciendo allí.
Cuando llegué a la sala me encontré nuevamente al cazador. Este seguía en el mismo lugar donde lo habíamos dejado, sentado en uno de los llamativos sillones. Decidí no darle importancia y desaparecer allí. Si le daba un buen susto mejor.
—¿Ella está bien? —me preguntó y no supe distinguir si estaba preocupado o solo curioso.
—Su magia es inestable en este momento —respondí simplemente y comencé a desaparecer.
—¿Te vas? —peguntó cuando me vio desvanecerme.
—Sí. Por favor, cuidá de Nara por mí.
—¿Por qué confiás en mí?
—Porque si Nahuel y Nara confiaron en vos, yo también lo voy a hacer. Y porque, a pesar de cómo me veo, yo no soy alguien a quien se deba hacer enojar —dije justo antes de desaparecer.
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Curiosidad n° 10: En este libro, mi mayor aliado es Google Maps.
Así que, en vez de una curiosidad, hoy les traigo un mapa con la ruta que ha hecho Nara hasta el momento.
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